Capítulo 25

Poco más de una hora después, Theresa Snow entró en la consulta de Clevenger en el Instituto Forense de Boston. Clevenger la había localizado justo al llegar a su casa y le había dicho que debía verla enseguida.

Clevenger acercó una silla a su mesa y le hizo una señal para que tomara asiento. Él se sentó en la silla de su escritorio.

– ¿De qué quiere hablar? -preguntó ella.

– De la verdad.

Sus miradas se cruzaron, y ella la sostuvo.

– ¿La verdad sobre qué?

– Sobre John.

– Dígame a qué se refiere.

– Sé qué pasó en realidad, Theresa. Y sé por qué. -Clevenger apartó la mirada-. No estoy orgulloso de lo que he hecho en la sala de interrogatorios, aunque volvería a hacerlo.

Ella permaneció en silencio. Clevenger volvió a mirarla y bajó la voz.

– Sé por qué mató a John. Y no la culpo por haberlo hecho.

– Está usted loco -replicó ella tímidamente.

– Su mente estaba enamorada de la mente de John, pero el resto de usted estuvo muerto todos los años de su matrimonio.

No hubo reacción.

– Siguió a su lado cuando cualquier otra persona se habría ido. Se quedó a pesar de que era cruel con su hijo. Se quedó mientras él prodigaba todo su afecto a su hija. Usted se puso en el último lugar. Lo puso a él en el primero porque era extraordinario.

– Los matrimonios se basan en cosas distintas -dijo ella-. El nuestro se basaba en el trabajo de John.

– Y por eso estuvo de acuerdo con Coroway y Reese. Dejó que le montaran a John una aventura porque sabía lo mucho que sufría cuando se bloqueaba, cuando no podía crear. El Vortek lo torturaba. Y entonces John dio con alguien que le proporcionó una clase de energía nueva, una energía que ustedes dos nunca tuvieron juntos, una energía que era capaz de hacer que su creatividad arrancara. Así que usted sacrificó sus sentimientos de nuevo. Por él.

– En realidad, ella no debía… Ya sabe.

– Acostarse con él.

Parecía que esas palabras la hubiesen herido.

– En teoría, debía decirle que él le importaba mucho, pero que primero tenía que resolver su matrimonio. En teoría, debía encauzar la energía de John hacia su trabajo.

– Hasta que hubiese acabado el Vortek. Entonces todo habría terminado entre ellos.

Theresa asintió con la cabeza.

– Pero no acabó. Para ella no. Ni para él. Todos los años que usted había estado a su lado, todo el sufrimiento de Kyle, no parecían valer para nada. John no quería vivir sin Grace Baxter y del mismo modo, ella no quería vivir sin él. Así que usted, y no Collin, le dijo a John que habían empujado a Grace a que lo sedujera. Hizo añicos su confianza en ella. Y entonces fue cuando él le dijo que abandonaba… a todo el mundo. Le dijo que la operación los convertiría a ustedes dos en desconocidos.

– Ni siquiera recordaría lo que me había hecho.

– Usted para él no existiría -dijo Clevenger-. Él era quien la amenazaba con aniquilarla. Nadie podía esperar que usted consintiera que eso pasara.

Clevenger deslizó la mano unos centímetros en su dirección, y ella la miró con deseo. Él vio que en su mirada había hambre, hambre de la clase de conexión que su marido había encontrado con otra mujer.

– Hay un motivo por el que nada salió como Coroway y Reese le dijeron que saldría -dijo Clevenger-. A veces, cuando las personas se conocen, sienten algo que jamás habían sentido. Es un encaje perfecto. Un viejo profesor que tuve solía decir que era como encontrar tu mapa del amor. Grace Baxter era el de John. Y viceversa.

– ¿Algún día podré…? -Theresa lo miró a los ojos.

– Cuénteme qué sintió -dijo Clevenger.

– ¿Cuándo?

– Al dispararle.

Theresa dudó.

– Puede contármelo. Todo ha acabado. Acusarán a Reese del asesinato de Grace. Y a Coroway del de John. -Se quedó callado un momento-. ¿Se sintió bien?

Ella cerró los ojos y los abrió, como una gata.

– Me sentí persona por primera vez.

– Por una vez antepuso sus sentimientos a los de él.

– La verdad es que no me creía capaz de apretar el gatillo, pero entonces tuvo la desfachatez de decirme que superara el pasado, que me reinventara a mí misma. ¡Después de haberle entregado toda mi vida! -Theresa movió la mano de forma que ya casi tocaba la de Clevenger-. Lo extraño es que creo que disparándole sí que me reinventé. Creo que cambié toda la arquitectura de mi vida.

– ¿Cree que por eso Kyle le dio el arma de John? ¿Para que pudiera escapar?

– Los dos necesitábamos hacerlo.

Clevenger respiró hondo y meneó la cabeza.

– A Coroway le caerá cadena perpetua. No sé si se lo merece.

– Collin, George y yo sabíamos que jugábamos con fuego -dijo Theresa-. Cualquiera de nosotros podía quemarse en cualquier momento.

– Eso es verdad -dijo Clevenger-. Lo que pasa es que nunca se sabe cuándo o cómo ocurrirá.

Clevenger giró la silla en dirección al gran espejo de marco recargado que había en la pared opuesta. Theresa se giró y también miró el espejo. Al verse reflejada, sonrió.

Clevenger alcanzó el botón que había debajo de su mesa. El reflejo de ambos se fue desvaneciendo poco a poco, y las luces de la consulta fueron atenuándose. El espejo se volvió transparente y se pudo ver a Collin Coroway, Mike Coady, Billy Bishop y a Jet Heller de pie detrás de él.

– ¿Frank? -preguntó Theresa, confundida y nerviosa.

– Perdóneme por montar otra obra teatral a su costa.

– Nadie puede atestiguar nada de lo que le he dicho -protestó Theresa-. Usted es psiquiatra. Ésta es su consulta.

– Pero no soy su psiquiatra. Y esto no es una terapia. Es la investigación de un asesinato.

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– ¿Ha sido Kyle? ¿Se lo ha contado él?

– Kyle jamás la traicionaría. Durante todos estos años sólo la ha tenido a usted -dijo Clevenger-. Lo que pasó es que no me cuadraba que le diera el arma de John a Collin. Su hijo es demasiado inteligente para eso. Quería que su marido muriera. El único motivo que tenía Collin para matar era el dinero, y ya tenía una fortuna. Pero usted… Usted mataría por pasión, por celos, por rabia. Usted mataría por los mismos motivos por los que George Reese mató a Grace, porque no aguantaba imaginar que su pareja pudiera renacer. No cuando usted había soportado durante tanto tiempo un matrimonio que estaba muerto.

La puerta de la consulta se abrió. Coady entró con las esposas en la mano.

– Creía que me entendía -dijo Theresa en un tono sumamente vulnerable-. Creía… ¿No siente nada por mí?

– Sí -respondió Clevenger-. Me siento mal por no habernos conocido como médico y paciente antes de que ocurriera todo esto. Quizá así habría tenido una oportunidad de ser libre de verdad en lugar de vivir entre rejas.


* * *

Billy Bishop se sentó en el asiento situado junto a la ventana, en el extremo opuesto a la mesa de Clevenger. Había sabido cómo se desarrollaría el drama en la jefatura de la policía de Boston.

– Así pues, ¿quién crees que te voló la camioneta? -le preguntó a Clevenger.

– Me apuesto lo que quieras a que fue Kyle Snow -contestó él-. Tenía motivos y sabe algo de explosivos, pero no puedo demostrarlo.

– Yo lo veo igual -dijo Billy-. Ayudó a que mataran a Grace Baxter y a su padre, y casi te mata a ti. Todo porque se odia a sí mismo. Se lo veo en los ojos. En la vida va a necesitar más Oxycontin que ahora.

– Cada vez se te da mejor.

– El doctor Heller ha estado muy convincente ahí dentro. Sabe actuar.

– No tiene ninguna intención de cambiar de trabajo. Me ha dicho que se tomará una semana de vacaciones y que después tiene programado un caso muy importante. Otra niña. Ésta tiene un tumor.

Billy se estremeció.

– ¿Crees que estará lo suficiente calmado?

– Se recuperará -respondió Clevenger-. El caso de John Snow está cerrado, en parte gracias a él… y a ti.

Parecía que Billy tuviera algo importante que decir, pero que no encontrara las palabras.

– Estoy seguro de que podrías presenciar las operaciones si quisieras -dijo Clevenger-. Le encanta tenerte en el quirófano. Y te aseguro que a mí no me importa.

– No pensaba en el doctor Heller.

Clevenger esperó.

– He hablado con Casey sobre el bebé -dijo Billy-. Anoche a última hora.

Menuda transición. Clevenger quería ayudarle a ser objetivo.

– Ya te dije que todavía es demasiado pronto para saber si de verdad querrá tenerlo -dijo.

– Lo sé -dijo Billy-. Pero le dije que no pasaba nada si lo tenía.

A Clevenger no se le ocurría ninguna respuesta rápida.

– A ver, es una persona, ¿verdad? -añadió Billy-. O tiene posibilidades de serlo. Así que si ya la quiere, no seré yo quien la obligue a hacer algo que no desea, algo de lo que quizá se arrepienta el resto de su vida.

Aquello sonaba de maravilla. También sonaba a primer paso de un camino muy largo y muy duro.

– Parece que quieres a esa chica -le dijo Clevenger.

Billy se puso incluso rojo, se miró los pies un momento y luego volvió a mirar a Clevenger.

– ¿Has llamado a Whitney?

– Todavía no.

Billy meneó la cabeza.

– Nos vemos en el loft. -Y se levantó.

Clevenger también se levantó.

Se dieron un abrazo que duró unos segundos más que el breve abrazo típicamente masculino que solían darse.

Billy se fue.

Clevenger se sentó de nuevo. Miró el teléfono durante diez, quince segundos antes de descolgar el auricular. Marcó el número de Whitney McCormick de Washington. Escuchó cómo el teléfono de ella sonaba una, dos, tres veces.

– ¿Diga? -contestó Whitney.

– Soy Frank.

Silencio.

Clevenger miró por la ventana al puerto de Chelsea, de aguas de color azul intenso, y espumosas debido al viento invernal e incesante que soplaba.

– No quiero que esto… que lo nuestro acabe.

Clevenger oía la respiración de McCormick, pero ella no le dijo nada.

– Creo que deberíamos intentar pasar más tiempo juntos, no menos, porque conocer a alguien que te haga sentir que podrías ser más de lo que eres no es nada habitual. Y la verdad es que ahora pienso eso. Es algo que pasa una vez de cada millón. Y creo que a nosotros nos pasa.

Ella seguía sin responder. Clevenger suspiró.

– O nos pasaba.

– Nos pasa -dijo ella.

Clevenger cerró los ojos.

– Quiero verte.

– ¿Me das un poquito de tiempo?

– Desde luego. -Abrió los ojos.

– Y creo que será mejor que nos veamos en el Ritz -dijo ella-. Tenemos que instaurar nuestra propia tradición.

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