FJ no estaba allí. Myron volvió a llamar a su oficina. La misma secretaria le dijo que FJ no estaba disponible. Myron repitió que era imperativo que hablase con Francis Ache Junior tan pronto como fuese humanamente posible. La secretaria continuó imperturbable.
Myron volvió a su oficina.
Big Cyndi vestía una malla entera verde brillante con una frase en el pecho (en una mujer que a duras penas podía vestirse con un caftán). La tela gritaba de dolor, las letras de la frase estaban tan extendidas que Myron no podía leerlas, algo parecido a lo que pasa cuando pones plastilina contra el titular de un periódico y lo estiras.
– Muchos clientes han estado llamando, señor Bolitar -dijo Big Cyndi-. No están complacidos con su ausencia.
– Ya me haré cargo.
Ella le dio los mensajes.
– Ah, llamó Jared Mayor -añadió Big Cyndi-. Parecía muy interesado en hablar con usted.
– Vale, gracias.
Llamó primero a Jared Mayor. Estaba en el despacho de su madre en el estadio de los Yankees. Sophie conectó el altavoz.
– ¿Me ha llamado? -preguntó Myron.
– Confiaba en que nos diese una actualización -respondió Jared.
– Creo que alguien está intentando perjudicar a su madre.
– ¿Perjudicarme cómo? -preguntó Sophie.
– El análisis de dopaje de Clu fue un amaño. Él estaba limpio.
– Sé que quiere creerlo pero…
– Tengo pruebas -dijo Myron.
Silencio.
– ¿Qué clase de pruebas? -quiso saber Jared.
– No hay tiempo para eso. Pero confíe en mí. Clu estaba limpio.
– ¿Quién querría amañar el análisis? -preguntó Sophie.
– Es lo que quiero saber. Los sospechosos lógicos son el doctor Stilwell y Sawyer Wells.
– ¿Por qué querrían perjudicar a Clu?
– A Clu o a Sophie. A usted. Encaja con todo lo demás que tenemos. Levantar el espectro de su hija desaparecida, aprovechar su gran éxito en el béisbol y volverlo contra usted. Creo que hay alguien por allí que quiere hundirla.
– Está sacando conclusiones apresuradas -señaló Sophie.
– Podría ser.
– ¿Quién querría perjudicarme?
– Estoy seguro de que usted tiene su cuota de enemigos. Qué le parece Vincent Riverton, para empezar.
– ¿Riverton? No. Nuestra compra fue mucho más amable de como lo presentó la prensa.
– No obstante, no lo descartaría.
– Escuche, Myron. En realidad no me importa nada de todo eso. Sólo quiero que encuentre a mi hija.
– Es probable que ambos asuntos estén relacionados.
– ¿Cómo?
Myron cambió de oreja.
– Quiere que sea directo, ¿no?
– Por supuesto.
– Entonces permítame recordarle cuáles son las posibilidades de que su hija aún esté viva.
– Pocas -admitió ella.
– Muy pocas.
– No. Me quedo con pocas. De hecho, creo que son mejores que muy pocas.
– ¿De verdad cree que Lucy está viva en alguna parte?
– Sí.
– ¿Está en algún lugar a la espera de que la encuentren?
– Sí.
– Entonces la gran pregunta es: ¿por qué?
– ¿A qué se refiere?
– ¿Por qué no está en casa? -preguntó él-. ¿Cree que alguien la ha tenido secuestrada durante todos estos años?
– No lo sé.
– Bueno, ¿qué otras alternativas hay? Si Lucy todavía está viva, ¿por qué no vuelve a casa? ¿O llama por teléfono? ¿De qué se oculta?
Silencio.
Sophie lo rompió.
– ¿Cree que alguien ha resucitado el recuerdo de mi hija como parte de una venganza contra mí?
Myron no sabía muy bien qué contestar.
– Creo que es una posibilidad que debemos considerar.
– Aprecio su sinceridad, Myron. Quiero que continúe siendo sincero conmigo. No se retenga. Pero yo también quiero mantener la esperanza. Cuando tu hija desaparece de pronto, crea un enorme vacío. Necesito algo para llenarlo, Myron. Así que hasta que no se demuestre lo contrario, lo continuaré llenando con la esperanza.
– Lo comprendo -dijo Myron.
– Entonces continuará buscando.
Llamaron a la puerta. Myron puso una mano sobre el teléfono y dijo adelante. Big Cyndi abrió la puerta. Myron le señaló una silla. Ella se sentó. Con el verde brillante parecía un poco un planeta.
– No estoy seguro de que pueda hacerlo, Sophie.
– Jared investigará el análisis de Clu -manifestó ella-. Si había algo erróneo, él lo descubrirá. Usted siga buscando a mi hija. Puede que esté acertado en el destino de Lucy. Pero también puede estar equivocado. No renuncie.
Antes de que pudiese responder, cortaron la llamada. Myron colgó el teléfono.
– ¿Bien? -preguntó Big Cyndi.
– Ella todavía tiene esperanzas.
Big Cyndi torció el gesto.
– Hay una línea muy fina entre la esperanza y la desilusión, señor Bolitar. Creo que la señora Mayor puede haberla cruzado.
Myron asintió. Se acomodó en la silla.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó.
Big Cyndi sacudió la cabeza. Su cráneo era casi un cubo perfecto y recordó a Myron un viejo juego de montar un robot. No estaba seguro de qué más hacer. Myron cruzó las manos y las apoyó en la mesa. Se preguntó cuántas veces había estado a solas con Big Cyndi como ahora. Menos de un puñado, seguro.
Está mal decirlo, pero ella le ponía nervioso.
Después de pasados unos momentos, Big Cyndi dijo:
– Mi madre era una mujer muy grande y fea.
Myron no tenía respuesta para eso.
– Como la mayoría de las mujeres grandes y feas, era como una violeta marchita. Eso es lo que pasa con las mujeres grandes y feas, señor Bolitar. Se acostumbran a estar a solas en un rincón. Se ocultan. Se ponen furiosas y a la defensiva. Mantienen las cabezas gachas y dejan que las traten con desdén, disgusto y…
Se interrumpió de pronto, movió una zarpa carnosa. Myron permaneció quieto.
– Detestaba a mi madre -prosiguió ella-. Juré que nunca sería así.
Myron arriesgó un gesto de asentimiento.
– Por eso tiene que salvar a Esperanza.
– No estoy seguro de ver la relación.
– Ella es la única que ve más allá de esto.
– ¿Más allá de qué?
Ella se lo pensó un momento.
– ¿Cuál es la primera cosa que piensa cuando me ve, señor Bolitar?
– No lo sé.
– A la gente que te mira fijamente -explicó ella.
– Es difícil culparlos, ¿no te parece? Me refiero a tu manera de vestir y eso.
Ella sonrió.
– Prefiero ver la sorpresa en sus rostros y no la compasión. Y prefiero verlos descarados y escandalizados que asustados, encogidos o tristes. ¿Lo comprende?
– Eso creo.
– Ya no estoy sola en el rincón nunca más. Ya lo he hecho demasiado tiempo.
Sin saber muy bien qué decir, Myron se conformó con otro gesto de asentimiento.
– Cuando tenía diecinueve años, comencé la lucha como profesional. Obviamente, me tocaba el papel de malvada. Me burlaba, hacía muecas, trampas. Golpeaba a las oponentes cuando no miraban. Todo era una actuación, por supuesto. Pero aquél era mi trabajo.
Myron se reclinó y escuchó.
– Una noche me tocó luchar con Esperanza; debería decir la Pequeña Pocahontas. Era la primera vez que nos encontrábamos. Ya era la luchadora más querida del circuito. Bonita, encantadora, pequeña y todas esas cosas… todas las cosas que yo no soy. En cualquier caso, actuábamos en un gimnasio, en un instituto en las afueras de Scranton. El guión era el habitual. Un combate de toma y daca. Esperanza ganando con su habilidad. Yo trampeando. En dos ocasiones se suponía que yo debía tenerla sujeta cuando la multitud se enloquecía y ella comenzaba a golpear con un pie, como si los aplausos le diesen fuerza, y entonces todos comenzaban a aplaudir al ritmo de sus golpes. Ya sabe cómo funciona, ¿no?
Myron asintió.
– Se suponía que ella debía sujetarme con una vuelta atrás en la marca de los quince minutos. Lo hicimos a la perfección. Luego mientras ella levantaba las manos en señal de victoria, se suponía que debía acercarme por detrás y pegarle en la espalda con una silla de metal. De nuevo fue a la perfección. Cayó sobre la lona. La multitud jadeó. Yo, el Volcán Humano, que era como me llamaba entonces, levanté mis manos para proclamar mi triunfo. Comenzaron a gritar y a tirar cosas. Me burlé. Los animadores se mostraron todos preocupados por la Pequeña Pocahontas. Trajeron la camilla. Ha visto el mismo número un millón de veces en la tele.
Él volvió a asentir.
– Así que hubo otros dos combates, y después la multitud se marchó. Decidí no cambiarme hasta no estar en el hotel. Fui hacia donde el autocar unos pocos minutos antes que las otras chicas. Estaba oscuro, por supuesto. Casi medianoche. Pero algunos de los espectadores aún estaban allí. Vinieron a por mí. Debían ser veinte de ellos. Comenzaron a gritarme. Decidí seguirles el juego. Solté mi rugido del cuadrilátero y flexioné los músculos -su voz se quebró- y fue entonces cuando una piedra me golpeó en la boca.
Myron permaneció inmóvil.
– Comencé a sangrar. Entonces otra piedra me golpeó en el hombro. No podía creer lo que estaba pasando. Intenté volver al interior, pero me rodearon. No sabía qué hacer. Se me acercaron más. Me agaché. Alguien me golpeó en la cabeza con una botella de cerveza. Mis rodillas golpearon en la acera. Entonces alguien me dio un puntapié en el estómago y otro me tiró del pelo.
Se detuvo. Sus ojos parpadearon unas pocas veces y ella miró a un lado. Myron pensó en tenderle una mano, pero no lo hizo. Más tarde se preguntaría por qué.
– Fue entonces cuando apareció Esperanza -dijo Big Cyndi después de unos momentos-. Saltó por encima de alguien en la multitud y se puso a mi lado. Los imbéciles creyeron que estaba allí para ayudarles a darme una paliza. Pero ella sólo quería protegerme de los golpes. Les dijo que se detuviesen. Pero no la escucharon. Uno de ellos la apartó para poder continuar pegándome. Sentí otro puntapié. Alguien me tiró del pelo tan fuerte que mi cuello se echó hacia atrás. De verdad creí que iban a matarme.
Big Cyndi se detuvo de nuevo y respiró hondo. Myron permaneció donde estaba y esperó.
– ¿Sabe lo que hizo Esperanza entonces? -preguntó.
Myron sacudió la cabeza.
– Anunció que íbamos a ser compañeras de equipo. Así de sencillo. Lo gritó después de que la hubiesen sacado en la camilla, yo la había ido a ver y comprendimos que en realidad éramos como hermanas perdidas. El Volcán Humano se llamaría ahora Mamá Gran Jefe y seríamos compañeras y amigas. Algunos de los espectadores se apartaron. Otros parecían desconfiados. Es una trampa, le advirtieron. El Volcán Humano te está engañando. Pero Esperanza insistió. Me ayudó a levantarme y para entonces apareció la poli y el incidente se acabó. La multitud se dispersó sin problemas.
Big Cyndi levantó los gruesos brazos y sonrió.
– El final.
Myron le devolvió la sonrisa.
– ¿Fue así como os convertisteis en equipo?
– Así fue. Cuando el presidente de la Federación de Luchadoras Femeninas se enteró del episodio, decidió aprovecharlo. El resto, como dicen, es historia.
Se sentaron en silencio, todavía sonriendo. Pasado un rato, Myron dijo:
– A mí me partieron el corazón hace seis años.
Big Cyndi asintió.
– Jessica, ¿no?
– Así es. Entré y la encontré con otro hombre. Un tipo llamado Doug. -Hizo una pausa. No podía creer que le estuviese explicando eso. Todavía le dolía. Después de todo este tiempo todavía le dolía-. Jessica me dejó. ¿No es extraño? Yo no la eché. Ella se marchó. No hablamos en cuatro años hasta que ella volvió y comenzamos de nuevo. Pero tú ya lo sabes.
Big Cyndi hizo una mueca.
– Esperanza odia a Jessica.
– Sí, lo sé. No se toma ninguna molestia en ocultarlo.
– La llama la reina puta.
– Cuando está de buen humor -dijo Myron-. Pero ésa es la razón. Hasta que rompimos aquella primera vez, más o menos se mostraba indiferente. Pero después de eso…
– Esperanza no perdona fácilmente -señaló Big Cyndi-. No cuando se trata de sus amigos.
– Correcto. En cualquier caso, estaba destrozado. Win no era de ninguna ayuda. En los asuntos del corazón, bueno, es cómo explicarle Mozart a un sordo. Así que más o menos una semana después de que Jessie me dejase, fui a la oficina. Esperanza tenía dos pasajes de avión en la mano. «Nos vamos», dijo. «¿Adónde?», pregunté. «No te preocupes por eso», respondió. «Ya he llamado a tus padres. Les he dicho que nos vamos una semana.» -Myron sonrió-. Mis padres adoran a Esperanza.
– Eso tendría que decirle algo -dijo Big Cyndi.
– Le dije que no tenía ninguna prenda. Ella señaló dos maletas en el suelo. «Te he comprado todo lo que necesitas.» Protesté, pero no podía decir mucho más, y ya conoces a Esperanza.
– Testaruda -afirmó Big Cyndi.
– Te quedas corta. ¿Sabes dónde me llevó?
Big Cyndi sonrió.
– A un crucero. Esperanza me lo contó.
– Correcto. Uno de esos grandes barcos nuevos con cuatrocientas comidas al día. Me hizo participar en todas las actividades más imbéciles. Incluso hice una billetera. Bebimos. Bailamos. Jugamos al bingo. Dormimos en la misma cama y ella me abrazaba y ni siquiera llegamos a darnos besos.
Permanecieron sentados en silencio otro largo momento, ambos sonriendo de nuevo.
– Nunca le pedimos su ayuda -señaló Big Cyndi-. Esperanza sólo lo sabe y hace lo correcto.
– Ahora es nuestro turno -dijo Myron.
– Sí.
– Todavía me oculta algo.
Big Cyndi asintió.
– Lo sé.
– ¿Sabes qué es?
– No -respondió ella.
Myron se echó hacia atrás.
– De todas maneras la salvaremos -dijo.
A las ocho de la noche, Win llamó a las oficinas de Myron.
– Reúnete conmigo en el apartamento dentro de una hora. Tengo una sorpresa para ti.
– No estoy de humor para sorpresas, Win.
Clic.
Fantástico. Probó de nuevo con la oficina de FJ. Ninguna respuesta. No le gustaba mucho esperar. FJ era la clave de todo esto, estaba seguro. Pero ¿qué opción tenía? De todas maneras se estaba haciendo tarde. Mejor ir a casa y dejarse sorprender por lo que le tuviese preparado Win y luego descansar.
El metro todavía estaba lleno a las ocho y media; la llamada hora punta de Manhattan se había convertido en cinco o seis. Myron decidió que la gente trabajaba demasiado. Se bajó y fue a pie al Dakota. Estaba el mismo portero. Había recibido instrucciones de dejar entrar a Myron a cualquier hora, que Myron era ahora oficialmente un residente del Dakota, pero el portero continuaba poniendo una cara como si sintiese un mal olor cada vez que pasaba.
Myron subió en el ascensor, buscó la llave y abrió la puerta.
– ¿Win?
– No está aquí.
Myron se volvió. Terese Collins le dirigió una pequeña sonrisa.
– Sorpresa -dijo ella.
Él la miró boquiabierto.
– ¿Has dejado la isla?
Terese se miró en un espejo cercano, luego a él.
– Al parecer.
– Pero…
– Ahora no.
Ella se adelantó y se abrazaron. Él la besó. Comenzaron a forcejear con los botones, las cremalleras y los broches. Ninguno de los dos habló. Llegaron al dormitorio y luego hicieron el amor.
Cuando se acabó, se abrazaron el uno al otro, las sábanas arrugadas y sujetándolos bien juntos. Myron apoyó la mejilla en su suave pecho, oyó los latidos de su corazón. Su pecho se sacudía un poco, y él comprendió que ella lloraba en silencio.
– Dímelo -le pidió.
– No. -La mano de Terese acarició su pelo-. ¿Por qué te marchaste?
– Un amigo está en problemas.
– Suena muy noble.
De nuevo aquella palabra.
– Creía que habíamos acordado no hacer esto -dijo él.
– ¿Te quejas?
– A duras penas. Sólo siento curiosidad por saber por qué cambiaste de opinión.
– ¿Importa?
– No lo creo.
Ella le acarició el pelo un poco más. Myron cerró los ojos, sin moverse, sólo deseando disfrutar de la maravillosa suavidad de su piel contra su mejilla y cabalgar en el subir y bajar de su pecho.
– Tu amigo en problemas. Es Esperanza Díaz.
– ¿Te lo dijo Win?
– Lo leí en los periódicos.
Él mantuvo los ojos cerrados.
– Dímelo -pidió Terese.
– Nunca se nos dio muy bien conversar en la isla.
– Sí, pero aquello fue entonces, y esto es ahora.
– ¿Eso qué significa?
– Significa que se te ve bastante mal. Creo que necesitas un tiempo de recuperación.
Myron sonrió.
– Ostras. La isla tenía ostras.
– Así que cuéntamelo.
Él lo hizo. Todo. Terese le acarició el pelo. Lo interrumpió muchas veces con preguntas, colocándose en el papel más conocido de entrevistadora. A él le llevó casi una hora.
– Vaya historia -comentó Terese.
– Sí.
– ¿Dolió? Me refiero a cuando te dieron la paliza.
– Sí. Pero soy un tío duro.
Ella le besó la coronilla.
– No. No lo eres.
Permanecieron en un cómodo silencio.
– Recuerdo la desaparición de Lucy Mayor -dijo Terese-. Al menos la segunda vuelta.
– ¿La segunda vuelta?
– Cuando los Mayor tuvieron el dinero para montar una gran campaña para encontrarla. Antes nunca había sido una gran historia. Una muchacha de dieciocho años que se fuga. Nada de interés.
– ¿Recuerdas algo que pueda ayudarme?
– No. Detesto ocuparme de historias como ésas. Y no sólo por la razón obvia de que hay vidas que se destrozan.
– ¿Entonces qué?
– Que hay demasiada negación.
– ¿Negación?
– Sí.
– ¿Te refieres a la familia?
– No, al público. Las personas se cierran cuando se trata de sus hijos. Lo niegan porque es demasiado doloroso aceptarlo. Se dicen a sí mismos que no puede pasarle a ellos. Dios no es tan quisquilloso. Tiene que haber una razón. ¿Recuerdas el caso de Louise Woodward hace un par de años?
– ¿La niñera que mató al bebé en Massachusetts?
– Reducido a homicidio involuntario por el juez, pero sí. El público continuó negando, incluso aquellos que la creían culpable. No importa que la madre sólo trabajase media jornada y viniese a casa a la hora de comer para darle el pecho al bebé. Era culpa suya. Y el padre. Él tendría que haber comprobado mejor los antecedentes de la niñera. Los padres tendrían que haber tenido más cuidado.
– Lo recuerdo -dijo Myron.
– En el caso de los Mayor fue un asunto parecido. Si Lucy Mayor hubiese sido criada adecuadamente nunca se habría escapado. A eso me refiero con negación. Demasiado doloroso pensarlo, así que lo tapas y te convences a ti mismo de que no te puede ocurrir.
– ¿Crees que tiene algún mérito ese argumento para este caso?
– ¿A qué te refieres?
– ¿Los padres de Lucy Mayor eran parte del problema?
– No es importante -respondió Terese con voz suave.
– ¿Por qué lo dices?
Terese permaneció en silencio, su respiración un poco más entrecortada.
– ¿Terese?
– Algunas veces uno de los padres es culpable. Pero eso no cambia nada. Porque de una manera u otra, sea su falta o no, tu hijo ha desaparecido y es lo único que importa.
Más silencio.
Myron lo interrumpió.
– ¿Estás bien?
– Sí.
– Sophie Mayor me dijo que la peor parte era no saber.
– Se equivoca -dijo Terese.
Myron quería preguntarle más, pero ella se levantó de la cama. Volvió, hicieron el amor de nuevo, lánguida y de una manera agridulce como dice la canción; ambos sintiéndose perdidos, ambos buscando algo en el momento o al menos conformándose con el aturdimiento.
Aún estaban envueltos en las sábanas cuando el teléfono despertó a Myron a primera hora de la mañana. Pasó un brazo por encima de la cabeza de Terese y contestó.
– ¿Hola?
– ¿Qué es tan importante?
Era FJ. Myron se apresuró a sentarse.
– Tenemos que hablar.
– ¿De nuevo?
– Sí.
– ¿Cuándo?
– Ahora.
– En Starbucks -dijo FJ-. ¿Myron?
– ¿Qué?
– Dile a Win que no entre.