El estadio de los Yankees estaba agazapado en la noche, los hombros agachados como si intentase escapar del resplandor de sus propias luces. Myron aparcó en la zona 14, donde aparcaban los ejecutivos y los jugadores. Sólo había otros tres coches. El guardia nocturno en la entrada de prensa le dijo que lo aguardaban, que los Mayor se reunirían con él en el campo. Myron bajó hasta la grada inferior y saltó el muro cerca de la caja del bateador. Las luces del estadio estaban encendidas, pero allí no había nadie. Estaba solo en el campo y respiró hondo. Incluso en el Bronx nada huele como un diamante de béisbol, el campo de béisbol. Se volvió hacia el banquillo de los visitantes, miró los palcos bajos, encontró los asientos donde él y su hermano se habían sentado hacía tantos años. Curioso poder recordarlo. Caminó hacia el puesto del lanzador, la hierba haciendo un suave susurro, se sentó en la estera de goma y esperó. El hogar de Clu. El único lugar donde siempre se sentía en paz.
Tendrían que haberlo enterrado aquí, pensó Myron. Debajo del puesto del lanzador.
Miró los miles de asientos, vacíos como los ojos aplastados de un muerto, el estadio vacío, un cuerpo sin alma. Las líneas del campo estaban sucias de barro, casi de color tierra. Mañana las pintarían de nuevo antes del partido.
Las personas decían que el béisbol es una metáfora de la vida. Myron no creía en ello, pero al mirar las líneas, se lo preguntó. La línea entre el bien y el mal no es diferente a la línea de falta en un diamante de béisbol. A menudo está hecha de algo tan débil como la cal. Tiende a borrarse con el tiempo. Necesita que la pinten una y otra vez. Y si muchos jugadores la pisan, la línea se vuelve sucia y borrosa hasta el punto en que lo bueno es malo y lo malo es bueno, donde el bien y el mal se vuelven inconfundibles el uno del otro.
La voz de Jared Mayor rompió el silencio.
– Dijo que encontró a mi hermana.
Myron se giró hacia el banquillo.
– Mentí -respondió.
Jared subió las escaleras de cemento. Sophie lo siguió. Myron se levantó. Jared comenzó a decir algo más, pero su madre apoyó una mano en su brazo. Continuaron caminando como si fuesen entrenadores dispuestos a hablar con el lanzador suplente.
– Su hermana está muerta -dijo Myron-. Ustedes lo saben.
Continuaron caminando.
– Se mató en un accidente provocado por un conductor borracho -añadió Myron-. Murió en el impacto.
– Quizá -dijo Sophie.
Myron la miró desconcertado.
– ¿Quizá?
– Tal vez murió en el impacto, tal vez no -manifestó Sophie-. Clu Haid y Billy Lee Palms no eran médicos. Eran unos estúpidos, borrachos, gilipollas. Lucy quizá sólo estaba herida. Quizás estaba con vida. Un doctor quizás hubiese podido salvarla.
Myron asintió.
– Supongo que es posible.
– Continúe -dijo Sophie-. Quiero oír lo que tenga que decir.
– Fuese cual fuese el estado real de su hija, Clu y Billy Lee creyeron que estaba muerta. Clu estaba aterrado. La acusación por conducir ebrio ya era grave, pero en este caso se trataba de un homicidio de tráfico. De eso no te escapas, por muy lejos que lances las pelotas. Él y Billy Lee tuvieron miedo. No sé los detalles. Sawyer Wells nos los puede explicar. Yo creo que ocultaron el cuerpo. Era una carretera tranquila, pero no había tiempo para enterrar a Lucy antes de que llegasen la policía y la ambulancia. Así que lo más probable es que la escondiesen entre los arbustos. Y cuando todo se calmó, volvieron y la enterraron. Como dije, no conozco los detalles. No creo que tengan una importancia especial. Lo importante es que Clu y Billy Lee se deshicieron del cuerpo.
Jared se acercó para mirarlo a la cara.
– No puede probar nada de eso.
Myron no le hizo caso, mantuvo la mirada en la madre de Jared.
– Pasan los años. Lucy se ha ido. Pero no en la mente de Clu Haid y Billy Lee Palms. Quizá me paso de análisis. Quizás estoy siendo demasiado blando con ellos. Pero creo que lo que hicieron aquella noche definió el resto de sus vidas. Sus tendencias autodestructivas. Las drogas…
– Está siendo demasiado blando -señaló Sophie.
Myron esperó.
– No les atribuya el mérito de tener conciencia -manifestó la mujer-. Eran pura escoria.
– Puede que tenga razón. No debería analizar. Y supongo que no le importa. Puede que Clu y Billy Lee hayan creado su propio infierno, pero no se acercaban en nada a la agonía que vivía su familia. Usted habló del terrible tormento de no saber la verdad, cómo vivía usted cada día. Con Lucy muerta y enterrada de esa manera, el tormento sólo continuaba.
Sophie mantenía todavía la cabeza alta. No había ningún gesto de abatimiento en ella.
– ¿Sabe cómo nos enteramos del destino de nuestra hija?
– Por boca de Sawyer Wells -dijo Myron-. Las reglas Wells para el bienestar, la regla ocho: confiesa algo de ti a un amigo, algo terrible, algo que nunca querrías que nadie supiera. Te sentirás mejor. Aún verás que eres digno de amor. Sawyer era consejero sobre drogadicción en Rockwell. Billy Lee era uno de los pacientes. Creo que lo pilló durante un episodio de abstinencia. Cuando lo más probable es que delirase. Hizo lo que le pedía el terapeuta. La regla ocho. Confesó la peor cosa que podía imaginar, el único momento de su vida que moldeaba todos los demás. Sawyer de pronto vio la manera de salir de Rockwell y pasar a la luz de las candilejas. A través de la millonada familia Mayor, propietaria de Mayor Software. Así que acudió a usted y su marido. Les dijo lo que había oído.
– ¡No tiene ninguna prueba de todo eso! -repitió Jared.
De nuevo Sophie lo hizo callar con la mano.
– Continúe, Myron. ¿Qué pasó después?
– Con esta nueva información, encontró el cuerpo de su hija. No sé si lo hicieron sus investigadores privados o si sólo utilizó su dinero y sus influencias para mantener calladas a las autoridades. No tuvo que ser muy difícil para alguien de su posición.
– Ya lo ve -dijo Sophie-. Pero si todo esto es verdad, ¿por qué querría mantenerlo en silencio? ¿Por qué no procesar a Clu y Billy Lee, e incluso a usted?
– Porque no podía.
– ¿Por qué no?
– El cadáver llevaba enterrado doce años. Ya no había ninguna prueba. El coche había desaparecido hacía tiempo; tampoco había ninguna prueba por ese lado. El informe de la policía señalaba que la prueba de alcoholemia demostraba que Clu no estaba borracho. Por lo tanto, qué tenía: ¿el delirio de un drogadicto que pasaba por el mono de abstinencia? La confesión de Billy Lee a Sawyer sobre el soborno a los polis no era más que un cotilleo, porque ni siquiera estaba allí cuando ocurrió. Lo comprendió todo, ¿no es así?
Sophie no dijo nada.
– Eso significaba que le correspondía a usted hacer justicia. Usted y Jared se encargarían de vengar a su hija. -Se detuvo, miró a Jared, luego a Sophie-. Me habló de un vacío. Me dijo que prefería llenar el vacío con esperanza.
Sophie asintió.
– Lo hice.
– Cuando la esperanza desapareció, cuando el descubrimiento del cuerpo de su hija se lo llevó todo, su marido aún necesitaba llenar aquel vacío.
– Sí.
– Así que lo llenaron con venganza.
Ella lo miró.
– ¿Nos culpa, Myron?
Él no dijo nada.
– El sheriff corrupto se moría de cáncer -dijo Sophie-. Nada se podía hacer por él. El otro agente, bueno, como le diría su amigo Win, el dinero es influencia. El FBI le tendió una trampa a petición nuestra. Mordió el anzuelo. Y sí, destrocé su vida. Y me alegré.
– Pero era a Clu a quien quería hacerle más daño -precisó Myron.
– Daño, ni hablar. Quería aplastarlo.
– Pero ya estaba casi destrozado -señaló Myron-. Para poder aplastarlo de verdad, tenía que darle esperanzas. De la misma manera que usted y Gary habían tenido todos aquellos años. Darle esperanzas, y después quitársela. La esperanza duele más que cualquier otra cosa. Usted lo sabe. Así que usted y su marido compraron los Yankees. Pagaron demasiado, pero ¿y qué? Tenían dinero. No le importaba. Gary murió poco después de la compra.
– Del dolor de corazón -interrumpió Sophie. Levantó la cabeza, y por primera vez Myron vio una lágrima-. De años de dolor de corazón.
– Pero usted continuó sin él.
– Sí.
– Se concentró en una única y sola cosa: hacerse con Clu. Era una compra ridícula, todo el mundo lo sabía, y resultaba extraño viniendo de un propietario que se mantenía apartado de todas las otras decisiones del béisbol. Pero todo se reducía a traer a Clu al equipo. Es la única razón por la que compró a los Yankees. Para darle a Clu una última oportunidad. Incluso mejor, Clu cooperó. Comenzó a poner orden en su vida. No se drogaba ni bebía. Lanzaba bien. Era tan feliz como sólo Clu Haid podía serlo. Le tenía en la palma de su mano. Y entonces cerró el puño.
Jared puso un brazo sobre los hombros de su madre y la acercó a su cuerpo.
– No sé el orden -continuó Myron-. Le envió a Clu un disquete como el que me enviaron a mí. Bonnie me lo dijo. También me dijo que usted lo chantajeaba. De forma anónima. Eso explica los doscientos mil dólares desaparecidos. Hizo que viviera aterrorizado. Y Bonnie, sin saberlo, colaboró con usted presentando la demanda de divorcio. Ahora Clu estaba en la posición perfecta para el golpe de gracia: el análisis de dopaje. Lo preparó todo para que fallase. Sawyer le ayudó. ¿Quién mejor, pues ya sabía lo que estaba pasando? Funcionó a la perfección. No sólo destruyó a Clu, sino que desvió toda la atención de usted. ¿Quién iba a sospechar, dado que el análisis aparentemente la perjudicaba? Pero eso no le importaba en absoluto. Los Yankees no significaban nada para usted excepto como medio para destruir a Clu Haid.
– Cierto -asintió Sophie.
– No -dijo Jared.
Ella sacudió la cabeza y palmeó el brazo de su hijo.
– No pasa nada.
– Clu no tenía idea de que la chica que enterró en el bosque era su hija. Pero después de que usted lo bombardeó con llamadas y el disquete, y sobre todo después de fallar en el análisis de dopaje, juntó todas las piezas. ¿Qué podía hacer al respecto? Desde luego no podía decir que el análisis lo habían amañado porque él había matado a Lucy Mayor. Estaba atrapado. Intentó averiguar cómo se había enterado de la verdad. Creyó que quizás había sido Barbara Cromwell.
– ¿Quién?
– Barbara Cromwell. La hija del sheriff Cromwell.
– ¿Cómo lo supo ella?
– Porque por mucho que usted quisiese mantener en silencio la investigación, Wilston es una ciudad pequeña. Al sheriff le llegó el rumor del descubrimiento. Se moría. No tenía dinero. Su familia era pobre. Así que le dijo a su hija la verdad de lo que había pasado aquella noche. Ella nunca tendría problemas; era su crimen, no el de ella. Podían utilizar la información para chantajear a Clu Haid. Cosa que hicieron. En varias ocasiones. Clu creía que había sido Barbara quien se había ido de la lengua. Cuando la llamó para saber si se lo había dicho a alguien, Barbara se hizo la lista. Pidió más dinero. Así que Clu fue a Wilston unos pocos días más tarde. Se negó a pagarle. Dijo que se había acabado.
Sophie asintió.
– Así es como reunió todas las piezas.
– Sí, era la pieza final -dijo Myron-. Cuando comprendí que Clu había visitado a la hija de Lemmon, todo encajó. Pero sigo sorprendido, Sophie.
– ¿Sorprendido de qué?
– De que lo matase. Que librase a Clu de su padecimiento.
Jared apartó el brazo de su madre.
– ¿De qué está hablando?
– Déjalo hablar -le pidió Sophie-. Continúe Myron.
– ¿Qué más queda por decir?
– Para empezar -replicó ella-. ¿Qué hay de su parte en todo esto?
Un bloque de plomo se formó en su pecho. Myron no dijo nada.
– No me irá a decir que usted no tiene nada que ver en este asunto, ¿verdad, Myron?
La voz de Myron era suave.
– No.
A lo lejos, más allá del centro del campo, un empleado de mantenimiento comenzó a limpiar las placas de los grandes de los Yankees. Rociaba y frotaba, trabajando, como Myron sabía por otras visitas al estadio, sobre la lápida de Lou Gehrig. El Caballo de Hierro. Tanta valentía delante de una muerte tan terrible.
– También hizo esto, ¿no? -dijo Sophie.
Myron mantuvo la mirada en el empleado.
– ¿Hacer qué?
Pero él lo sabía.
– He buscado en su pasado -dijo ella-. Usted y su socio a menudo se toman la justicia por su mano, ¿me equivoco? Hacen de juez y jurado.
Myron no dijo nada.
– Es todo lo que hice. Por el bien de la memoria de mi hija.
La confusa línea entre lo legal y lo ilegal.
– Así que decidió colgarme a mí el asesinato de Clu.
– Sí.
– La manera perfecta de vengarse por sobornar a los agentes.
– Eso creí, al menos en ese momento.
– Pero lo lió, Sophie. Acabó culpando a la persona errónea.
– Fue un accidente.
Myron sacudió la cabeza.
– Tendría que haberlo visto venir. Incluso Billy Lee Palms me lo dijo, pero no presté atención. Hester Crimstein me lo dijo la primera vez que me encontré con ella.
– ¿Qué es lo que dijeron?
– Ambos señalaron que la sangre se encontró en mi coche, el arma en mi oficina. Dijeron que quizá yo había matado a Clu. Una deducción lógica excepto por una cosa. Yo estaba fuera del país, usted no lo sabía, Sophie. No sabía que Esperanza y Big Cyndi se estaban montando un escudo de protección contra todos al decir que yo estaba en la ciudad. Es por eso que se enfadó tanto conmigo cuando descubrió que estaba ausente. Había tirado por tierra su plan. Tampoco sabía que Clu había tenido un altercado con Esperanza. Así que todas las pruebas que supuestamente me apuntaban…
– Apuntaron a su socia, la señorita Díaz -concluyó Sophie.
– Así es -dijo Myron-. Pero hay otra cosa que quiero dejar clara.
– Más de una cosa -le corrigió Sophie.
– ¿Qué?
– Hay más de una cosa que querrá aclarar -manifestó Sophie-. Pero por favor continúe. ¿Qué quiere saber?
– Usted fue la que hizo que siguieran. El tipo que vi delante de las oficinas de Win, en el edificio Lock-Horne. Era suyo.
– Sí. Sabía que Clu había intentado ponerse en contacto con usted. Confiaba en que lo mismo podía ocurrir con Billy Lee Palms.
– Cosa que hizo. Billy Lee creyó que quizá yo había matado a Clu para mantener oculta mi parte en el delito. Creyó que yo también quería asesinarlo.
– Tenía sentido -asintió ella-. Tenía mucho que perder.
– ¿Luego también me siguió? ¿En el bar?
– Sí.
– ¿En persona?
Ella sonrió.
– Me crié como cazadora y rastreadora, Myron. La ciudad y el bosque, no hay mucha diferencia.
– Me salvó la vida -dijo él.
Ella no respondió.
– ¿Por qué?
– Ya sabe por qué. No fui allí para matar a Billy Lee Palms. Pero hay grados de culpabilidad. Para decirlo de una manera sencilla, él era más culpable que usted. Cuando llegó el momento de decidir entre usted y él, escogí matarle a él. Merece ser castigado, Myron. Pero no merece morir a manos de escoria como Billy Lee Palms.
– ¿De nuevo juez y jurado?
– Afortunadamente para usted, sí.
Se dejó caer con fuerza en el lugar del lanzador, todo su cuerpo de pronto agotado.
– No puedo dejar que se salga con la suya -manifestó Myron-. Puede que la comprenda. Pero usted mató a Clu a sangre fría.
– No.
– ¿Qué?
– Yo no maté a Clu Haid.
– No espero que confiese.
– Lo espere o no, yo no lo maté.
Myron frunció el entrecejo.
– Tuvo que hacerlo. Todo encaja.
Sus ojos eran una laguna en calma. A Myron comenzó a darle vueltas la cabeza. Se volvió para mirar a Jared.
– Él tampoco lo mató -dijo Sophie.
– Uno de los dos lo hizo -insistió Myron.
– No.
Myron miró a Jared. Jared permaneció callado. Myron abrió la boca, la cerró, intentó pensar en algo.
– Piense, Myron. -Sophie se cruzó de brazos y le sonrió-. Le dije cuál era mi filosofía cuando estuvo aquí por última vez. Soy una cazadora. No odio lo que mato. Todo lo contrario. Respeto lo que mato. Honro a lo que he matado. Considero al animal valiente y noble. Matar, de hecho, puede ser misericordioso. Es por eso que mato con un solo disparo. No a Billy Lee Palms, por supuesto. Quería que tuviese por lo menos unos pocos momentos de agonía y terror. Por supuesto, nunca mostraría ninguna piedad con Clu Haid.
Myron intentó aclararse.
– Pero…
Entonces oyó otro clic. Su conversación con Sally Li comenzó a reproducirse en su cabeza.
La escena del crimen.
Dios, la escena del crimen. Estaba convertida en un caos. Sangre en las paredes. Sangre en el suelo. Porque las manchas de sangre mostrarían la verdad. Por lo tanto, manchar un poco más. Destruir la evidencia. Disparar más balas al cadáver. A la pantorrilla, y a la espalda, incluso a la cabeza. Llévate el arma contigo. Embarullar las cosas. Cubrir lo que pasó en realidad.
– Oh, Dios…
Sophie asintió.
De pronto, Myron notó la boca seca como una tormenta de arena.
– ¿Clu se suicidó?
Sophie intentó sonreír, pero sencillamente no lo logró.
Myron comenzó a levantarse: su rodilla mala crujió con toda claridad.
– El final de su matrimonio, el análisis de dopaje amañado, pero sobre todo el pasado que volvía; era demasiado. Se disparó en la cabeza. Los otros disparos sólo fueron para confundir a la policía. La escena del crimen fue deformada para que nadie pudiese analizar las manchas de sangre y ver que era un suicidio. Fue todo una distracción.
– Un cobarde hasta el final -puntualizó Sophie.
– ¿Pero cómo supo que se había suicidado? ¿Tenía micros en el lugar, o lo vigilaba?
– Nada tan técnico, Myron. Quería que nosotros lo encontrásemos; para ser más exactos, yo.
Myron se limitó a mirarla.
– Se suponía que íbamos a tener nuestro gran enfrentamiento aquella noche. Sí, Clu había tocado fondo, Myron. Pero no había acabado con él. Ni de lejos. Un animal merece una muerte rápida. Clu Haid, no. Pero cuando Jared y yo llegamos, él ya había escogido la salida de los cobardes.
– ¿Y el dinero?
– Estaba ahí. Como usted dijo, el desconocido anónimo que le envió el disquete, que hizo todas aquellas llamadas telefónicas, lo estaba chantajeando. Pero él sabía que éramos nosotros. Aquella noche cogí el dinero y lo doné al Child Welfare Institute.
– Usted lo obligó a suicidarse.
Ella sacudió la cabeza, su postura todavía rígida.
– Nadie hace que alguien se suicide. Clu Haid escogió su destino. No fue el que yo deseaba, pero…
– ¿Deseaba? Está muerto, Sophie.
– Sí, pero no era lo que yo pretendía. De la misma manera, Myron, que usted no pretendía ocultar el asesinato de mi hija.
Silencio.
– Usted se aprovechó de su muerte -dijo Myron-. Puso la sangre y el arma en mi coche y en la oficina. O contrató a alguien para que lo hiciera.
– Sí.
Él negó con la cabeza.
– La verdad tiene que saberse.
– No.
– No voy a dejar que Esperanza se pudra en la cárcel…
– Eso ya está arreglado -dijo Sophie Mayor.
– ¿Qué?
– Mi abogado está reunido con el fiscal mientras hablamos. De forma anónima, por supuesto. Ellos no saben a quién representa.
– No lo entiendo.
– Guardé pruebas de aquella noche -dijo ella-. Tomé fotos del cuerpo. En la mano de Clu hay residuos de pólvora. Incluso tengo una nota de suicidio, si es necesario. Serán retirados los cargos contra Esperanza. Será puesta en libertad por la mañana. Se ha acabado.
– El fiscal no se va a conformar. Querrá saber toda la historia.
– La vida está llena de «querrá», Myron. El fiscal no lo conseguirá en este caso. Tendrá que aceptar la realidad. Y a fin de cuentas, no es más que un suicidio. Sea de un famoso o no, no será una prioridad. -Metió una mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel-. Tenga -dijo-. Es la nota de suicidio de Clu.
Myron titubeó. Cogió la nota y de inmediato reconoció la letra de Clu. Comenzó a leer.
Querida señora Mayor:
El tormento ha durado demasiado. Sé que no aceptará mi disculpa y no puedo decir que la culpe. Pero tampoco me quedan fuerzas para enfrentarme a usted. He estado huyendo de aquella noche toda mi vida. Hice daño a mi familia y a mis amigos, pero no herí a nadie tanto como a usted. Espero que mi muerte le dé algo de consuelo.
Soy yo el culpable de lo que ocurrió. Billy Lee Palms sólo hizo lo que le dije. Lo mismo ocurre con Myron Bolitar. Yo le pagué a la policía. Myron sólo entregó el dinero. Nunca supo la verdad. Mi esposa había quedado inconsciente en el accidente. Ella tampoco supo la verdad y todavía no la sabe.
El dinero está todo aquí. Haga con él lo que quiera. Dígale a Bonnie que lo siento y que lo comprendo todo. Y que mis hijos sepan que su padre siempre los quiso. Son la única cosa pura y buena en mi vida. Usted, entre todas las personas, debería comprenderlo.
Clu Haid
Myron leyó la nota de nuevo. Se imaginó a Clu escribiendo, después dejándola a un lado, recogiendo el arma y poniéndosela contra la cabeza. ¿Cerró los ojos? ¿Pensó en sus hijos, los dos niños con sus sonrisas, antes de apretar el gatillo? ¿Titubeó en algún momento?
Su mirada permaneció fija en la nota.
– No le creyó -dijo.
– ¿Sobre la responsabilidad de los demás? No. Sabía que mentía. Usted, por ejemplo. Fue más que un simple repartidor. Usted sobornó a los oficiales.
– Clu mintió para protegerme -señaló Myron-. Al final se sacrificó a sí mismo por aquellos que amaba.
Sophie frunció el entrecejo.
– No lo convierta en un mártir.
– No lo hago. Pero usted no puede salir impune de lo que ha hecho.
– Yo no hice nada.
– Hizo que un hombre, padre de dos hijos, se suicidase.
– Tomó una decisión, eso es todo.
– No se lo merecía.
– Y mi hija no se merecía ser asesinada y enterrada en una tumba anónima.
Myron observó las luces del estadio, dejó que le cegasen un poco.
– Clu estaba limpio de drogas. Le pagará el resto de su salario.
– No.
– También hará que el todo mundo sepa, incluyendo a sus hijos, que al final Clu no tomaba drogas.
– No -repitió Sophie-. El mundo no lo sabrá. Y tampoco sabrá que Clu era un asesino. Yo diría que es un buen acuerdo, ¿no le parece?
Myron leyó de nuevo la nota, las lágrimas le ardían en los ojos.
– Un heroico momento al final no le redime -añadió Sophie.
– Pero dice algo.
– Váyase a casa, Myron. Alégrese de que todo haya acabado. Si la verdad acaba por salir a la luz, sólo queda un culpable por recibir el castigo.
Myron asintió.
– Yo.
– Sí.
Se miraron el uno al otro.
– No sabía nada de su hija.
– Ahora lo sé.
– Creyó que había ayudado a Clu a taparlo todo.
– No, sabía que había ayudado a Clu a taparlo. Lo que no sabía era si usted sabía lo que estaba haciendo. Por eso le pedí que buscase a Lucy; para saber hasta dónde estaba involucrado.
– El vacío -dijo Myron.
– ¿Qué pasa con el vacío?
– ¿Esto ayuda a llenarlo?
Sophie se lo pensó.
– Por curioso que parezca, la respuesta es que sí, lo creo. No me devuelve a Lucy. Pero tengo la sensación de que ahora está enterrada como es debido. Creo que podemos dejar que la herida cicatrice.
– ¿Así que todos seguimos adelante y ya está?
Sophie sonrió.
– ¿Qué más podemos hacer?
Ella le hizo un gesto a Jared. Éste cogió la mano de su madre y juntos caminaron hacia el banquillo.
– Lo siento mucho -dijo Myron.
Sophie se detuvo. Soltó la mano de su hijo y observó a Myron por un momento, sus ojos moviéndose por su rostro.
– Cometió un delito muy grave al sobornar a aquellos agentes de policía. Hizo que mi familia y yo pasásemos años de agonía. Probablemente contribuyó a la muerte prematura de mi marido. Ha tenido algo que ver en las muertes de Clu Haid y Billy Lee Palms. Y al final me hizo cometer unos actos horribles que siempre había creído que era incapaz de cometer. -Ella volvió junto a su hijo, su mirada ahora más cansada que acusadora-. Ya no volveré a hacerle daño. Pero si no le importa, no acepto su disculpa.
Le dio a Myron un momento para que respondiese. Él no lo utilizó. Bajaron los escalones y desaparecieron, y Myron se quedó solo con la hierba, la tierra y las brillantes luces del estadio.