9

Dajkovic emprendió la subida siguiendo el telesilla a paso vivo. Había una distancia de menos de un kilómetro hasta la cima, y la cuesta era acusada, pero él se encontraba en inmejorable forma física y creía que podría cubrirla en diez minutos. Luego, tras coronar la montaña, descendería hacia el camino del aserradero y se abriría paso por el bosque hasta una segunda cima que había localizado en el mapa, un lugar ideal para vigilar la zona de montículos expuestos. Allí tendería una emboscada a su hombre.

Cinco minutos más tarde, cuando se hallaba a mitad de la pendiente, apareció ante sus ojos un cobertizo de mantenimiento del telesilla, cerrado durante el verano. Dajkovic siguió pendiente arriba, rodeándolo. Acababa de pasarlo cuando oyó un «¡bum!» y sintió un tremendo golpetazo en la espalda que, unido al impulso que llevaba, lo tiró al suelo, dejándolo sin aliento.

Intentó desenfundar el Colt 45, luchando contra el dolor y el aturdimiento, pero una bota le aplastaba el cuello y notó el frío contacto del cañón de un arma en la nuca.

– Los brazos bien extendidos, por favor.

Se detuvo mientras su mente trabajaba a toda velocidad, intentando pensar a pesar del dolor. Lentamente, extendió los brazos.

– Lo que lo ha golpeado ha sido una pelota de goma, pero lo que tiene en la nuca es un calibre doce.

El cañón no se despegó mientras el desconocido -que no podía ser otro que Crew- lo registraba y le quitaba el Colt, la Beretta y el cuchillo del cinto, pero pasaba por alto el que tenía escondido en la bota.

– Dese la vuelta y mantenga las manos a la vista.

Con una mueca de dolor, Dajkovic se volvió sobre la tierra del camino y se encontró cara a cara con un hombre alto y delgado, de unos treinta años, de cabello negro y liso, con una nariz larga y unos ojos azules centelleantes que le apuntaba sin vacilar con un Remington del 12.

– Bonita tarde para salir a pasear, ¿verdad, sargento? Me llamo Gideon Crew.

Dajkovic se limitó a mirarlo fijamente.

– Así es, sé muchas cosas de usted, Dajkovic. ¿Qué historia le contó Tucker para que viniera hasta aquí en mi busca?

El veterano soldado no dijo nada mientras su mente funcionaba a toda velocidad. Era humillante que su adversario hubiera sido capaz de sorprenderlo de aquella manera, pero aún no estaba todo perdido: seguía teniendo su cuchillo, y, a pesar de que Crew debía de ser quince años más joven que él, no parecía particularmente musculoso ni en forma.

Crew sonrió.

– La verdad es que creo que adivino lo que el general le dijo.

Dajkovic siguió sin responder.

– Debió de ser una historia bastante buena para que se haya convertido en un vulgar asesino a sueldo. Usted no es el tipo de persona que dispara por la espalda. Seguramente le dijo que yo era un traidor, puede que incluso relacionado con al-Qaeda, porque eso es lo que se lleva hoy en día. En cualquier caso, seguro que estoy aprovechándome de mi posición en Los Álamos para traicionar a mi país. Con algo así sería suficiente.

Dajkovic lo miró sorprendido. ¿Cómo era posible que supiera todo aquello?

– Seguramente también le habló del traidor de mi padre -prosiguió Gideon-, le dijo que por su culpa perdieron la vida todos esos agentes. -Rió sin ganas-. Incluso es posible que le dijera que nuestra familia lleva la traición en la sangre.

La mente de Dajkovic se estaba despejando. La había pifiado, pero lo único que tenía que hacer era conseguir echar mano del cuchillo que llevaba en su bota, y Crew sería hombre muerto aunque consiguiera disparar su escopeta.

– ¿Puedo sentarme? -preguntó.

– Lentamente y sin brusquedades.

Dajkovic se sentó. El dolor casi había desaparecido. Con las costillas rotas ocurría siempre así. Dejaban de doler durante un rato y, después, el dolor reaparecía el doble de fuerte que antes. Casi se ruborizó al pensar que aquel tirillas lo había derribado con un pedazo de caucho.

– Tengo una pregunta para usted -dijo Crew-. ¿Cómo sabe que el viejo Tucker le dijo la verdad?

El soldado no contestó y, por primera vez, se fijó en que a Crew le faltaba la última falange del dedo anular derecho.

– Estaba seguro de que el general enviaría a alguien -siguió diciendo Crew- porque no es la clase de hombre que se pone en primera línea de combate. Sabía que sería alguien en quien confiara, alguien que hubiera servido a sus órdenes. Revisé su lista de empleados y supuse que lo elegiría a usted. Estuvo al frente de un equipo de las Fuerzas de Operaciones Especiales de los Marines durante la invasión de Granada, para poner a salvo el hospital estadounidense antes del desembarco. Hizo un buen trabajo, porque ningún estudiante resultó herido.

Dajkovic seguía con cara de póquer, esperando su oportunidad.

– Bien, ¿ha tomado ya una decisión con respecto a mí? ¿Está dispuesto a escuchar unas cuantas verdades que puede que no encajen con la versión que el general Tucker le dio?

El otro no contestó. No quería dar esa satisfacción a semejante canalla.

– Está bien -añadió Crew-. Puesto que soy quien tiene el arma, supongo que no le queda más remedio que escucharme. ¿Le gustan los cuentos de hadas, sargento? Aquí tengo uno para usted, solo que no es de esos en que todos acaban siendo felices y comiendo perdices. Érase una vez, en 1988, que había un niño de doce años…

Dajkovic escuchó la historia. Sabía que era un camelo, pero prestó atención porque, como buen soldado, conocía el valor de la información, incluso de la falsa.

Duró solo cinco minutos, pero fue un cuento interesante y bien contado. Los tipos como aquel eran todos unos mentirosos formidables.

Cuando hubo acabado, Crew sacó un sobre del bolsillo y lo tiró a los pies de Dajkovic.

– Ahí tiene el memorando que mi padre escribió a Tucker y que fue el motivo de que lo asesinaran.

El soldado no se molestó en cogerlo y, durante un momento, los dos permanecieron donde estaban, mirándose a los ojos.

– Está bien -dijo Crew al fin-. Supongo que ha sido una ingenuidad por mi parte creer que podría convencer a un veterano como usted de que su querido comandante no es más que un mentiroso y un asesino. -Hizo una pausa y añadió-: Quiero que lleve un mensaje a Tucker de mi parte.

Dajkovic ni siquiera parpadeó.

– Dígale que le destruiré como él destruyó a mi padre. Será lento y agradable. El memorando que he hecho llegar a la prensa provocará que se abra una investigación. Estoy seguro de que alguien presentará una solicitud al amparo de la FOIA [1] para confirmar que el documento es verdadero. Cuando se conozca la verdad, paso a paso, la reputación de Tucker quedará en entredicho; y en el mundo en el que se mueve, aunque la corrupción está generalizada, la apariencia de integridad no tiene precio. Así pues, verá cómo su negocio se va lentamente a pique. ¡Pobre Tucker! ¿Sabe usted que está endeudado hasta las cejas? La hipoteca de su casa de McLean, en Virginia, lo tiene cogido por las pelotas, y debe un montón de dinero por esa casa del club de golf de Pocono, por el apartamento de Nueva York y por el yate que tiene en Jersey Shore. -Meneó la cabeza con pesar-. ¿Sabe usted cómo se llama ese yate? Furia Urgente. Tiene gracia, ¿verdad? El momento de gloria de un cagado. Pocono, McLean, Jersey Shore… No se puede acusar de buen gusto al general, ¿no cree? La amiguita que tiene en el East Side fue un paso en la buena dirección, pero parece que es una zorra insaciable, siempre pidiendo y pidiendo. Tucker no ha ahorrado como hacen los buenos chicos. Pero la bancarrota será solo el principio, porque la investigación acabará por sacar a la luz todo lo que le he contado: que tendió una emboscada a mi padre y que fue el responsable directo de la muerte de aquellos veintiséis agentes. Acabará dando con sus huesos en la cárcel.

Dajkovic vio que Crew lo miraba a los ojos y comprendió que se estaba enfadando por su falta de reacción.

– Permítame que le haga otra pregunta -dijo Gideon al fin.

Dajkovic esperó. Su momento se acercaba, lo intuía.

– ¿Ha visto alguna vez a Tucker en combate? ¿Qué sabe de él como soldado? Me apuesto lo que quiera a que no puso un pie en la playa hasta que la cabeza de puente fue totalmente segura.

Dajkovic no pudo evitar recordar lo decepcionado que se sintió al ver que Tucker era el último soldado en pisar Granada. De todas maneras, se trataba de un general, uno de los principales comandantes, y ese era el protocolo del ejército.

– ¡A la mierda! -dijo Crew, dando un paso atrás-. Fue un error creer que usted sería capaz de pensar por su cuenta. Ya tiene el mensaje, ahora vaya a entregarlo.

– ¿Puedo levantarme?

– Desde luego. Levante su patético culo y lárguese.

Había llegado el momento. Dajkovic apoyó las manos en el suelo y empezó a ponerse en pie. Cuando pasó la mano junto a su bota, desenvainó en cuchillo y en un único y fulgurante movimiento lo lanzó contra el corazón de su enemigo.

Загрузка...