Terese se había puesto una bata. Se apoyó en el marco de la puerta y esperó.
Myron no sabía qué decir. Se decidió por un:
– Gracias.
Ella asintió.
– ¿Quieres venir? -preguntó Myron.
– No.
– No puedes quedarte aquí para siempre.
– ¿Por qué no?
Myron lo pensó un momento.
– ¿Sabes algo de boxeo?
Terese olisqueó el aire.
– ¿Detecto el claro olor de una metáfora deportiva?
– Eso me temo -dijo Myron.
– Uf. Continúa.
– Todo este asunto es como un combate de boxeo -comenzó Myron-. Hemos estado esquivando, retrocediendo, eludiendo e intentando mantenernos alejados de nuestro oponente. Pero sólo podemos hacerlo durante un tiempo. Al final tendremos que lanzar un puñetazo.
Terese hizo una mueca.
– Vaya, da pena.
– Una ocurrencia del momento.
– Y no muy acertada -añadió ella-. A ver qué te parece ésta.
Hemos probado el poder de nuestro oponente. Nos ha tumbado en la lona. De alguna manera conseguimos ponernos de pie. Pero nuestras piernas todavía son de goma, y nuestros ojos apenas si ven. Otro gran golpe y la pelea se acabará. Lo mejor será seguir bailando. Lo mejor es evitar que te peguen y esperar y mantener la distancia.
Difícil de rebatir.
Guardaron silencio.
– Si vienes a Nueva York, llámame y… -dijo Myron.
– Vale.
Silencio.
– Sabemos lo que pasará -continuó Terese-. Nos encontraremos para tomar una copa, quizá nos metamos en la cama, pero no será lo mismo. Estaríamos incómodos a más no poder. Fingiremos que nos volveremos a reunir, y ni siquiera nos mandaremos una felicitación de Navidad. No somos amantes, Myron. Ni siquiera amigos. No sé qué demonios somos, pero estoy agradecida.
Se oyó el graznido de un pájaro. Las pequeñas olas entonaron su dulce canción. Win estaba en la playa, con los brazos cruzados, su cuerpo terriblemente paciente.
– Que te vaya bien, Myron.
– A ti también -contestó él.
Win y Myron volvieron al yate en la lancha. Un tripulante le ofreció a Myron una mano. Myron la cogió y subió a bordo. El yate zarpó. Myron permaneció en cubierta contemplando cómo la playa se hacía más pequeña. Estaba apoyado en la borda de teca. Teca. Todo en este navío era oscuro, rico y de teca.
– Ten -dijo Win.
Myron se volvió. Win le arrojó un Yoo-Hoo, su bebida favorita, una mezcla entre gaseosa y leche con chocolate. Myron sonrió.
– El primero que bebo en tres semanas.
– Los dolores de la abstinencia -señaló Win-. Han tenido que ser una verdadera agonía.
– Sin televisión y sin Yoo-Hoo. Es un milagro que haya sobrevivido.
– Sí, casi has vivido como un monje -opinó Win. Luego, con otra mirada a la isla añadió-: Bueno, como un monje que folla mucho.
Ambos estaban matando el tiempo.
– ¿Cuánto tardaremos en regresar? -preguntó Myron.
– Ocho horas de navegación -respondió Win-. Un avión chárter nos espera en Saint Bart's. El vuelo dura unas cuatro horas.
Myron asintió. Sacudió la lata y la abrió. Bebió un buen trago y se volvió hacia el agua.
– Lo siento -dijo.
Win no hizo caso de la declaración, o quizás era suficiente para él. El yate aumentó la velocidad. Myron cerró los ojos y dejó que el agua y la suave espuma le acariciasen el rostro. Pensó por un momento en Clu Haid. Clu no había confiado en los agentes -«un peldaño por debajo de los pedófilos», así los describía- y, por lo tanto, le pidió a Myron que negociase su contrato, pese a que Myron sólo era estudiante de primer año de abogacía en Harvard. Myron lo hizo. Le gustó. Pronto aparecería MB SportsReps.
Clu era un desastre adorable. Aficionado sin límites a las fiestas; por no mencionar todo lo que podía meterse por la nariz o por las venas. Nunca acudía a una fiesta que no le gustase. Era un tipo pelirrojo con una barriga de osito de peluche, apuesto, con aire juvenil, un cantamañanas de cuidado e inmensamente encantador. Todo el mundo amaba a Clu. Incluso Bonnie, su sufrida esposa. Su matrimonio era un bumerán. Ella le echaba, él daba vueltas en el aire por un tiempo, y ella lo pillaba en el retorno.
Clu parecía haber estado aflojando un poco la marcha. Después de todas las veces que Myron le había sacado de los problemas -suspensiones por dopaje, acusaciones de conducir borracho, lo que fuese-, Clu había engordado, llegado al final de su reino del encanto. Los Yankees lo habían fichado, lo habían sometido a un duro régimen y le habían dado una última oportunidad para la redención. Clu se había mantenido a raya por primera vez. Había asistido a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Su pelota rápida había vuelto de nuevo.
Win interrumpió sus pensamientos.
– ¿Quieres saber lo que pasó?
– No estoy seguro -respondió Myron.
– Ah.
– La última vez la jodí. Tú me avisaste, pero no hice caso. Un montón de personas murieron por mi culpa. -Myron sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos. Las contuvo-. No tienes idea lo mal que acabó.
– ¿Myron?
Se volvió hacia su amigo. Sus miradas se encontraron.
– Recupérate -dijo Win.
Myron soltó un sonido: una parte sollozo, dos partes de risa.
– Detesto cuando me mimas.
– Quizá preferirías que te soltase unas cuantas frases hechas inútiles -añadió Win. Hizo girar el licor en la copa y bebió un sorbo-. Por favor, selecciona una de las siguientes y después seguiremos adelante: la vida es dura; la vida es cruel; la vida es un juego de azar; algunas veces las personas buenas se ven obligadas a hacer cosas malas; algunas veces mueren personas inocentes; sí, Myron, la has jodido, pero esta vez lo harás mejor; no, Myron, no la has jodido, no es culpa tuya; todo el mundo tiene un límite y ahora conoces el tuyo. ¿Puedo dejarlo ya?
– Por favor.
– Entonces comencemos con Clu Haid.
Myron asintió, bebió otro trago de Yoo-Hoo, se acabó la lata.
– Al parecer todo le iba de maravilla a nuestro viejo compañero de facultad -dijo Win-. Lanzaba bien. Parecía reinar en el paraíso doméstico. Pasaba los análisis de dopaje. Cumplía con el toque de queda con horas de sobras. Todo eso cambió hace dos semanas cuando un análisis de dopaje por sorpresa dio un resultado positivo.
– ¿Qué sustancia?
– Heroína.
Myron sacudió la cabeza.
– Clu no les dijo ni una palabra a los medios -continuó Win-, pero en privado afirmó que el análisis había sido un montaje. Que alguien le había echado algo en la comida y más tonterías por el estilo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Esperanza me lo dijo.
– ¿Acudió a Esperanza?
– Sí, Myron. Cuando Clu no pasó el análisis, naturalmente buscó a su agente para que le ayudase.
Silencio.
– Vaya -dijo Myron.
– No quiero entrar en el fiasco que es ahora mismo MB SportsReps. Basta decir que Esperanza y Big Cyndi hicieron todo lo que pudieron. Pero es tu agencia. Los clientes te contratan a ti. Muchos se habrán mostrado muy disgustados por tu súbita desaparición.
Myron se encogió de hombros. Quizás algún día se preocuparía.
– Así que Clu no pasó el análisis.
– Lo suspendieron de inmediato. Los medios olieron la sangre y fueron a por él. Perdió todo los patrocinadores. Bonnie le echó de casa. Los Yankees lo desheredaron. Sin nadie más a quien acudir, Clu visitó repetidas veces tu despacho. Esperanza le dijo que no estabas disponible. Su temperamento se hizo más violento con cada visita.
Myron cerró los ojos.
– Hace cuatro días Clu se enfrentó a Esperanza fuera del despacho. Para ser más precisos en el aparcamiento Kinney. Discutieron.
Se dijeron palabras muy duras y un tanto insultantes. Según los testigos, Clu le dio un puñetazo en la boca.
– ¿Qué?
– Vi a Esperanza al día siguiente. Tenía la mandíbula hinchada. Apenas si podía hablar, aunque así y todo decidió decirme que me metiese en mis propios asuntos. En mi opinión, creo que hubiese sufrido más si varios de los otros empleados del aparcamiento no los hubiesen separado. Al parecer, Esperanza hizo amenazas del tipo te haré-pagar-por-esto-hijo-de-puta-picha- floja mientras les tenían separados.
Myron sacudió la cabeza. No tenía sentido.
– A la tarde siguiente a Clu lo encontraron muerto en el apartamento que alquilaba en Fort Lee -prosiguió Win-. La policía se enteró del altercado anterior. Luego se firmaron una serie de órdenes de registro y encontraron el arma asesina, una pistola de nueve milímetros, en tu oficina.
– ¿En mi oficina?
– Sí, en la oficina de MB.
Myron sacudió la cabeza de nuevo.
– Tuvieron que ponerla allí.
– Sí, quizá. También había fibras que se correspondían con la moqueta del apartamento de Clu.
– Las fibras no significan nada. Clu estuvo en la oficina. Es probable que las llevase él mismo hasta allí.
– Sí, quizá -dijo Win de nuevo-. Pero las manchas de sangre en el maletero del coche de la compañía pueden ser más difíciles de explicar.
Myron casi se cayó.
– ¿Sangre en el Taurus?
– Sí.
– ¿La policía confirmó que la sangre era de Clu?
– El mismo grupo sanguíneo. La prueba del ADN llevará varias semanas.
Myron no podía creer lo que estaba oyendo.
– ¿Esperanza había usado el coche?
– Aquel mismo día. Según los registros de peaje, el coche cruzó el puente de Washington de regreso a Nueva York en menos de una hora del asesinato. Como dije, le mataron en Fort Lee. El apartamento está a unos tres kilómetros del puente.
– Esto es una locura.
Win no dijo nada.
– ¿Cuál es el móvil? -preguntó Myron.
– La policía todavía no tiene uno firme. Pero se han ofrecido varios.
– ¿Cuáles?
– Esperanza es una nueva socia de MB SportsReps. Se había quedado al mando. El primer cliente de la compañía estaba a punto de marcharse.
Myron frunció el entrecejo.
– Un motivo bastante débil.
– Él también acababa de atacarla. Quizá Clu la culpaba por todas las cosas malas que le estaban sucediendo. Quizás ella quería vengarse. ¿Quién sabe?
– Antes dijiste algo de que no quería hablar contigo.
– Sí.
– ¿Así que le preguntaste a Esperanza por los cargos?
– Sí.
– ¿Y?
– Me dijo que tenía el asunto controlado -respondió Win-. También me dijo que no me pusiese en contacto contigo. Que no quería hablar contigo.
Myron pareció extrañado.
– ¿Por qué no?
– No tengo ni idea.
Se imaginó a Esperanza, la belleza hispana que había conocido en los días que actuaba como luchadora profesional con el nombre de Pequeña Pocahontas. Hacía una vida de eso. Había estado con MB SportsReps desde el principio: primero como secretaria y ahora que había acabado abogacía, como socia de pleno derecho.
– Pero yo soy su mejor amigo -dijo Myron.
– Como bien sé.
– ¿Entonces por qué diría algo así?
Win juzgó que la pregunta no requería respuesta. Guardó silencio.
La isla estaba ahora fuera de la vista. En cualquier dirección no había otra cosa que el agua azul del Atlántico.
– Si no me hubiese largado… -comenzó Myron.
– ¿Myron?
– ¿Qué?
– Otra vez te estás lamentando. No soporto los lamentos.
Myron asintió y se apoyó en la madera de teca.
– ¿Alguna idea? -preguntó Win.
– Hablará conmigo -afirmó Myron-. Cuenta con ello.
– Ahora mismo acabo de llamarla.
– ¿Y?
– No ha cogido el teléfono.
– ¿Has probado con Big Cyndi?
– Ahora se aloja con Esperanza.
Ninguna sorpresa.
– ¿Qué día es hoy? -preguntó Myron.
– Martes.
– Big Cyndi todavía es gorila en el Leather-N-Lust. Podría estar allí.
– ¿De día?
Myron se encogió de hombros.
– Las desviaciones sexuales no tienen horas.
– A Dios gracias -dijo Win.
Guardaron silencio, el barco se mecía suavemente.
Win miró hacia el sol con los ojos entrecerrados.
– Hermoso, ¿no?
Myron asintió.
– Debes estar harto del sol después de todo este tiempo.
– Mucho -asintió Myron.
– Vamos bajo cubierta. Creo que disfrutarás.