23

Sabía que Bonnie estaría en casa. El coche apenas si se había detenido del todo cuando salió a toda prisa por la puerta del conductor. Había quizás una media docena de vehículos aparcados en la calle. Asistentes al velatorio. La puerta principal estaba abierta. Myron entró sin llamar. Quería encontrar a Bonnie, enfrentarse a ella y acabar con esto. Pero no estaba en la sala. Sólo los presentes al velatorio. Algunos se le acercaron, demoraron su avance. Ofreció sus condolencias a la madre de Clu, su rostro destrozado por el dolor. Estrechó otras manos, intentó abrirse paso entre el denso mar de personas afligidas y encontrar a Bonnie. Por fin la vio afuera, en el patio trasero. Estaba sentada sola en la terraza, las rodillas recogidas debajo de la barbilla, entretenida en mirar cómo jugaban sus hijos. Se preparó y abrió las puertas de cristal.

La galería era de cedro y daba a unas hamacas. Los chicos de Clu estaban en ellas, ambos vestidos con corbatas rojas y camisas de manga corta por fuera del pantalón. Corrían y reían. Versiones en miniatura de su padre muerto, las sonrisas tan parecidas a la suya, las facciones ecos eternos de Clu. Bonnie los miraba. Le daba la espalda a Myron, tenía un cigarrillo en la mano. No se volvió cuando se le acercó.

– Clu no tenía una aventura -dijo Myron-. La tenías tú.

Bonnie respiró hondo y soltó el aliento.

– El momento más oportuno, Myron.

– Que no se puede evitar.

– ¿No podemos hablar de esto más tarde?

Myron esperó un segundo. Después:

– Sé con quién te estabas acostando.

Ella se puso tensa. Myron la observó. Bonnie por fin se volvió y sostuvo su mirada.

– Vamos a dar un paseo -propuso Bonnie.

Le tendió la mano, y Myron la ayudó a levantarse.

Caminaron a través del patio hasta una zona arbolada. El ruido del tráfico se filtraba por encima de la pantalla acústica instalada colina arriba. La casa era flamante, grande y típica del nuevo rico. Aireada, muchas ventanas, techos de dos aguas, una pequeña sala de estar, una enorme cocina que daba a un enorme solario, un enorme dormitorio principal, armarios lo bastante grandes como para servir de tiendas Gap. Probablemente costaría unos ochocientos mil. Hermosa, estéril y sin alma. Necesitada de que la habitasen un tiempo. Añejada correctamente como un buen Merlot.

– No sabía que fumabas -dijo él.

– Hay muchas cosas que no sabes de mí, Myron.

Tocado. Miró su perfil, y de nuevo vio a la joven estudiante que iba hacia el sótano de la casa de la fraternidad. Volvió a aquel mismo momento, al sonido de la respiración honda de Clu cuando la vio por primera vez. Supongamos que hubiese bajado un segundo más tarde, después de que Clu se hubiese desmayado o ligado con alguna otra mujer. Supongamos que aquella noche ella hubiese ido a alguna otra fiesta estudiantil. Pensamientos idiotas -encrucijadas arbitrarias en la carretera de la vida, la serie de hubiese-, pero es lo que hay.

– ¿Qué te hace pensar que soy yo la que está teniendo una aventura? -preguntó ella.

– Clu se lo dijo a Enos.

– Clu mintió.

– No -respondió Myron.

Continuaron caminando. Bonnie dio una última chupada y arrojó la colilla al suelo.

– Es mi propiedad -dijo-. Se me permite.

Myron no dijo nada.

– ¿Le dijo Clu a Enos con quién creía que me estaba acostando?

– No.

– Pero tú crees saber quién es el misterioso amante.

– Sí -respondió Myron-. Es Esperanza.

Silencio.

– ¿Me creerías si insisto en que estás equivocado? -preguntó ella.

– Tendrías que dar muchísimas explicaciones para conseguirlo.

– ¿Qué quieres decir?

– Empecemos por tu visita a mi oficina después de que Esperanza fuese arrestada.

– Vale.

– Querías saber qué tenían contra ella; cuál era la verdadera razón. Me pregunté por qué me advertiste de inmediato de que no buscase la verdad. Me dijiste que librase de sospechas a mi amiga, pero que no escarbase demasiado.

Ella asintió.

– ¿Crees que lo dije porque no quería que supieras de esta aventura?

– Sí. Pero hay más. Para empezar, el silencio de Esperanza. Win y yo nos planteamos que no quería que nos enterásemos de su aventura con Clu. Hubiese sido muy mal visto en varios niveles tener una aventura con un cliente. ¿Pero tener una aventura con la esposa de un cliente? ¿Qué podía ser más idiota que eso?

– No es ninguna prueba, Myron.

– Aún no he acabado. Verás, todas las pruebas apuntan a una aventura entre Esperanza y Clu, pero también apuntan a una aventura entre vosotras dos. Por ejemplo, las pruebas físicas. El vello púbico y el ADN encontrado en el apartamento de Fort Lee. Comencé a pensarlo. Clu y tú vivisteis allí muy poco tiempo. Luego te mudaste a esta casa. Pero todavía sigue en vigor el arrendamiento del apartamento. Así que antes de que le echases, estaba vacío, ¿no?

– Así es.

– ¿Qué mejor lugar como escenario de una aventura? No eran Clu y Esperanza los que se reunían allí. Erais vosotras dos.

Bonnie no dijo nada.

– Los registros del peaje; la mayor parte de los cruces del puente corresponden a los días que los Yankees estaban fuera de la ciudad. Así que Esperanza no iba a ver a Clu. Iba a verte a ti. Busqué en los registros de las llamadas telefónicas. Nunca llamó al apartamento después de que echases a Clu; sólo a esta casa. ¿Por qué? Clu ya no vivía aquí. Tú sí.

Ella sacó otro cigarrillo y encendió una cerilla.

– Y en último lugar, la pelea en el garaje cuando Clu le pegó a Esperanza. Me volví loco buscando una explicación. ¿Por qué le había pegado? ¿Por qué ella había roto la relación? No tenía sentido. ¿Por qué quería encontrarme o estaba desquiciado por las drogas? De nuevo, no. No conseguía entenderlo. Pero ahora la respuesta es obvia. Esperanza estaba viviendo una aventura con su esposa. La culpaba a ella por romper su matrimonio. Enos dijo que la ruptura lo dejó hecho un guiñapo. ¿Qué podría ser peor para una psique tan frágil como la de Clu que su esposa estuviese viviendo una aventura con una mujer?

– ¿Me estás culpando de su muerte? -preguntó Bonnie en tono cortante.

– Depende. ¿Lo mataste?

– ¿Ayudaría si respondiese que no?

– Sería un principio.

Ella sonrió, pero no había ninguna alegría en su voz. Como la casa, era hermosa, estéril y casi sin alma.

– ¿Quieres oír algo divertido? -dijo ella-. Que Clu superase las drogas y la bebida no ayudó a nuestro matrimonio; lo acabó. Durante tanto tiempo Clu era… no lo sé… una obra en construcción. Aunque yo achacaba sus faltas a las drogas, a la bebida y todo eso. Pero en cuanto por fin se libró de sus demonios, lo que quedó sólo era -levantó las palmas y se encogió de hombros- sólo él. Vi a Clu con claridad por primera vez, Myron, ¿y sabes de qué me di cuenta? No lo amaba.

Myron no dijo nada.

– No culpes a Esperanza. Era culpa suya. Seguí adelante sólo por el bien de mis hijos, y cuando Esperanza apareció… -Bonnie se detuvo, y por primera vez su sonrisa pareció más sincera-. ¿Quieres escuchar otra cosa divertida? No soy lesbiana. Ni siquiera bisexual. Es sólo… que ella me trató con ternura. Tuvimos relaciones sexuales, claro, pero nunca fue por el sexo. Sé que suena extraño, pero su sexo era irrelevante. Esperanza es sólo una persona hermosa, y me enamoré de eso. ¿Tiene algún sentido?

– Sabes lo que parece -dijo Myron.

– Por supuesto que sé lo que parece. Dos tortilleras que se reúnen y se cargan al marido. ¿Por qué crees que estamos intentando mantenerlo en secreto? La debilidad de la acusación ahora mismo es la falta de un motivo. Pero si descubren que éramos amantes…

– ¿Lo mataste?

– ¿Qué esperas que responda, Myron?

– Me gustaría oírlo.

– No, no lo he matado. Iba a dejarlo. ¿Para qué iba a presentar la petición de divorcio si pensaba matarlo?

– Para impedir un escándalo que sin duda hubiese hecho daño a tus hijos.

Ella hizo una mueca.

– Venga, Myron.

– ¿Entonces cómo explicas el arma de mi oficina y la sangre en el coche?

– No puedo.

Myron lo pensó. Le dolía la cabeza. No sabía si era por el altercado físico, o por esta última revelación. Intentó concentrarse a través de la bruma.

– ¿Quién más conoce la aventura?

– Sólo la abogada de Esperanza, Hester Crimstein.

– ¿Nadie más?

– Nadie. Éramos muy discretas.

– ¿Estás segura?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque -respondió Myron- si yo fuera a asesinar a Clu y quisiera echarle la culpa a alguien, el amante de su esposa sería mi primera elección.

Bonnie vio adónde quería llegar.

– ¿Entonces tú crees que el asesino sabía lo nuestro?

– Explicaría muchas cosas.

– No se lo dije a nadie. Esperanza tampoco se lo explicó a nadie.

Vaya. Justo en medio de los ojos.

– Es imposible que fueseis tan cuidadosas -señaló Myron.

– ¿Por qué lo dices?

– Clu se enteró, ¿no?

Ella lo pensó, asintió.

– ¿Se lo dijiste tú? -preguntó Myron.

– No.

– ¿Qué le dijiste cuando lo echaste?

La viuda se encogió de hombros.

– Que no había nadie más. En cierto sentido era la verdad. No era por Esperanza.

– ¿Entonces, cómo se enteró?

– No lo sé. Supongo que se obsesionó. Que me siguió.

– ¿Y descubrió la verdad?

– Sí.

– ¿Entonces fue a por Esperanza y la atacó?

– Sí.

– Y antes de que tuviese ocasión de decírselo a alguien más, antes de que le diesen la oportunidad de salir y herir a alguna de vosotras, acabó muerto. El arma asesina acabó con Esperanza. La sangre de Clu acabó en el coche que ella conducía. El registro del peaje muestra que Esperanza volvió a Nueva York antes de una hora después del asesinato.

– De nuevo, sí.

Myron sacudió la cabeza.

– No tiene buena pinta, Bonnie.

– Es lo que he intentado decirte -dijo ella-. Si ni siquiera tú crees en nosotras, ¿cómo crees que va a reaccionar el jurado?

No necesitaba dar una respuesta. Volvieron a la casa. Los dos niños continuaban jugando, sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Myron los observó durante un momento. «Huérfanos de padre», pensó, y se estremeció ante las palabras. Con una última mirada, dio media vuelta y se marchó.

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