50

Gideon salió del centro, pero en lugar de volver a su coche, cruzó el césped hacia la casa del guarda de la mansión, que habían reconvertido en una pequeña vivienda privada. Un sexto sentido, y el pulcro camino de acceso hecho de ladrillo, las macetas con flores a ambos lados de la puerta, las puntillas de las cortinas y los ornamentos que se veían a través de las ventanas, le decían que se trataba del hogar de una mujer mayor y cuidadosa.

Se acercó con aire despreocupado, pero antes de que alcanzara la puerta, dos asiáticos vestidos de negro aparecieron ante él, como surgidos de la nada.

– ¿Podemos ayudarlo en algo? -preguntó uno de ellos al tiempo que le cerraban el paso. Su tono era educado, pero firme.

Gideon ni siquiera sabía cómo se llamaba la abuela del niño.

– Me gustaría ver a la madre de Biyu Liang.

– Disculpe, pero ¿tiene cita con la señora Chung?

Le agradó saber que, al menos, había acertado con la casa.

– No, pero soy el padre de un niño que este curso empezará en Throckmorton y…

Ni siquiera lo dejaron continuar. Con extrema educación pero también con la mayor firmeza, lo cogieron por los brazos y le obligaron a dar media vuelta.

– Sea tan amable de venir con nosotros.

– Sí, pero el nieto de la señora irá a clase con mi hijo y…

– Venga con nosotros.

Gideon se dio cuenta de que no lo llevaban a su coche, sino hacia una puerta de hierro situada en un costado de la mansión, y en su mente afloró un desagradable recuerdo: el de despertarse en un hotel de Hong Kong rodeado de agentes chinos.

– ¡Eh! ¡Esperen un momento! -protestó, clavando los talones en el suelo, pero sus escoltas se limitaron a sujetarlo con más fuerza y arrastrarlo hacia la puerta.

Una voz sonó en el interior de la casa, y los dos guardaespaldas se detuvieron. Gideon volvió la cabeza y vio a una mujer china de avanzada edad que desde el portal hacía un gesto a los dos hombres con su mano marchita y les decía algo en mandarín.

Al cabo de un momento, ambos guardias lo soltaron y se hicieron a un lado.

– Venga -le dijo la mujer-. Entre.

Gideon no lo pensó dos veces. Ella lo hizo pasar y lo acompañó al salón.

– Por favor, siéntese. ¿Le apetece un té?

– Sí, por favor -respondió Gideon, masajeándose los antebrazos por donde lo habían agarrado.

Un sirviente apareció en el salón y se retiró tras recibir unas breves instrucciones de la señora Chung.

– Disculpe a mis vigilantes -se disculpó esta, volviéndose hacia Gideon-. En estos momentos, mi vida está rodeada de peligro.

– ¿Por qué? ¿Qué ocurre?

Por toda respuesta, la mujer se limitó a sonreír. El sirviente regresó con una tetera de hierro colado y dos pequeñas tazas de porcelana china. Gideon estudió a su anfitriona mientras esta servía el té. Ciertamente era la misma mujer que aparecía en el vídeo del aeropuerto. Al pensar en el camino largo y tortuoso que lo había llevado hasta allí, no pudo evitar sentirse impresionado por su presencia. Sin embargo, vista en persona, parecía muy diferente. Irradiaba una especie de energía vital que la imagen granulosa del vídeo no había podido captar. Tuvo la sensación de que nunca se había encontrado ante una persona mayor tan despierta y vigorosa. Era como un pájaro, vivaz, rápida y alegre.

Le entregó una de las tazas y, arrellanándose en su asiento, entrelazó los dedos y lo miró con tanta intensidad que Gideon estuvo a punto de ruborizarse.

– Veo que hay algo que desea preguntarme -le dijo.

Gideon no respondió de inmediato. Su mente trabajaba a toda velocidad. Había inventado varias historias falsas, para sonsacarle la información, pero sentado ante ella, cara a cara, comprendió que no era de esas personas que se dejan engañar. Por nada. Todas sus ocurrencias, maquinaciones y estratagemas habían quedado hechas añicos. Intentó pensar en una historia mejor, en una concatenación de mentiras y medias verdades más eficaz, pero comprendió que se trataría de un esfuerzo inútil.

– Dígame simplemente la verdad -le dijo ella, como si le hubiera leído el pensamiento.

– Yo… -No pudo seguir. Si le decía la verdad, todo estaría perdido. Se ruborizó, azorado.

– Está bien -dijo ella-. Deje entonces que sea yo quien haga las preguntas.

– Sí, será mejor, gracias -repuso con alivio.

– ¿Cómo se llama?

– Gideon Crew.

– ¿De dónde es y a qué se dedica?

Vaciló, buscando nuevamente una mentira verosímil, pero por primera vez en su vida no se le ocurrió ninguna.

– Vivo en Nuevo México y trabajo en el Laboratorio Nacional de Los Álamos.

– ¿Dónde nació?

– En Claremont, California.

– ¿Y sus padres?

– Mis padres eran Melvin y Doris Crew. Ambos han muerto.

– ¿Y por qué razón está aquí?

– Mi hijo, Tyler, irá el próximo curso a la clase de Jie, en Throckmorton, y…

Ella levantó las manos y lo interrumpió.

– Lo siento -dijo tranquilamente-, pero creo que usted es un mentiroso profesional que acaba de quedarse sin mentiras que decir.

Gideon no supo qué contestar.

– Así pues -prosiguió la anciana-, ¿por qué no prueba con la verdad, para variar? Es posible que así consiga lo que desea.

Se sentía arrinconado por aquella mujer. No tenía escapatoria. ¿Cómo era posible que se hubiera dejado atrapar de ese modo?

La anciana seguía esperando, con las manos sobre el regazo, sonriendo.

«¡Qué demonios!», se dijo Gideon.

– Podría decirse que soy un agente especial -repuso.

La mujer enarcó las cejas, cuidadosamente pintadas.

Gideon respiró hondo. No podía aferrarse a nada que no fuera la verdad y, curiosamente, se sintió aliviado.

– Mi misión consiste en averiguar qué pretendía introducir Mark Wu en nuestro país y hacerme con ello.

– Mark Wu… -murmuró la mujer-. Sí, tiene sentido. ¿Para quién trabaja usted?

– Trabajo para el gobierno de Estados Unidos, indirectamente.

– ¿Y qué relación tengo yo con todo esto? -quiso saber la mujer.

– Usted le entregó algo a Mark Wu en el aeropuerto, justo antes de que subiera a un taxi y lo asesinaran. Necesito saber qué le dio. Aparte de esto, quisiera saber si es cierto que Wu llevaba los planos de una nueva arma secreta, qué tipo de arma es y dónde están esos planos ahora.

La anciana asintió lentamente. Tomó un sorbo de té y dejó la taza en la bandeja.

– ¿Es usted diestro o zurdo?

– Zurdo -repuso Gideon, sorprendido.

Ella volvió a asentir, como si aquello explicara muchas cosas.

– Por favor, extienda la mano izquierda -le pidió.

Gideon dudó un momento antes de acceder. La mujer se la cogió suavemente con la derecha. Durante unos instantes, lo único que sintió Gideon fue el tacto seco y apergaminado de la piel de la anciana. De repente, gritó de dolor y sorpresa. La mano de la vieja parecía estar quemando la suya.

Dio un respingo en la silla, y ella lo soltó.

– Intentaré responder a todas sus preguntas -dijo, con las manos nuevamente en el regazo-. A pesar de que usted es un mentiroso profesional, está claro que eso forma parte de su trabajo. Veo, percibo, que es usted persona de buen corazón y me da la impresión de que, ayudándolo a usted, podremos ayudarnos a nosotros mismos.

Tomó otro sorbo de té.

– Mark Wu era un científico que trabajaba en un proyecto secreto en China. Y también era un devoto seguidor de Falun Dafa. -Asintió varias veces, dejando que la tensión se acumulara con el silencio-. Quizá esté al corriente o quizá no, pero Falun Dafa ha sido brutalmente reprimida en China. Por este motivo, Falun Dafa se ha vuelto clandestina, muy clandestina.

– ¿Por qué la han prohibido las autoridades?

– Porque suponemos una amenaza para su monopolio del poder. China tiene una larga tradición de imperios que se han venido abajo gracias a movimientos espirituales seguidos por la gente. En este caso, las autoridades tienen motivos para estar preocupadas, porque Dafa desafía no solo sus planteamientos comunistas con sus correspondientes prácticas totalitarias, sino también su visión sobre el valor del materialismo y el capitalismo salvaje.

– Entiendo -repuso Gideon, que comprendía que aquello podía justificar la deserción de Wu. Sin embargo, si era cierto, ¿qué sentido tenía la trampa sexual de la CIA?

– Debido a la persecución que sufren, los seguidores de Falun Dafa se ven obligados a seguir con sus prácticas clandestinamente, en secreto. Aun así, nos mantenemos en contacto entre nosotros y con nuestros hermanos en China. Dafa requiere una comunión espiritual. El gobierno ha intentado cerrar nuestras páginas web y silenciarnos, pero no lo ha conseguido.

– ¿Es por eso que ha dicho antes que su vida corre peligro?

– En parte. -Sonrió-. No está tomándose el té…

– Ah, lo siento. -Gideon cogió la taza y bebió un sorbo.

– Muchos seguidores de Falun Dafa son científicos e ingenieros informáticos. Hemos desarrollado un poderoso programa de software llamado Freegate. Quizá haya oído hablar de él.

– El nombre me suena.

– Lo hemos distribuido por todo el mundo. Permite que los usuarios de internet chinos y de otros países puedan acceder a las páginas bloqueadas por los gobiernos. Pero no solo eso, con ella también pueden saltarse los cortafuegos que ciertos gobiernos utilizan para bloquear páginas y redes sociales.

Mientras escuchaba, Gideon tomó otro sorbo de té, que le pareció excelente.

– Los servidores de Freegate camuflan las verdaderas direcciones IP, de modo que la gente puede navegar libremente por la red. Aquí, en el Bergen Dafa Center, tenemos un gran conglomerado de servidores.

– ¿Y qué tiene que ver todo esto con Wu?

– Todo. Mark Wu nos traía un gran secreto de China, un secreto muy importante.

– Cuando dice «nosotros», ¿se refiere a Falun Gong?

La anciana asintió.

– Estaba todo listo. Iba a entregárnoslo y nosotros íbamos a introducirlo en nuestros servidores Freegate y, a partir de ahí, difundirlo por todo el mundo.

Gideon tragó saliva.

– ¿Y en qué consiste ese gran secreto?

La anciana volvió a sonreír.

– No lo sabemos.

– ¿Qué quiere decir? ¿Cómo es posible que no lo sepan? No la creo. -Las palabras le salieron antes de que pudiera controlarlas.

La señora Chung hizo caso omiso.

– Wu no pudo o no quiso decírnoslo. Nuestro trabajo consistía en difundir la información, eso es todo.

– Pero ¿se trataba de un arma poderosa?

– Tal vez, pero lo dudo.

Gideon la miró fijamente.

– ¿Por qué lo duda?

– Porque no es así como la describió Wu. Nos contó que se trataba de una nueva tecnología que permitiría a China conquistar el mundo, o puede que «dominar el mundo», creo recordar que dijo. Sin embargo, no tuvimos la impresión de que fuera necesariamente peligrosa. Además, dudo que Wu hubiera querido difundir mundialmente los planos de una nueva arma, porque eso habría puesto información peligrosa en manos de todo tipo de terroristas. -Hizo una pausa-. Fue una gran desgracia que lo asesinaran.

– Si Wu llevaba los planos encima, ¿dónde están ahora?

– Eso tampoco lo sabemos. Era muy reservado.

– Pero sin duda le explicó dónde y cuándo se los entregaría.

– Tomamos la precaución de escoger a la persona que los recogería. Uno de nuestros contactos técnicos, Roger Marion, tenía que recoger la información en la habitación del hotel de Wu. Le dimos el nombre de Roger cuando este llegó al aeropuerto. -Hizo una pausa, como si recordara algo-. Durante el proceso de negociación, Wu dijo algo extraño; nos comentó que necesitaría disponer de un rato en su habitación para extraer la información.

– ¿Extraer? No lo entiendo.

– Utilizó la frase en chino cai jian, que significa «extraer» o «extirpar». Me dio la impresión de que la información se encontraba metida dentro de algo y que había que extraerla, sacarla.

Gideon recordó inmediatamente las radiografías. ¿Y si Wu había metido la información en su cuerpo?

– Wu también tenía una lista de números que había memorizado. ¿Qué eran?

La anciana lo miró.

– ¿Cómo sabe lo de esa lista?

Gideon contuvo el aliento durante un instante.

– Porque lo seguí desde el aeropuerto. Vi cómo aquel todoterreno se empotraba contra su taxi y después lo saqué de entre los restos del coche. Supongo que me tomó por Roger Marion, porque me dio la lista de números. Intenté salvarlo, pero no pude.

Se hizo un largo silencio. Finalmente, la anciana habló de nuevo.

– Nosotros tampoco sabemos qué significan esos números. Todo lo que Wu nos dijo fue que había que combinarlos con lo que nos iba a traer. Había que juntar ambos para que el secreto estuviera completo. Lo uno sin lo otro no funcionaría. Las dos cosas eran necesarias. Era su manera de proteger el secreto. Su idea era entregar ambas cosas a Roger.

– ¿Y usted hizo todo eso por Wu, fiándose exclusivamente en su palabra y sin saber de qué se trataba?

– El doctor Wu era un practicante muy avanzado de Dafa. Su buen juicio estaba fuera de toda duda.

Gideon vio que estaba cerca, terriblemente cerca.

– ¿Cómo describió esa información secreta? ¿Se trataba de unos planos, de un microchip? ¿De qué?

– Se refirió a ello como un objeto, una cosa.

– ¿Una cosa?

– Utilizó la palabra wu, que significa «objeto» o «cosa», «materia sólida». También es la palabra que en chino se utiliza para «física». Dicho sea de paso, no es la misma que su apellido, sino que se pronuncia de otra manera, más grave.

Una vez más, el pensamiento de Gideon volvió a las radiografías de las piernas de Wu. En ellas aparecían las extremidades destrozadas, llenas de fragmentos de metal y plástico del accidente. Había examinado cuidadosamente todas las manchas de la imagen. ¿Cabía la posibilidad de que se le hubiera escapado algo? ¿Podía haber sido alguno de aquellos fragmentos el objeto que perseguía? Había buscado unos planos, un microchip, un microrrecipiente; pero podría tratarse de otra cosa. Quizá era una pieza de metal.

«Una pieza de metal…»

Su amigo O'Brien le había dicho que según su amiga Epstein, una física, aquellos números parecían una fórmula metalúrgica. Eso era. ¡Eso era!

– Debe comprenderlo -dijo la señora Chung-; el doctor Wu no pensaba desertar a Estados Unidos ni nada por el estilo. Era un ciudadano chino leal a su país. Pero al mismo tiempo también era científico y se sentía obligado por un imperativo ético. Su intención era que nosotros difundiéramos su gran secreto por todo el mundo, de tal modo que nadie pudiera jamás ocultarlo. No sé si lo entiende: iba a ser un regalo, un regalo para el mundo entero de nuestra parte.

«Así pues, Mindy se equivocaba con respecto a sus motivos», pensó Gideon. Sin embargo, en esos momentos tenía preocupaciones más urgentes. Su cerebro funcionaba a toda velocidad. Las piernas de Wu estaban llenas de fragmentos de metal, y su cuerpo seguía en el depósito, esperando que él, como pariente más cercano, fuera a reclamarlo. ¡Santo Dios! Lo único que tenía que hacer era ir allí y extraer lo que andaba buscando.

Pero antes debía recuperar las radiografías y averiguar qué fragmento metálico en concreto debía extraer. Tenía que ir a ver a Tom O'Brien y a su amiga, la física.

Se dio cuenta de que la señora Chung lo observaba.

– Señor Crew -dijo ella-, ¿se da cuenta de que, cuando consiga recuperar lo que el doctor Wu nos traía, deberá entregármelo?

La miró fijamente.

– Lo comprende, ¿verdad? -insistió ella-. Es una obligación de la que no puede escapar.

La voz musical de la anciana subrayó jovialmente aquellas últimas palabras mientras lo obsequiaba con su mejor sonrisa.

Загрузка...