27

Llamó a FJ a las nueve de la mañana. La secretaria de FJ le informó que al señor Ache no se le podía molestar. Myron le dijo que era urgente. Lo siento, el señor Ache no está en la oficina. Myron le recordó que acababa de decir que no se le podía molestar. No se le puede molestar, replicó la secretaria, porque no está en la oficina. Ah.

– Dígale que quiero reunirme con él -dijo Myron-. Y que tiene que ser hoy.

– No le puedo prometer…

– Sólo dígaselo.

Consultó su reloj. Había quedado con papá en el club a mediodía. Le daba tiempo para intentar encontrarse con Sally Li, la médica jefa forense de Bergen County. La llamó a su despacho y le dijo que quería hablarle.

– Aquí no -respondió Sally-. ¿Conoces el Fashion Center?

– En uno de los centros comerciales de la ruta 17, ¿no?

– En la esquina de Ridgewood Avenue. Hay una tienda delante de Bed, Bath y Beyond. Nos encontraremos allí en una hora.

– ¿Bed, Bath y Beyond es parte del Fashion Center?

– Tendrá algo que ver con la parte de Beyond.

Ella colgó. Myron se sentó al volante del coche de alquiler y se dirigió hacia Paramus, Nueva Jersey. Lema: No existe una cosa llamada demasiados comercios. La ciudad de Paramus era como un ascensor repleto donde algún imbécil mantiene la puerta abierta y grita: «Vengan, podemos meter otro centro comercial más».

Nada en el Fashion Center era particularmente fashion; el centro comercial era tan poco atractivo que ni siquiera los adolescentes lo frecuentaban. Sally Li estaba en un banco con un cigarrillo apagado en los labios. Llevaba la bata verde y las sandalias de goma sin calcetines; el calzado favorito de muchos forenses porque facilitaba la tarea de limpiar la sangre, las tripas y otros desechos humanos con una simple manguera de jardín.

De acuerdo, hay que explicar un poco los antecedentes: durante la pasada década o algo así: Myron había mantenido un romance de ida y vuelta con Jessica Culver. En fecha más reciente habían estado enamorados. Comenzaron a vivir juntos. Ahora se había acabado. O eso creía él. No tenía muy claro qué había pasado. Los observadores objetivos quizá podían apuntar a Brenda. Ella apareció y cambió muchas cosas. Pero Myron no estaba seguro.

¿Esto qué tiene que ver con Sally Li?

El padre de Jessica, Adam Culver, había sido el jefe médico forense de Bergen County hasta que lo habían asesinado hacía ya unos años. Sally Li, su ayudante y amiga, había ocupado su lugar. Así la había conocido Myron.

Se le acercó.

– ¿Otro centro comercial donde fumar está prohibido?

– Ya nadie utiliza la palabra «prohibido» -explicó Sally-. Ahora dicen «libre de humo». Éste no es un centro comercial donde está prohibido fumar. Es una zona libre de humo. Muy pronto llamarán al agua debajo de la superficie zona libre de aire. O al Senado una zona libre de cerebros.

– ¿Entonces por qué quisiste que nos encontráramos aquí?

Sally exhaló un suspiro, se sentó erguida.

– Porque quieres información acerca de la autopsia de Clu Haid, ¿correcto?

Myron titubeó, asintió.

– Bien, mis superiores, y utilizó el término sabiendo que ni siquiera tengo iguales, fruncirían el entrecejo si nos viesen juntos. De hecho, lo más probable es que me despidiesen.

– ¿Entonces por qué correr el riesgo? -preguntó Myron.

– En primer lugar, voy a cambiar de trabajo. Vuelvo al Oeste, probablemente a la UCLA. Segundo soy bonita, mujer y lo que ahora llaman asiático-americana. Hace más difícil que me echen. Podría montar un escándalo y los políticamente ambiciosos detestan aparecer como maltratadores de una minoría. Tercero, eres un buen tipo. Descubriste la verdad cuando asesinaron a Adam. Me pareció que te lo debo. -Se quitó el cigarrillo de los labios, lo guardó en el paquete, sacó otro, se lo puso en la boca-. ¿Qué es lo que quieres saber?

– ¿Así como así?

– Así como así.

– Creí que tendría que poner en marcha mi encanto -dijo Myron.

– Sólo si quieres que me desnude. -Ella hizo un gesto-. Vaya, ¿con quién estoy bromeando? Adelante, Myron, pregunta.

– ¿Heridas? -preguntó Myron.

– Cuatro heridas de bala.

– Creí que eran tres.

– También nosotros al principio. Dos en la cabeza, ambas a quemarropa, cualquiera de ellas hubiese sido fatal. Los polis creyeron que era una. Había otra en la pantorrilla derecha, y otra en la espalda, en el omóplato.

– ¿A más distancia?

– Sí, yo diría que por lo menos un metro y medio. Parecían de un treinta y ocho, pero yo no hago balística.

– Tú estuviste en la escena, ¿no?

– Sí.

– ¿Sabes si forzaron la entrada?

– Los polis dijeron que no.

Myron se echó hacia atrás y asintió para sí mismo.

– A ver si entiendo la teoría del fiscal correctamente. Corrígeme si me equivoco.

– Será un placer.

– Dedujeron que Clu conocía al asesino. Él le dejó entrar a él o a ella de forma voluntaria, hablaron o lo que sea, y después algo salió mal. El asesino desenfundó un arma. Clu corrió, el asesino disparó dos veces. Un proyectil le alcanzó en la pantorrilla, el otro en la espalda. ¿Puedes decirme cuál fue el primero?

– ¿Cuál qué?

– El disparo en la pantorrilla o en la espalda.

– No -contestó Sally.

– Vale, así que Clu cae. Estaba herido pero no muerto. El asesino acercó el arma a la cabeza. Bam, bam.

Sally enarcó una ceja.

– Estoy impresionada.

– Gracias.

– Hasta donde es válido.

– ¿Perdón?

Ella exhaló un suspiro y se movió en el banco.

– Hay algunos problemas.

– ¿Cuáles?

– Movieron el cuerpo.

Myron sintió que se le aceleraba el pulso.

– ¿Mataron a Clu en alguna otra parte?

– No. Pero movieron el cuerpo. Después de matarlo.

– No lo entiendo.

– La lividez no se vio afectada, así que la sangre no tuvo tiempo de posarse. Pero lo arrastraron por el suelo, lo más probable poco después de la muerte, aunque bien pudo ser hasta una hora más tarde. Luego pusieron patas arriba la habitación.

– El asesino buscaba algo -dijo Myron-. Lo más probable es que fuesen los doscientos mil dólares.

– No sé nada de eso. Pero había manchas de sangre por todo el lugar.

– ¿Qué quieres decir con manchas?

– Mira, soy forense. Yo no interpreto las escenas del crimen. Pero el lugar era un desastre. Muebles y librerías tumbadas, cajones vaciados y sangre por todas partes. En las paredes. En el suelo. Como si lo hubiesen arrastrado como a una muñeca de trapo.

– Quizá se arrastró él mismo. Después del disparo en la pierna y la espalda.

– Supongo que podría ser. Por supuesto, es difícil arrastrarse por las paredes a menos que seas el Hombre Araña.

La temperatura de la sangre de Myron bajó varios grados. Intentó procesar la información. ¿Cómo encajaba todo eso? El asesino estaba desesperado por encontrar el dinero. Vale, tenía sentido. ¿Pero por qué arrastrar el cadáver? ¿Por qué manchar las paredes con sangre?

– Aún no hemos acabado -dijo Sally.

Myron parpadeó como si saliese de un trance.

– También hice un análisis toxicológico completo del difunto. ¿Sabes qué encontré?

– ¿Heroína?

Ella sacudió la cabeza.

– Cero.

– ¿Qué?

– Nada, nada de nada, cero patatero.

– ¿Clu estaba limpio?

– Ni siquiera un antiácido.

Myron hizo una mueca.

– Pero sólo podría haber sido temporal, ¿no? Me refiero a que las drogas bien podrían haberse ya eliminado por su organismo.

– No.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Voy a intentar explicarlo de forma comprensible. Si un tipo abusa de las drogas o el alcohol, eso aparece en alguna parte. El corazón agrandado, daños en el hígado, nódulos en el pulmón, lo que sea. Apareció. No había duda que Clu Haid había probado algunos productos químicos muy potentes. Había, Myron. Había. Hay otros análisis -análisis del pelo, por ejemplo- que te muestran una instantánea más reciente. Y estaban limpios. Eso significa que llevaba tiempo sin consumir.

– Pero falló un análisis de dopaje hace dos semanas.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Estás diciendo que aquel análisis fue amañado?

Sally levantó las dos manos.

– No, no. Sólo te estoy diciendo que mis datos ponen en duda aquel otro. Nunca dije nada de un amaño. Bien podía haber sido un error inocente. Hay cosas como los falsos positivos.

A Myron le dio vueltas la cabeza. Clu estaba limpio. Su cuerpo había sido arrastrado después de haber recibido cuatro disparos. ¿Por qué? Nada de esto tenía ningún sentido.

Hablaron durante unos minutos más, sobre todo del pasado, y fueron hacia la salida diez minutos más tarde. Myron se dirigió hacia su coche. Hora de ver a papá. Probó el nuevo móvil -podías contar que Win tenía más esparcidos por todo el apartamento- y llamó a Win.

– Articula -respondió Win.

– Clu tenía razón. El análisis fue amañado.

– Vaya, vaya -dijo Win.

– Sawyer Wells fue testigo del análisis.

– Más vaya, vaya.

– ¿A qué hora ofrece la charla motivacional en Reston?

– A las dos -respondió Win.

– ¿Estás de humor para que te motiven?

– No sabes cuánto.

Загрузка...