Cuando se abrió la puerta del ascensor, Big Cyndi lo estaba esperando. Por fin se había lavado la cara. Había desaparecido todo el maquillaje. Sin duda había utilizado un chorro de arena o un martillo neumático.
Ella lo recibió diciéndole:
– Rarísimo, señor Bolitar.
– ¿De qué se trata?
– De acuerdo con sus instrucciones, repasé el registro de llamadas de Clu Haid -explicó Big Cyndi. Después sacudió la cabeza-. Rarísimo.
– ¿Qué es rarísimo?
Ella le dio una hoja de papel.
– Resalté el número en amarillo.
Myron lo miró mientras entraba en la oficina. Big Cyndi lo siguió y cerró la puerta detrás de ellos. El número estaba en la zona de código 212. Eso significaba Manhattan. Aparte de eso, era del todo desconocido.
– ¿Qué pasa con él?
– Es de un club nocturno.
– ¿Cuál?
– Adivina.
– ¿Perdón?
– Es el nombre del lugar -explicó Big Cyndi-. Adivina. Está a dos manzanas del Leather-N-Lust.
Leather-N-Lust era el bar sadomasoquista que había empleado a Big Cyndi como gorila. Lema: Castiga a los que amas.
– ¿Conoces el lugar? -preguntó Myron.
– Un poco.
– ¿Qué clase de club es?
– Travestís y transexuales en la mayoría. Pero tiene un público variado.
Myron se frotó las sienes.
– Cuando dices variado…
– En realidad no deja de ser un concepto interesante, señor Bolitar.
– Estoy seguro.
– Cuando vas a Adivina nunca sabes a ciencia cierta qué consigues. ¿Sabe a lo que me refiero?
Myron no tenía ni la más mínima idea.
– Perdona mi ingenuidad sexual, ¿pero podrías explicarte?
Big Cyndi frunció el rostro mientras pensaba. No era un espectáculo agradable.
– En parte, es lo que te puedes esperar: hombres vestidos como mujeres, mujeres vestidas como hombres. Pero entonces algunas veces una mujer es sólo una mujer y un hombre es sólo un hombre. ¿Me sigue?
Myron asintió.
– Ni siquiera un poco.
– Por eso se llama adivina. Nunca sabes a ciencia cierta. Por ejemplo, puedes ver a una mujer hermosa, muy alta, con una peluca platino. Así que te dices es un él-ella. Pero, y esto es lo que hace especial a Adivina, quizá no lo es.
– ¿No es qué?
– Un él-ella. Un travestí o un transexual. Quizás es una mujer hermosa que se ha puesto unos tacones superaltos y una peluca para confundirte.
– ¿Y cuál es la razón para eso?
– Es lo divertido del lugar. La duda. Hay un cartel dentro: «Adivina: va de ambigüedad, no de androginia».
– Pegadizo.
– Pero ésa es la idea. Es un lugar de misterios. Te llevas a alguien a casa. Crees que es una mujer hermosa o un hombre guapo. Pero hasta que los pantalones no están abajo del todo nunca estás seguro. La gente se viste para engañar. Sencillamente nunca lo sabes hasta que bueno, ¿ha visto Juego de lágrimas?
Myron hizo una mueca.
– ¿Eso es deseable?
– Si le va, por supuesto.
– ¿Si me va qué?
Ella sonrió.
– Exactamente.
Myron se frotó las sienes de nuevo.
– O sea que los clientes no tienen ningún problema con que -buscó la palabra correcta, pero no había ninguna- un tipo gay, por ejemplo, no se cabree cuando descubre que se ha llevado a casa a una mujer.
– Es la razón por la que acudes a un lugar como ése. La emoción. La incertidumbre. El misterio.
– El equivalente sexual al juego de las bolsas sorpresa.
– Correcto.
– Excepto que en este caso, de verdad te puedes sorprender con lo que sacas.
Big Cyndi se lo pensó.
– En realidad, si lo piensa, señor Bolitar, sólo puede ser una de dos cosas.
Myron ya no lo tenía tan claro.
– Pero me gusta la analogía de las bolsas sorpresa -continuó Big Cyndi-. Sabes qué estás trayendo a la fiesta pero no tienes idea de lo que te vas a llevar a casa. Una vez un tipo se marchó con lo que creía que era una mujer obesa. Resultó que era un tipo con un enano debajo del vestido.
– Por favor, dime que es una broma.
Big Cyndi se limitó a mirarlo.
– A ver -continuó Myron-, tú frecuentabas el lugar.
– He estado un par de veces. Pero no en los últimos tiempos.
– ¿Por qué no?
– Por dos razones. Primero, compiten con los de Leather-N-Lust. Es un grupo diferente, pero todos nos abastecemos del mismo mercado.
Myron asintió.
– La fuente pervertida.
– No le hacen daño a nadie.
– Al menos nadie que no quiera que se lo hagan.
Ella hizo un mohín, que no era algo muy bonito en una luchadora de ciento cincuenta kilos, sobre todo sin su maquillaje de cemento.
– Esperanza tiene razón.
– ¿En qué?
– Puede ser muy cerrado de mente.
– Sí. Soy todo un conservador. ¿Cuál es la segunda razón?
Ella titubeó.
– Es obvio que soy partidaria de la libertad sexual. No me importa lo que se haga siempre que sea consensuado. Yo misma he hecho algunas cosas muy salvajes, señor Bolitar. -Ella lo miró a los ojos-. Muy salvajes.
Myron se encogió, al temer que podría compartir detalles.
– Pero Adivina comenzó a atraer el tipo de público equivocado.
– Vaya, eso es sorprendente -dijo Myron-. Cualquiera diría que se trata de un lugar natural para las vacaciones familiares.
Ella sacudió la cabeza.
– Es tan reprimido, señor Bolitar.
– ¿Porque quiero saber el sexo de mi pareja antes de desnudarme?
– Debido a su actitud. Las personas como usted causan traumas sexuales. La sociedad se vuelve tan reprimida sexualmente, de hecho tan reprimida, que cruzan la línea entre el sexo y la violencia, entre actuar y el peligro verdadero. Llegan a una etapa donde hacen daño a las personas que no quieren ser dañadas.
– ¿Adivina atrae a esa clase de público?
– Más que ninguno.
Myron se reclinó en la silla y se frotó la cara con las dos manos. Comenzó a oír los clics cerebrales.
– Esto podría explicar algunas cosas -dijo.
– ¿Cómo qué?
– Por qué Bonnie por fin echó a Clu. Una cosa es tener una hilera de novias. Pero si Clu frecuentaba un lugar como ése, si comenzaba a inclinarse hacia -de nuevo, ¿cuál sería la palabra?- hacia lo que sea. Y si Bonnie lo descubrió, bueno, eso podría explicar la separación legal. -Asintió para sí mismo al oír más clics internos-. Y podría explicar su extraña conducta de hoy.
– ¿Qué quiere decir?
– Ella insistió en pedirme que no escarbase demasiado. Sólo quiere que libre a Esperanza y después abandone la investigación.
Big Cyndi asintió.
– Tienen miedo de que esto pueda saberse.
– Correcto. Si algo como esto se hace público, ¿cómo podrían reaccionar sus chicos?
Otro pensamiento que flotaba en el cerebro de Myron se enganchó en una roca puntiaguda. Miró a Big Cyndi.
– Supongo que Adivina atrae en su mayor parte a bisexuales. Me refiero que si no sabes qué te llevas, ¿quién mejor sino alguien al que no le importe?
– Yo diría que ambisexuales -dijo Big Cyndi-, o personas que quieren algo de misterio. Que quieren algo nuevo.
– Pero también bisexuales.
– Sí, por supuesto.
– ¿Qué pasa con Esperanza?
Big Cyndi se encabritó.
– ¿Qué pasa con ella?
– ¿Frecuentaba ese lugar?
– No lo sé, señor Bolitar. Y no veo la relevancia.
– No pregunto por diversión. Tú quieres que la ayude, ¿no? Eso significa escarbar donde no queremos.
– Lo entiendo, señor Bolitar, pero usted la conoce mejor que yo.
– No esta faceta -dijo Myron.
– Es que Esperanza es una persona muy reservada. En realidad no lo sé. Por lo general tiene a alguien fijo, pero no sé si ella ha ido allí o no.
Myron asintió. Tampoco importaba mucho. Si Clu había estado frecuentando ese lugar, le daría a Hester Crimstein más dudas razonables. Un lugar de comercio sexual con una reputación de violencia; era la receta de desastre natural. Clu podría haberse llevado a casa el paquete equivocado. O ser el paquete equivocado. También había que pensar en el dinero. ¿Dinero para pagar un chantaje? ¿Le había reconocido un cliente? ¿Le había amenazado? ¿Le había filmado?
Sí, montones de confusas dudas razonables.
O un buen lugar para buscar a una amiguita esquiva. O a un amiguito. O algo en el medio. Sacudió la cabeza. No era una cuestión de ética o dilema moral para Myron; la desviación sencillamente lo confundía. Repugnancia aparte, no lo entendía. Supuso que era falta de imaginación.
– Tendré que hacer una visita a Adivina -dijo.
– Solo no -dijo Big Cyndi-. Iré con usted.
La vigilancia sutil quedaba descartada.
Bien.
– Y no ahora. Adivina no abre hasta las once de la noche.
– Vale. Entonces iremos esta noche.
– Yo tengo el vestuario -dijo ella-. ¿De qué se va a vestir?
– De hombre heterosexual reprimido -dijo él-. Lo único que tengo que hacer es ponerme mis Rockports. -Miró de nuevo el listado de teléfonos-. Tienes otro número marcado en azul.
– Usted mencionó a un viejo amigo llamado Billy Lee Palms.
– ¿Éste es su número?
– No. El señor Palms no existe. No está en la guía de teléfonos. Y lleva cuatro años sin pagar los impuestos.
– ¿Entonces de quién es este número?
– De los padres del señor Palms. El señor Haid les llamó dos veces el mes pasado.
Myron comprobó la dirección. Westchester. Recordaba vagamente haber conocido a los padres de Billy Lee durante el Día de las Familias en Duke. Consultó su reloj. Le llevaría una hora llegar allí. Cogió la chaqueta y fue hacia el ascensor.