35

– ¡Eh!

Gideon oyó la voz desde el otro extremo del vestíbulo y vio que una mujer corría hacia ellos. Mindy Jackson. Había sacado su cartera con la identificación de la CIA y la blandía con el brazo extendido, como un ariete.

– ¡Eh, ustedes! ¡Alto!

El grito resonó con tanta fuerza en el vestíbulo que todo el mundo se detuvo.

Mindy se lanzó contra los tipos trajeados como una bola entre un montón de bolos, empujando a Gideon a un lado.

– ¿Qué demonios creen que están haciendo? -gritó, girándose sobre sí misma-. ¡Soy la ayudante del director de la oficina local de la CIA, y este hombre es mi colega! ¡Tiene inmunidad diplomática! ¿Cómo se atreven a violar sus privilegios? -Agarró a Gideon y tiró de él hacia la puerta.

Al instante aparecieron media docena de pistolas que les apuntaron.

– ¡Usted no va a ninguna parte! -gritó el jefe del grupo, yendo hacia ella.

Mindy desenfundó su pistola, una S &W del 38, como un rayo. El vestíbulo se llenó de gritos cuando la gente vio las armas y corrió a refugiarse tras los sillones y los jarrones.

– Ah, ¿no? -exclamó Mindy-. ¿Quiere un tiroteo con la CIA aquí mismo? ¡Perfecto, piense en el ascenso que le espera por disparar en el vestíbulo del hotel Tai Tam!

Entre grito y grito siguió empujando a Gideon hacia la puerta. Los otros no se movieron mientras ellos desaparecían por una salida de emergencia. De un empujón, Mindy metió a Gideon en el asiento trasero de un Crown Victoria que los esperaba; ella también saltó dentro, cerró de un portazo y el coche partió haciendo derrapar los neumáticos mientras los tipos trajeados corrían hacia sus todoterrenos.

– ¡Pedazo de cabrón! -exclamó, enfundando la S &W en la sobaquera y dejándose caer en el asiento con un suspiro-. ¿Se puede saber qué coño estás haciendo aquí?

– Te debo un favor.

– ¿Un favor? ¡Me debes la vida! ¡No puedo creer que te hayas metido en la boca del lobo tú solito y de esta manera! ¿Te has vuelto loco?

Gideon tuvo que reconocer que, en retrospectiva, su decisión había sido una tontería.

Mindy se volvió.

– Y encima, ahora nos siguen.

– ¿Adónde vamos?

– Al aeropuerto.

– Seguro que no nos dejan salir del país.

– En estos momentos estarán hechos un lío. Habrán pedido instrucciones. Todo depende de lo rápido que la burocracia sea capaz de reaccionar. ¿Sabes manejar una pistola?

– Sí.

Sacó una Walther del 32 que llevaba en el cinturón y se la entregó con un cargador adicional.

– Pase lo que pase, por Dios, no dispares a nadie. Limítate a seguir mis instrucciones.

– De acuerdo.

Mindy se volvió hacia el conductor.

– Aminore y deje que se acerquen.

– ¿Por qué? -preguntó el hombre al volante.

– Puede que así conozcamos sus intenciones. Veremos si solo pretenden seguirnos o quieren sacarnos de la carretera.

El conductor redujo la velocidad, y los todoterrenos se acercaron rápidamente por el carril izquierdo. El que marchaba en cabeza se puso a la altura del coche. Se abrió una de las ventanillas ahumadas, y asomó el cañón de una pistola.

– ¡Al suelo!

El proyectil reventó ambas ventanillas traseras, cubriéndolos con fragmentos de vidrio. Al mismo tiempo, su conductor hizo una maniobra evasiva; haciendo chirriar los neumáticos, cruzó temerariamente cuatro carriles hacia el Eastern Island Corridor.

– Bien, ahora ya conocemos sus intenciones -comentó Gideon secamente.

– Sí, y parece que les han dado instrucciones bastante claras.

El coche aceleró nuevamente, serpenteando entre el tráfico, en dirección al desvío que llevaba al Cross-Harbour Tunnel.

– Seguro que en el túnel nos encontraremos con un embotellamiento. ¿Qué hacemos?

Mindy no respondió, y Gideon miró hacia atrás. Los todoterrenos los perseguían a cierta distancia.

«¡Bong!» Una bala se incrustó en el lateral del coche con un sonoro martillazo. Mindy se asomó por la ventana y disparó cinco tiros en rápida sucesión. El todoterreno los esquivó al tiempo que retrocedía. Agachada en el suelo, vació el tambor del revólver, lo cargó y lo armó de nuevo.

– ¡Agacha la cabeza!

– No van a dejarnos salir del país -dijo Gideon.

«¡Bong!» Otra bala dio en la parte trasera. Gideon se agachó, protegiéndose la cabeza con las manos.

– Disparar una pistola desde un coche es mucho más difícil de lo que parece -repuso Mindy-. No es como en las películas. Dame tu pasaporte.

Gideon rebuscó en sus bolsillos. Oía el rugido del motor, el chirrido de las ruedas, los bocinazos de los coches que dejaban atrás y, en ese momento, también el aullido de las sirenas. Mindy cogió el pasaporte, metió la mano en el bolso y sacó un sello de goma y un tampón. Abrió el documento, lo selló y lo rubricó con su firma.

– Ahora ya tienes estatus diplomático -le dijo, dándoselo.

– ¿Es el procedimiento habitual de la CIA?

Mindy sonrió débilmente mientras el coche aminoraba.

Gideon miró por encima del asiento. Estaban entrando en el túnel. Los todoterrenos habían quedado atrás, atascados entre los coches.

El tráfico intenso los obligó a aminorar y finalmente a detenerse. Gideon se asomó de nuevo y vio que un montón de tipos con traje se apeaban de los vehículos y corrían hacia ellos con las armas en la mano, desplegándose rápidamente.

– Estamos jodidos -dijo.

– En absoluto. Cuando yo salga, empieza a disparar por encima de las cabezas de la gente. Pero asegúrate de no darle a nadie.

– Espera…

Pero Mindy había saltado del coche como una exhalación y corría agachada entre las filas de vehículos parados. Gideon apuntó por encima de la cabeza de los individuos que se acercaban y apretó el gatillo. Notó el retroceso de la pistola una, dos, tres veces. Los disparos resonaron con fuerza en las paredes del túnel. Mientras sus perseguidores se agachaban, a su alrededor oyó los gritos de la gente que salía precipitadamente de sus coches.

El caos fue instantáneo. Enseguida comprendió la táctica de Mindy. Disparó dos veces más, con lo que el pánico aumentó. Se abrieron más portezuelas, sonaron más gritos, la gente corría por encima de los vehículos, huyendo en todas direcciones.

Los tipos trajeados se levantaron e intentaron abrirse paso a la fuerza entre el gentío, pero era como luchar contra la marea. Gideon disparó en todas direcciones. «¡Bang!» «¡Bang!» «¡Bang!» El pánico se extendió, y sus perseguidores tuvieron que agacharse nuevamente. Oyó que Mindy disparaba desde algún lugar por detrás. El revólver de cañón corto sonaba más fuerte que su 32. Al oír las detonaciones, una parte de la gente cambió la dirección de su huida, chocando entre sí y acurrucándose bajo los coches. Gideon oyó ruido de cristales rotos y bocinazos. Intentó localizar los trajes, pero habían desaparecido entre la gente, tendidos en el suelo o quizá incluso pisoteados.

La puerta del coche se abrió de repente. Gideon se volvió y vio a Mindy. La agente enfundó la pistola y se enjugó la frente.

– Hora de largarse.

Salieron y corrieron entre el gentío, alejándose de la entrada de túnel. Era como una epidemia. La multitud iba en aumento a medida que la gente abandonaba sus coches, presa de un frenesí contagioso. Daba la impresión de que todo el mundo creía que se trataba de un ataque terrorista.

Arrastrados por la multitud, salieron por la boca del túnel. La gente saltó una barrera de hormigón y se dejó caer por una breve ladera que daba a Hung Hing Road, donde se desparramó en una masa vociferante hacia el Hong Kong Yatch Club. La multitud derribó rápidamente la garita de la entrada con los vigilantes todavía en su interior, saltó la barrera y se perdió en el recinto del club.

– No te separes de mí -ordenó Mindy, alejándose del tumulto.

Se metieron por una carretera auxiliar, cruzaron unas vías de tren y saltaron una valla de alambre. Al fin se alejaron de la multitud y corrieron por un paseo desde donde se dominaba Victoria Harbour. El camino describía una curva y enlazaba con un muelle de hormigón que se adentraba en las aguas del puerto. Mindy, que llevaba un rato hablando a gritos por el móvil, lo cerró con un golpe seco.

– Por allí -dijo, indicando el muelle asfaltado.

– Pero ¡si es un callejón sin salida! -gritó Gideon.

Entonces vio que había una gran «H», rodeada por un círculo, pintada en el suelo. Alzó la vista y en ese momento oyó el ruido de un helicóptero que se acercaba volando bajo y a toda velocidad. La aeronave sobrevoló el muelle, descendió y se posó. Los dos corrieron hacia las puertas que se abrieron. El helicóptero despegó tan pronto estuvieron a bordo y se alejó, sobrevolando el puerto.

Mindy Jackson se abrochó el cinturón de seguridad y se volvió hacia Gideon, mientras sacaba papel y lápiz.

– Acabo de salvarte la vida, así que vas a dejarte de gilipolleces y me darás esos malditos números.

Gideon se los dio.

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