13

El coche de Myron, el Ford Taurus de la empresa, había sido requisado por la policía, así que alquiló un Mercury Cougar marrón. Esperaba que las mujeres fuesen capaces de resistirse. Cuando puso en marcha el coche, la radio estaba sintonizada en Lite FM 106.7. Patti LaBelle y Michael McDonald cantaban una triste balada titulada On My Own. La una vez feliz pareja se separaba. Trágico. Tan trágico que, como decía Michael McDonald: «ahora estábamos hablando de divorcio… y ni siquiera estábamos casados».

Myron sacudió la cabeza. ¿Para esto Michael McDonald dejó a los Doobie Brothers?

En la facultad Billy Lee Palms había sido el chico de las fiestas. Tenía muy buena pinta, el pelo negro, y una magnética, aunque un tanto pringosa, combinación de carisma y machismo, la clase de cosa que iba muy bien con las jóvenes estudiantes lejos de casa por primera vez. En Duke los hermanos de la fraternidad lo habían bautizado como Nutria, el personaje falsamente suave de la película Desmadre a la americana. Encajaba. Billy Lee también era un gran jugador de béisbol, un receptor que había llegado a alcanzar las ligas mayores durante media temporada, en el banquillo de los Baltimore Orioles el año que ganaron la serie mundial.

Pero de aquello habían pasado años.

Myron llamó a la puerta. Segundos más tarde, la puerta se abrió de golpe y de par en par. Sin ningún aviso, nada. Extraño. Hoy en día todo el mundo miraba a través de las mirillas o por la puerta entreabierta sujeta con la cadena, o como mínimo preguntaba quién era.

Una mujer que reconoció a duras penas como la señora Palms preguntó: «¿Sí?». Era pequeña con una boca de ardilla y ojos que sobresalían como si algo detrás de ellos los empujase para salir. Llevaba el pelo recogido en la nuca, pero varias hebras se habían escapado y caían por delante de su cara. Las apartó con los dedos.

– ¿Es usted la señora Palms? -preguntó.

– Sí.

– Me llamo Myron Bolitar. Fui a Duke con Billy Lee.

– ¿Sabe dónde está?

Su voz bajó una octava o dos.

– No, señora. ¿Ha desaparecido?

Ella frunció el entrecejo y dio un paso atrás.

– Pase, por favor.

Myron entró en el vestíbulo. La señora Palms ya caminaba por un pasillo. Señaló a la derecha sin volverse o interrumpir el paso.

– Entre en la habitación de la boda de Sarah. Estaré allí en un segundo.

– Sí, señora.

¿La habitación de la boda de Sarah?

Siguió hacia donde ella le había señalado. Cuando dio la vuelta a la esquina, se oyó a sí mismo soltar una leve exclamación. La habitación de la boda de Sarah. La decoración era una sala de estar de lo más común, algo sacado de una tienda de muebles de venta por correo. Un sofá y un puf formaban una L rota, probablemente la oferta especial del mes, 695 dólares por los dos, el sofá podía convertirse en una cama, algo así. La mesa de centro era un cuadrado de roble, una pequeña pila de revistas sin leer en una esquina, flores de seda en el medio, un par de libros en la otra punta. La alfombra de pared a pared era beige claro, y había dos lámparas con pantallas de estilo colonial.

Pero las paredes eran cualquier cosa menos comunes.

Myron había visto muchas casas con fotos en las paredes. No era nada extraño. Incluso había estado en una o dos casas donde las fotografías dominaban más que complementaban el entorno, aunque eso no le impresionaba para quedarse boquiabierto. Pero esto iba más allá de lo surrealista. La habitación de la boda de Sarah -caray, tendría que ir en mayúsculas- era una recreación de aquel episodio. Al pie de la letra. Las fotos de la boda a todo color habían sido ampliadas a tamaño real y pegadas como papel de pared. La novia y el novio le sonreían desde la derecha. A la izquierda, Billy Lee con esmoquin, sin duda el padrino o quizá sólo el acomodador, le sonreía. La señora Palms, vestida con un traje de verano, bailaba con su marido. Delante estaban las mesas de los invitados, muchas. Los invitados lo miraban y le sonreían todos a tamaño real. Era como si una foto panorámica de la boda hubiese sido ampliada al tamaño de La guardia nocturna de Rembrandt. Las parejas bailaban algo lento. Tocaba una orquesta. Había un sacerdote, arreglos florales, una tarta de bodas, porcelana y manteles blancos, de nuevo, todo en tamaño real.

– Por favor siéntese.

Se volvió hacia la señora Palms. ¿Era la verdadera señora Palms o una de las reproducciones? No. Vestía informal. Era la legítima. Casi tendió una mano para tocarla y asegurarse.

– Gracias.

– Es la boda de nuestra hija Sarah. Se casó hace cuatro años.

– Ya lo veo.

– Fue un día muy especial para nosotros.

– Estoy seguro.

– Lo celebramos en el Manor, en West Orange. ¿Lo conoce?

– Allí celebramos mi bar mitzvah -contestó Myron.

– ¿De verdad? Sus padres deben tener muy agradables recuerdos de aquel día.

– Sí.

Pero ahora no lo tuvo muy claro. Mamá y papá guardaban la mayoría de las fotos en un álbum.

La señora Palms le sonrió.

– Es extraño, lo sé, pero… oh, he explicado esto mil veces. ¿Qué más da una más?

Suspiró, señaló el sofá. Myron se sentó. Ella también.

La señora Palms cruzó las manos y lo miró con la mirada vacía de una mujer que se sienta demasiado cerca de la gran pantalla de la vida.

– Las personas sacan fotos de sus momentos más especiales -comenzó ella demasiado ansiosa-. Quieren capturar los momentos importantes. Quieren disfrutarlos, saborearlos y revivirlos. Pero no es eso lo que hacen. Toman la foto, la miran una vez, y después la guardan en una caja y la olvidan. Yo no. Recuerdo los buenos tiempos. Me refocilo en ellos, los recreo, si puedo. Después de todo, vivimos para esos momentos, ¿no es así, Myron?

Él asintió.

– No soy muy aficionada al arte -continuó ella-. No disfruto con la idea de colgar fotografías impersonales en las paredes. ¿Cuál es el sentido de mirar imágenes de personas y lugares que no conozco? No me interesa mucho el diseño de interiores. Y tampoco me gustan las antigüedades ni las tonterías de Martha Stewart. ¿Pero sabe qué encuentro hermoso?

Se detuvo y lo miró expectante.

Myron comprendió que era su entrada.

– ¿Qué?

– Mi familia -contestó ella-. Mi familia es hermosa para mí. Mi familia es arte. ¿Tiene sentido para usted, Myron?

– Sí.

Por curioso que fuese, lo tenía.

– Así que a ésta la llamo la habitación de la boda de Sarah. Sé que es ridículo poner nombres a las habitaciones. Ampliar las viejas fotografías y utilizarlas como papel de pared. Pero todas las habitaciones son como ésta. El dormitorio de Billy Lee en la planta alta se llama el Catcher's Mitt. Es donde todavía duerme cuando viene. Creo que le consuela. -Enarcó una ceja-. ¿Quiere verla?

– Claro.

Ella casi saltó del sofá. La caja de escalera aparecía recubierta con gigantescas ampliaciones de fotos en blanco y negro. Una pareja de rostro severo vestidos para la boda. Un soldado de uniforme.

– Ésta es la pared de las generaciones. Aquellos de allí son mis bisabuelos. Y éste es Hank. Mi marido. Murió hace tres años.

– Lo siento.

Ella se encogió de hombros.

– Esta caja de escalera se remonta a tres generaciones. Creo que es una bonita manera de recordar a nuestros antepasados.

Myron no discutió. Miró la foto de la joven pareja, que comenzaban su vida juntos, lo más probable un tanto asustados. Ahora estaban muertos.

Pensamientos profundos, de Myron Bolitar.

– Sé lo que está pensando -comentó la mujer-. ¿Pero es más extraño que colgar óleos de parientes muertos? Esto es más parecido a la vida.

Difícil de rebatir.

Las paredes en el pasillo superior mostraban algo que parecía una fiesta de disfraces de los setenta. Atuendos deportivos y pantalones acampanados. Myron no preguntó, y la señora Palms no explicó. Mejor así.

Ella giró a la izquierda y Myron la siguió al Catcher's Mitt. Hacía honor a su nombre. La vida de Billy Lee en el béisbol estaba expuesta como en una de las exposiciones del Salón de la Fama. Comenzaba con Billy Lee en la liga infantil, en la posición de receptor, la sonrisa grande y muy confiada para ser un niño tan joven. Los años pasaron. De la liga infantil a la liga Babe Ruth, al instituto, a Duke, y acababa con su año de gloria con los Orioles, Billy Lee mostrando orgulloso su anillo de la Serie Mundial. Myron observó las fotos de Duke. Una había sido tomada delante de la Psi U, la casa de su fraternidad. Un Billy Lee con el uniforme de jugador tenía su brazo apoyado en Clu, muchos hermanos de la fraternidad al fondo, incluidos, vio ahora, él mismo y Win. Myron recordó cuándo habían hecho la foto. El equipo de béisbol acababa de derrotar a Florida State para ganar el campeonato nacional. La fiesta había durado tres días.

– Señora Palms, ¿dónde está Billy Lee?

– No lo sé.

– Cuándo dice no lo sé…

– Se ha ido -le interrumpió ella-. De nuevo.

– ¿Lo había hecho antes?

Ella miró la pared. Sus ojos ahora se veían vidriosos.

– Quizá Billy Lee no encuentra consuelo en esta habitación -dijo en voz baja-. Quizá le recuerde lo que pudo haber sido. -Ella se volvió hacia Myron-. ¿Cuándo fue la última vez que vio a Billy Lee?

Myron intentó recordar.

– Fue hace mucho tiempo.

– ¿Cómo es que no se han vuelto a ver?

– Nunca estuvimos muy unidos.

Ella señaló la pared.

– ¿Es usted? ¿En el fondo?

– Así es.

– Billy Lee me habló de usted.

– ¿De verdad?

– Dijo que era un agente deportivo. El agente de Clu, si no estoy equivocada.

– Así es.

– Entonces, ¿sigue siendo amigo de Clu?

– Sí.

Ella asintió como si lo explicase todo.

– ¿Por qué busca a mi hijo, Myron?

Él no tenía claro cómo explicarlo.

– ¿Se ha enterado de la muerte de Clu?

– Sí, por supuesto. Aquel pobre chico. Un alma perdida. Como Billy Lee en muchos sentidos. Creo que es la razón por la que se sentían tan atraídos el uno por el otro.

– ¿Vio a Clu últimamente?

– ¿Por qué quiere saberlo?

– Estoy intentando descubrir quién le mató.

El cuerpo de la mujer se envaró como si sus palabras contuviesen una pequeña descarga eléctrica.

– ¿Cree que Billy Lee tuvo algo que ver con ello?

– No, por supuesto que no. -Pero incluso cuando lo decía, comenzó a preguntárselo. Clu es asesinado; quizá su asesino escapa. Más dudas razonables-. Sólo quiero saber hasta qué punto eran íntimos. Pensé que quizá Billy Lee podría ayudarme.

La señora Palms miraba la imagen de los dos jugadores delante de la Psi U. Tendió la mano como si fuese a acariciar el rostro de su hijo. Pero se apartó.

– Billy Lee era apuesto, ¿verdad?

– Sí.

– Las chicas -dijo-. Todas querían a mi Billy Lee.

– Nunca vi a nadie que se defendiese mejor con las chicas -afirmó.

Esto la hizo sonreír. Continuó mirando la imagen de su hijo. Era algo siniestro. Myron recordó el viejo episodio de Más allá de la realidad, cuando la anciana estrella de cine escapa de la realidad entrando en una de sus viejas películas. Parecía como si la señora Palms desease hacer lo mismo.

Por fin apartó la mirada.

– Clu vino hace unas semanas.

– ¿Puede ser más precisa?

– Curioso.

– ¿Qué?

– Eso mismo preguntó la policía.

– ¿La policía estuvo aquí?

– Claro.

Seguro que repasaron los registros de llamadas, pensó Myron, o encontraron otro vínculo.

– Le diré lo mismo que les dije a ellos. No puedo ser más específica.

– ¿Sabe qué quería Clu?

– Vino a ver a Billy Lee.

– ¿Billy Lee estaba aquí?

– Sí.

– Entonces, ¿vive aquí?

– A veces. Los últimos años la vida no ha sido muy buena con mi hijo.

Silencio.

– No pretendo ser curioso -comenzó Myron-, pero…

– ¿Qué le pasó a Billy Lee? -acabó ella-. La vida le atrapó, Myron. La bebida, las drogas, las mujeres. Pasó temporadas en rehabilitación. ¿Conoce Rockwell?

– No, señora.

– Es una clínica privada. Acabó su cuarta estancia en Rockwell no hace ni dos meses. Pero no pudo mantenerse limpio. Cuando estás en la facultad, o incluso cuando tienes veintitantos, puedes sobrevivido. Cuando eres una gran estrella y las personas te miran puedes salir con bien. Pero Billy Lee no era lo bastante bueno para alcanzar ese nivel. Así que no tenía a nadie en quien apoyarse. Excepto yo. Y yo no soy tan fuerte.

Myron tragó saliva.

– ¿Sabe por qué Clu vino a ver a Billy Lee?

– Supongo que por los viejos tiempos. Salieron. Quizá tomaron unas cuantas cervezas e intentaron ligar con chicas. En realidad no lo sé.

– ¿Clu visitaba a Billy Lee con frecuencia?

– Bueno, Clu había estado fuera de la ciudad -respondió ella, demasiado a la defensiva-. Volvió por aquí hace unos meses. Pero por supuesto, eso ya lo sabe.

– ¿Así que fue sólo una visita casual?

– Eso creí en aquel momento.

– ¿Y ahora?

– Ahora mi hijo ha desaparecido y Clu está muerto.

Myron lo pensó.

– ¿Adónde suele ir cuando escapa de esta manera?

– A cualquier parte. Billy Lee es un tanto nómada. Se va, hace las cosas horribles que se hace a sí mismo, y cuando toca fondo, vuelve aquí.

– ¿Así que no sabe dónde está?

– Así es.

– ¿Ninguna idea en absoluto?

– No.

– ¿Ningún local favorito?

– No.

– ¿Quizás una amiga?

– Ninguna que yo sepa.

– ¿Algún amigo cercano con quien alojarse?

– No -respondió ella con voz lenta-. No tiene amigos de ésos.

Myron sacó su tarjeta y se la dio.

– Si tiene noticias de él, señora Palms, ¿podría comunicármelo por favor?

Ella observó la tarjeta mientras salían de la habitación y bajaban las escaleras.

Antes de abrir la puerta, la señora Palms dijo:

– Usted era el jugador de baloncesto.

– Sí.

– El que se lesionó la rodilla.

El primer partido de la pretemporada como profesional. Myron había sido reclutado por los Boston Celtics en primera ronda. Una terrible colisión y su carrera se acabó. Así de sencillo. Acabada incluso antes de comenzar.

– Sí.

– Usted consiguió dejarlo atrás -comentó la mujer-. Consiguió seguir adelante con su vida, ser feliz y productivo. -Ladeó la cabeza-. ¿Por qué no pudo Billy Lee?

Myron no tenía respuesta, en parte porque no estaba seguro de que su suposición fuese del todo acertada. Dijo adiós y la dejó sola con sus fantasmas.

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