CAPÍTULO DOCE

Lo despertó un olor penetrante, un olor áspero y repulsivo, que le contrajo el estómago de repente. Trató de abrir los ojos, pero sólo pudo abrir uno, el otro permaneció medio cerrado, con la punta del párpado pegada, pero se despegó de pronto, con un tirón doloroso, velándole la mirada.

– Fue un borracho, anteayer… vomitó en una esquina y todavía tengo que limpiar. Pero tendrá que conformarse, es el único calabozo que hay.

Leonardi estaba sentado en un taburete, fuera del cuarto, en el pasillo. De Luca se encontraba en el suelo, apoyado a la pared, con la boca abierta.

– ¿Qué… hago aquí? -preguntó.

– ¿Le parece una pregunta digna de un policía? ¿Qué se hace en un calabozo? Está encerrado, arrestado.

De Luca se aclaró la voz. Aquel olor era insoportable y le llenaba la boca de saliva, como si fuera a vomitar también él.

– ¿Qué hago aquí vivo, quiero decir?

– Claro, vivo. Anoche vi el periódico y fui a la fonda. La Alemanita me dijo lo que había pasado y dónde estaba y llegué justo cuando se lo llevaban. Así que lo arresté y lo tomé bajo mi custodia.

– ¿Y Carnera no le dijo nada?

– Dijo que me la estaba buscando, pero yo llevaba esto y se tuvo que callar. -Leonardi se metió la mano en el bolsillo de la cazadora y sacó una bomba de mano, negra, pequeña y redonda-. Pero no durará mucho, ingeniero… yo bromeo, pero estoy cagado de miedo.

De Luca levantó el brazo, tendiendo la mano a Leonardi, que lo miró sin entender.

– Animo, brigadier, ayúdeme a levantarme, que quiero salir de aquí.

– Hombre, ingeniero, es que…

De Luca suspiró.

– Brigadier, usted no ha vuelto a buscarme por mis discursos sobre la justicia… Lo que pasa es que se ha dado cuenta de que estamos en la misma barca y que el único modo que tenemos de salvar el pellejo es vencer a Carnera. Eso lo sé yo también, así que esté tranquilo, que no me escapo… ya hemos visto que es inútil.

Leonardi asintió, luego tendió a su vez el brazo y de un tirón decidido levantó a De Luca de la pared.

En la oficina de la policía, al final del pasillo, De Luca inspiró por la nariz hasta marearse.

– Está manchado de sangre -dijo Leonardi-, ¿quiere un poco de agua?

De Luca se tocó la frente e hizo una mueca, rozando la costra dura de un corte.

– Luego nos ocupamos de eso -dijo-, ahora tenemos algo más importante que hacer.

Dio la vuelta al escritorio y se sentó en el lugar de Leonardi, absorto, con la mirada en el techo, mordiéndose la parte interior del labio. Leonardi lanzó una ojeada a la otra silla, fastidiado, luego suspiró.

– El verano turbio -dijo.

De Luca levantó la vista:

– ¿Cómo?

– Había un artículo de L’Unità, la semana pasada, que definía así el verano del 44, porque se combatía arriesgando el pellejo… Ha pasado ya el verano del 45 y yo sigo combatiendo.

De Luca se encogió de hombros, con una mueca indiferente.

– No me acuerdo de un solo verano que no fuera turbio. Y los que vendrán.

Leonardi arrugó el entrecejo, sacudiendo la cabeza, luego vio el periódico abierto por la fotografía, en el aparador lleno de papeles, y sonrió amargamente.

– Tiene gracia la cosa -dijo-, yo, partisano y comunista, estoy estudiando cómo meter entre rejas a un camarada. Con un fascista.

De Luca dejó de mirar el techo. Apoyó los brazos en la mesa, encorvado, con la cabeza entre los hombros.

– Basta con ese rollo del fascista -dijo.

– ¿Ah, sí? ¿Acaso usted también es partisano, ingeniero?

– No, soy policía. Era policía. -Luca se rascó la costra, arrancándosela despacio, con la uña. Suspiró-. Llevaba dos años en la universidad cuando hice el curso de policía y me cogieron. Mis padres no lo sabían, querían que yo fuera abogado, pero yo leía a Gaborieau, los cuentos de Poe, la Rue Morgue… Fui el inspector más joven de la comisaría italiana. El primer caso que resolví… ¿Se acuerda de Matera? ¿O era demasiado joven?

– Lo leí más tarde, en los periódicos. Filippo Matera, nuestro Orvieto.

– Exacto… Pues lo cogí yo. Causó sensación, para lo poco que salió en los periódicos… Mussolini en persona me mandó una tarjeta. Luego vino el 8 de septiembre, el jefe de la policía desertó y yo me quedé al mando de la comisaría durante dos días, con un solo agente, hasta que llegaron los alemanes y con ellos Rassetto. Así fue como acabé en una oficina que funcionaba, trabajando como policía de nuevo, de verdad, como antes. Que hay un caso que resolver, que hay que encontrar a alguien… Yo lo resuelvo y yo lo encuentro. Nunca torturé a nadie, nunca vi torturar a nadie… ¿no se lo cree? Como usted quiera. No estuve en la Escuadra Política por fascista, sino como tantos otros; no me importaba nada…

– Claro, claro, usted cumplía con su deber…

– ¡Con mi deber no, Leonardi, con mi trabajo! Es diferente…

– Sí, es diferente. Es peor todavía.

De Luca hizo una mueca e hizo un gesto de impotencia, apoyándose en el respaldo.

– Bueno. Dejemos de lado los juicios, no es el momento. Sus bombas no nos dejarán vivir mucho tiempo, así que intentemos acabar con este engorro.

Se levantó y empezó a dar vueltas por el cuarto, con las manos en los bolsillos. Leonardi aprovechó para recuperar la silla.

– Hay muchos puntos oscuros en este caso -dijo De Luca-, empezando por el tal Baroncini, que no tiene nada que ver pero siempre está en todas partes y se escapa como si hubiera hecho algo. ¿Recogió la información que le pedí?

– Sí: pagó los dos camiones en liras, en metálico, en el acto. El mismo día compró también un terreno, pero que no vale nada, porque está lleno de minas.

– Algo valdrá… Baroncini no me parece de los que tira el dinero. Baroncini fue a casa del conde la noche de su muerte, pero no con Carnera. Baroncini sabe algo importante y tiene miedo, porque escapa y manda a Bedeschi que me diga que lo deje en paz. Pasemos a Carnera… Deje que me siente, por favor.

Leonardi se levantó instintivamente y De Luca se sentó. Leonardi abrió la boca para decir algo, pero De Luca volvió a tomar la palabra.

– Entonces, Carnera y su GAP van a la mansión para liquidar… para ajusticiar al conde. Todo normal, menos el hecho de que Carnera, víctima de un momento de debilidad, se mete en el bolsillo un broche y un anillo. Luego, de repente, algo salta y todos corren. ¿Qué hay en esa casa tan terrible? ¿Fantasmas? Algo gordo debió ser, porque no bastaba el Topolino, hizo falta la furgoneta de Gianni… y sobre todo -De Luca dio con los nudillos en la madera de la mesa- algo peligroso, tanto que tuvieron que cerrar la boca a Delmo con el broche, aunque por poco tiempo. ¿Qué pudo asustar a Carnera?

Leonardi no dijo nada y De Luca asintió.

– Eso es. A Carnera nada le asusta. Es un héroe, pero no sólo eso, es un héroe que razona a fondo sobre las relaciones de fuerza, si no, me hubiera matado el otro día en la era. Y Carnera sabe bien que aquí él es el más fuerte.

De Luca volvió a golpear con los nudillos en la mesa y se abandonó en el respaldo, juntando los brazos sobre el pecho. Leonardi esperó, hasta que no resistió más:

– ¿Entonces?

– Entonces hay que encontrar al conde. La cosa espantosa que asusta a Carnera está enterrada con él.

Leonardi se mordió un labio, se llevó las manos a las caderas y volvió la cabeza a un lado, asomado a la ventana.

– Estoy esperando, brigadier -dijo De Luca.

– Oiga, ingeniero, yo no sé dónde está enterrado el conde. Hay tantos sitios con gente por los alrededores, en el margen del río, detrás de la mansión del conde…

– Detrás de la mansión no, usaron un medio de transporte… Necesitamos un lugar poco frecuentado y poco conocido, bastante inaccesible y lejano. ¿Conoce un lugar así, brigadier?

Leonardi sacudió la cabeza sin dejar de mirar al exterior, luego abrió la boca.

– ¡Ah, sí, sí que hay uno! Una vez, Carnera enterró a un alemán. Válgame Dios, ingeniero… ¡es el terreno que compró Baroncini!

Загрузка...