IV

A la mañana siguiente Larsen amaneció con dolor de garganta; a la tarde tenía gripe. Gauna había propuesto a los muchachos «postergar la salida para mejor oportunidad»; pero, al notar la contrariedad que provocaba, no insistió. Sentado sobre un cajoncito de madera blanca, ahora escuchaba a su amigo. Éste, en mangas de camiseta, envuelto en una frazada, sobre un colchón a rayas, apoyada la cabeza en una almohada muy baja, le decía:

– Anoche, cuando me tiré en esta cama, ya sospechaba algo; hoy, a cada hora que pasaba, me sentía peor. Toda la mañana estuve mortificándome con la idea de no poder salir con ustedes, de que a la noche me voltearía la fiebre. A las dos de la tarde ya era un hecho.

Mientras oía las explicaciones, Gauna pensaba con afecto en la manera de ser de Larsen, tan diferente de la suya.

– La encargada me recomienda gárgaras de sal -declaró Larsen-. Mi madre fue siempre gran partidaria de las de té. Me gustaría oír tu opinión al respecto. Pero no creas que estoy inactivo. Ya me lancé al ataque con un Fucus. Por cierto que si consulto al brujo Taboada -que sabe más que algunos doctores con diploma- tira todos estos remedios y me hace pasar una semana comiendo tanto limón que de pensarlo me da ictericia.

Hablar de gripe y de las tácticas para combatirla, casi lo conciliaba con su destino, casi lo animaba.

– Con tal que no te contagie -dijo Larsen.

– Vos todavía creés en esas cosas.

– Y, che, la pieza no es grande. Menos mal que esta noche no dormirás aquí.

– Los muchachos se mueren si dejamos la salida para mañana. No creas que les entusiasma salir; les asusta comunicar a Valerga la postergación.

– No es para menos -la voz de Larsen cambió de tono-. Antes de que me olvide ¿cuánto ganaste en las carreras?

– Lo que dije. Mil pesos. Más exactamente: mil sesenta y ocho pesos con treinta centavos. Los sesenta y ocho pesos con treinta centavos quedaron para Massantonio, que me pasó el dato.

Gauna consultó el reloj; agregó después:

– Ya es hora de irme. Es una lástima que no vengas.

– Bueno, Emilito -contestó Larsen persuasivamente-. No bebas demasiado.

– Si supieras cómo me gusta, sabrías que tengo voluntad y no me tratarías como a un borracho.

Загрузка...