Win vivía en el Dakota, uno de los edificios más pijos de Manhattan. Hester Crimstein vivía dos manzanas al norte, en el San Remo, otro edificio pijo. Entre los inquilinos estaban Diane Keaton y Dustin Hoffman, pero el San Remo era más conocido por ser el edificio que había rechazado la solicitud de Madonna para vivir allí.
Había dos entradas, ambos con porteros vestidos como Brezhnev dando un paseo por la Plaza Roja. Brezhnev I anunció en un tono seco que la señora Crimstein «no estaba presente». No miento, utilizó la palabra «presente»; las personas no lo hacían a menudo en la vida real. Le sonrió a Win y miró a Myron por encima de la nariz. No era una tarea fácil -Myron le pasaba unos quince centímetros- y obligó a Brezhnev I a echar la cabeza hacia atrás de forma tal que los orificios nasales parecían la entrada oeste del túnel de Lincoln. ¿Por qué los sirvientes de los ricos y famosos se comportaban más altivos que sus amos?, se preguntó Myron. ¿Era simple resentimiento? ¿Era porque los miraban todo el día por encima de la nariz y por lo tanto necesitaban la ocasión de ser ellos quienes mirasen hacia abajo? ¿O sencillamente las personas atraídas por estos empleos eran unos inseguros lameculos?
Los pequeños misterios de la vida.
– ¿Espera que la señora Crimstein vuelva esta noche? -preguntó Win.
Brezhnev I abrió la boca, se detuvo, miró con desconfianza, como si temiese que Myron fuese a defecar en la alfombra persa.
Win leyó la expresión y se lo llevó a un aparte, alejando a ese miembro inferior de la chusma.
– No tardará en regresar, señor Lockwood. -Ah, así que Brezhnev I había reconocido a Win; nada extraordinario-. La clase de aerobic de la señora Crimstein concluye a las once.
Gimnasia a las once de la noche. Bienvenido a los noventa, donde el tiempo de ocio se succiona de la vida como otro producto más de liposucción.
No había sala de espera ni dónde sentarse en el San Remo -la mayoría de los edificios pijos no alientan ni siquiera a los inquilinos aprobados a holgazanear-, así que salieron a la calle.
Central Park estaba al otro lado de la calle; más o menos árboles y un muro de piedra, y eso era todo. Montones de taxis pasaban hacia el norte. La limusina de Win había partido -calculaban que podrían caminar las dos manzanas hasta la casa de Win-, pero había otras cuatro limusinas aparcadas en una zona prohibida. Una quinta se detuvo. Una limusina Mercedes de color plateado. Brezhnev corrió hacia la puerta del vehículo como si ya no aguantase más la necesidad de mear y adentro hubiese un baño.
Un hombre anciano, calvo, excepto por una corona de pelo blanco, se apeó tambaleante, tenía la boca retorcida como si hubiese sufrido una embolia. Le siguió una mujer que parecía una ciruela pasa. Ambos vestían prendas de lujo y debían rondar los cien años. Había algo en ellos que preocupó a Myron. Sí, parecían marchitos. Viejos, desde luego. Pero Myron intuyó que había algo más. La gente habla de los encantadores viejecitos, pero estos dos no podían ser más opuestos a esa idea, los ojos vidriosos, los movimientos furiosos, furtivos y temerosos. La vida les había arrebatado todo lo bueno, la esperanza de la juventud, para dejarles sólo una vitalidad basada en algo feo y odioso. La amargura era lo único que les quedaba. Si la amargura estaba dirigida a Dios o a la humanidad, Myron no lo podía decir.
Win le dio un codazo. Miró a la derecha y vio a una figura, que reconoció de la televisión como Hester Crimstein, dirigiéndose hacia ellos. Tiraba a rellenita, al menos para las retorcidas normas actuales de Kate Moss, y su rostro era carnoso y angelical. Calzaba unas Reebok blancas, calcetines blancos, pantalones elásticos verdes que probablemente hubiesen hecho fruncir el entrecejo a Kate, una sudadera, y un sombrero de punto con el pelo rubio mate asomando por debajo. El viejo se detuvo cuando vio a la abogada, sujetó la mano de la señora ciruela y se apresuró a entrar.
– ¡Puta! -consiguió decir el viejo por el lado bueno de la boca.
– Que te zurzan, Lou -le respondió Hester.
El viejo se detuvo, pareció que iba a decir algo más, y se alejó cojeando.
Myron y Win intercambiaron una mirada y se acercaron.
– Un viejo adversario -dijo ella a modo de explicación-. ¿Alguna vez han oído el viejo refrán de que sólo los buenos mueren jóvenes?
– Por supuesto.
Hester Crimstein hizo un gesto con ambas manos hacia la pareja anciana como si fuese Carol Merrill mostrando un coche flamante.
– Ahí tienen la prueba. Hace un par de años ayudé a sus hijos a poner un pleito al hijo de puta. Nunca vi nada parecido. -Echó la cabeza hacia atrás-. ¿Se han fijado en que algunas personas son como los chacales?
– ¿Perdón?
– Se comen a los cachorros. Así es Lou. Y mejor que no hable de esa bruja arrugada con la que vive. Una puta de cinco dólares que dio el braguetazo. Resulta difícil de creer viéndola ahora.
– Comprendo -dijo Myron, aunque no era verdad. Intentó seguir adelante-. Señora Crimstein me llamo…
– Myron Bolitar -lo interrumpió ella-. Por cierto, es un nombre horrible. Myron. ¿En qué estarían pensando sus padres?
Una buena pregunta.
– Si sabe quién soy, entonces sabe por qué estoy aquí.
– Sí y no -dijo Hester.
– ¿Sí y no?
– Bueno, sé quién es porque soy una fanática de los deportes. Solía verle jugar. El partido contra Indiana en la final del campeonato de la NCAA fue todo un clásico. Sé que los Celtics le ficharon en primera ronda, ¿cuánto hace, once, doce años?
– Algo así.
– Pero, con sinceridad, y no pretendo ofender a nadie, no estoy segura de que tuviese la velocidad requerida para ser un gran profesional, Myron. El lanzamiento, sí. Siempre podía lanzar. Sabía usar el físico, pero cuánto mide, ¿uno noventa y cinco?
– Más o menos.
– Lo hubiese pasado mal en la NBA. Es sólo la opinión de una mujer. Pero por supuesto el destino se ocupó de eso al lesionarle la rodilla. Sólo un universo alternativo sabe la verdad. -Sonrió-. Ha sido un placer hablar con usted. -Ella miró a Win-. Con usted también, pico de oro. Buenas noches.
– Espere un segundo -dijo Myron-. Estoy aquí por Esperanza Díaz.
Ella fingió una exclamación de sorpresa.
– ¿De verdad? Y yo que creía que sólo quería recordar su carrera atlética.
Myron se volvió hacia Win.
– El encanto -susurró Win.
Luego miró de nuevo a Hester.
– Esperanza es mi amiga -dijo.
– ¿Y?
– Quiero ayudar.
– Fantástico. Comenzaré a enviarle los honorarios. Este caso le costará un pastón. Soy muy cara. No puede imaginar lo que cuesta el mantenimiento de este edificio. Ahora los porteros quieren uniformes nuevos. Creo que algo de color malva.
– No es a eso a lo que me refiero.
– ¿Ah, no?
– Me gustaría saber qué está pasando con el caso.
Hester hizo una mueca.
– ¿Dónde ha estado estas últimas semanas?
– Fuera.
– ¿Fuera dónde?
– En el Caribe.
Ella asintió.
– Bonito bronceado.
– Gracias.
– Pero podría haberse bronceado en una cabina de rayos UVA. Tiene la pinta de un tipo que frecuenta las cabinas de rayos UVA.
Myron miró de nuevo a Win.
– El encanto, Luke -susurró Win en su mejor representación de Alex Guinnes como Obi-Wan Kenobi-. Recuerda el encanto.
– Señora Crimstein…
– ¿Alguien puede dar testimonio de su paradero en el Caribe, Myron?
– ¿Perdón?
– ¿Tiene problemas de audición? Pregunto si alguien puede verificar su paradero en el momento del supuesto asesinato.
Presunto asesinato. Al tipo le disparan tres veces en su casa pero el asesinato es sólo «presunto». Abogados.
– ¿Por qué quiere saberlo?
Hester Crimstein se encogió de hombros.
– La presunta arma asesina fue presuntamente encontrada en las oficinas de una tal MB SportsReps. Es su compañía, ¿no?
– Lo es.
– Y usted utiliza el coche de la empresa donde la presunta sangre y las presuntas fibras fueron presuntamente encontradas.
– Aquí la palabra clave es «presunta» -le sopló Win.
Hester Crimstein miró a Win.
– Vaya, pero si habla.
Win sonrió.
– ¿Cree que soy sospechoso? -preguntó Myron.
– Claro, ¿por qué no? Se llama duda razonable, pimpollos. Soy una abogada defensora. Somos fantásticas con las dudas razonables.
– Por mucho que desee ayudar, hay un testigo de mi paradero.
– ¿Quién?
– No se preocupe por eso.
Otro encogimiento de hombros.
– Fue usted quien dijo que quería ayudar. Buenas noches. -Ella miró a Win-. Por cierto, es usted el hombre perfecto: muy guapo y casi mudo.
– Cuidado -le dijo Win.
– ¿Por qué?
Win señaló a Myron con el pulgar.
– En cualquier momento pondrá en marcha su encanto y reducirá a escombros su resistencia.
Hester miró a Myron y se echó a reír.
Myron lo intentó de nuevo.
– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó.
– ¿Perdón?
– Soy su amigo.
– Sí, creo que ya lo ha mencionado.
– Soy su mejor amigo. Me preocupo por ella.
– Bien, mañana le pasaré una nota durante el recreo y averiguaré si a ella también le cae bien. Luego podrán encontrarse en Pop's y compartir una gaseosa.
– No es eso lo que… -Myron se detuvo, le dirigió su lenta sonrisa un-tanto-despistado-pero-estoy-aquí-para-ayudar. La sonrisa 18: el modelo Michael Landon, excepto que no podía quebrar la ceja-. Sólo quiero saber qué ha pasado. Creo que es fácil de entender.
El rostro de Hester se suavizó.
– Usted fue a la Facultad de Derecho, ¿no?
– Sí.
– Nada menos que a Harvard.
– Sí.
– Entonces debió de faltar el día que explicaron lo que nosotros llamamos privilegio abogado-cliente. Si quiere le puedo recomendar algunos excelentes libros sobre el tema. O quizá prefiera ver algún episodio de Ley y orden. Por lo general lo mencionan antes de que el viejo fiscal le diga a Sam Waterston que no tiene un caso y debería hacer un trato.
Vaya con el encanto.
– Sólo se está cubriendo el culo -dijo Myron.
Ella se miró las nalgas. Después frunció el entrecejo.
– No es tarea fácil, se lo aseguro.
– Creía que usted era una abogada de primera.
Ella suspiró, se cruzó de brazos.
– Vale, Myron, le escucho. ¿Por qué me estoy cubriendo el culo? ¿Por qué no soy la extraordinaria abogada que creía que era?
– Porque no permitieron que Esperanza se entregase por propia voluntad. Porque se la llevaron esposada. Porque la retienen durante la noche en lugar de hacerla pasar por el sistema en el mismo día. ¿Por qué?
Ella bajó las manos a los costados.
– Buena pregunta, Myron. ¿Por qué cree que fue?
– Porque a alguien de allí no le gusta su abogada de primera fila. Alguien en la oficina del fiscal probablemente la tiene tomada con usted y se descarga con su cliente.
– Es una posibilidad -admitió ella-. Pero tengo otra.
– ¿Cuál?
– Quizás a ellos no les guste su empleador.
– ¿Yo?
Ella fue hacia la puerta.
– Háganos a todos un favor, Myron. Manténgase fuera de esto. Sólo manténgase lejos. Y quizá deba buscarse un abogado.
Hester Crimstein se volvió y desapareció en el interior. Myron se volvió hacia Win, que estaba inclinado por la cintura y miraba la entrepierna de Myron.
– ¿Qué demonios estás haciendo?
– Quería ver si te ha dejado por lo menos algún trocito de los huevos.
Continuó mirando.
– Muy divertido. ¿Qué crees que quiso decir con que a ellos no les gusta su empleador?
– No tengo la menor idea -respondió Win-. No debes culparte a ti mismo.
– ¿Qué?
– Por el aparente fracaso de tu encanto. Te has olvidado de un componente crucial.
– Qué es…
– La señora Crimstein tuvo una aventura con Esperanza.
Myron vio adónde quería ir a parar.
– Por supuesto. Tiene que ser lesbiana.
– Exacto. Es la única explicación racional para su capacidad de resistirse ante ti.
– Eso, o en realidad un muy curioso acontecimiento paranormal.
Win asintió. Comenzaron a caminar por Central Park West.
– También es una prueba de una regla que empieza a asustarme -añadió Win.
– ¿Cuál es?
– La mayoría de las mujeres que conoces son lesbianas.
– Casi todas -admitió Myron.