21

– ¿Aumentadores de pecho no quirúrgicos? -preguntó Win con el entrecejo fruncido.

– Sí. Son algo así como un accesorio.

– ¿Un accesorio? ¿Como un bolso a juego?

– En cierta manera. -Luego, al pensarlo, Myron añadió-: Pero lo más probable es que sean más visibles.

Win lo miró inexpresivo. Myron se encogió de hombros.

– Publicidad engañosa -dijo Win.

– ¿Perdón?

– Aumentar los pechos. Es publicidad engañosa. Tendría que haber una ley.

– De acuerdo, Win. Pero ¿dónde están los políticos de Washington cuando se trata de temas importantes?

– Entonces lo entiendes.

– Comprendo que eres un cerdo repugnante.

– Mil perdones, Oh Iluminado. -Win se llevó una mano a la oreja e inclinó la cabeza a un lado-. Dímelo de nuevo, Myron: ¿qué fue lo primero que te atrajo de la tal Thrill?

– El disfraz de gato -contestó Myron.

– Comprendo. Así que, digamos, si Big Cyndi entra en el despacho con un disfraz de gato…

– Eh, vamos. Acabo de comerme una magdalena.

– Exacto.

– De acuerdo, yo también soy un cerdo. ¿Feliz?

– Sí, extasiado. Y quizá me has interpretado mal. Quiero declarar ilegales tales accesorios por lo que le hacen a la autoestima de una mujer. Quizás estoy cansado de una sociedad que obliga a las mujeres a buscar una belleza inalcanzable. Cuerpos de niñas con noventa de pecho.

– Aquí la palabra clave es quizás.

Win sonrió.

– Ámame por mis defectos.

– ¿Qué más tenemos?

Win se acomodó la corbata.

– FJ y aquellas dos glándulas hormonales gigantes que lo vigilan están en el Starbucks. ¿Vamos?

– Vayamos. Después quiero ir al estadio de los Yankees. Tengo que hablar con un par de personas.

– Casi suena como un plan -dijo Win.

Caminaron por Park Avenue. Cambió el semáforo, y esperaron en la esquina. Myron se detuvo junto a un hombre de traje que hablaba por el móvil. Nada de particular al respecto, excepto que el hombre estaba manteniendo relaciones sexuales por teléfono. Se estaba frotando sus, um, partes íntimas y diciendo al auricular: «Sí, nena, así», y otras cosas que no vale la pena repetir. Cambió el semáforo. El hombre cruzó sin dejar de frotarse y hablando. Cómprense camisetas de «Yo amo a Nueva York».

– Referente a lo de esta noche -dijo Win.

– Sí.

– ¿Confías en la tal Thrill?

– Es legal.

– Por supuesto existe la posibilidad de que te disparen sin más cuando te presentes.

– Lo dudo. El tal Pat es uno de los socios. No querrá tener problemas en su propio local.

– ¿Entonces crees que te invitan para pagarte una copa?

– Podría ser -dijo Myron-. Con mi preferencia por el magnetismo animal volcado al travestismo, estoy considerado como un delicioso bocado para los libertinos.

Win prefirió no discutir.

Fueron hacia el este por la calle Cuarenta y nueve. El Starbucks estaba cuatro manzanas a la derecha. Cuando llegaron, Win le hizo una seña a Myron para que esperase. Se inclinó para echar una mirada rápida a través del escaparate antes de apartarse.

– El joven FJ está en una mesa con alguien -informó Win-. Hans y Franz están dos mesas más allá. Sólo hay otra mesa ocupada.

Myron asintió.

– ¿Entramos?

– Tú primero -dijo Win-. Yo te seguiré.

Myron había dejado de preguntar por los métodos de Win desde hacía mucho. Entró sin demora y fue hacia la mesa de FJ.

Hans y Franz, los mastodontes, aún vestían los tops y los pantalones de pijama con un estampado que parecía avena disuelta. Se irguieron cuando Myron entró, los dedos convertidos en puños, los cuellos a medio girar.

FJ vestía una americana clara, camisa abotonada hasta el cuello, pantalones con dobladillo y unos mocasines con borlas Cole-Haan. Demasiado elegante para describirlo. Vio a Myron y levantó una mano en dirección a los gorilas Mr. Universo. Hans y Franz se quedaron inmóviles.

– Hola, FJ -dijo Myron.

FJ bebía algo espumoso; tenía aspecto de crema de afeitar.

– Ah, Myron -dijo con un tono que debía creer que era savoir faire. Señaló a su compañero de mesa. El compañero se levantó sin decir una palabra y corrió hacia la entrada como un conejo asustado-. Por favor, Myron, acompáñame. Ésta es una extraña coincidencia.

– ¿Ah, sí?

– Me has ahorrado un viaje. Ahora mismo iba a hacerte una visita. -FJ le dirigió a Myron su sonrisa de ofidio. Myron la dejó caer al suelo y miró como se alejaba serpenteante-. Supongo que es el destino, ¿eh, Myron? Que tú vinieras aquí. Pura fortuna.

FJ se rió. Hans y Franz también se rieron.

– La fortuna -repitió Myron-. Muy bueno.

FJ hizo un gesto de modestia con la mano como si dijese: «Tengo muchos más».

– Por favor, siéntate, Myron.

Myron se sentó.

– ¿Quieres beber algo?

– Un latte frío sería perfecto. Grande, desnatado y un toque de vainilla.

FJ llamó al tipo que estaba detrás de la barra.

– Es nuevo -le confió FJ.

– ¿Quién?

– El tipo que se ocupa de la cafetera espresso. El último tipo que trabajaba aquí preparaba un latte espectacular. Pero renunció por razones morales.

– ¿Razones morales?

– Comenzaron a vender CD de Kenny G -respondió FJ-. De pronto no podía dormir por las noches. Le estaba destrozando. Suponte que un chico impresionable compraba uno. ¿Cómo podía vivir consigo mismo? Vender cafeína estaba bien. Pero Kenny G… el hombre tenía escrúpulos.

– Digno de encomio -aplaudió Myron.

Win escogió aquel momento para entrar. FJ lo vio y miró a Hans y Franz. Win no titubeó. Fue en línea recta hacia la mesa de FJ. Hans y Franz se pusieron manos a la obra. Se cruzaron en el camino de Win y expandieron los pechos a dimensiones lo bastante grandes como para solicitar un permiso de aparcamiento. Win continuó caminando. Ambos hombres llevaban cuellos de cisne tan altos y flojos que parecían algo que esperase la circuncisión.

Hans consiguió mostrar una sonrisa de burla.

– ¿Tú, Win?

– Sí -contestó Win-, yo Win.

– No pareces tan duro. -Hans miró a Franz-. ¿A ti te parece duro, Keith?

– Ni pizca de duro -respondió Keith.

Win no interrumpió el paso. Casi con toda naturalidad y sin la menor advertencia, golpeó a Hans con el canto de la mano detrás de la oreja. Todo el cuerpo de Hans se puso rígido y después cayó como si alguien le hubiese arrancado el esqueleto. Franz soltó una exclamación ante el espectáculo. Pero no por mucho tiempo. Con el mismo movimiento Win hizo una pirueta y golpeó a Franz en la muy vulnerable garganta. Un horrible gorgoteo escapó de los labios de Franz, como si se estuviese ahogando con un montón de pequeñas espinas. Win buscó la carótida, la encontró, y apretó con el pulgar y el índice. Los ojos de Franz se cerraron y él también se sumergió en Sueñolandia.

La pareja de la otra mesa se marchó a la carrera. Win sonrió a los mastodontes inconscientes. Después observó a Myron. Myron sacudió la cabeza.

Win se encogió de hombros y se volvió al tipo que atendía el mostrador.

Barista -dijo Win-. Un café moka.

– ¿De qué tamaño?

– Grande, por favor.

– ¿Leche desnatada o entera?

– Desnatada. Estoy cuidando la línea.

– De inmediato.

Win se unió a Myron y FJ. Se sentó y cruzó las piernas.

– Bonita americana, FJ.

– Me alegra que te guste, Win.

– De verdad, destaca el rojo demoníaco de tus ojos.

– Gracias.

– A ver, ¿por dónde íbamos?

Myron le siguió el juego.

– Estaba a punto de decirle a FJ que estoy un poco cansado de la sombra.

– Y yo estaba a punto de decirle a Myron que estoy cansado de que se inmiscuya en mis asuntos -señaló FJ.

Myron observó a Win.

– ¿Inmiscuya? ¿Alguien de verdad utiliza esa palabra?

Win lo pensó.

– El viejo al final de cada episodio de Scooby Doo.

– Correcto, chicos inmiscuidos, cosas por el estilo.

– Nunca adivinarías quién hace la voz de Shaggy -dijo Win.

– ¿Quién?

– Casey Kasem.

– Venga -dijo Myron-. ¿El tipo de la radio de los Cuarenta Principales?

– El mismo.

– Vive y aprenderás.

En el suelo Franz y Hans comenzaban a moverse. Win le mostró a FJ el arma que llevaba algo escondida en una mano.

– Por la seguridad de todos los presentes -dijo Win-, pídele por favor a tus empleados que se abstengan de moverse.

FJ se lo dijo. Él no tenía miedo. Su padre era Frank Ache. Era protección suficiente. Los músculos aquí presentes sólo eran de exposición.

– Llevas siguiéndome desde hace semanas -dijo Myron-. Quiero que lo dejes.

– Entonces te sugiero que dejes de interferir en mi compañía.

Myron exhaló un suspiro.

– Bien, FJ, morderé el anzuelo. ¿Cómo estoy interfiriendo en tu compañía?

– ¿Visitaste o no a Sophie y Jared Mayor esta mañana? -preguntó FJ.

– Sabes que sí.

– ¿Con qué propósito?

– No tiene nada que ver contigo, FJ.

– Respuesta equivocada.

– ¿Respuesta equivocada?

– Visitaste a la propietaria de los Yankees de Nueva York pese a que en la actualidad no representas a nadie que juegue para el equipo.

– ¿Y?

– ¿Entonces por qué fuiste allí?

Myron miró a Win. Win se encogió de hombros.

– No es que necesite explicártelo, FJ, pero sólo para calmar tus paranoicos delirios, estuve allí por Clu Haid.

– ¿Qué pasa con él?

– Fui a preguntar por los análisis de dopaje.

FJ entrecerró los párpados.

– Eso es interesante.

– Me alegra que lo creas, FJ.

– Verás, sólo soy un chico nuevo que intenta aprender este enredado negocio.

– Ajá.

– Soy joven y sin experiencia.

– Ya, a menudo he escuchado esa frase -intervino Win.

Myron sacudió la cabeza.

FJ se inclinó hacia delante, sus facciones escamosas se acercaron. Myron temió que la lengua apareciera para tocarlo.

– Quiero aprender, Myron. Por favor, dímelo: ¿para qué podría servir ahora el análisis de dopaje de Clu?

Myron debatió por un segundo si respondía o no y tomó una decisión. ¿Qué más daba?

– Si puedo demostrar que el análisis fue defectuoso, su contrato continuará activo.

FJ asintió al ver la línea de razonamiento.

– Podrás conseguir que se pague su contrato.

– Correcto.

– ¿Tienes alguna razón para creer que el análisis fuera defectuoso?

– Me temo que eso es confidencial, FJ. La relación agente-cliente, o como quieras llamarlo. Estoy seguro de que lo comprendes.

– Lo comprendo -asintió FJ.

– Bien.

– Pero tú, Myron, no eres su agente.

– Todavía soy responsable de la gestión de su estado financiero. La muerte de Clu no altera mis obligaciones.

– Respuesta incorrecta.

Myron observó a Win.

– De nuevo con la respuesta incorrecta.

– Tú no eres responsable.

FJ bajó una mano y recogió un maletín que estaba en el suelo.

Lo abrió con la mayor alharaca posible. Su dedo buscó en una pila de papeles antes de retirar el que buscaba. Se lo dio a Myron y sonrió. Myron escrutó los ojos de FJ y de nuevo recordó los ojos del ciervo embalsamado.

Myron le echó una ojeada. Leyó la primera línea, sintió un golpe en el pecho y buscó la firma.

– ¿Qué demonios es esto?

La sonrisa de FJ era ahora como una vela que goteaba.

– Es lo que parece. Clu Haid cambió de representante. Despidió a MB SportsReps y contrató a TruPro.

Myron recordó lo que Sophie Mayor le había dicho en su despacho, aquello de que él no tenía representación legal.

– Nunca nos lo dijo.

– ¿Nunca nos lo dijo, Myron, o nunca te lo dijo a ti?

– ¿Qué demonios significa eso?

– Tú no estabas por aquí. Quizás intentó decírtelo. Quizá se lo dijo a tu socia.

– ¿Y entonces te encontró a ti, FJ?

– Cómo recluta a mis clientes no es asunto tuyo. Si mantuvieras contentos a los tuyos, mis esfuerzos de reclutamiento no funcionarían.

Myron comprobó la fecha.

– Es toda una coincidencia, FJ.

– ¿Cuál?

– Murió dos días después de firmar contigo.

– Sí, Myron, estoy de acuerdo. No creo que fuese una coincidencia. Por fortuna para mí, significa que no tenía ningún motivo para matarlo. Desafortunadamente para la preciosa Esperanza, lo opuesto sí es correcto.

Myron observó a Win. Win miraba a Hans y Franz. Ahora ambos estaban despiertos, de cara al suelo, las manos detrás de las cabezas. De vez en cuando aparecía algún cliente. Algunos veían a los dos hombres en el suelo y se marchaban en el acto. Otros se mostraban indiferentes, pasaban a su lado como si Hans y Franz fueran otro par de mendigos de Manhattan.

– Muy conveniente -dijo Myron.

– ¿El qué?

– Que Clu firmase contigo tan cerca de su muerte. En teoría te elimina como principal sospechoso.

– ¿En teoría?

– Desvía la atención de ti, hace parecer que su muerte perjudica tus intereses.

– Claro que perjudica mis intereses.

Myron sacudió la cabeza.

– Había dado positivo en el análisis. Su contrato era nulo. Tenía treinta y cinco años y muchas suspensiones. Como valor monetario, Clu no valía nada.

– Clu había superado antes la adversidad -señaló FJ.

– No de esta manera. Estaba acabado.

– De haberse quedado con MB, es probable que fuese cierto.

Pero TruPro tiene influencias. Hubiésemos encontrado la manera de relanzar su carrera.

Dudoso. Pero esto planteaba algunas preguntas interesantes. La firma parecía real, el contrato legítimo. Así que quizá Clu le había dejado. ¿Por qué? Bueno, por muchas razones. Su vida se iba por el retrete mientras Myron estaba de ligue en las arenas del Caribe. Vale, ¿pero por qué TruPro? Clu conocía su reputación. Sabía quiénes eran los Ache. ¿Por qué los escogería?

A menos que tuviese que hacerlo.

A menos que Clu estuviese endeudado con ellos. Myron recordó los doscientos mil dólares desaparecidos. ¿Podía Clu estar endeudado con FJ? ¿Les debía tanto, pero tanto, que había tenido que firmar con TruPro? Pero si así fuese, ¿por qué no sacó más dinero? Le quedaba más en la cuenta.

No, quizás era más simple. Quizá Clu se había metido en un gran embrollo. Buscó a Myron para que le ayudase. Myron no estaba. Clu se sintió abandonado. No tenía a nadie. Llevado por la desesperación buscó a su viejo amigo Billy Lee Palms. Pero Billy Lee estaba tan perdido que no podía ayudar a nadie. Buscó de nuevo a Myron. Pero Myron seguía desaparecido, quizá le estaba evitando. Clu se sentía débil y solo, y FJ estaba allí con promesas y poder.

Así que quizá Clu no tenía un romance con Esperanza después de todo. Quizá Clu le dijo que abandonaba la agencia, ella se cabreó y luego él se cabreó, y Clu le había dado aquel puñetazo de despedida en el garaje.

Um.

Pero también ese escenario planteaba ciertos problemas. Si no existía una aventura, ¿cómo se explicaban los cabellos de Esperanza en la escena del crimen? ¿Cómo explicar la sangre en el coche, el arma en la oficina, y el reiterado silencio de Esperanza?

FJ continuaba sonriendo.

– Acabemos con esto -dijo Myron-. ¿Cómo te quito de mis espaldas?

– Apártate de mis clientes.

– ¿De la misma manera que te mantienes apartado de los míos?

– Te diré una cosa, Myron. -FJ bebió un sorbo de la crema de afeitar-. Si abandono a mis clientes durante seis semanas, te doy carta blanca para que los persigas con todas las ganas que puedas tener.

Myron dirigió la mirada hacia Win. Ningún solaz. Por horrible que sonase, FJ tenía razón.

– Esperanza ha sido acusada por el asesinato de Clu -dijo Myron-. Estoy involucrado hasta que ella quede limpia. Aparte de eso, me mantendré apartado de tu negocio. Y tú te mantendrás apartado del mío.

– Suponte que no se aclara -dijo FJ.

– ¿Qué?

– ¿Has considerado la posibilidad de que Esperanza lo matase?

– ¿Sabes algo que yo no sé, FJ?

FJ se puso una mano en el pecho.

– ¿Yo? -El cordero más inocente que alguna vez yació junto a un león-. ¿Qué podría saber? -Se acabó el café o lo que fuese y se levantó. Miró a sus gorilas, luego a Win. Win asintió. FJ les dijo a Franz y Hans que se levantasen. Lo hicieron. FJ les ordenó que saliesen. Lo hicieron, la cabeza en alto, los pechos hinchados, los ojos abiertos, pero todavía con el aspecto de un par de perros apaleados.

– Si encuentras algo que pueda ayudarme con el contrato de Clu ¿me lo harás saber?

– Sí -respondió Myron-. Te lo haré saber.

– Muy bien. Entonces nos mantendremos en contacto, Myron.

– Oh -dijo Myron-, por supuesto.

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