15

Desde el exterior, Adivina se parecía mucho a cualquier otra cantina-como-bar-de-ligue de Manhattan. El edificio era de ladrillo, las ventanas oscurecidas para resaltar los rótulos de cerveza luminosos. Sobre la puerta, unas letras borrosas decían «Adivina». Eso era todo. Nada de «Traiga sus perversiones». Nada de «Cuanto más raro, mejor». Nada de «Mejor que le gusten las sorpresas». Nada de nada. Un tipo que volvía a casa podía pasar por allí, entrar, dejar el maletín, ver algo atractivo, invitarle a una copa, repetir unas cuantas frases manidas, llevárselo a casa. Sorpresa, sorpresa.

Big Cyndi le recibió en la puerta vestida como Earth, Wind and Fire; no tanto como uno de los integrantes, sino como todo el grupo.

– ¿Preparado?

Myron titubeó, asintió.

Cuando Big Cyndi abrió la puerta, Myron contuvo el aliento y entró detrás de ella. El interior no era lo que había visualizado. Se dijo que había esperado algo… totalmente desquiciado. Quizá como la escena del bar en La guerra de las galaxias. En cambio, Adivina daba la misma sensación neodesesperada y el hedor de otro millón de bares de solteros, en un viernes por la noche. Algunos clientes llevaban disfraces, pero la mayoría vestía prendas deportivas o trajes. También había un puñado de travestís con ropas escandalosas, devotos del cuero y una tía estupenda con un disfraz de Catwoman, pero en la actualidad le costaría mucho encontrar un bar en Manhattan que no tenga nada de eso. Desde luego, algunos llevaban disfraces, pero bien mirado, ¿quién no lleva un disfraz en un bar de solteros?

Caray, eso sí que era profundo.

Las cabezas y los ojos se volvieron en su dirección. Por un momento Myron se preguntó por qué. Pero sólo por un momento. Después de todo estaba junto a Big Cyndi, una masa multicolor de un metro noventa y cinco y ciento cincuenta kilos tapada con más lentejuelas que Siegfried y Roy. Atraía las miradas.

Big Cyndi parecía halagada por la atención. Bajó los ojos, se hizo la tímida, que era algo así como Ed Asner haciéndose el coqueto.

– Conozco al jefe de camareros -dijo ella-. Se llama Pat.

– ¿Hombre o mujer?

Ella sonrió, le dio un golpe en el brazo.

– Ya comienza a pillarle el truquillo.

En la máquina de discos sonaba Every Little Thing She Does Is Magic, de Police. Myron intentó contar cuántas veces Sting repetía las palabras every little. Perdió la cuenta cuando llegó al millón.

Encontraron dos taburetes en la barra. Big Cyndi buscó a Pat. Myron echó una ojeada, muy a lo detective. Le dio la espalda a la barra, apoyó los codos en la madera, movió la cabeza al compás de la música. El señor Enrollado. La nena con el traje de gato negro llamó su atención. Se deslizó en el taburete a su lado y se enroscó en él. Myron recordó a Julie Newmar como Cat Woman en 1967, algo que hacía con demasiada frecuencia. Esta mujer tenía el pelo rubio con algunas mechas más oscuras, pero por lo demás era de un parecido asombroso.

La mujer gato le dedicó una mirada que le hizo creer en la telequinesis.

– Hola -dijo ella.

– Hola. -El Rompecorazones se despierta.

Ella alzó una mano poco a poco hasta el cuello y comenzó a jugar con la cremallera del disfraz. Myron consiguió mantener la lengua en la vecindad de la boca. Se apresuró a mirar a Big Cyndi.

– No esté tan seguro -le advirtió Big Cyndi.

Myron frunció el entrecejo. Por amor de Dios, se veía el escote. Echó otra mirada por el bien de la ciencia. Sí, escote. Y mucho. Miró de nuevo a Big Cyndi y susurró:

– Tetas. Dos.

Big Cyndi se encogió de hombros.

– Me llamo Thrill -dijo la mujer gato.

– Yo soy Myron.

– Myron -repitió ella y movió la lengua en círculos como si buscase el sabor de la palabra-. Me gusta el nombre. Es muy masculino.

– Eh, gracias, supongo.

– ¿No te gusta tu nombre?

– En realidad, digamos que siempre lo he odiado. -Después le dirigió la mirada de un machote, enarcando la ceja como Fabio que piensa a fondo-. Pero si te gusta, quizá lo reconsidere.

Big Cyndi hizo un sonido como un alce que escupe un caparazón de tortuga.

Thrill le dirigió otra mirada ardiente y cogió su copa. Hizo algo que se podría llamar más o menos «beber un sorbo», pero Myron dudó que la Motion Picture Association le diese una clasificación que no fuese la de prohibida para menores de dieciocho años.

– Háblame de ti, Myron.

Comenzaron a hablar. Pat, el camarero, estaba en un descanso, así que Myron y Thrill hablaron sus buenos quince minutos. No quería admitirlo, pero se estaba divirtiendo. Thrill se volvió hacia él con todo el cuerpo. Se acercó un poco más. Myron buscó de nuevo las señales indicadoras de su sexo. Se fijó en si había una sombra de barba y bigote, Nada. Miró de nuevo el escote. Seguía allí. Demonios, si no era un detective con experiencia.

Thrill apoyó una mano en su muslo. La notó caliente a través del tejano. Myron observó la mano por un instante. ¿El tamaño no correspondía? Intentó deducir si era grande para una mujer o quizá pequeña para un hombre. Su cabeza comenzó a darle vueltas.

– No quiero ser descortés -acabó por decir Myron-, pero eres una mujer, ¿no?

Thrill echó la cabeza hacia atrás y se rió. Myron buscó la nuez de Adán. Ella llevaba una cinta negra alrededor del cuello. Resultaba difícil saberlo. La risa era un tanto ronca, pero, eh, ya estaba bien. No podía ser un tío. No con esas tetas. No cuando el disfraz estaba tan apretado, en, eh, aquella zona, ya me entienden.

– ¿Cuál es la diferencia? -preguntó Thrill.

– ¿Perdón?

– Me encuentras atractiva, ¿no?

– Lo que veo.

– ¿Y?

Myron levantó las manos.

– Así que, y quede bien clarito, si, durante un momento de pasión, hay un segundo pene en el cuarto… bueno, a mí se me quitan todas las ganas.

Ella se rió.

– Así que ningún otro pene, ¿eh?

– Así es. Sólo el mío. Puede que sea raro pero es lo que hay.

– ¿Conoces a Woody Allen? -preguntó ella.

– Por supuesto.

– Entonces deja que le cite. -Myron permaneció expectante. Thrill estaba a punto de citar a Woody Allen. Si ella era ella, Myron estaba cerca de proponerse-. El sexo es una cosa maravillosa entre dos personas. Entre cinco es fantástico.

– Bonita cita -dijo Myron.

– ¿Sabes de dónde es?

– De su vieja actuación en el club nocturno. Cuando Woody tenía un número en los sesenta.

Thrill asintió, complacida de que su alumno hubiese pasado la prueba.

– Pero aquí no estamos hablando de sexo en grupo -señaló Myron.

– ¿Alguna vez has participado del sexo en grupo? -quiso saber ella.

– Bueno, eh, no.

– Pero si lo hicieses, si fueran, digamos, cinco personas, ¿sería un problema si una de ellas tuviese pene?

– Estamos hablando hipotéticamente, ¿verdad?

– A menos que quieras que llame a algunos amigos.

– No, está bien, de verdad, gracias. -Myron respiró hondo-. Sí, vale, hipotéticamente. Supongo que no sería un gran problema siempre y cuando el hombre mantenga la distancia.

Thrill asintió.

– Pero si yo tuviese pene…

– Se me pasarían las ganas.

– Comprendo. -Thrill trazó pequeños círculos en el muslo de Myron-. Admite que sientes curiosidad.

– La siento.

– ¿Y?

– También siento curiosidad por lo que pasa por la cabeza de una persona cuando salta desde un rascacielos. Antes de que se espachurre en la acera.

Ella enarcó una ceja.

– Que tiene mucha prisa.

– Sí, pero al final acaba espachurrado.

– Y en este caso…

– El espachurrado sería el pene.

– Interesante -admitió Thrill-. Suponte que soy transexual.

– ¿Perdón?

– Supón que tenía un pene, pero ahora ha desaparecido. Estarías a salvo, ¿no?

– Te equivocas.

– ¿Por qué?

– El pene fantasma -contestó Myron.

– ¿Perdón?

– Como en la guerra, cuando a un tipo le cortan una pierna y todavía cree que esta allí. Un pene fantasma.

– Pero no sería tu pene el que ha desparecido.

– Así y todo. Un pene fantasma.

– Pero eso no tiene ningún sentido.

– Exactamente.

Thrill le mostró unos bonitos dientes blancos. Myron los miró. No se podía saber mucho del sexo de alguien por los dientes. Mejor mirar de nuevo el escote.

– ¿Te das cuenta de que estás terriblemente inseguro de tu sexualidad? -señaló ella.

– ¿Porque me gustaría saber si una posible compañera tiene pene?

– Un hombre de verdad no se preocuparía de que lo tomasen por marica.

– No es lo que la gente piense lo que me preocupa.

– Sólo es la cuestión del pene -acabó ella por él.

– Exacto.

– Todavía digo que eres sexualmente inseguro.

Myron se encogió, levantó las manos.

– ¿Quién no lo es?

– Es verdad. -Ella acomodó el trasero. Vinilo sobre vinilo. Un sonido-. ¿Entonces por qué no me invitas a salir?

– Creo que acabamos de hablar de eso.

– Me encuentras atractiva, ¿correcto? Lo que ves.

– Sí.

– ¿Y estamos manteniendo una charla agradable?

– Sí.

– ¿Me encuentras interesante? ¿Divertida?

– Sí y sí.

– ¿Eres soltero y sin compromiso?

Él tragó saliva.

– Sí, otras dos veces.

– ¿Y?

– Y, de nuevo, no te lo tomes como algo personal…

– Pero es otra vez esa cosa del pene.

– Exacto.

Thrill se echó hacia atrás, jugó con la cremallera en el cuello, se la subió un poco.

– Eh, es nuestra primera cita. No tenemos que acabar desnudos.

Myron se lo pensó.

– Ya.

– Pareces sorprendido.

– No… me refiero…

– Quizá no sea tan fácil.

– Culpa mía por suponer… me refiero a que estás en este bar.

– Por lo tanto, no creí que la mayoría de los clientes jugaban a ser difíciles. Para citar a Woody Allen: «¿Cómo malinterpreté aquellas señales?».

Thrill no titubeó.

Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo, y no se atrevió a preguntar.

– Si eres una mujer -dijo Myron-, quizá me esté enamorando.

– Gracias. Y ya puestos a leer las señales de estar en este bar, ¿qué está haciendo tú aquí? Tú, con toda esa historia del pene.

– Tienes razón.

– ¿Y?

– ¿Y qué?

– ¿Por qué no me invitas a salir? -De nuevo con los arrumacos-. Podríamos cogernos de la mano. Quizá besarnos. Tal vez incluso meter una mano debajo de mi camisa. Por la manera en que miras, es casi como si ya estuvieses allí.

– No estoy mirando -dijo Myron.

– ¿No?

– Si he estado mirando, y advierto que digo si, sería pura y exclusivamente por el bien de la clarificación sexual, te lo aseguro.

– Gracias por aclarármelo. Pero lo que quiero decir es que podemos salir e ir a cenar. O ir al cine. No necesitamos tener ningún contacto genital.

Myron sacudió la cabeza.

– De todas maneras no dejaría de preguntármelo.

– Ah, ¿pero no te gusta un poco de misterio?

– Me gusta el misterio en muchísimas situaciones. Pero cuando se trata del contenido del pantalón, bueno, soy un tipo bastante tradicional.

Thrill se encogió de hombros.

– Sigo sin entender por qué estás aquí.

– Estoy buscando a alguien. -Sacó una foto de Clu Haid y se la mostró-. ¿Le conoces?

Thrill miró la foto y frunció el entrecejo.

– Creí que habías dicho que eras agente deportivo.

– Lo soy. Era un cliente.

– ¿Era?

– Lo asesinaron.

– ¿El jugador de béisbol?

Myron asintió.

– ¿Lo has visto por aquí?

Thrill cogió un trozo de papel y escribió algo.

– Aquí tienes mi número de teléfono, Myron. Llámame cuando quieras.

– ¿Qué pasa con el tipo de la foto?

Thrill le dio el trozo de papel, dejó el taburete y se alejó ondulante. Myron observó sus movimientos con atención, atento a la presencia de, umm, un arma escondida. Big Cyndi le dio un codazo. Casi se cayó del taburete.

– Éste es Pat -dijo Big Cyndi.

Pat, el camarero, parecía alguien a quien Archie Bunker podría haber contratado para trabajar en su local. Tenía unos cincuenta y tantos, bajo, de pelo gris, hombros caídos, harto del mundo. Incluso su bigote -uno de aquellos modelos grises tirando a amarillo- se caía como si lo hubiese visto todo. Las mangas de Pat estaban recogidas dejando a la vista unos antebrazos velludos modelo Popeye. Myron deseó con toda el alma que Pat fuese un tío. Este lugar le estaba dando dolor de cabeza.

Detrás de Pat había un espejo gigante. A su lado, una pared con las palabras «Salón de la Fama del Cliente» pintado en rosa. La pared estaba cubierta con fotos de retratos de los grandes conservadores. Pat Buchanan. Jerry Falwell. Pat Robertson. Newt Gingrich. Jesse Helms.

Pat le vio mirar las fotos.

– ¿Alguna vez se ha fijado?

– ¿Fijado en qué?

– ¿En que todos los antimaricas tienen nombres de pila sexualmente ambiguos? Pat, Chris, Jesse, Jerry. Podría ser un tipo, podría ser una chica. ¿Entiende lo que le digo?

– Ajá -dijo Myron.

– ¿Y qué clase de nombre es Newt? -añadió Pat-. ¿Cómo coño creces con una actitud sexual sana con un nombre como Newt?

– No lo sé.

– ¿Mi teoría? -Pat se encogió de hombros, limpió la barra con un paño-. Estos culos estrechos fueron molestados mucho de pequeños. Les volvió hostiles hacia todo el asunto del sexo.

– Una teoría interesante -reconoció Myron-. ¿Pero su nombre no es Pat?

– Sí, bueno, yo también detesto a los maricones -dijo Pat-. Pero dejan buenas propinas.

Pat le guiñó un ojo a Big Cyndi. Ésta le correspondió. La máquina de discos cambió de canción. Lou Rawls cantó: Love Is in the Air. Muy apropiado.

Los retratos de los conservadores estaban autografiados. El de Jesse Helms decía: «Me duele todo. Amor y besos, Jesse». Directo. Seguían varias X y O. también había una marca de un beso como si el propio Jesse lo hubiese besado.

Pat comenzó a limpiar una jarra de cerveza con el paño. Con mucha naturalidad. Myron casi esperaba verle escupir dentro como en una vieja película del Oeste.

– ¿Qué le sirvo?

– ¿Es aficionado a los deportes? -preguntó Myron.

– ¿Está haciendo una encuesta?

Aquella frase. Siempre era tan divertida. Myron lo intentó de nuevo.

– ¿El nombre de Clu Haid significa algo para usted?

Myron esperó una reacción pero no vio ninguna. No significaba nada. El tipo parecía haber trabajado de camarero toda la vida. Sus ojos se veían tan vacíos como los de un entusiasta de Los vigilantes de la playa. Vaya. ¿Por qué había recordado aquella serie?

– Le he preguntado…

– Los nombres no significan nada para mí.

– Por favor, Pat -intervino Big Cyndi.

Él le dirigió una mirada.

– Ya me has oído, Big C. No le conozco.

Myron insistió.

– ¿Nunca oyó hablar de Clu Haid?

– Así es.

– ¿Qué me dice de los Yankees de Nueva York?

– No los he seguido desde que se retiró el Mick.

Myron dejó la foto de Clu Haid en la barra.

– ¿Alguna vez lo vio por aquí?

Alguien pidió una cerveza. Pat la sirvió. Cuando volvió se dirigió a Big Cyndi.

– ¿Este tipo es poli?

– No -respondió Big Cyndi.

– Entonces la respuesta es no.

– ¿Y si fuese un poli? -preguntó Myron.

– Entonces la respuesta sería no… señor. -Myron advirtió que Pat ni siquiera había mirado la foto-. También podía añadir una cancioncilla y entonar algo sobre lo ocupado que estoy para fijarme en los rostros que andan por aquí. Y que la mayoría de las personas, sobre todo los famosos, nunca muestran sus verdaderos rostros.

– Comprendo -dijo Myron. Metió la mano en el billetero, sacó uno de cincuenta-. ¿Y si le muestro una foto de Ulysses S. Grant?

La máquina de discos cambio de canción. The Flying Machine comenzó a cantar para Rosemarie «sonríe una pequeña sonrisa para mí, Rosemarie». The Flying Machine. Myron había recordado el nombre del grupo. ¿Qué decía eso de un hombre?

– Guárdese el dinero -dijo Pat-. Guárdese la foto. Guárdese las preguntas. No quiero problemas.

– ¿Este tipo significa problemas?

– Ni siquiera he mirado la foto, amigo. Ni pienso hacerlo. Lárguese.

Big Cyndi intervino.

– Pat -dijo-, por favor, ¿no podrías ayudar? -movió las pestañas: imagínense dos cangrejos patas arriba en el sol ardiente-, hazlo por mí.

– Eh, Big C, te quiero, lo sabes. Pero suponte que yo voy al Leather-N-Lust con fotos, ¿estarías ansiosa por ayudar?

Big Cyndi se lo pensó.

– Supongo que no.

– Ya lo ves. Tengo clientes.

– Está bien -dijo Myron. Recogió las fotos-. Entonces quizá me quede por aquí. Mostraré la foto a los demás. Haré algunas preguntas. Quizá monte guardia. Sin la menor discreción. Haré fotos de las personas que entran y salen de este excelente establecimiento.

Pat sacudió la cabeza, esbozó una sonrisa.

– No sé si lo sabe, pero es un idiota hijo de puta.

– Lo haré -dijo Myron-. No quiero hacerlo, pero acamparé en su puerta con una cámara.

Pat le dirigió a Myron una larga mirada. Difícil de interpretar. En parte quizás hostil. En su mayor parte, aburrida.

– Big C, sal de aquí unos minutos.

– No.

– Entonces no hablaré.

Myron se volvió hacia ella, asintió. Big Cyndi negó con la cabeza. Myron se la llevó a un aparte.

– ¿Cuál es el problema?

– No tendría que hacer amenazas aquí, señor Bolitar.

– Sé lo que hago.

– Le advertí sobre este lugar. No puedo dejarle solo.

– Estarás junto a la puerta. Puedo cuidar de mí mismo.

Cuando Big Cyndi frunció el entrecejo su rostro pareció un tótem recién pintado.

– No me gusta.

– No tenemos elección.

Ella suspiró. Imagínense el Vesubio escupiendo un poco de lava.

– Tenga cuidado.

– Lo tendré.

Ella se movió hacia la salida. El lugar estaba lleno y Big Cyndi dio un gran rodeo. Así y todo, las personas se separaron con una rapidez que hubiese hecho que Moisés tomase nota. Cuando ya había salido por la puerta, Myron se volvió hacia Pat.

– ¿Y bien?

– Bueno, es un gilipollas imbécil.

Sucedió sin advertencia. Dos manos se colaron por debajo de los brazos de Myron, los dedos se engancharon por detrás de la nuca. La clásica llave Nelson completa. El abrazo se apretó empujando sus brazos hacia atrás como alas de pollo. Myron sintió que algo caliente se desgarraba por los omóplatos.

Una voz cerca de su oído susurró:

– ¿Quieres bailar, cariño?

Cuando se trataba de combate cuerpo a cuerpo, Myron no era Win, pero tampoco era un alfeñique. Por lo tanto, sabía que si el rival era bueno, no había manera de librarse de una Nelson completa. Por ese motivo era ilegal en la lucha real. Si estabas de pie, podías intentar dar un pisotón en el empeine de la persona. Pero sólo un idiota caería en esa trampa, y un idiota no tendría la velocidad ni la fuerza para llegar tan lejos. Y Myron no estaba de pie.

Los codos de Myron estaban muy altos, como si fuese una marioneta; su rostro estaba del todo indefenso. Los poderosos brazos que le sujetaban estaban cubiertos por un cárdigan. Para ser precisos, un suéter cárdigan amarillo claro. Jesús. Myron forcejeó. Nada que hacer. Los brazos envueltos en cárdigan tiraron la cabeza de Myron hacia atrás y luego la movieron hacia la barra, con la cara hacia delante. Myron no pudo hacer nada aparte de cerrar los ojos. Avanzó la barbilla sólo lo justo para evitar que su nariz recibiese toda la fuerza del impacto. Pero su cabeza rebotó en la teca barnizada de una manera que nunca había pretendido, sacudiéndole el cráneo. Algo en su frente se abrió. Le dio vueltas la cabeza. Vio estrellas.

Otras manos sujetaron los pies de Myron. Ahora estaba en el aire, moviéndose y muy mareado. Unas manos vaciaron sus bolsillos. Se abrió una puerta. Myron fue llevado a una habitación a oscuras. Lo soltaron, y Myron cayó como un saco de patatas sobre la rabadilla. Todo el proceso, desde que lo sujetaron con la llave Nelson hasta el momento en que lo arrojaron al suelo, había durado ocho segundos.

Se encendió una luz. Myron se tocó la frente y notó algo pegajoso. Sangre. Miró a sus atacantes.

Dos mujeres.

No, travestís. Ambos con pelucas rubias. Una había optado por el peinado Mall Girl de principio de los ochenta: muy ahuecado y con más rizos que una toalla. La otra -la que llevaba el cárdigan amarillo claro (con un monograma para aquellos que les interese)- llevaba el pelo a lo Veronica Lake con un toque especialmente desagradable.

Myron intentó levantarse. Veronica Lake soltó un chillido y descargó un puntapié lateral. El puntapié fue rápido y le alcanzó en el pecho. Myron se oyó hacer un ruido como «fuu», y cayó de nuevo sobre el culo. Su mano buscó automáticamente el móvil. Apretaría el botón y llamaría a Win. Entonces se quedó quieto. El teléfono había desaparecido.

Miró. Lo tenía Mall Girl. Maldita sea. Miró a su alrededor. Había una gran vista panorámica del bar y de la espalda de Pat el camarero. Recordó el espejo. Por supuesto. Un cristal en una sola dirección. Los clientes veían un espejo. Desde este lado se veía todo. Difícil robar la caja cuando nunca sabías quién estaba mirando.

Las paredes estaban forradas con placas de corcho, y por lo tanto aisladas. El suelo era de linóleo barato. Fácil de limpiar, se dijo. A pesar de eso, había gotas de sangre. No suyas. Éstas eran viejas y secas. Pero estaban allí. No había que confundirlas con ninguna otra cosa. Y Myron sabía por qué. En una palabra: intimidación.

Era la clásica habitación de las palizas. Muchos lugares las tienen. Sobre todo en los estadios. No tanto ahora como en los viejos tiempos. Hubo una época en que un espectador revoltoso era algo más que escoltado fuera del estadio. Los guardias de seguridad lo llevaban a una habitación trasera y les daban una paliza. Era algo bastante seguro. ¿Qué podría reclamar el revoltoso? Estaba borracho, probablemente se había metido en una pelea en las gradas, lo que sea. Así que los chicos de seguridad añadían unos cuantos morados más para asegurarse. ¿Quién podía decir de dónde venían los morados? Y si el aficionado revoltoso amenazaba con presentar cargos o montar un escándalo, los encargados del estadio podían responder con una acusación de ebriedad pública, asalto y cualquier cosa más que se les ocurriese. También podían presentar una docena de guardias de seguridad para respaldar su historia y ninguno que respondiese por el aficionado.

Por lo tanto, el espectador lo dejaba correr. Y las habitaciones de las palizas permanecieron. Probablemente todavía había en algunos lugares.

Veronica Lake se rió. No era un sonido agradable.

– ¿Quieres bailar, cariño? -preguntó él-ella de nuevo.

– Esperemos una lenta -respondió Myron.

Un tercer travestí entró en la habitación. Una pelirroja. Él-ella se parecía mucho a Bonnie Franklin, la madre valiente en la vieja serie de televisión One Day at a Time. El parecido era, de hecho, un tanto inquietante: la mezcla perfecta de decisión y encanto. Valiente. Superficial.

– ¿Dónde está Schneider? -preguntó Myron.

Ninguna respuesta.

– Levántate, cariño -dijo Veronica Lake.

– La sangre en el suelo -señaló Myron.

– ¿Qué?

– Es un bonito detalle, pero excesivo, ¿no te parece?

Veronica Lake levantó el pie derecho y tiró del tacón. Se soltó. El tacón no era más que una cubierta. Una funda. Para una hoja de acero. Veronica se la mostró a Myron con un impresionante despliegue de puntapiés altos propios de las artes marciales, la hoja despedía destellos de luz.

Bonnie Franklin y Mall Girl comenzaron a reírse.

Myron mantuvo el miedo a raya y miró con firmeza a Veronica Lake.

– ¿Eres nueva en esto del travestismo? -preguntó.

Veronica dejó de lanzar puntapiés.

– ¿Qué?

– Me refiero a que ¿no estás abusando demasiado de todo este rollo del tacón estilete?

No era su mejor chiste, pero cualquier cosa por dejar que el tiempo pasase. Veronica miró a Mall Girl. Mall Girl miró a Bonnie Franklin. Entonces Veronica de pronto lanzó un puntapié con la hoja por delante. Myron vio el brillo del acero que se le acercaba. Se echó hacia atrás, pero la hoja le cortó la camisa y la piel. Soltó un grito y miró abajo con los ojos muy abiertos. El corte no era profundo, pero sangraba.

Los tres se desplegaron y cerraron los puños. Bonnie Franklin tenía algo en la mano. Quizás un bastón negro. A Myron no le gustó. Intentó levantarse, pero de nuevo Veronica le lanzó un puntapié. Saltó alto, pero la hoja le alcanzó en la pierna. Llegó a sentir la hoja que le tocaba la tibia antes de pasar de largo.

Ahora el corazón de Myron latía con fuerza. Más sangre. Jesús. Era algo inquietante eso de ver tu propia sangre. Su respiración era demasiado rápida. «Tranquilo -se dijo a sí mismo-. Piensa.» Fingió moverse a la izquierda donde Bonnie Franklin estaba con el bastón. Luego se volvió a la derecha, con el puño preparado. Sin vacilar, descargó un puñetazo contra Mall Girl que avanzaba. Sus nudillos pegaron de lleno debajo del ojo y Mall Girl cayó.

Fue entonces cuando Myron sintió que se le paraba el corazón.

Se oyó un chasquido y la parte posterior de su rodilla explotó. Myron se volvió en un movimiento de pura agonía. Su cuerpo se sacudió. Un tremendo dolor estalló del nudo nervioso detrás de la rodilla y viajó por todas partes en una ola eléctrica. Miró detrás. Bonnie Franklin sólo le había tocado con el bastón. Sus piernas se encogieron, perdieron poder. Cayó de nuevo al suelo y se retorció como si fuese un pez fuera del agua. Se le agarrotó el estómago, le dominó la náusea.

– Estaba puesto a baja potencia -dijo Bonnie Franklin, con la voz aguda de una niña-. Sólo para atraer la atención de la vaca.

Myron la miró, desesperado por detener los temblores del cuerpo. Veronica levantó una pierna y colocó la hoja de acero cerca de su rostro. Un pisotón rápido y estaba acabado. Bonnie le mostró de nuevo el bastón eléctrico. Myron sintió que le recorría otro estremecimiento. Miró a través del cristal de una sola dirección. Ninguna señal de Big Cyndi o de la caballería.

¿Y ahora qué?

Bonnie Franklin se encargó de la charla.

– ¿Por qué estás aquí?

Myron se centró en el bastón y en cómo evitar sentir su furia.

– Preguntaba por alguien -dijo.

Mall Girl se había recuperado. Ella-él se le acercó con una mano en el rostro.

– ¡Me pegó!

Su tono era un poco más profundo, la sorpresa y el dolor habían rajado un poco la fachada femenina.

Myron permaneció quieto.

– ¡Puta!

Mall Girl hizo una mueca y descargó un puntapié como si las costillas de Myron fuesen una pelota. Myron vio venir el puntapié, vio la hoja de acero, vio el bastón eléctrico, cerró los ojos, y dejó que le golpease.

Cayó hacia atrás.

Bonnie Franklin continúo con las preguntas.

– ¿Por quién preguntabas?

Ningún secreto.

– Clu Haid.

– ¿Por qué?

– Porque quería saber si había estado aquí.

– ¿Por qué?

Decirles que buscaba al asesino quizá no era la opción más prudente, sobre todo si dicho asesino estaba en la habitación.

– Era uno de mis clientes.

– ¿Y?

– ¡Puta!

De nuevo Mall Girl. Otro puntapié. De nuevo le pegó en la parte inferior de las costillas y le dolió horrores. Myron tragó un poco de la bilis que había llegado hasta su garganta. Volvió a mirar a través del cristal. Seguía sin ver a Big Cyndi. La sangre fluía de las heridas del estilete en el pecho y la pierna. Sus órganos temblaban todavía por la descarga eléctrica. Miró a los ojos de Veronica Lake. Ojos serenos. Win también los tenía. Los grandes siempre los tenían.

– ¿Para quién trabajas? -preguntó Bonnie.

– Para nadie.

– ¿Entonces por qué te importa si vino aquí?

– Sólo intento poner algunas cosas en claro -contestó Myron.

– ¿Qué cosas?

– Bueno, cosas.

Bonnie Franklin miró a Veronica Lake. Ambos asintieron. Entonces Bonnie Franklin hizo ver que aumentaba la potencia del bastón eléctrico.

– Cosas, no es una respuesta aceptable.

El pánico apretó las tripas de Myron.

– Espera…

– No, creo que no.

Bonnie se movió hacia él con el bastón.

Los ojos de Myron se abrieron como platos. No tenía otra salida. Tenía que intentarlo ahora. Si el bastón le tocaba de nuevo, no le quedaría nada. Sólo podía confiar en que Veronica no lo matara.

Había estado planeando el movimiento durante los últimos diez segundos. Levantó las piernas hacia atrás por encima del cuello y la cabeza. Ejecutó una voltereta. Aterrizó de pie y sin advertencia se lanzó hacia delante como su fuese una bala de cañón. Los tres travestís se apartaron, preparados para el ataque. Pero un ataque sería suicida, Myron lo sabía. Eran tres, dos armados, al menos uno muy bueno. Myron nunca podría derrotarlos, necesitaba sorprenderlos. Así que lo hizo. No fue hacia ellos.

Fue hacia el cristal.

Sus piernas lo impulsaron a toda pastilla, lanzándolo como si fuese una nave espacial hacia el cristal. Cuando sus tres secuestradores comprendieron lo que estaba haciendo, ya era demasiado tarde. Myron cerró los ojos con fuerza, apretó los puños, y golpeó el cristal con todo su peso. Al estilo Superman. No retuvo nada. Si el cristal no cedía, era hombre muerto.

El cristal se destrozó con el impacto, el sonido fue tremendo. Myron voló a través de los cristales que se rompían en el suelo a su alrededor. Cuando aterrizó, se hizo una pelota. Golpeó el suelo y rodó sobre sí mismo. Los trozos de cristal se le clavaron en la piel. No hizo caso del dolor, continuó rodando, se estrelló con fuerza contra la barra. Cayeron las botellas.

Big Cyndi había hablado de la reputación del lugar. Myron contaba con eso. Y la clientela de Adivina no le desilusionó.

Se desató el típico tumulto neoyorquino.

Cayeron las mesas. La gente gritó. Alguien voló sobre la barra y cayó sobre Myron. Se rompieron más cristales. Myron intentó levantarse, pero no era posible. A la derecha vio que se abría una puerta. Apareció Mall Girl.

– Puta.

Mall Girl se acercó hacia él con el bastón de Bonnie. Myron intentó alejarse, pero no se orientaba. Mall Girl continuaba acercándose.

Y entonces, Mall Girl desapareció.

Fue como una escena de una película de dibujos animados, donde el perro grande le da un puñetazo al gato Silvestre, y Silvestre vuela a través de la habitación y el puño enorme permanece allí durante unos segundos.

En este caso, el puño enrome pertenecía a Big Cyndi.

Volaron los cuerpos. Volaron los cristales. Volaron las sillas. Big Cyndi no hizo el más mínimo caso. Recogió a Myron y se lo cargó al hombro con si fuese un bombero. Corrieron al exterior mientras las sirenas de la policía sonaban en el lechoso aire nocturno.

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