IX

Como la cortina metálica de la peluquería ya estaba cerrada, entró por la puerta lateral. Hacia el fondo se veía un patio de tierra, vasto y abandonado, con un álamo y una tapia de ladrillos, sin revocar. Oscurecía.

Abrió la puerta cancel y llamó. La criadita del dueño de casa (el señor Lupano, que le alquilaba el local a Massantonio) le dijo que esperara un momento. Gauna vio un dormitorio, con una cama de nogal enchapado, con una colcha celeste y con una muñeca negra de celuloide, con un ropero, de igual madera que la cama, en cuyo espejo se repetía la muñeca y la colcha, y con tres sillas. La muchacha no regresaba. Gauna oyó un ruido de latas, hacia el fondo del patio. Dio un paso hacia atrás y miró. Un hombre trasponía la tapia.

Al rato volvió a llamar. La muchacha preguntó si el señor Massantonio no lo había atendido todavía.

– No -dijo Gauna.

La muchacha fue a llamarlo de nuevo. Al rato volvió.

– Ahora no lo encuentro -dijo con naturalidad.

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