VIII

Entró en el salón del café Platense, notable por los globos de cristal que lo iluminaban, colgados de largos cordones cubiertos de moscas. Los muchachos no estaban ahí. Los encontró en los billares. Cuando Gauna abrió la puerta, el Gomina Maidana se preparaba para hacer una carambola. Estaba vestido con un traje casi violeta, muy abrochado, y tenía atado al cuello un abundante y espumoso pañuelo blanco, de seda. Un señor de cierta edad, trajeado de luto y conocido como la Gata Negra, se disponía a escribir algo en el pizarrón. Maidana debió de dar el tacazo con algún apresuramiento, pues, aunque la carambola era fácil, erró. Todos se rieron. Gauna creyó advertir una indefinida hostilidad general. Maidana recuperó la calma. Se disculpó:

– El gran campeón tiene pulso obediente, pero celoso.

Gauna oyó este comentario de Pegoraro:

– ¿Qué quieren? Aparece de pronto el santo…

– ¿Santo? -Gauna contestó sin enojarse-. Lo bastante para darte la extremaunción.

Previó que averiguar los hechos de la noche anterior no sería tan fácil como había supuesto. No tenía muchas ganas de hacer averiguaciones, ni mucha curiosidad.

Todos miraban la jugada y, de improviso, él había entrado. Aunque el sobresalto era explicable, Gauna se preguntó si cuando supiera lo que había ocurrido la noche anterior, la explicación no cambiaría.

Si quería que los muchachos le dijeran algo tenía que ser muy cauteloso. Ahora no debía irse ni debía preguntar nada. Debía estar, simplemente. Como las enfermedades curables, solamente podía solucionarse esta situación por una cura de tiempo. Tenía un vívida conciencia de no participar en la conversación. Por primera vez le pasaba eso con los muchachos. O, por primera vez, advertía que le pasaba eso. «Hasta las siete no me iré», se dijo. Era un testigo, pero un testigo sin nada que atestiguar. Siguió pensando: «Hasta las ocho no cierra Massantonio. Iré a verlo cuando cierre. No me iré a las siete, sino a las ocho menos cuarto». Tuvo un secreto placer en contrariarse. Más placer en contrariarse que en esa inesperada ocupación de espiar a sus amigos.

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