36

Myron salió tambaleante. Caminó hasta la plaza del pueblo. Comió algo en un restaurante mexicano, engulló la comida casi sin notar el sabor.

Llamó Win.

– Estábamos en lo cierto -dijo Win-. Hester Crimstein estaba tratando de desviar nuestra atención.

– ¿Lo ha admitido?

– No. No ofrece ninguna explicación. Afirma que sólo hablará contigo, sólo contigo y en persona. Luego intentó sonsacarme detalles de tu paradero.

Ninguna sorpresa.

– ¿Quieres que -Win hizo una pausa- la interrogue?

– Por favor, no -dijo Myron-. Ética aparte, no creo que sea necesario.

– ¿Ah, no?

– Sawyer Wells dijo que era consejero sobre drogadicción en Rockwell.

– Lo recuerdo.

– Billy Lee Palms fue tratado en Rockwell. Su madre lo mencionó cuando visité su casa.

– Vaya -dijo Win-. Una coincidencia maravillosa.

– Ninguna coincidencia -afirmó Myron-. Lo explica todo.


Cuando acabó de hablar con Win, paseó por la calle principal de Wilston siete u ocho veces. Los tenderos, con poco o nada que hacer, le sonrieron. Él les devolvió la sonrisa. Saludó a un gran número de personas que pasaban. La ciudad estaba realmente anclada en los sesenta, la clase de lugar donde las personas todavía usan barbas descuidadas, gorras negras y parecían como Seals and Crofts en un concierto al aire libre. Eso le gustaba. Le gustaba mucho.

Pensó en su padre y su madre. Pensó en ellos haciéndose viejos y se preguntó por qué no podía aceptarlo. Pensó en cómo los «dolores en el pecho» de su padre eran en parte culpa suya, en cómo la tensión de su escapada había contribuido tangencialmente a lo ocurrido. Pensó en cómo hubiese sido para sus padres si ellos hubiesen sufrido el mismo destino que Sophie y Gary Mayor, si él hubiese desaparecido a los diecisiete años sin dejar ningún rastro y nunca le hubiesen encontrado. Pensó en Jessica y en cómo había afirmado que ella lucharía por él. Pensó en Brenda y lo que él había hecho. Pensó en Terese y la noche pasada y en qué significaba, si es que había algo. Pensó en Win y en Esperanza y en los sacrificios que hacían los amigos.

Durante mucho tiempo no pensó en el asesinato de Clu ni en la muerte de Billy Lee. No pensó en Lucy Mayor ni en su desaparición, ni en su vinculación con aquello. Pero se terminó. Por fin hizo unas cuantas llamadas, escarbó un poco, confirmó lo que ya sospechaba.

Las respuestas nunca vienen a gritos de «¡Eureka!». Vas dando tumbos hacia ellas, a menudo en la oscuridad total. Das tumbos por la noche a través de una habitación a oscuras, tropiezas con las cosas que no ves, sigues adelante, te golpeas las piernas, te caes y te levantas, buscando un camino a tientas por las paredes y esperas que tu mano encuentre el interruptor de la luz. Y entonces -para mantenerte dentro de esta pobre pero tristemente acertada analogía- cuando encuentras el interruptor, lo aprietas y la luz baña la habitación, algunas veces la habitación es tal como te la imaginas. Y algunas veces, como ahora, te preguntas si no hubieses estado mejor manteniéndote para siempre tropezando en la oscuridad.

Win por supuesto diría que Myron estaba limitando la analogía. Señalaría que había otras opciones. Podías dejar sin más la habitación. Podías dejar que tus ojos se acostumbrasen a la oscuridad, y si bien nunca verías nada con claridad, estaba bien. Podías incluso apagar la luz después de encenderla. En el caso de Horace y Brenda Slaughter, Win hubiese estado en lo cierto. En el caso de Clu Haid, Myron no estaba tan seguro.

Había encontrado el interruptor. Lo había apretado. Pero la analogía no se aguantaba, y no sólo porque era idiota desde el principio. Todo en la habitación seguía siendo opaco, como si estuviese mirando a través de una cortina de baño. Veía luces y sombras. Podía ver las figuras. Pero para saber exactamente qué había pasado, tendría que apartar la cortina.

Aún podía echarse atrás, dejar la cortina donde estaba o incluso apagar la luz. Pero ése era el problema con la oscuridad y las opciones de Win. En la oscuridad no podías ver cómo crecía la podredumbre. La podredumbre es libre de continuar comiéndoselo todo, sin ser molestada, hasta que se lo traga todo, incluso al hombre acurrucado en el rincón, intentando como loco mantenerse apartado del maldito interruptor.

Así que Myron subió a su coche. Volvió a la granja en el 12 de Claremont Road. Llamó a la puerta, y de nuevo Barbara Cromwell repitió que se fuese.

– Sé por qué Clu Haid vino aquí -le dijo él.

Continuó hablando. Y al final ella le dejó entrar.

Cuando se marchó, Myron llamó de nuevo a Win. Hablaron largo y tendido. Primero sobre el asesinato de Clu Haid. Después del padre de Myron. Ayudó. Pero no mucho. Llamó a Terese y le dijo lo que sabía. Ella le prometió que intentaría comprobar algunos de los hechos con sus fuentes.

– Así que Win estaba en lo cierto -dijo Terese-. Estás relacionado personalmente.

– Sí.

– Yo me culpo cada día -añadió Terese-. Te acostumbras.

De nuevo él quiso preguntar más. De nuevo supo que no era el momento.

Myron hizo dos llamadas más con el móvil. La primera fue al despacho de Hester Crimstein.

– ¿Dónde está? -preguntó Hester.

– Supongo que está en contacto con Bonnie Haid -dijo.

Una pausa. Después:

– Oh, Dios, Myron, ¿qué ha hecho?

– Ellas no se lo están diciendo todo, Hester. De hecho, estoy seguro de que Esperanza apenas si le contó algo.

– ¿Maldita sea, dónde está?

– Estaré en su despacho dentro de tres horas. Que Bonnie esté allí.

Su última llamada fue a Sophie Mayor. Cuando ella respondió, le dijo cuatro palabras:

– He encontrado a Lucy.

Загрузка...