20

De regreso a la oficina, Myron se colocó los auriculares con el micro integrado Ultra Slim y comenzó con las llamadas telefónicas. Jerry Maguire. No sólo en apariencia, sino por el hecho de que los clientes le estaban abandonando a diestro y siniestro. Y ni siquiera había escrito una declaración.

Win llamó.

– El nombre de la sombra del periódico es Wayne Tunis. Vive en Staten Island y trabaja en la construcción. Llamó a un tal John McClain y le dijo que había sido descubierto. Nada más. Son muy cuidadosos.

– ¿Así que no sabemos quién lo contrató?

– Eso sería lo correcto.

– En caso de duda -dijo Myron-, deberíamos optar por la elección obvia.

– ¿El joven FJ?

– ¿Quién sino? Me ha estado siguiendo durante meses.

– ¿Hoja de ruta?

– Me gustaría quitármelo de encima.

– ¿Puedo recomendar una bala bien colocada en la nuca?

– Ya tenemos bastantes problemas para que añadamos otro.

– Muy bien. ¿Hoja de ruta?

– Nos enfrentamos a él.

– Por lo general frecuenta un Starbucks en la calle Cuarenta y nueve -dijo Win.

– ¿Starbucks?

– Los viejos bares espresso de los mañosos se han ido por el mismo camino de aquellos trajes de poliéster y la música disco.

– Ambos están volviendo.

– No -dijo Win-, lo que vuelven son las estrambóticas mutaciones.

– ¿Como los cafés en lugar de los bares espresso?

– Ahora lo entiendes.

– Pues vamos a hacerle una visita a FJ.

– Dame veinte minutos -dijo Win antes de colgar.

Tan pronto como Myron colgó, Big Cyndi llamó a su línea.

– ¿Señor Bolitar?

– ¿Sí?

– Una señorita o señor Thrill está al teléfono -dijo Big Cyndi.

Myron cerró los ojos.

– ¿Te refieres a la de anoche?

– A menos que conozca a alguien más llamado Thrill, señor Bolitar.

– Toma el mensaje.

– Tanto sus palabras como su tono sugieren urgencia, señor Bolitar.

¿Sugieren urgencia?

– De acuerdo. Pásamela o pásamelo.

– Sí, señor Bolitar.

Se oyó un clic.

– ¿Myron?

– Ah, sí, hola, Thrill.

– Vaya salida hiciste anoche, grandullón -dijo Thrill-. De verdad sabes cómo impresionar a una chica.

– Sí, por lo general no suelo saltar a través de una ventana hasta la segunda cita.

– ¿Entonces cómo es que no me has llamado?

– He estado muy ocupado.

– Estoy en la planta baja -dijo Thrill-. Dile al guardia que me deje subir.

– No es un buen momento. Como dije antes…

– Los hombres pocas veces le dicen que no a Thrill. Debo estar perdiendo facultades.

– No es eso -protestó Myron-. Sólo que éste no es el momento en absoluto.

– Myron, mi nombre verdadero no es Thrill.

– Detesto hacer estallar tu burbuja, pero ya sospechaba que diría otra cosa en tu partida de nacimiento.

– No, no es a eso a lo que me refiero. Escucha, déjame subir. Tenemos que hablar de anoche. Sobre algo que pasó después de que te marchases.

Así que él se encogió de hombros y llamó al guardia de la mesa de entrada y le dijo que permitiera subir a cualquiera que se identificase como Thrill. El guardia se mostró intrigado, pero dijo que de acuerdo. Los auriculares todavía estaban conectados, así que Myron llamó a una compañía de prendas deportivas. Antes de largarse al Caribe, había estado a punto de conseguir con dicha compañía un contrato de promoción de calzado para un cliente atleta. Pero ahora le hicieron esperar. Un ayudante de un ayudante por fin se puso al teléfono. Le preguntó por el trato. Se había caído, le respondieron. ¿Por qué?, preguntó.

– Pregúntele a su cliente -dijo el ayudante-, y también pregúntele a su nuevo representante.

Clic.

Myron cerró los ojos y apartó los auriculares. Maldita sea.

Llamaron a la puerta. El sonido extraño le produjo un estremecimiento de dolor. Esperanza nunca había llamado. Nunca. Se enorgullecía de interrumpirle. Antes se hubiese cortado un brazo que llamar.

– Adelante.

Se abrió la puerta. Alguien entró y dijo:

– Sorpresa.

Myron intentó no quedarse boquiabierto. Se quitó los cascos.

– ¿Tú eres…?

– Thrill, sí.

Nada era lo mismo. Había desaparecido el disfraz de mujer gato, la peluca rubia, los tacones, los, eeh, prodigiosos pechos. Thrill seguía siendo una mujer, a Dios gracias. Todavía muy atractiva con su conservador traje sastre azul marino, la camisa a juego, el pelo recogido, los ojos menos luminosos detrás de las gafas con montura de concha, el maquillaje ahora aplicado con mucha más discreción. Su figura era más delgada, más entallada, menos… llamativa. Nada de qué quejarse, por supuesto. Sólo diferente.

– Para responder a tu primera pregunta -dijo ella-, cuando me visto como Thrill llevo una cosa correctamente llamada aumentadores de pecho Raquel Wonder.

Myron asintió.

– Aquello que parece plastilina aplastada.

– Eso mismo. Te los metes en el sostén. Supongo que habrás visto el anuncio en televisión.

– ¿Verlo? Compré el vídeo.

Thrill se rió. Anoche su risa -por no mencionar su manera de caminar, sus movimientos, su voz, su elección de las palabras- había sido un doble juego. A la luz del día sonaba más melódica y casi de niña.

– También me pongo algo muy bien llamado Sostén Mágico -continuó ella-. Para levantarlo todo.

– Si lo subes más -dijo Myron-, también podrían servir como pendientes.

– Muy cierto -afirmó ella-. Las piernas y el culo, sin embargo, son míos. Y para que conste, no tengo pene.

– Tomo debida cuenta.

– ¿Puedo sentarme?

Myron consultó el reloj.

– Detesto ser un plasta…

– Querrás oír esto, créeme. -Se sentó en la silla delante de su mesa. Myron cruzó los brazos y apoyó el culo en el borde de la mesa-. Mi nombre verdadero es Nancy Sinclair. No me visto como Thrill por divertirme. Soy periodista y estoy escribiendo una historia sobre Adivina. Una visión interior de lo que pasa allí, la clase de personas que van, qué las anima. Para que la gente hable, tengo que mostrarme como Thrill.

– ¿Así qué lo haces por un reportaje?

– ¿Hago qué?

– Vestirte y bueno…

Sus gestos eran ininteligibles.

– No es que crea ni siquiera vagamente que sea algo que te concierna, pero la respuesta es no. Interpreto un papel. Entablo conversaciones. Coqueteo. Me gusta ver cómo las personas reaccionan a mi presencia.

– Ah. -Entonces Myron carraspeó y dijo-: Sólo por curiosidad. No voy a aparecer en tu reportaje, ¿verdad? Me refiero, es que yo nunca había estado allí antes y estaba…

– Tranquilo. Te reconocí en cuanto cruzaste la puerta.

– ¿Lo hiciste?

– Sigo el baloncesto. Tengo entradas para toda la temporada de los Dragons.

– Comprendo.

Los Dragons eran el equipo de baloncesto profesional de Nueva Jersey. Myron había intentado el regreso con ellos no hacía mucho.

– Es por eso que me acerqué a ti.

– ¿Para ver si entraba en la ambigüedad sexual?

– Todos los demás están allí por eso. ¿Por qué no tú?

– Te expliqué que estaba allí para preguntar por alguien.

– Clu Haid, correcto. De todas maneras, tu reacción hacia mí fue interesante.

– Me pareció que eras una interlocutora ingeniosa -dijo Myron.

– Ajá.

– Y tengo una fijación con Julie Newmar como Cat Woman.

– Te sorprendería saber a cuántas personas les pasa lo mismo.

– No, no me sorprendería -dijo Myron-. ¿Por qué estás aquí, Nancy?

– Pat nos vio hablando anoche.

– ¿El camarero?

– También es uno de los dueños. Tiene participaciones en un par de locales de la ciudad.

– ¿Y?

– Después de aclararse el humo de tu salida, Pat me llevó a un aparte.

– ¿Por qué nos vio hablando?

– Porque me vio darte mi número de teléfono.

– ¿Y?

– Es algo que nunca había hecho antes.

– Me siento halagado.

– No lo estés. Sólo te lo estoy diciendo. Hablo con una tonelada de chicas y tipos y lo que sea que hay allí. Pero nunca doy un número de teléfono.

– ¿Entonces por qué me lo diste?

– Porque sentía curiosidad por saber si me llamarías. Rechazaste a Thrill, y por lo tanto era obvio que no estabas allí por el sexo. Me pregunté qué te traerías entre manos.

Myron frunció el entrecejo.

– ¿Era la única razón?

– Sí.

– ¿Nada sobre mi belleza y mi cuerpo musculoso?

– Oh, sí. Casi me olvido.

– ¿Entonces qué quería Pat?

– Quiere que te lleve esta noche a otro club.

– ¿Esta noche?

– Sí.

– ¿Cómo sabe que llamaría?

Otra vez la sonrisa.

– Nancy Sinclair quizá no garantice una llamada telefónica inmediata…

– ¿Pero Thrill sí?

– Los pechos son una garantía. Y si no lo hacías, me dijo que podía buscar tu teléfono en la guía.

– Que es lo que hiciste.

– Sí. También me prometió que no te harían daño.

– Qué consuelo. ¿Cuál es tu interés en todo esto?

– ¿No es obvio? Una historia. El asesinato de Clu Haid es una gran noticia. Ahora estás relacionando el asesinato del siglo de esta semana con un cabaret nocturno de Nueva York para pervertidos.

– No creo que pueda ayudarte.

– Caca de la vaca.

– ¿Caca de la vaca?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Qué más te dijo Pat? -preguntó Myron.

– Poco más. Sólo dijo que quería hablar.

– Si quería hablar, él también podía haber buscado mi número de teléfono.

– Thrill, la bombilla más brillante en un árbol, no lo pilló.

– Pero Nancy Sinclair sí.

Ella sonrió de nuevo. Era una sonrisa muy bonita.

– A Pat le acompañaba Zorra.

– ¿Quién?

– Es su gorila psicópata. Un travestí con peluca rubia.

– ¿Cómo Veronica Lake?

Ella asintió.

– Está completamente loco. Levántate la camisa.

– ¿Perdón?

– Puede hacer cualquier cosa con aquella navaja en el tacón. Su favorito es un corte con forma de zeta en el lado derecho. Tú estuviste en el cuarto de atrás con él.

Tenía sentido. Myron no le había hecho fallar. Zorra -¿Zorra?- sólo quería marcarlo.

– Tengo una.

– Está muy loco. Participó en alguna cosa en la guerra del Golfo. Encubierto. También trabajó para los israelíes. Corren toda clase de rumores, pero si el cinco por ciento de las historias son verdad, ha matado a docenas.

Justo lo que necesitaba: el Mossad vestido de travesti.

– ¿Hablaron en algún momento de Clu?

– No. Pero Pat dijo algo de que tú intentabas matar a alguien.

– ¿Yo?

– Sí.

– ¿Creen que maté a Clu?

– No lo creo. Me sonó más como si creyesen que fuiste al club para encontrar a alguien y matarlo.

– ¿A quién?

– No tengo ni idea. Sólo dijeron que habías ido allí para matarle.

– ¿No dijeron a quién?

– Si lo hicieron, yo no les oí. -Sonrió-. ¿Qué, tenemos una cita?

– Eso creo.

– ¿No estás asustado?

– Llevaré un respaldo.

– ¿Alguien bueno?

Myron asintió.

– Oh, sí.

– Entonces mejor será que vuelva a casa y me ponga las tetas.

– ¿Necesitas ayuda?

– Mi héroe… Pero no, Myron, me las puedo arreglar sola.

– ¿Y si no puedes?

– Tengo tu número de teléfono -respondió ella-. Te veo esta noche.

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