14

Myron consultó su reloj. Hora de cenar. Mamá y papá lo esperaban. Entró en la Garden State Parkway cuando sonó de nuevo el móvil.

– ¿Estás en el coche? -preguntó Win. Siempre amable.

– Sí.

– Sintoniza 1010 WINS. Te llamaré.

Una de las emisoras de sólo noticias de Nueva York. Myron hizo lo que le habían dicho. El tipo en el helicóptero estaba acabando el informe del tráfico. Le pasó la palabra a la mujer de la mesa de redacción. Ella dio el titular: «La última noticia bomba en el asesinato de la superestrella del béisbol Clu Haid. En sesenta segundos».

Fueron sesenta segundos interminables. Myron tuvo que aguantar un anuncio de verdad insoportable de Dunkin' Donuts, y después a un tipo que explicaba la manera de convertir cinco mil dólares en veinte mil, aunque una voz más suave y rápida añadía que funcionaba todas las veces y de hecho podías también perder el dinero y probablemente lo perderías y tenías que ser un imbécil como una casa para creerte los anuncios de inversiones en la radio. Por último apareció la mujer de la mesa de redacción. Dijo a los oyentes su nombre -como si a alguien le importase-, el nombre de su compañero y la hora. Luego:

– ABC informa de una fuente anónima en la Oficina del Fiscal del distrito de Bergen County que pelos, y cito, otros «elementos corporales», fin de la cita, que concuerdan con la sospechosa de asesinato Esperanza Díaz, han sido encontrados en el escenario del crimen. Según la fuente, aunque las pruebas de ADN todavía están pendientes, las preliminares muestran una clara coincidencia con la señorita Díaz. La fuente también dice que los pelos, algunos pequeños, fueron encontrados en diversos lugares de la casa.

Myron sintió un temblor en el interior de su corazón. Pelos pequeños, pensó. Un eufemismo de «púbicos».

– No se han dado más detalles, pero la Oficina del Fiscal del Distrito cree con claridad que el señor Clu Haid y la señorita Esperanza Díaz estaban manteniendo una relación sexual. Manténgase en antena en 1010 WINS para conocer todos los detalles.

Sonó el móvil. Myron contestó.

– Jesús.

– No te has acercado -dijo Win.

– Ahora mismo te llamo.

Myron colgó. Llamó a la oficina de Hester Crimstein. La secretaria le dijo que la señorita Crimstein no estaba disponible. Myron insistió en que era urgente. La señorita Crimstein seguía no disponible. Pero, preguntó Myron, ¿la señorita Crimstein no tiene un móvil? La secretaria cortó la llamada. Myron apretó el botón de memoria. Win contestó.

– ¿Cómo lo interpretas? -preguntó Myron.

– Esperanza se acostaba con él -contestó Win.

– Quizá no.

– Sí, por supuesto. Quizás alguien colocó vello púbico de Esperanza en el escenario del crimen. Podría ser una filtración falsa.

– Podría.

– O quizá visitó su apartamento. Para hablar de negocios.

– ¿Y dejó vello púbico en la casa?

– Quizás utilizó el baño. Quizás ella…

– ¿Myron?

– ¿Qué?

– Por favor no entres en más detalles. Gracias. Hay algo más que considerar.

– ¿Qué?

– Los registros del peaje.

– Correcto -dijo Myron-. Cruzó el puente de Washington una hora después del asesinato. Eso lo sabemos. Pero quizás ahora encaja. Esperanza y Clu tuvieron una gran discusión en el aparcamiento. Esperanza quiere solucionar la situación. Así que va a su apartamento.

– ¿Y cuando llega allí?

– No lo sé. Quizá vio el cuerpo y se asustó.

– Sí, por supuesto -dijo Win-. Después se arrancó un poco de vello púbico y salió corriendo.

– No dije que fuese su primera visita.

– Desde luego que no.

– ¿A qué te refieres?

– Los registros del peaje del Ford Taurus. Según la factura que llegó la semana pasada, el coche cruzó el puente dieciocho veces el mes pasado.

Myron frunció el entrecejo.

– Bromeas.

– Sí, soy un tipo muy divertido. También me tomé la libertad de comprobar el mes anterior. Dieciséis cruces del puente de Washington.

– Quizá tenía otra razón para ir a Jersey Norte.

– Sí, por supuesto. Los centros comerciales de Paramus son muy atractivos.

– Vale -dijo Myron-. Vamos a suponer que tenían una aventura.

– Parecería lo más prudente, sobre todo porque ofrece una explicación razonable a muchas de las cosas ocurridas.

– ¿Qué quieres decir?

– Explicaría el silencio de Esperanza.

– ¿Cómo?

– Los amantes siempre han sido unos sospechosos fantásticos -comentó Win-. Sí, por ejemplo Esperanza y Clu estaban bailando el mambo de las sábanas, entonces podemos asumir que el altercado en el aparcamiento fue una cosa de enamorados. En su conjunto, este desarrollo pinta mal para ella. Esperanza querría ocultarlo.

– ¿Pero de nosotros? -señaló Myron.

– Sí.

– ¿Por qué? Ella confía en nosotros.

– Se me ocurren varias razones. Es probable que su abogada le ordenase que no dijese nada.

– Eso no la detendría.

– Puede. Pero lo más importante. Es posible que Esperanza estuviese avergonzada. Acababas de ascenderla a socia. Estaba a cargo de toda la operación. Sé que crees que Esperanza es demasiado dura para preocuparse de cosas así, pero no creo que disfrutara con tu desilusión.

Myron lo pensó. Tenía algún sentido, pero no estaba seguro de creérselo del todo.

– Todavía creo que estamos pasando algo por alto.

– Eso es porque estamos haciendo caso omiso del motivo más fuerte para que guarde silencio.

– ¿Qué es?

– Que ella le mató.

Win colgó con esa nota alegre. Myron tomó por Northfield Avenue hacia Livingston. Las conocidas señales de su ciudad natal aparecieron. Pensó en el boletín de noticias y lo que Win había dicho. ¿Podía ser Esperanza la mujer misteriosa, la razón por la que Clu y Bonnie se separaron? ¿Si era así, por qué Bonnie no se lo dijo? Quizá no lo sabía. O quizás…

Para el carro.

Tal vez Clu y Esperanza se habían conocido en Adivina. ¿Habían ido allí juntos o sólo se habían encontrado por casualidad? ¿Era así como había comenzado la aventura? ¿Iban allí y participaban en… lo que fuese? Quizás había sido un accidente. A lo mejor habían ido allí disfrazados y no se dieron cuenta de quiénes eran, hasta que, bueno, era demasiado tarde para detenerse. ¿Tenía sentido?

Dobló a la derecha en Nero's Restaurant y siguió por Hobart Gap Road. Ahora no estaba lejos. Estaba en la tierra de su niñez; bórrelo, toda su vida. Había vivido aquí con sus padres hasta hacía cosa de un año o poco más, cuando por fin había cortado el cordón umbilical y se había ido con Jessica. Sabía que los psicólogos, los psiquiatras y tipos por el estilo, se lo hubiesen pasado bomba con el hecho de que había vivido con sus padres hasta tener más de treinta, teorizado sobre toda clase de aberraciones antinaturales que lo mantenían tan cerca de mamá y papá. Quizá tenían razón. Pero para Myron la respuesta era mucho más simple. Le caían bien. Sí, podían ser unos plastas -¿qué padres no lo eran?- y les gustaba curiosear, pero la mayor parte de la lata y el curioseo eran por cosas menores. Le habían dado intimidad y al mismo tiempo le habían hecho sentirse querido y deseado. ¿Era poco saludable? Puede ser. Pero parecía mucho mejor que sus amigos que se pasaban el día culpando a sus padres de cualquier desgracia de sus vidas.

Entró en su calle. El viejo barrio no tenía nada de espectacular. Había miles iguales en Nueva Jersey, centenares de miles por todo Estados Unidos. Eran los suburbios, la espina dorsal de su país, el campo de batalla del fabuloso sueño americano. Cursi decirlo, pero a Myron le encantaba. Por supuesto, había desgracias, disgustos, peleas y demás, pero seguía creyendo que éste era el lugar más real donde había estado. Le encantaba la canasta de baloncesto en la entrada de coches y las ruedas auxiliares en las bicicletas, la rutina, ir caminando a la escuela y preocuparse demasiado por el color del césped. Esto era vida. Era de esto de lo que iba todo.

Al final Myron adivinó que él y Jessica habían roto por todas las clásicas razones aunque con una inversión de sexo. Él quería instalarse, comprar una casa en las afueras, criar una familia; Jessica, que temía al compromiso, no. Entró en el camino, sacudiendo la cabeza. Una explicación demasiado sencilla. Demasiado cómoda. La cuestión del compromiso había sido una fuente de tensión constante, no había ninguna duda, pero había algo más. Para empezar, estaba la reciente tragedia.

Estaba Brenda.

Mamá salió por la puerta y corrió hacia él con los brazos abiertos. Ella siempre le recibía como si fuese un prisionero de guerra al que acaban de liberar, pero hoy había algo más especial. Ella lo abrazó y casi lo hizo caer al suelo. Papá lo siguió, también excitado, pero haciéndose el tranquilo. Papá siempre había sido el del equilibrio, el amor total sin el sofoco, el cuidado sin pasarse. Un hombre asombroso, su padre. Cuando papá llegó hasta él no hubo apretón de manos. Los hombres se abrazaron con fuerza y sin el menor rastro de vergüenza. Myron besó la mejilla de su padre. La familiar sensación de la piel áspera de papá le hizo comprender un poco lo que la señora Palms intentaba conseguir con las imágenes pegadas en la pared.

– ¿Tienes hambre? -preguntó mamá.

Siempre su gambito de apertura.

– Un poco.

– ¿Quieres que prepare algo?

Todos se quedaron inmóviles. Papá torció el gesto.

– ¿Vas a cocinar?

– ¿Qué pasa?

– Espera que me asegure de que tengo a mano el número de emergencia por envenenamiento.

– Oh, Al, qué divertido. Ja ja, no puedo dejar de reírme. Qué hombre tan divertido es tu padre, Myron.

– En realidad, Ellen, ve y cocina y algo. Tengo que bajar de peso.

– Vaya, qué hombre tan divertido, Al. Me estás matando.

– Mejor que ser una fábrica de grasa.

– Jo jo.

– Sólo de pensarlo es mejor que un supresor de apetito.

– Es como estar casado con Shecky Greene -repuso, aunque sonriendo.

Entraron en la casa. Papá cogió la mano de mamá.

– Deja que te enseñe algo, Ellen -dijo papá-. ¿Ves esa gran caja metálica que está allí? Se llama horno. H-O-R-N-O. Horno. ¿Ves la perilla, aquella que tiene todos aquellos números? Con eso se enciende.

– Eres más divertido que un Foster Brooks sobrio, Al.

Pero ahora todos sonreían. Papá decía la verdad. Mamá no cocinaba. Casi nunca lo había hecho. Sus habilidades culinarias podían provocar un motín carcelario. Cuando era niño, la comida casera preferida de Myron eran los huevos revueltos de su padre. Mamá era una mujer que comenzaba su carrera. La cocina era un lugar para leer las revistas.

– ¿Qué quieres comer, Myron? -preguntó mamá-. Quieres chino. ¿De Fong's?

– Sí.

– Al, llama a Fong's. Pide algo.

– Vale.

– Asegúrate de pedir gambas con salsa de langosta.

– Lo sé.

– A Myron le encantan las gambas con salsa de langosta de Fong's.

– Lo sé, Ellen. Yo también lo he criado, ¿lo recuerdas?

– Eres capaz de olvidarte.

– Llevamos pidiendo comida en Fong's desde hace veintitrés años. Siempre pedimos gambas con salsa de langosta.

– Te puedes olvidar, Al. Te estás haciendo viejo. ¿No te olvidaste de recoger mi blusa de la lavandería hace dos días?

– Estaba cerrada.

– Así que no recogiste mi blusa, ¿verdad?

– Por supuesto que no.

– Ya está todo dicho. -Ella miró a su hijo-. Myron, siéntate. Tenemos que hablar. Al, llama a Fong's.

Los hombres obedecieron sus órdenes, como siempre. Myron y mamá se sentaron a la mesa de la cocina.

– Escúchame con atención -dijo mamá-. Sé que Esperanza es tu amiga. Pero Hester Crimstein es una buena abogada. Si ella le dijo a Esperanza que no hablase contigo, es lo correcto.

– ¿Cómo sabes…?

– Conozco a Hester desde hace años. -Mamá era abogada defensora, una de las mejores del estado-. Hemos trabajado juntas antes. Me llamó. Dijo que estás interfiriendo.

– No estoy interfiriendo.

– En realidad, dijo que la estabas molestando y que te largases.

– ¿Habló contigo de esto?

– Por supuesto. Quiere que dejes a su cliente en paz.

– No puedo.

– ¿Por qué no puedes?

Myron se removió un poco.

– Tengo una información que podría ser importante.

– ¿Cuál?

– Según la esposa de Clu, él estaba teniendo una aventura.

– ¿Crees que Hester no lo sabe? El fiscal cree que tenía una aventura con Esperanza.

– Espera un segundo -intervino papá-. Creía que Esperanza era lesbiana.

– Es bisexual, Al.

– ¿Qué?

– Bisexual. Significa que le gustan los chicos y las chicas.

Papá lo pensó.

– Creo que es una buena cosa.

– ¿Qué?

– Te da el doble de opciones que a todos los demás.

– Fantástico, Al, gracias por la opinión. -Puso los ojos en blanco y se volvió hacia Myron-. Así que Hester ya lo sabe. ¿Qué más?

– Clu estaba desesperado por encontrarme antes de que le matasen -dijo Myron.

– Lo más lógico, cariño, para decir algo contra Esperanza.

– No necesariamente. Clu fue al ático. Le dijo a Jessica que yo estaba en peligro.

– ¿Crees que lo decía de verdad?

– No, creo que exageraba. ¿Pero Hester Crimstein no tendría que juzgar el significado de eso?

– Ya lo hizo.

– ¿Qué?

– Clu vino aquí también, cariño. -Su voz de pronto era suave-. Nos dijo a tu padre y a mí lo mismo que le contó a Jessica.

Myron no insistió. Si Clu había dicho a sus padres las mismas cosas que le había dicho a Jessica, si había utilizado toda aquella charla de muerte cuando mamá y papá no sabían dónde estaba Myron…

Como si le hubiese leído el pensamiento, papá dijo:

– Llamé a Win. Me dijo que estabas sano y salvo.

– Te dijo dónde estaba.

Mamá se ocupó de la respuesta.

– No preguntamos.

Silencio.

Ella acercó la mano para ponerla sobre su hombro.

– Has pasado por muchas cosas, Myron. Tu padre y yo lo sabemos.

Ambos lo miraron con los ojos llenos de cariño. Sabían una parte de lo ocurrido. Su ruptura con Jessica. Lo de Brenda. Pero nunca lo sabrían todo.

– Hester Crimstein sabe lo que se hace -continuó mamá-. Tienes que dejarle hacer su trabajo.

Más silencio.

– ¿Al?

– ¿Qué?

– Cuelga el teléfono. Quizá lo mejor será que salgamos a comer.

Myron consultó su reloj.

– Tendrá que ser rápido. Tengo que volver a la ciudad.

– Vaya. -Mamá enarcó una ceja-. ¿Ya tienes una cita?

Él pensó en la descripción que Big Cyndi le había hecho de Adivina.

– Poco probable -respondió Myron-. Pero nunca se sabe.

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