29

Se sentaron en la barra. Gideon pidió sake, y Mindy Jackson, un Sapporo. No dijeron nada mientras esperaban las bebidas. Con luz y sin la chaqueta pudo verla mejor: labios carnosos, nariz pequeña, un leve rastro de pecas, abundante cabello castaño y ojos verdes. Treinta y pocos años. Elegante, pero quizá demasiado dulce para su profesión, aunque nunca se podía estar seguro. Lo importante era que, aunque no sabía de qué iba todo aquel asunto, ella tenía información que podía llegar a interesarle. De eso estaba seguro. Y para conseguirla, debía ofrecerle algo a cambio.

Llegaron las bebidas, y Mindy tomó un sorbo antes de volverse hacia él con cara de pocos amigos.

– Muy bien, ahora dígame quién es usted y por qué está interesado en Wu.

– Verá, del mismo modo que estoy seguro de que usted no puede contarme los detalles de su misión, yo tampoco puedo hablarle de la mía. -Gideon había tenido tiempo de pensar una historia mientras se dirigían al Ginza's y siempre había sido de la opinión que la mejor mentira era la que menos se apartaba de la verdad-. Ni siquiera tengo una placa, como usted. Y ya que lo mencionamos, me gustaría que me enseñara la suya, aunque solo sea por cortesía profesional.

– Nosotros no tenemos placas, sino identificaciones -repuso secamente mientras se la enseñaba por debajo de la barra-. Ahora dígame, ¿para quién trabaja?

– Sé que esto no le va a gustar, pero trabajo para una empresa privada contratada por el departamento de Seguridad Interior. Querían que recuperara los planos del arma de Wu.

Mindy lo miró fijamente, y él se dio cuenta de que se sentía contrariada.

– ¿El departamento de Seguridad Interior? ¿Por qué demonios está metiendo las narices en nuestros asuntos? ¿Ha dicho que trabaja para una empresa privada?

Gideon se encogió de hombros.

– ¿Qué es lo que sabe? -insistió ella.

– Nada.

– Y una mierda. Wu habló con usted tras el accidente. Le dijo algo. Quiero saber qué fue.

– Me pidió que le dijera a su mujer que la amaba.

– Como mentira es bastante penosa. Wu no está casado. Le dio unos números. Quiero saber qué números son esos.

Gideon la miró a los ojos.

– ¿Qué le hace pensar que me dio unos números?

– Testigos. Declararon que le vieron a usted anotando unos números. Escuche -dijo apartándose un mechón de la cara-, lo dijo usted mismo. Estamos en el mismo bando. Deberíamos trabajar juntos. Unir nuestros recursos.

– No he visto que quiera unirse a mí.

– Deme esos números y lo haré.

– Eso suena excitante.

– No sea capullo. Deme esos números.

– ¿Qué significan?

Vaciló, y Gideon pensó que quizá no lo supiera. Sin embargo, los números siempre eran estimulantes para un agente de la CIA.

– Permítame hacerle una pregunta -prosiguió Gideon-. ¿Qué hace la CIA ocupándose de un asunto interno? Ese es el terreno del FBI.

– Wu venía del extranjero. Lo sabe tan bien como yo.

– Eso no responde a mi pregunta.

– No puedo responder a su pregunta -contestó ella, con creciente irritación-. No me corresponde hacerlo, y estoy segura de que el asunto no le concierne.

– Si quiere saber algo más, tendrá que contestar. No puede obligarme a hablar. No he infringido ninguna ley. Hablar con alguien que ha sufrido un accidente, interesarse por su estado, no es ilegal. -Se preguntó dónde debía de estar Mindy durante el tiroteo en el almacén de chatarra, ¿decapitando a alguien, quizá?

– Si está en juego la seguridad nacional puedo obligarlo a hablar cuando me plazca.

– ¿Y qué va a hacer, someterme a tortura aquí mismo, delante de todo el mundo?

Vio que ella sonreía a su pesar.

– Este caso es demasiado delicado para confiárselo al FBI -suspiró-. Wu era nuestro objetivo. Nosotros le tendimos la trampa sexual.

– Hábleme de eso.

Titubeó nuevamente hasta que pareció llegar a un acuerdo consigo misma.

– Está bien, pero si no quiere acabar pasando unas vacaciones en Guantánamo, será mejor que no diga ni una palabra de lo que voy a contarle. Contratamos a una chica de allí para que se hiciera la encontradiza con Wu, después de la conferencia. Ella consiguió llevárselo a su habitación y allí satisfizo las fantasías sexuales del científico mientras nosotros lo grabábamos todo en vídeo.

– ¿Y funcionó? Acaba de decirme que ese hombre no estaba casado. ¿De qué podía tener miedo?

– Los chinos son muy puritanos. Lo que podría haber acabado con la carrera de Wu no era el sexo, sino las perversiones asociadas con él.

Gideon se echó a reír.

– ¿Perversiones? ¿Qué perversiones?

– De dominación. Ella era atlética y rubia. Un metro ochenta. Teníamos noticias de que a Wu le gustaban ese tipo de cosas, pero nos costó Dios y ayuda encontrar el cebo adecuado. Ella le azotó el culo como corresponde, y nosotros lo filmamos.

– Vaya. ¿Y qué pasó entonces con sus planes de chantaje?

– Nos pusimos en contacto con él y le enseñamos lo que teníamos. Le ofrecimos las fotos y las grabaciones a cambio de los planos, pero le entró miedo. Nos dijo que necesitaba media hora para pensarlo y aprovechó para escapar y coger el primer avión rumbo a nuestro país.

– Vaya, un error de cálculo.

Mindy lo miró con mala cara.

– ¿Y por qué vino aquí? -preguntó Gideon.

– No lo sabemos.

– ¿Estaba desertando?

– No tenemos ni idea de cuáles eran sus intenciones. Lo único que sabemos es que tenía los planos cuando subió al avión.

– ¿Dónde los llevaba escondidos?

– Lo ignoramos.

– ¿Y el coche que provocó el accidente? ¿Saben quién era?

– Los chinos van detrás de él con todos los medios que tienen. Han enviado un agente para que se ocupe de Wu y lo liquide. Creemos que se trata de un individuo que responde al nombre de Nodding Crane. [4]

– ¿Cómo?

– Según parece es un nombre derivado de una posición de kung-fu. Lo han enviado para que elimine a Wu y recupere los planos. Ha conseguido lo primero, pero puesto que sigue aquí suponemos que los chinos todavía no tienen los planos. Deben de estar flotando en alguna parte -lo miró fijamente-, a menos que los tenga usted.

– Yo no los tengo, y usted lo sabe. De lo contrario, ¿por qué seguiría dando vueltas por ahí?

La agente asintió.

– Ahora, los números, por favor.

Gideon se estrujó los sesos intentando que se le ocurriese la manera de corresponderle sin darle ninguna información importante. Podía hablarle del móvil, pero entonces tendría que explicarle dónde lo había encontrado. Mala idea. Darle una serie de números falsa sería aún peor, casi tanto como darle la verdadera: en ese caso, ya no necesitaría nada de él, e intuía que Mindy Jackson podía serle de gran utilidad.

– La única verdad es que no tengo esos números conmigo -aseguró.

La expresión de pocos amigos reapareció combinada con otra de suspicacia.

– ¿Y dónde están?

– Se los entregué a mis superiores. Los están analizando.

– ¿No hizo una copia?

– No, por razones de seguridad. Ese tipo, Nodding Crane, creo que me busca.

– Pues le compadezco. ¿Tampoco los memorizó?

– Era una serie muy larga. De todas maneras pensé que era mejor no saberlo.

Lo miró fijamente.

– No creo ni una palabra.

Gideon se encogió de hombros.

– Le propongo una cosa: cuando vea a mis superiores conseguiré esos números y los compartiré con usted. ¿Qué le parece? -Le ofreció su mejor sonrisa.

La expresión hosca de la agente se suavizó ligeramente.

– ¿Por qué fue al hospital?

– Confiaba en que Wu hubiera dicho algo antes de morir.

– Supongo que descubrió que no fue así.

Asintió.

– ¿Quién era la joven gótica que lo acompañaba?

– Una prostituta. La contraté como complemento de mi disfraz, para despistar al asesino.

– La idea de llevar ese atuendo fue original. Durante un rato me despistó por completo. Está usted realmente feo.

– Gracias.

– Y ahora ¿qué está haciendo?

– Lo mismo que usted, intentando averiguar qué hizo Wu con los planos, volviendo sobre sus pasos, buscando contactos, gente con la que pudo cruzarse por el camino. Hasta el momento no he conseguido nada. Mindy -dijo extendiendo las manos-, aprecio que haya compartido su información conmigo, de verdad. -Se esforzaba por parecer sincero-. Sigamos compartiendo. Le prometo que le conseguiré esos números lo antes que pueda y la informaré de todo lo que descubra -acabó diciendo con una amplia sonrisa.

Ella lo miró con desconfianza. Luego, anotó un número en una servilleta.

– Es mi móvil. Puede llamarme a cualquier hora, de día o de noche. Espero por su bien que no intente engañarme. -Se levantó para marcharse y dejó la servilleta y un billete de veinte en la barra.

– Gracias por unirse a mí -dijo Gideon con una sonrisa burlona.

– Ya le gustaría.

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