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Amanecía sobre Central Bronx, una mancha de un amarillo sucio ascendía en el cielo por encima del Mosholu Parkway. Gideon miraba por la ventana sucia del Lexington Avenue Express sin ver nada, sin oír nada, sin sentir nada. Llevaba horas en el tren -iba desde la terminal sur de Utica Avenue, en Queens, hasta la norte de Woodlawn, en el Bronx, y vuelta a empezar-, viajando sin experimentar ninguna emoción, en el territorio gris de la mera existencia.

Habían pasado años desde la última vez que había llorado, pero se sorprendió derramando lágrimas de tristeza y de furia por su estupidez y egoísmo.

Sin embargo, en esos momentos estaba más allá de todo eso. Había cruzado la línea, y su mente, lenta pero firmemente, volvía a funcionar y empezaba a comprender algunos hechos con toda claridad: Nodding Crane había asesinado a Orchid y escondido su cuerpo para que no lo encontraran enseguida y, de ese modo, tener una vía de escape. La había asesinado por dos razones: primero, porque cabía la posibilidad de que supiera algo; pero sobre todo, y lo más importante, la había asesinado para provocarlo. Y lo había conseguido plenamente, porque para Gideon, Nodding Crane tenía que morir. No podía ser de otra manera; él había arrastrado a Orchid a una muerte trágica y se lo debía.

Y sin duda eso era precisamente lo que Crane esperaba que hiciera.

Gideon había estado planeando los detalles durante las largas horas pasadas en el tren. Lo que ambos buscaban estaba enterrado en Hart Island, y los dos irían allí a buscarlo; pero solo uno de ellos regresaría. De todas maneras, Gideon no estaba loco, así que era consciente de que debía preparar el terreno a su favor. Y ahí era donde entraba Mindy Jackson, que ya había demostrado de lo que era capaz. Ella sería su as en la manga.

Sacó el móvil y marcó su número. Para su sorpresa, contestó.

– Gideon…

– ¿Dónde estás? -preguntó él.

– En el centro. No he tenido suerte con la mujer. ¿Y tú? ¿Has averiguado algo?

– Todo.

Se hizo un breve silencio, hasta que ella contestó fríamente.

– Cuéntamelo.

– Vale, pero antes quiero que me prometas una cosa: que haremos esto a mi manera.

Otra pausa.

– De acuerdo. Lo haremos a tu manera.

– Bien. Escucha. Wu no pretendía entrar de contrabando los planos de ningún arma, sino que llevaba incrustado en la pierna un fragmento de metal. Ese metal está hecho de un material revolucionario. Los números que Wu me dio son la fórmula, la composición. Junta los dos, y lo tienes todo.

– ¿Qué tipo de nuevo metal?

– Un superconductor que trabaja a temperatura ambiente.

Le explicó lo que aquello significaba, y le impresionó la rapidez con que ella comprendió las consecuencias y el peligro que entrañaba.

– A Wu -prosiguió- le amputaron las piernas tras el accidente y están enterradas en una fosa común en Hart Island, el campo de sangre de Nueva York. Tengo que ocuparme de algunas cosas, pero esta noche pienso ir allí a desenterrarlas.

– ¿Cómo las encontrarás?

– Los miembros y órganos humanos se entierran por orden, en unas cajas numeradas. He conseguido el número. Es posible que tengamos que hacer algunos descartes, pero lo tengo todo previsto. En City Island hay un sitio donde se pueden alquilar unas barcas fuera borda. Está pasado el puente. Se llama Murphy's Bait and Tackle. Reúnete allí conmigo a las diez de la noche.

– ¿Está lejos Hart Island?

– Más o menos a una milla al nordeste de City Island, en mitad del canal de Long Island, enfrente de Sands Point. Trae un rifle de francotirador.

– Oye, esto es fantástico. ¿Cómo…?

Gideon la interrumpió.

– Nodding Crane estará allí.

– Mierda.

– Recuerda que tenemos un trato. Lo haremos a mi manera. No quiero un ejército de la CIA descendiendo sobre la isla y que Crane se asuste. Solo tú y yo.

Cerró el móvil. Cogió un trozo de papel del suelo y escribió algo en él.


***

Nodding Crane estaba sentado al otro lado de la calle, frente a San Bartolomé, tocando su guitarra ajada. La policía había aparecido y se había marchado. Habían retirado el cordón policial, y un equipo de limpieza se había ocupado de dejar la iglesia como estaba. Todo había vuelto a la normalidad. Era una hermosa mañana, y solo unas pocas nubes surcaban el cielo azul. Lo único que tenía que hacer era esperar.


I want my lover, come and drive my fever away

(Quiero que mi amante venga y aplaque esta fiebre)


Vio llegar a Crew por la calle Cuarenta y nueve, caminando contra la corriente de peatones, y doblar la esquina en Park. En el momento justo. La visión de su aspecto ojeroso y despeinado, de sus ojos vacíos, lo llenó de no poca satisfacción. Gideon cruzó Park Avenue y caminó directamente hasta donde Crane estaba sentado con el estuche de su guitarra abierto ante él. El asesino siguió tocando y canturreando en voz baja. Sabía que Gideon no intentaría nada; había mucha gente allí.


Doctor says she'll do me good in a day

(El médico dice que me hará bien enseguida)


Crew arrojó una bola de papel al estuche de la guitarra, donde se juntó con unos cuantos billetes y algunas monedas. Se quedó esperando. Nodding Crane acabó la canción y alzó despacio la cabeza. Sus miradas se cruzaron. Durante un interminable minuto se miraron fijamente a los ojos, y Crane vio el odio implacable que se reflejaba en los ojos de su adversario. En su interior, aquello lo reconfortó. Entonces, Gideon apartó bruscamente la vista, dio media vuelta y se alejó por donde había llegado, hacia Lexington Avenue.

Cuando lo hubo perdido de vista, Nodding Crane recogió la bola de papel, la desplegó y leyó lo que resultó ser una nota escrita a mano.


Nos encontraremos en Hart Island, hoy a medianoche. Allí es donde están enterradas las piernas amputadas de Wu. El lugar exacto donde se encuentran lo llevare en un bolsillo, escrito en un papel. Para conseguirlo o para conseguir el fragmento de metal tendrá que matarme. De lo contrario, lo matare yo. Sea como fuere, uno de nosotros morirá en Hart Island.

Así es como lo ha planeado, y así es como ha de ser.

G. C.

Nodding Crane retorció el papel en su mano, mientras una expresión de placer se dibujaba en su rostro.

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