XXXVII

Y como alguno de ustedes acaso recordará, Calcedonia ganó, ese primero de marzo, la cuarta carrera. Cuando Gauna, hacia el atardecer, pasó por la peluquería, recibió de manos de Pracánico mil setecientos cuarenta pesos. En el almacén de la esquina celebraron, con un vermut acorchado y con un queso bastante agrio, la victoria.

Gauna reconoció que debía estar contento, pero sin alegría se encaminó a su casa. El destino, que sutilmente dirige nuestras vidas, en ese golpe de suerte se había dejado ver de manera desembozada y casi brutal. Para Gauna, el hecho tenía una sola interpretación posible: él debía emplear el dinero como en el año veintisiete; debía salir con el doctor y con los muchachos; debía recorrer los mismos lugares y llegar, la tercera noche, al Armenonville y, después, al alba, en el bosque: así le sería dado penetrar de nuevo las visiones que había recibido y perdido esa noche, y alcanzar definitivamente lo que fue, como en el éxtasis de un sueño olvidado, la culminación de su vida.

No podía decir a Clara: «He ganado este dinero en las carreras y voy a gastarlo con los muchachos y el doctor, en las tres noches de carnaval». No podría anunciar que dilapidaría estúpidamente un dinero que necesitaban tanto en la casa, con el agravante de pasar tres noches de alcohol y de mujeres. Podría, tal vez, hacer todo eso; no, decirlo. Ya se había acostumbrado a ocultar a su mujer algunos pensamientos; pero estar con ella esa noche y no decirle que a la otra noche saldría con los amigos, le parecía una ocultación traidora y, además, impracticable.

Clara lo recibió tiernamente. La confiada alegría de su amor se reflejaba en toda su persona; en el brillo de los ojos, en la curva de los pómulos, en el pelo despreocupadamente echado hacia atrás. Gauna sintió como un espasmo de piedad y de tristeza. Tratar así a un ser que lo quería tanto, pensó, era monstruoso. Y además, ¿por qué? ¿No eran, acaso, felices? ¿Quería cambiar de mujer? Como si la determinación no dependiera de él, como si un tercero fuera a decidir, se preguntó qué ocurriría al día siguiente. Después resolvió que no saldría; que no abandonaría (pensar este verbo lo estremeció) a Clara.

Era tarde cuando apagaron la luz. Creo que hasta bailaron esa noche. Pero Gauna no dijo que había ganado dinero en las carreras.

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