Myron comenzaba a sufrir. El Tylenol solo no hacía el efecto deseado. Tenía el Tylenol con codeína en el bolsillo trasero del pantalón, pero no se atrevía. Necesitaba estar alerta, y la codeína le hacía dormir más rápido que, eh, el sexo. Se apresuró a catalogar los puntos doloridos. El corte en la barbilla era lo que más le dolía, seguido de cerca por las costillas maltrechas. El resto de los dolores eran una distracción casi bienvenida. Pero el dolor hacía que fuese consciente de cada movimiento.
Cuando entró en su despacho, Big Cyndi le dio una pila de mensajes.
– ¿Cuántos reporteros han llamado? -preguntó.
– He dejado de contarlos, señor Bolitar.
– ¿Algún mensaje de Bruce Taylor?
– Sí.
Bruce se ocupaba de los Mets, no de los Yankees. Pero todos los reporteros querían estar en esta historia. Bruce también era algo así como un amigo. Él podría informarle de la hija de Sophie Mayor. La pregunta era, por supuesto, cómo plantear el tema sin despertar en el reportero demasiada curiosidad.
Myron cerró la puerta de su despacho, se sentó, marcó un número. Una voz respondió a la primera llamada.
– Taylor.
– Eh, Brucie.
– ¿Myron? Dios. Eh, agradezco que me devuelvas la llamada.
– Claro, Brucie. Me encanta cooperar con mi reportero favorito.
Una pausa. Luego:
– Oh, oh.
– ¿Qué? -preguntó Myron.
– Esto es demasiado fácil.
– Perdón.
– Vale, Myron, vamos a saltarnos la parte donde tú echas abajo mis defensas con tu carisma sobrenatural. Corta el rollo.
– Quiero hacer un trato.
– Te escucho.
– Todavía no estoy dispuesto a hacer una declaración. Pero cuando la haga, tú serás el primero. Una exclusiva.
– ¿Una exclusiva? Caray, Myron, sí que conoces el argot de los medios, ¿no?
– Podría haber dicho una primicia. Es una de mis palabras favoritas.
– Vale, Myron, fantástico. Así que a cambio de que no me digas nada, ¿tú qué quieres?
– Sólo una información. Pero tú no interpretas nada de lo que pregunto y no lo publicas. Tú sólo eres mi fuente.
– Mejor dicho tu puta -dije Bruce.
– Si es a eso a lo que te dedicas.
– Hoy no, cariño. Me duele la cabeza. Así que déjame ver si lo entiendo bien. Tú no me dices nada. Yo no publico nada. A cambio yo te lo tengo que decir todo. Lo siento, grandullón, no hay trato.
– Adiós, Brucie.
– Eh, Myron, para el carro. Caray, no soy un gerente general. No me vengas con esa mierda de negociador. Mira, vamos a dejar de tirarnos cada uno las cadenas. Esto es lo que haremos: tú me das algo. Una declaración, lo que sea. Puede ser todo lo inocua que tú quieras. Pero quiero ser el primero en publicar una declaración de Myron Bolitar. Entonces te diré lo que quieres. Me mantendré callado, tú me darás la exclusividad o lo que sea antes que a cualquier otro. ¿Trato hecho?
– Trato hecho -dijo Myron-. Aquí tienes tu declaración: Esperanza Díaz no mató a Clu Haid. La respaldo al cien por cien.
– ¿Vivía una aventura con Clu?
– Ésa es mi declaración, Bruce.
– Vale, de acuerdo, ¿pero qué es todo eso de que estabas fuera del país en el momento del asesinato?
– Una declaración, Bruce. Como «sin comentarios», como «hoy no responderé a vuestras preguntas».
– Eh, que ya es de conocimiento público. Sólo quiero una confirmación. Estabas en el Caribe, ¿correcto?
– Correcto.
– ¿Dónde del Caribe?
– Sin comentarios.
– ¿Por qué no? ¿De verdad estabas en las islas Caimán?
– No estaba en las Caimán.
– ¿Entonces, dónde?
Así trabajan los reporteros.
– Sin comentarios.
– Te llamé inmediatamente después de que Clu diese positivo en el análisis de drogas. Esperanza dijo que estabas en la ciudad, pero que no harías comentarios.
– Sigo sin hacerlos -dijo Myron-. Ahora es tu turno, Bruce.
– Venga, Myron, no me has dado nada.
– Tenemos un trato.
– Sí, de acuerdo, vale. Quiero ser justo -manifestó con un tono que dejaba claro que volvería de nuevo a la carga más tarde-. Pregunta.
Naturalidad, naturalidad. No podía preguntar sin más por la hija de Sophie Mayor. Sutileza. Ésa era la clave. Se abrió la puerta de Myron y Win entró en la habitación. Myron levantó un dedo. Win asintió y abrió la puerta del armario. Había un espejo de cuerpo entero en la parte trasera de la puerta. Win se miró y sonrió. Una bonita manera de pasar el tiempo.
– ¿Qué rumores corrían sobre Clu? -preguntó Myron.
– ¿Te refieres antes de que diese positivo en el análisis?
– Sí.
– Una bomba de relojería -dijo Bruce.
– Explícate.
– Estaba lanzando de maravilla, no hay duda. Se le veía bien. Delgado, parecía concentrado. Pero una semana o poco más antes del análisis comenzó a tener un aspecto desastroso. Joder, tendrías que haberlo visto. Tú entonces también estabas fuera del país.
– Continúa, Bruce.
– ¿Qué más te puedo decir? Con Clu ya lo has visto un centenar de veces antes. El tipo te parte el corazón. Su brazo está tocado por Dios. El resto de él, sólo estaba tocado, ya sabes a qué me refiero.
– ¿Así que había señales antes del análisis positivo?
– Sí, eso creo. En retrospectiva claro que había muchas señales. Oí que su mujer lo había echado. Iba sin afeitar, los ojos inyectados en sangre, esa clase de cosas.
– No tiene por qué haber sido la droga -señaló Myron.
– Es verdad. Podría haber sido la bebida.
– O quizá sólo la tensión de la discordia matrimonial.
– Oye, Myron, quizás algunos tipos como Orel Hershiser reciben el beneficio de la duda. Pero cuando se trata de Clu Haid, Steve Howe o alguno de esos que siempre la están jodiendo, deduces que es abuso de sustancias, y once veces de cada diez aciertas.
Myron miró a Win. Había acabado de arreglarse los rizos dorados y ahora utilizaba el espejo para practicar sus diferentes sonrisas. Ahora mismo estaba probando la de rufián.
Sutil, se recordó Myron a sí mismo, sutil…
– ¿Bruce?
– ¿Sí?
– ¿Qué me puedes decir de Sophie Mayor?
– ¿Qué pasa con ella?
– Nada específico.
– Sólo curiosidad, ¿eh?
– Así es, curiosidad.
– Claro que sí -dijo Bruce.
– ¿Resultó muy perjudicada por el positivo de Clu?
– Un perjuicio tremendo. Pero tú ya lo sabes. Sophie Mayor se jugó el cuello y durante un tiempo era un genio. Entonces Clu falla en el análisis, e inmediatamente se convierte en una idiota que mejor haría en dejar que los hombres dirigiesen las cosas.
– Háblame de sus antecedentes.
– ¿Antecedentes?
– Sí. Quiero entenderla mejor.
– ¿Por qué? -preguntó Brucie. Después-: Bah, qué diablos. Ella es de Kansas, creo, Iowa, Indiana o Montana. Algún lugar de ésos. Una de esas chicas que salen en los anuncios de jabones de tocador pero ahora está envejecida. Le encanta pescar, cazar, todas esas cosas de la naturaleza. También fue algo así como un prodigio matemático. Vino al este para ir al MIT. Fue allí donde conoció a Gary Mayor. Vivieron la mayor parte de sus vidas como profesores de ciencias. Él enseñaba en Brandeis; ella en Tufts. Desarrollaron un programa de software para las finanzas personales a principios de los ochenta y de pronto pasaron de ser profesores de clase media a millonarios. Sacaron la compañía a bolsa en 1994 y pasaron de M a B.
– ¿De M a B?
– De millonarios a billonarios.
– Vaya.
– Así que los Mayor hicieron lo que hacen las personas megarricas. Compraron una franquicia deportiva. En este caso, a los Yankees. Durante la niñez de Gary Mayor eran sus ídolos. Iban a ser un bonito juguete para él, pero por supuesto nunca llegó a disfrutarlo.
Myron se aclaró la garganta.
– ¿Tuvieron hijos?
El señor Sutileza.
– Tuvieron dos. Ya conoces a Jared. En realidad es un buen chico, fue a tu universidad, Duke. Pero todos le odian porque consiguió el empleo por nepotismo. Su responsabilidad principal es vigilar las inversiones de mamá. Tengo entendido que es muy bueno en eso, y que deja el béisbol en manos de los que entienden.
– Ajá.
– También tienen una hija, o tenían una hija.
Con gran esfuerzo, Win suspiró, cerró la puerta del armario. Era tan difícil para él apartarse de un espejo. Se sentó delante de Myron con el aspecto, como siempre, de estar absolutamente relajado. Myron carraspeó y dijo al teléfono:
– ¿Qué quieres decir con tenían una hija?
– Desapareció. ¿No recuerdas la historia?
– Apenas. Ella se fugó, ¿no?
– Así es. Se llamaba Lucy. Se largó con un novio, un músico grunge, unas pocas semanas antes de cumplir los dieciocho. Ocurrió, no sé, hace diez, quince años. Antes de que los Mayor tuviesen dinero.
– ¿Dónde vive ahora?
– Bueno, ésa es la cuestión. Nadie lo sabe.
– No te entiendo.
– Ella se largó, eso es lo que se sabe a ciencia cierta. Les dejó una nota, creo. Se iba a recorrer mundo con su novio y a buscar su destino, lo habitual en los adolescentes. Sophie y Gary Mayor eran los típicos profesores universitarios de la Costa Este, que leían demasiado al doctor Spock, así que le dieron espacio a su hija, convencidos, por supuesto, de que volvería.
– Pero no lo hizo.
– Obvio.
– ¿Nunca volvieron a saber nada de ella?
– Obvio de nuevo.
– Pero recuerdo haber leído algo más hace unos pocos años. ¿No montaron una búsqueda o algo así?
– Sí. En primer lugar, el novio volvió al cabo de unos pocos meses. Habían roto y cada uno había ido por su camino. Vaya sorpresa, ¿no? En cualquier caso, él no sabía dónde había ido. Así que los Mayor llamaron a la policía, pero ellos no lo consideraron nada importante. Lucy ya tenía dieciocho años, y estaba claro que se había marchado por su propia voluntad. No había ninguna prueba de un presunto delito ni nada parecido y recuerda que esto ocurrió antes de que los Mayor fuesen muy ricos.
– ¿Y después de ricos?
– Sophie y Gary trataron de encontrarla de nuevo. Lo convirtieron en la búsqueda de la heredera perdida. A los tabloides les encantó durante un tiempo. Hubo algunos informes descabellados, pero nada concreto. Algunos dijeron que Lucy se había ido al extranjero. Otros, que estaba viviendo en una comuna en alguna parte. Los hubo que dijeron que estaba muerta. Cualquier cosa. Nunca la encontraron, y seguía sin haber ninguna prueba de delito, y la historia acabó por agotarse.
Silencio. Win miró a Myron y enarcó una ceja. Myron sacudió la cabeza.
– ¿A qué viene tanto interés? -preguntó Bruce.
– Sólo quiero entender mejor a los Mayor.
– Ajá.
– Nada importante.
– Vale, me lo creo. Sipi.
– Es la verdad -mintió Myron-. ¿Qué te parece utilizar una referencia más actual? Ya nadie dice sipi.
– ¿No lo hacen? -Pausa-. Supongo que tengo que mirar la MTV. Pero Vanilla Ice todavía está de moda, ¿no?
– Ice, ice, baby.
– De acuerdo, vale, lo jugaremos a tu manera por ahora, Myron, pero no sé nada de Lucy Mayor. Puedes intentar una búsqueda en Lexis. Los periódicos quizá tengan más detalles.
– Buena idea, gracias. Oye, Bruce, tengo otra llamada entrante.
– ¿Qué? ¿Ahora me vas a dejar colgado?
– Era nuestro trato.
– ¿A qué vienen tantas preguntas por los Mayor?
– Como te dije, quiero entenderlos mejor.
– ¿La frase «vaya tramposo» significa algo para ti?
– Adiós, Bruce.
– Espera. -Pausa. Entonces Bruce dijo-: Algo serio está pasando aquí, ¿no?
– Clu Haid fue asesinado. Esperanza ha sido arrestada por el crimen. Yo diría que eso es bastante serio.
– Aquí hay algo más. Por lo menos dímelo. No lo publicaré, lo prometo.
– ¿La verdad, Bruce? Todavía no la sé.
– ¿Y cuando la sepas?
– Tú serás el primero en saberlo.
– ¿De verdad crees que Esperanza es inocente? ¿Incluso con todas las pruebas en contra?
– Sí.
– Llámame, Myron. Si necesitas cualquier otra cosa. Me gusta Esperanza. Quiero ayudar si puedo.
Myron colgó. Miró a Win. Parecía estar muy ensimismado. Se tocaba la barbilla con el dedo índice. Permanecieron en silencio durante varios segundos.
Win dejó de darse golpecitos y preguntó:
– ¿Qué le pasó a la familia King?
– ¿Te refieres a aquellos que hacían los especiales de Navidad?
Win asintió.
– Todos los años se suponía que debíamos ver el especial de Navidad de la familia King. Debería haber un centenar de aquellos tipos: grandes King con barba, pequeños King con pantalón corto, mamá King, papá King, el tío y la tía, y los primos King. Y entonces un año, puf, desaparecieron. Todos ellos. ¿Qué pasó?
– No lo sé.
– Qué extraño, ¿no?
– Supongo.
– ¿Y qué hacía la familia King el resto del año?
– Preparaban el siguiente especial de Navidad.
– Qué vida, ¿no? -dijo Win-. Pasa la Navidad, y tú comienzas a pensar en la siguiente. Vives en un globo de nieve de Navidad.
– Supongo.
– Me pregunto dónde estarán ahora, todos aquellos de pronto desempleados King. ¿Venden coches? ¿Seguros? ¿Son traficantes de drogas? ¿Se ponen tristes cada Navidad?
– Sí, un tema interesante, Win. Por cierto, ¿has venido aquí por alguna razón?
– ¿Hablar de la familia King no es razón suficiente? ¿No fuiste tú el que vino a mi oficina porque no entendías el significado de una canción de Sheena Easton?
– ¿Estás comparando a la familia King con Sheena Easton?
– Sí, bueno, de verdad, vine aquí para informarte que he aplastado las citaciones contra Lock-Horne.
Myron no tendría que haberse sorprendido.
– El poder de las coimas -dijo con una sacudida de cabeza-. Lock nunca deja de sorprenderme.
– Coima es un término ofensivo -señaló Win-. Yo prefiero el más políticamente correcto de «asistir al desafío de la contribución». -Se echó hacia atrás, cruzó las piernas en su estilo particular, entrelazó las manos sobre el regazo. Señaló el teléfono y dijo-: Explica.
Así que Myron lo hizo. Le informó de todo, en especial del incidente de Lucy Mayor. Cuando Myron acabó, Win opinó:
– Intrigante.
– De acuerdo.
– Pero no acabo de ver la conexión.
– Alguien me envía un disquete con la imagen de Lucy Mayor y muy poco después a Clu lo asesinan. ¿Crees que es sólo una coincidencia?
Win lo pensó.
– Es muy pronto para decirlo -concluyó-. Vamos a hacer un poco de recapitulación, ¿qué te parece?
– Adelante.
– Vamos a comenzar con una línea recta: traspasan a Clu a los Yankees, lanza bien, Bonnie lo echa de casa, comienza a colapsarse, falla el análisis de dopaje, te busca con desesperación, acude a mí y retira doscientos mil dólares, le pega a Esperanza, lo asesinan. -Win se detuvo-. ¿Te suena bien?
– Sí.
– Ahora vamos a explorar algunas de las posibles tangentes a partir de esta línea.
– Adelante.
– Una, nuestro viejo compañero de universidad Billy Lee Palms parece haber desaparecido. Clu al parecer se pone en contacto con él poco antes del asesinato. Aparte de eso, ¿hay alguna razón para ligar a Billy Lee con todo esto?
– En realidad, no. Y de acuerdo con su madre, Billy Lee no es la herramienta más fiable de la caja.
– Por lo tanto, quizá su desaparición no tenga nada que ver con esto.
– Quizá.
– Pero de todas maneras sería otra coincidencia curiosa -manifestó Win.
– Por supuesto.
– Bien, sigamos adelante por el momento. Tangente dos: el bar Adivina.
– Todo lo que sabemos es que Clu lo visitó.
Win sacudió la cabeza.
– Sabemos mucho más.
– ¿Por ejemplo?
– Reaccionaron excesivamente a tu visita. Echarte hubiese sido una cosa. Maltratarte un poco hubiese sido otra. Pero esta clase de interrogatorio con cortes de navajas y electrocución, es un exceso.
– ¿Significado?
– Significa que pinchaste un nervio, revolviste el avispero, tumbaste el nido, escoge tu cliché favorito.
– O sea que están vinculados con el asunto.
– Lógico -dijo Win, de nuevo en su mejor Spock.
– ¿Cómo?
– Cielos, aún no lo sé.
Myron lo pensó un poco.
– Había pensado que quizá Clu y Esperanza se habían encontrado allí.
– ¿Y ahora?
– Digamos que se encontraron allí. ¿Qué tiene de importante? ¿Por qué el exceso?
– Por lo tanto, es algo más.
Myron asintió.
– ¿Hay más tangentes?
– La grande -contestó Win-. La desaparición de Lucy Mayor.
– Que ocurrió hace más de diez años.
– Y debemos confesar que su vinculación es tenue en el mejor de los casos.
– Así es -dijo Myron.
Win unió los dedos y levantó las puntas.
– Pero el disquete iba dirigido a ti.
– Sí.
– Por lo tanto no podemos estar seguros que Lucy Mayor esté vinculada a Clu Haid en absoluto…
– Correcto.
– … pero podemos estar seguros de que Lucy Mayor de alguna manera está vinculada a ti.
– ¿A mí? -Myron hizo una mueca-. No puedo imaginar cómo.
– Piensa. Quizá llegaste a conocerla.
Myron sacudió la cabeza.
– No.
– Puede que no lo sepas. La mujer lleva viviendo en algo así como un estado clandestino desde hace mucho tiempo. Quizá fue alguien que conociste en un bar, la compañera de una noche.
– No tengo compañeras de una noche.
– Eso es correcto -dijo Win. Después con ojos inexpresivos-: Dios, cómo desearía estar en tu lugar.
Myron descartó las palabras con un gesto.
– Pero supongamos que tienes razón. Supongamos que la conocí pero no lo supe. ¿Entonces qué? Decide devolverme la atención enviándome un disquete con su rostro que se convierte en un charco de sangre.
Win asintió.
– Intrigante.
– ¿Y esto dónde nos deja?
– Intrigados.
Sonó el intercomunicador.
– ¿Sí? -dijo Myron.
– Su padre en la línea uno, señor Bolitar -respondió Big Cyndi.
– Gracias. -Myron atendió el teléfono-. Hola, papá.
– Hola. ¿Cómo estás?
– Bien.
– ¿Te estás acomodando a estar de nuevo en casa?
– Sí.
– ¿Feliz de estar de regreso?
Papá estaba contemporizando.
– Sí, papá, estoy bien.
– Todo esta historia con Esperanza. Te debe tener en ascuas, ¿no?
– Supongo que sí.
– Entonces -papá estiró la palabra-, ¿crees que tendrás tiempo para comer con tu viejo?
Había tensión en la voz.
– Claro que sí, papá.
– ¿Qué tal mañana? ¿En el club?
Myron contuvo un gemido. En el club no.
– Por supuesto. Mañana al mediodía, ¿vale?
– Bien, hijo, está muy bien.
Papá no le llamaba hijo muy a menudo. Mejor dicho nunca. Myron cambió de mano el teléfono.
– ¿Pasa alguna cosa, papá?
– No, no -respondió él demasiado rápido-. Todo está bien. Sólo quería hablar contigo de un asunto.
– ¿De qué?
– No es nada importante, puede esperar. Nos vemos mañana.
Clic.
Myron miró a Win.
– Era mi padre.
– Sí, lo supe cuando Big Cyndi dijo que tu padre llamaba. Fue además recalcado cuando dijiste «papá» cuatro veces durante la conversación. Tengo un don.
– Quiere que comamos juntos mañana.
Win asintió.
– ¿Y yo me preocupo porque…?
– Sólo te lo digo.
– Lo escribiré esta noche en mi diario -dijo Win-. Mientras tanto, se me ha ocurrido otra cosa referente a Lucy Mayor.
– Te escucho.
– Si recuerdas, estábamos intentando deducir quién sale perjudicado en todo esto.
– Lo recuerdo.
– Clu el primero. Esperanza. Tú. Yo.
– Sí.
– Bueno, debemos añadir a otra persona: Sophie Mayor.
Myron lo pensó. Después comenzó a asentir.
– Bien podría ser la vinculación. Si quieres destruir a Sophie Mayor, ¿qué harías? Primero, socavarías cualquier apoyo que tenga de los aficionados de los Yankees y la gerencia.
– Clu Haid -dijo Win.
– Correcto. Después la podrías golpear en lo que debe ser el punto vulnerable: su hija desaparecida. Me refiero a que si alguien le envió a ella otro disquete igual, ¿te puedes imaginar el horror?
– Plantea una interesante pregunta -dijo Win.
– ¿Qué?
– ¿Se lo vas a decir?
– ¿Que recibí el disquete?
– No, el reciente movimiento de tropas en Bosnia. Sí, el disquete.
Myron lo pensó, pero no mucho.
– No veo otra alternativa. Tengo que decírselo.
– Quizá sea también parte del teórico plan de tumbarla -señaló Win-. Tal vez alguien te lo ha enviado sabiendo que llegaría a ella.
– Quizá. Pero todavía tiene el derecho a saberlo. No me corresponde decidir si Sophie Mayor es lo bastante fuerte como para soportarlo.
– Una gran verdad. -Win se levantó-. Tengo algunos contactos que están intentando localizar los informes oficiales del asesinato de Clu: la autopsia, la escena del crimen, declaraciones de testigos, laboratorio, cualquier cosa. Todo el mundo mantiene la boca cerrada.
– Tengo una posible fuente -dijo Myron.
– ¿Ah, sí?
– El médico forense de Bergen County es Sally Li. La conozco.
– ¿A través del padre de Jessica?
– Sí.
– A por ella -dijo Win.
Myron lo observó mientras se dirigía hacia la puerta.
– ¿Win?
– ¿Sí?
– ¿Se te ocurre alguna manera de cómo darle la noticia a Sophie Mayor?
– Ninguna en absoluto.
Win se marchó. Miró el teléfono. Lo cogió y marcó el número de teléfono de Sophie Mayor. Le llevó algún tiempo, pero una secretaria acabó por ponerle con ella. Sophie pareció muy poco entusiasmada al oír su voz.
– ¿Qué? -dijo con un tono hostil.
– Tenemos que hablar -contestó Myron.
Había una distorsión en la línea. Sin duda, un móvil o el teléfono de un coche.
– Ya hemos hablado.
– Esto es diferente.
Silencio. Después:
– Ahora mismo estoy en el coche. A poco más de un kilómetro de casa en Long Island. ¿Hasta qué punto es importante?
Myron cogió un bolígrafo.
– Deme su dirección. Ahora mismo voy para allí.