25

Cuando llegaron al coche, Pat lo cacheó. Nada. Después le dio a Myron una capucha negra.

– Póngasela.

Myron hizo una mueca.

– Dígame que es una broma.

– Póngasela. Después tiéndase en el asiento trasero. No se levante.

Myron puso los ojos en blanco, pero hizo lo que le pedía. Su estatura de metro noventa impedía que estuviese cómodo, pero lo consiguió. Muy bien por su parte. Pat se puso al volante y arrancó el coche.

– Una sugerencia rápida -dijo Myron.

– ¿Qué ha dicho?

– La próxima vez que haga esto, intente limpiar primero el coche. Esto es repugnante.

Pat condujo. Myron intentó concentrarse, captar los sonidos que le darían una pista de adónde iban. Esto siempre funcionaba en la televisión. El tipo podía oír, pongamos, la sirena de un barco y saber que había ido al muelle 12 o algo así, y todos venían corriendo y lo encontraban. Pero todo lo que Myron oyó, y no era ninguna sorpresa, fue el ruido del tráfico: alguna bocina, coches que pasaban o eran sobrepasados, radios a todo volumen, esa clase de cosas. Intentó llevar la cuenta de las vueltas y las distancias, pero comprendió muy rápido que era inútil. ¿Qué se creía que era, una brújula humana? El viaje duró más o menos diez minutos. No fue tiempo suficiente para dejar la ciudad. Pista: todavía estaba en Manhattan. Ah, eso sí que ayudaba. Pat apagó el motor.

– Puede sentarse -dijo-. Pero mantenga la capucha en su sitio.

– ¿Está seguro de que la capucha va con este conjunto? Quiero tener el mejor aspecto para el señor Importante.

– ¿Alguna vez le han dicho que es usted muy divertido, Bolitar?

– Tiene razón. El negro va con todo.

Pat exhaló un suspiro.

Cuando están nerviosas, algunas personas comen. Otras se esconden. Otras guardan silencio. Otras charlan. Y algunas hacen chistes idiotas.

Pat le ayudó a bajar del coche y le guió por el codo. Myron intentó de nuevo captar los sonidos. Tal vez el graznido de una gaviota. Eso también parecía pasar siempre en la tele. Pero las gaviotas de Nueva York no graznaban, tosían. Y si alguna vez oyó a alguna gaviota en Nueva York, lo más probable es que estuviese más cerca de un contenedor que de un muelle. Myron intentó recordar la última vez que había visto una gaviota en Nueva York. Había el dibujo de una en un cartel de su tienda favorita de bollos. Con una leyenda: «Si un pájaro que vuela sobre el mar es una gaviota, ¿cómo se llama un pájaro que vuela sobre la bahía?». Muy astuto cuando lo piensas.

Los dos hombres caminaron: adónde, Myron no tenía idea. Tropezó en la acera desnivelada, pero Pat lo mantuvo erguido. Otra pista. Encuentre un lugar en Manhattan con la acera desnivelada. Jesús, prácticamente tenía al tipo acorralado.

Subieron lo que parecía una escalinata y entraron en una habitación donde el calor y la humedad eran un poco más sofocantes que un incendio en la selva de Borneo. Myron continuaba encapuchado, pero la luz de lo que podía ser una bombilla desnuda se filtraba por la tela. La habitación apestaba a moho, vapor y sudor seco: como si la sauna más popular en Jack La Lanne se hubiese estropeado. Resultaba difícil respirar a través de la capucha. Pat apoyó una mano en el hombro de Myron.

– Siéntese -dijo Pat antes de empujarlo hacia abajo con suavidad.

Myron se sentó. Oyó las pisadas de Pat, luego unas voces bajas. En realidad susurros. La mayor parte de Pat. Algo así como una discusión. De nuevo pisadas. Se acercaban a Myron. De pronto, un cuerpo tapó la luz de la bombilla, y sumió a Myron en la más total oscuridad. Un paso más. Alguien se detuvo delante de él.

– Hola, Myron -dijo la voz.

Allí había un temblor, un sonido casi maníaco en el tono. No había ninguna duda. Myron no era muy bueno con los nombres y los rostros, pero las voces tenían huellas. Llegaron los recuerdos. Después de todos estos años, su recuerdo fue instantáneo.

– Hola, Billy Lee.

Para ser más exactos, el desaparecido Billy Lee Palms. Antiguo hermano de la fraternidad y estrella del béisbol de Duke. Antiguo mejor compañero de Clu Haid. Hijo de la señora Mi-vida-es-un-papel-de-pared.

– ¿Te importa si ahora me quito la capucha? -preguntó Myron.

– En absoluto.

Myron levantó las manos y cogió la parte superior de la capucha. Se la quitó. Billy Lee estaba delante de él. O al menos lo que creyó que era Billy Lee. Como si el antiguo chico bonito hubiese sido secuestrado y reemplazado por esta versión obesa. Los antiguos prominentes pómulos de Billy Lee parecían maleables, la piel tersa ahora colgaba en pliegues, los ojos hundidos más que cualquier tesoro de pirata; su complexión, el gris de las calles después de la lluvia. Su pelo se veía grasiento y erizado como el de cualquier videojockey de la MTV.

Billy Lee también sujetaba lo que parecía una escopeta recortada a unos quince centímetros del rostro de Myron.

– Sujeta lo que parece una escopeta recortada a unos quince centímetros de mi cara -dijo Myron para beneficio del móvil.

Billy Lee se rió. El sonido también era familiar.

– Bonnie Franklin -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Anoche. Tú fuiste el que me pinchó con el bastón eléctrico.

Billy Lee abrió las manos.

– Bingo, nena.

Myron sacudió la cabeza.

– Está muy claro que tienes mucha mejor pinta con el maquillaje, Billy Lee.

Billy Lee se rió de nuevo y volvió a apuntar con la escopeta a Myron. Después le extendió la mano libre.

– Dame el teléfono.

Myron titubeó pero no mucho. Los ojos hundidos, una vez que Myron pudo verlos, estaban llorosos, desenfocados y teñidos de un rojo mate. El cuerpo de Billy Lee era un temblor. Myron estudió las mangas cortas y vio las huellas de las agujas. Billy Lee parecía el más salvaje e imprevisible de los animales: un drogadicto acorralado. Myron le dio el teléfono. Billy se lo llevó a la oreja.

– ¿Win?

La voz de Win sonó clara.

– Sí, Billy Lee.

– Vete al infierno.

Billy Lee se rió de nuevo. Luego apagó el teléfono, apartándolo del mundo exterior y Myron sintió que el miedo crecía en su pecho. Billy metió el teléfono en el bolsillo de Myron y miró a Pat.

– Átalo a la silla.

– ¿Qué? -dijo Pat.

– Átalo a la silla. Hay una cuerda detrás.

– ¿Atarlo cómo? ¿Acaso soy un maldito boy scout?

– Tú envuélvelo y haz un nudo. Sólo quiero inmovilizarlo por si acaso se comporta como un estúpido antes de que lo mate.

Pat se movió hacia Myron. Billy Lee continuó mirando a Myron.

– En realidad no es una buena idea alterar a Win -dijo Myron.

– Win no me asusta.

Myron sacudió la cabeza.

– ¿Qué?

– Sabía que estabas colgado -comentó Myron-. Pero no hasta qué punto.

Pat comenzó a pasar la cuerda alrededor del pecho de Myron.

– Quizá tendrías que llamarlo de nuevo -señaló Pat. Si la falla de San Andrés temblaba como su voz, estarían ordenando la evacuación-. No necesitamos que él también nos busque, ya sabes a qué me refiero.

– No te preocupes por eso -afirmó Billy Lee.

– Zorra todavía está allí…

– ¡No te preocupes por eso! -repitió esta vez a grito pelado.

Un terrible y agudo alarido. La escopeta se acercó más al rostro de Myron. Myron tensó el cuerpo, preparándose para moverse antes de que ataran la cuerda. Pero Billy Lee se apartó de pronto, como si se diese cuenta por primera vez de que Myron estaba en la habitación.

Nadie habló. Pat tensó la cuerda e hizo el nudo. No estaba bien hecho, pero cumpliría su propósito: inmovilizarlo para que Billy Lee tuviese todo el tiempo del mundo para volarle la cabeza.

– ¿Intentas matarme, Myron?

Una extraña pregunta.

– No -respondió Myron.

El puño de Billy Lee se estrelló en la parte inferior del abdomen de Myron. Myron se dobló, el aire escapó de los pulmones, jadeó en la pura y más desnuda necesidad de oxígeno. Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.

– No me mientas, gilipollas.

Myron luchó por respirar.

Billy Lee se sorbió los mocos, se secó el rostro con la manga.

– ¿Por qué intentas matarme?

Myron intentó responder, pero tardó demasiado. Billy Lee le pegó con fuerza con la culata de la escopeta, en el mismo punto de la zeta que Zorra le había marcado la noche anterior. Se soltaron los puntos, y la sangre cayó sobre la camisa de Myron. La cabeza comenzó a darle vueltas. Billy Lee se rió un poco más. Entonces levantó la culata por encima de la cabeza y comenzó a bajarla en un arco hacia la de Myron.

– ¡Billy Lee! -gritó Pat.

Myron lo vio venir, pero no tenía escapatoria.

Consiguió inclinar la silla con la punta de los pies y se echó hacia atrás. El golpe rozó la coronilla y le cortó el cuero cabelludo. La silla cayó hacia atrás, y la cabeza de Myron golpeó contra el suelo de madera. El cráneo le cosquilleó.

Oh, Dios…

Alzó la mirada. Billy Lee estaba alzando la culata de la escopeta de nuevo. Un golpe directo le aplastaría el cráneo. Myron intentó rodar, pero estaba enredado. Billy Lee le sonrió. Mantuvo la escopeta en alto por encima de su cabeza, dejó que el momento se alargase, observó a Myron debatirse como algunas personas miran a una hormiga herida antes de aplastarla con el pie.

Billy Lee de pronto frunció el entrecejo. Bajó el arma, la observó por un momento.

– Um -dijo-. De esta manera podría romper mi escopeta.

Myron sintió que Billy Lee lo cogía de los hombros y lo levantaba a él y a la silla. La escopeta estaba ahora a nivel de los ojos.

– Joder -dijo Billy Lee-. También podría volarte tu puto culo, ¿no tengo razón?

Myron apenas si oía nada. Cuando un arma te apunta directamente a la cara, tienes la tendencia a tapar todo lo demás. Las aberturas del doble cañón crecen, se acercan, te rodean hasta que todo lo que ves y oyes se consume en una boca negra.

Pat lo intentó de nuevo.

– Billy…

Myron sintió que el sudor en las axilas comenzaba a derramarse. Calma. Mantén el tono calmado. No lo excites.

– Dime lo que está pasando, Billy Lee. Quiero ayudar.

Billy Lee se rió, la escopeta todavía sacudiéndose en su mano.

– ¿Tú quieres ayudarme?

– Sí.

Se rió más fuerte.

– Gilipolleces, Myron. Una verdadera gilipollez.

Myron permaneció quieto.

– Nunca fuimos amigos, ¿no es así, Myron? Me refiero a que éramos hermanos de la fraternidad y salíamos juntos y todas esas cosas. Pero nunca fuimos de verdad amigos.

Myron intentó mantener la mirada en Billy Lee.

– Ha pasado mucho tiempo para volver al pasado, Billy Lee.

– Estoy intentando decir algo, imbécil. Me estás intentando engañar con todas esas tonterías de querer ayudarme. Como si fuésemos amigos. Pero eso no es nada más que una gilipollez. Nunca fuimos amigos.

Nunca te gusté. Como si fuesen niños de tercer grado en el recreo.

– Así y todo ayudé a salvarte el culo en más de una ocasión, Billy Lee.

La sonrisa.

– Mi culo no, Myron. El de Clu. Siempre fue el de Clu, ¿no? Aquello de conducir borracho cuando vivíamos en Massachusetts. No fuiste hasta allí para salvar mi culo. Fuiste hasta allí por Clu. Y aquella pelea en aquel bar en la ciudad. Aquello también fue por Clu.

Billy Lee de pronto inclinó la cabeza a un lado como un perro que percibe un nuevo sonido.

– ¿Por qué nunca fuimos amigos, Myron?

– ¿Por qué tú no me invitaste a tu fiesta de cumpleaños en la pista de patinaje?

– No jodas conmigo, gilipollas.

– A mí me gustabas, Billy Lee. Eras un tipo divertido.

– Pero después de un tiempo comenzó a cansarte, ¿no? Todo lo que hacía. Mientras era una estrella universitaria, todo iba de rositas, ¿no? Pero cuando fracasé en los profesionales, ya no era tan bonito y divertido. De pronto era patético. Es así, Myron.

– Lo dices tú.

– ¿Entonces qué pasa con Clu?

– ¿Qué pasa con él?

– Tú eras su amigo.

– Sí.

– ¿Por qué? Clu iba a las mismas juergas. Incluso era más juerguista. Siempre se estaba metiendo en problemas. ¿Por qué eras su amigo?

– Esto es estúpido, Billy Lee.

– ¿Lo es?

– Baja el arma.

La sonrisa de Billy Lee era amplia, resabiada y de alguna manera estaba muy lejos de la cordura.

– Te diré por qué seguiste siendo amigo de Clu. Porque él era mejor jugador de béisbol que yo. Él iba a estar con los grandes. Tú lo sabías. Es la única diferencia entre Clu Haid y Billy Lee Palms. Él se emborrachaba, se drogaba y se follaba a docenas de mujeres, pero seguía siendo divertido porque era un profesional.

– ¿Qué estás intentando decirme, Billy Lee? -protestó Myron-. ¿Que los atletas profesionales son tratados de una manera diferente al resto de nosotros? Vaya descubrimiento.

Pero el descubrimiento le sentaba mal a Myron. Sin duda porque las palabras de Billy Lee, si bien del todo irrelevantes, al menos en parte eran verdad. Clu era encantador y divertido sólo porque era un atleta profesional. Pero si la velocidad de su pelota rápida hubiese bajado unos pocos kilómetros por hora, si la rotación de su brazo hubiese estado un poco torcida o si la posición de sus dedos no hubiese permitido un buen movimiento de la pelota en sus lanzamientos, Clu hubiese acabado como Billy Lee. Mundos alternativos -vidas y destinos del todo diferentes- están separados por una cortina no más gruesa que una membrana. Pero con los atletas puedes ver tu vida alternativa con un poco más de claridad. Tienes la habilidad de lanzar la pelota un poco más rápida que el otro tipo, y acabas siendo un dios por encima de los mortales. Tienes chicas, fama, casa grande, el dinero en lugar de las ratas, el triste anonimato, el apartamento miserable, el trabajo vulgar. Vas a la televisión y das tu opinión de la vida. Las personas quieren estar cerca de ti, escucharte hablar y tocar el dobladillo de tu túnica. Sólo porque puedes lanzar la pelota a gran velocidad o embocar una pelota naranja en un círculo de metal o mover un palo con algo más de un arco puro. Eres especial.

Una locura cuando lo piensas.

– ¿Lo mataste tú, Billy Lee? -preguntó Myron.

Pareció como si a Billy Lee lo hubieran abofeteado.

– ¿Qué?

– Tenías celos de Clu. Él lo tenía todo. Te dejó atrás.

– ¡Era mi mejor amigo!

– Hace mucho tiempo de eso, Billy Lee.

Myron pensó de nuevo en hacer un movimiento. Podía intentar quitarse la cuerda, no estaba muy ajustada, pero llevaría tiempo, y aún estaba demasiado lejos. Se preguntó cómo estaría reaccionando Win al verse aislado de todo esto y tembló. No valía la pena pensarlo.

Algo que parecía una curiosa y tranquila mano cruzó el rostro de Billy Lee. Dejó de temblar, contempló a Myron sin sacudirse o temblar. Su voz de pronto sonó suave.

– Ya es suficiente -dijo.

Silencio.

– Tengo que matarte, Myron. En defensa propia.

– ¿De qué estás hablando?

– Tú mataste a Clu. Y ahora quieres matarme a mí.

– Eso es una locura.

– Quizá le dijiste a tu secretaria que lo hiciese. Y a ella la pillaron. O tal vez lo hizo Win. Ese tipo siempre ha sido tu perro faldero. O quizá lo hiciste tú mismo, Myron. El arma la encontraron en tu oficina, ¿no? La sangre en tu coche.

– ¿Por qué iba a matar a Clu?

– Utilizas a las personas, Myron. Le utilizaste para comenzar tu negocio. Pero después que no pasó el último análisis de dopaje, Clu estaba terminado. Por lo tanto, te dijiste: ¿por qué no reducir las pérdidas?

– Eso no tiene sentido -señaló Myron-. Incluso si lo hubiese hecho, ¿por qué iba a querer matarte a ti?

– Porque yo también puedo hablar.

– ¿Hablar de qué?

– De la mucha ayuda que puedes prestar.

Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Billy Lee. Su voz se apagó. Myron comprendió que tenía un gran problema.

El momento de calma se acabó. El cañón de la escopeta temblaba. Myron probó la cuerda. Nada. A pesar del calor, algo helado le recorrió las venas. Estaba atrapado. Ninguna posibilidad de hacer un movimiento.

Billy Lee intentó reír de nuevo, pero ahora algo en su interior se había agotado.

– Adiós.

El pánico dominó a Myron. Billy Lee estaba sólo a unos segundos de matarlo. No había ninguna oportunidad de convencerlo de que no lo hiciese. La combinación de drogas y paranoia había eliminado toda su capacidad de raciocinio. Myron consideró sus opciones y no le gustó ninguna.

– Win -dijo Myron.

– Ya te lo he dicho. No le tengo miedo.

– No estoy hablando contigo. -Myron miró a Pat. El barman resollaba con fuerza, y sus hombros estaban caídos como si alguien los hubiese cargado con arena mojada-. Una vez que él apriete el gatillo -le dijo Myron-, yo estaré mejor que usted.

Pat se movió hacia Billy Lee.

– Vamos a calmarnos por un segundo, Billy Lee. Piénsatelo un poco, ¿vale?

– Voy a matarlo.

– Billy Lee, ese tipo, Win. He oído historias…

– No lo entiendes, Pat. Es que no lo entiendes.

– Entonces dímelo, tío. Estoy aquí para ayudar.

– Después de que le mate.

Billy Lee se movió hacia Myron. Apoyó el cañón del arma en la sien de Myron. Myron se quedó lívido.

– ¡No!

Pat ya estaba muy cerca. O al menos era lo que creía. Hizo su movimiento, se lanzó a las piernas de Billy Lee. Pero debajo del drogadicto aún quedaba algo de los viejos reflejos del atleta. Por lo menos suficientes. Billy Lee se giró y disparó. La bala alcanzó a Pat en el pecho. Por una fracción de segundo Pat pareció sorprendido. Luego se desplomó.

Billy Lee gritó: «¡Pat!». Se dejó caer de rodillas y se aplastó hacia el cuerpo inmóvil.

El corazón de Myron aleteaba como un cóndor enjaulado. No esperó. Forcejeó con las cuerdas. Nada que hacer. Se deslizó hacia abajo en un serpenteo tremendo. La cuerda estaba más tensa de lo que creía, pero consiguió moverse un poco.

– ¡Pat! -gritó Billy Lee de nuevo.

Ahora las rodillas de Myron estaban en el suelo, su cuerpo contorsionado, su columna vertebral torcida de una manera que se suponía imposible. Billy Lee lloraba sobre el silencioso Pat. La cuerda se enganchó debajo de la barbilla de Myron, echó la cabeza hacia atrás y por un momento le estranguló. ¿De cuánto tiempo disponía?

¿Cuánto tiempo antes de que Billy Lee recobrase los sentidos? Imposible de decir. Myron echó la barbilla todavía más atrás, y la cuerda empezó a pasar por encima de él. Estaba casi libre.

Billy Lee dio un respingo y se volvió.

Myron seguía atrapado en la cuerda. Los dos hombres cruzaron una mirada. Se había acabado. Billy Lee levantó la escopeta. Quizá les separaban dos metros y medio. Myron observó el cañón, vio los ojos de Billy Lee, vio la distancia.

Ninguna posibilidad. Demasiado tarde.

El arma se disparó.

La primera bala hizo blanco en la mano de Billy Lee. Soltó un alarido y dejó caer la escopeta. La segunda bala alcanzó la rodilla de Billy Lee. Otro grito. Manó la sangre. La tercera bala llegó tan rápido que Billy Lee no tuvo tiempo de llegar al suelo. Su cabeza se movió hacia atrás por el impacto, sus piernas se levantaron en el aire. Billy Lee se perdió de la vista como un blanco en una galería de tiro.

En la habitación reinó el silencio.

Myron se libró por fin de la cuerda y rodó sobre sí mismo a un rincón.

– ¿Win? -gritó.

Ninguna respuesta.

– ¿Win?

Nada.

Pat y Billy Lee ni siquiera pestañearon. Myron se levantó, el único sonido era el de su propia respiración. Sangre. Por todas partes había sangre. Tenían que estar muertos. Myron se acurrucó en el rincón. Alguien lo vigilaba. Ahora lo sabía. Cruzó la habitación y miró a través de la ventana. Miró a la izquierda. Nada. Miró a la derecha.

Alguien estaba en las sombras. Una silueta. El miedo dominó a Myron. La silueta pareció flotar y después desapareció en la oscuridad. Myron se volvió y encontró el pomo. Abrió la puerta y echó a correr.

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