24

Thrill, no Nancy Sinclair, lo recibió en la puerta de un bar llamado Biker Wannabee (Aspirantes a moteros). Sinceridad en el anuncio. Era de agradecer.

– Jau -dijo Myron. Bolitar en el Lejano Oeste.

Su sonrisa estaba llena de promesas pornográficas. Ahora metida a fondo en el personaje de Thrill.

– Jau, compañero -respondió ella. Con algunas mujeres, cada sílaba es un arrullo-. ¿Qué tal estoy?

– Muy guapa, señora. Pero creo que te prefiero como Nancy.

– Mentiroso.

Myron se encogió de hombros, sin estar muy seguro de si decía la verdad. Todo esto le recordaba a cuando Barbara Eden interpretaba a la hermana malvada de Jeannie en Mi bella genio. Estaba a menudo dividido entre las dos, sin saber si Larry Hagman debía quedarse con Jeannie o largarse con la encantadora y malvada hermana. Eh, aquí estamos hablando de los grandes dilemas.

– Creía que traerías un apoyo -dijo Thrill.

– Así es.

– ¿Dónde está?

– Si las cosas van bien, no lo verás.

– Qué misterioso.

– ¿A que sí?

Entraron y fueron a un reservado en el fondo. Sí, los aspirantes a moteros. Montones de tipos que buscaban aquel aire de peludo-veterano-de-Vietnam-que-la-carretera-es-suya. En la máquina de discos sonaba God Only Knows (What I'd Be Without You) de los Beach Boys, pero diferente a todo lo demás que hicieron los Beach Boys. La canción era un sollozo lastimero, y a pesar de todos sus recelos hacia el pop, a Myron siempre le llegaba hasta la médula, la inquietud de lo que el futuro podía deparar tan desnuda en la voz de Brian, las palabras tan inquietantemente simples. En particular ahora.

Thrill lo miraba a la cara.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– Muy bien. ¿Ahora qué hacemos?

– Supongo que pedir una copa.

Pasaron cinco minutos. Lonely Boy sonó en la máquina de discos. Andrew Gold. Puro setenta. Chicles globos. Estribillo: «Oh, oh, oh… oh qué chico tan solitario… oh, qué chico tan solitario… oh, qué chico tan solitario». Para el momento en que había sido repetido el estribillo ocho veces, Myron ya se lo sabía, así que comenzó a cantarlo. Gran memoria. Quizá tendría que hacer algún anuncio en televisión.

Los hombres de las mesas cercanas miraron a Thrill, algunos de reojo, la mayoría no. La sonrisa de Thrill era ahora una sonrisa lujuriosa, cada vez más puesta en su papel.

– Te va este rollo.

– Es un papel, Myron. Todos somos actores en un escenario, ya sabes.

– Pero disfrutas de la atención.

– ¿Y?

– Sólo es un comentario. Ella se encogió de hombros. -Lo encuentro fascinante. -¿Qué?

– El poder de unas tetas grandes sobre los hombres. Se vuelven unos obsesos.

– ¿Acabas de llegar a la conclusión de que los hombres son unos obsesos mamarios? Lamento desilusionarte, Nancy, pero la investigación ya ha sido hecha.

– Pero es extraño cuando lo piensas.

– Intento no hacerlo.

– Los pechos tienen una influencia curiosa sobre los hombres, no hay duda -respondió ella-. Pero no me gusta la que tienen sobre las mujeres.

– ¿Qué quieres decir?

Thrill apoyó las palmas en la mesa.

– Vale, todos sabemos que las mujeres le damos mucha importancia a nuestros cuerpos. No es ninguna novedad, ¿verdad?

– Así es.

– Yo lo sé, tú lo sabes, todos lo saben. Y a diferencia de mis hermanas más feministas, no culpo a los hombres.

– ¿No lo haces?

Vogue, Mademoiselle, Bazaar, Glamour, son dirigidas por mujeres y tienen una clientela totalmente femenina. Si quieren cambiar la imagen, que comiencen por ahí. ¿Por qué pedirles a los hombres que cambien una percepción que las propias mujeres no quieren cambiar?

– Un punto de vista refrescante -comentó Myron.

– Pero los pechos tienen una influencia curiosa sobre las personas. A los hombres, vale, es obvio. Se les reblandece el cerebro. Es como si los pezones disparasen un par de cucharillas que se clavasen en el lóbulo frontal y arrancasen todo pensamiento cognoscitivo.

Myron la observó, la imagen le hizo pensar.

– Pero para las mujeres, bueno, comienza cuando eres joven. Una chica se desarrolla pronto. Los chicos adolescentes comienzan a seguirla. ¿Cómo reaccionan las amigas? Se meten con ella. Tienen celos de la atención, se sienten inadecuadas, o lo que sea. Pero se meten con una chica que no puede evitar lo que le hace su cuerpo. ¿Me sigues?

– Sí.

– Incluso ahora. Fíjate en las miradas de las mujeres que estánaquí. Puro odio. Reúnes unas cuantas mujeres, ven pasar a una que tiene las tetas grandes y todas suspiran: «Oh, por favor». Las mujeres profesionales, por ejemplo, sienten la necesidad de vestirse con discreción; no sólo por los hombres lujuriosos, sino por las mujeres. Por cómo las tratan las mujeres. Una mujer de negocios ve a una colega con las tetas grandes y más capacitada, y qué piensa: «Consiguió el trabajo por las tetas». Así de claro y sencillo. Puede que sea cierto, puede que no. ¿Es una animosidad surgida de unos celos ocultos o un sentimiento equivocado de falta de adecuación o porque equiparan erróneamente pechos con estupidez? Lo mires por donde lo mires es una cosa fea.

– En realidad nunca lo había pensado -dijo Myron.

– Por último, no me gusta la influencia sobre mí.

– ¿Tu reacción al ver unos pechos grandes, o tenerlos?

– Lo último.

– ¿Por qué?

– Porque la mujer de pechos grandes se acostumbra. Lo toma por sentado. Los utiliza para su ventaja.

– ¿Y qué?

– ¿Qué quieres decir con y qué?

– Todas las personas atractivas lo hacen -dijo Myron-. No sólo son los pechos. Si una mujer es hermosa, lo sabe y lo aprovecha. No tiene nada de malo. Los hombres lo usan también, si pueden. Algunas veces, me da vergüenza admitirlo, yo también muevo el culito para conseguir mis intenciones.

– Asombroso.

– Bueno, en realidad, no. Porque nunca funciona.

– Creo que estás siendo modesto. Pero en cualquier caso, ¿por qué no ves nada malo en ello?

– ¿En qué?

– En utilizar un atributo físico para salirte con la tuya.

– Yo no he dicho que no haya nada malo. Sólo apunto que tú estás hablando de algo que no es solamente un fenómeno mamario.

Ella hizo una mueca.

– ¿Un fenómeno mamario?

Myron se encogió de hombros, y por fortuna se acercó la camarera. Myron puso mucho cuidado en no mirar al lugar cercano a su pecho, que era equivalente a decirte a ti mismo que no te rascases ese molesto picor. La camarera llevaba un bolígrafo detrás de la oreja. Su pelo superteñido intentaba buscar aquel rubio fresa campesino, pero se acercaba mucho más al puesto de azúcar hilado en la feria de rodeos.

– ¿Les sirvo? -dijo la camarera.

Se saltó sin más los preliminares como «Hola» y «¿Qué van…?».

– Rob Roy -pidió Thrill.

El boli salió de la oreja cartuchera, escribió, y volvió a la cartuchera. Muy Wyatt Earp.

– ¿Usted? -le preguntó a Myron.

Myron dudó que tuviesen Yoo-Hoo.

– Una gaseosa, por favor.

Ella lo miró como si hubiese pedido un orinal.

– Quizás una cerveza -dijo Myron.

Ella chasqueó la lengua.

– Bud Michelob, o alguna mariquita.

– Una mariquita estaría bien, gracias -dijo Myron-. ¿Por casualidad tienen una de esas sombrillas de cóctel?

La camarera puso los ojos en blanco y se fue.

Charlaron un rato. Myron comenzaba a relajarse, e incluso a pasárselo bien cuando Thrill dijo:

– Detrás de ti. Junto a la puerta.

No estaba muy de humor para juegos clandestinos. Ellos le querían aquí por alguna razón. No tenía ningún sentido andarse con rodeos. Se volvió sin una pizca de sutileza y vio a Pat el camarero y a Veronica Lake, también conocida como Zorra, vestida de nuevo con el cárdigan -de color melocotón, para aquellos que toman nota-, laida larga y un collar de perlas. Zorra, la debutante con esteroides.

Myron sacudió la cabeza. Bonnie Franklin y Mall Girl no se veían por ninguna parte.

Myron levantó un brazo en el aire en un gran saludo.

– ¡Aquí, chicos!

Pat frunció el entrecejo, fingió sorpresa. Miró a Zorra. La transexual del tacón sable. Zorra no mostró reacción alguna. Los grandes nunca lo hacían. Myron siempre se preguntaba si su actitud era una farsa o si, de verdad, nada les sorprendía. Lo más probable era un poco de las dos cosas.

Pat se acercó a su mesa comportándose como si estuviese sorprendido -¡sorprendido!- de que Myron estuviese en su bar. Zorra lo siguió, flotaba más que caminaba, sus ojos empapándose de todo. Como Win, Zorra se movía económicamente -pese a los elegantes zapatos rojos de tacón alto- sin desperdiciar ni un solo movimiento. Pat continuaba frunciendo el entrecejo cuando llegó a la mesa.

– ¿Qué demonios está haciendo aquí, Bolitar? -preguntó Pat.

Myron asintió.

– No está mal, pero podría mejorarlo. Hágame un favor. Pruebe de nuevo. Pero añada primero un pequeño jadeo. Jadeo, ¿qué demonios está haciendo aquí, Bolitar? Algo así. Mejor todavía, por qué no sacude la cabeza con gesto adusto y dice algo así como: «De todos los tugurios en el mundo, tiene que venir al mío dos noches seguidas».

Zorra sonreía.

– Está loco -dijo Pat.

– Pat -advirtió Zorra.

Miró a Pat y sacudió la cabeza una vez. La sacudida decía basta de juegos.

Pat se volvió hacia Thrill.

– Hazme un favor, cariño.

Thrill le ofreció un jadeante:

– Claro, Pat.

– Ve a empolvarte la nariz o lo que sea, ¿vale?

Myron hizo un gesto.

– ¿Ve a empolvarte la nariz? -Miró a Zorra con una expresión suplicante. El pequeño encogimiento de hombros de Zorra casi era una disculpa-. ¿Ahora qué, Pat? ¿Va a amenazarme con hacerme dormir con los peces? Me hará una oferta que no puedo rehusar. Me refiero a ¿ve a empolvarte la nariz?

Pat rabiaba. Miró a Thrill.

– Por favor, cariño.

– Ningún problema, Pat.

Thrill salió del reservado. Pat y Zorra de inmediato ocuparon su lugar. Myron frunció el entrecejo ante el cambio de escenario.

– Necesitamos cierta información -dijo Pat.

– Sí, ya me di cuenta de eso anoche -señaló Myron.

– Aquello se escapó de control. Lo siento.

– No lo dudo.

– Eh, lo dejamos marchar, ¿no?

– Después de ser electrocutado con un bastón eléctrico, recibir dos cortes con una hoja en un tacón, patearme las costillas, y después saltar a través de un espejo. Sí, me dejaron ir.

Pat sonrió.

– Si Zorra aquí presente no hubiera querido que escapase, no se hubiese escapado. ¿Lo capta?

Myron observó a Zorra. Zorra observó a Myron.

– ¿Un cárdigan melocotón con zapatos rojos? -preguntó Myron.

Zorra sonrió, se encogió de hombros.

– Zorra aquí presente podría haberlo matado con la misma facilidad que quien mata a una gallina -añadió Pat.

– De acuerdo, muy bien. Zorra es un tío duro, usted es supergeneroso conmigo. Lo entiendo.

– ¿Por qué preguntaba por Clu Haid?

– Lamento desilusionarle, pero anoche le estaba diciendo la verdad. Intento encontrar a su asesino.

– ¿Entonces qué tiene que ver mi club con eso?

– Antes de que me arrastrasen al cuarto trasero, hubiese dicho: «Nada». Pero ahora, bueno, es lo que me gustaría saber.

Pat miró a Zorra. Zorra no se movió.

– Queremos llevarle a dar un paseo -dijo Pat.

– Maldita sea.

– ¿Qué?

– Ha hablado durante casi tres minutos sin soltar un cliché mañoso. Luego me viene con eso de dar un paseo. De verdad que es triste. ¿Puedo primero empolvarme la nariz?

– ¿Quiere hacerse el gracioso o quiere venir con nosotros?

– Puedo hacer las dos cosas -dijo Myron-. Tengo muchos talentos.

Pat sacudió la cabeza.

– Vamos.

Myron comenzó a salir del reservado.

– No -dijo Zorra.

Todos se detuvieron.

– ¿Qué pasa? -preguntó Pat.

Zorra observó a Myron.

– No tenemos ningún interés en hacerle daño -dijo Zorra.

Más afirmaciones.

– Pero no podemos permitir que sepa adónde vamos, encanto. Tendrá que ir vendado.

– Está bromeando, ¿verdad?

– No.

– De acuerdo, véndenme.

– No -repitió Zorra.

– ¿Ahora qué pasa?

– Su amigo Win. Zorra supone que está cerca.

– ¿Quién?

Zorra sonrió. Él-ella no era bonita. Montones de travestís lo son. Muchas veces ni siquiera los reconoces. Pero Zorra tenía la sombra de la barba (un aspecto que Myron encontraba muy poco atractivo en una mujer), manos grandes con nudillos peludos (ídem), la peluca torcida (vale, soy melindroso), una voz ronca un tanto masculina (comme ci, comme ça) y, a pesar de los adornos exteriores, Zorra parecía, bueno, un tipo con un vestido.

– No insulte la inteligencia de Zorra, encanto.

– ¿Le ve?

– Si Zorra pudiese -dijo Zorra-, entonces es que alguien ha exagerado muchísimo su reputación.

– ¿Entonces por qué está tan segura de que Win está aquí?

– Lo hace de nuevo -dijo Zorra.

– ¿Hacer qué?

– Insulta la inteligencia de Zorra.

Nada como un psicópata que se refiere a sí mismo en tercera persona.

– Por favor pídale que aparezca -dijo Zorra-. No tenemos ningún interés en herir a nadie. Pero Zorra sabe que su colega le seguirá allí donde vaya. Entonces Zorra tendrá que seguirle, lo que nos llevará a un conflicto. Ninguno de nosotros quiere eso.

La voz de Win llegó a través del móvil de Myron. Debía haber conectado la voz.

– ¿Qué garantía tenemos de que Myron regresará?

Myron levantó el móvil a la vista.

– Usted y Zorra se sentarán aquí y disfrutarán de una copa, encanto -dijo Zorra al móvil-. Myron viajará con Pat.

– ¿Viajar adónde? -preguntó Myron.

– No se lo podemos decir.

Myron frunció el entrecejo.

– ¿Todo este juego de capa y espada es de verdad necesario?

Pat se echó hacia atrás y dejó que Zorra se encargase.

– Usted tiene preguntas, nosotros tenemos preguntas -manifestó Zorra-. Este encuentro es la única manera de satisfacer ambas cosas.

– ¿Entonces por qué no podemos hablar aquí?

– Imposible.

– ¿Por qué?

– Tendrá que ir con Pat.

– ¿Adónde?

– Zorra no se lo puede decir.

– ¿A quién me llevan a ver?

– Zorra tampoco se lo puede decir.

– ¿El destino del mundo descansa en que Zorra mantenga silencio? -preguntó Myron.

Zorra acomodó los labios para formar lo que probablemente había leído en alguna parte que era una sonrisa.

– Se burla de Zorra. Pero Zorra ha guardado silencio antes. Zorra ha visto horrores que usted ni siquiera puede imaginar. Zorra ha sido torturada. Durante semanas. Zorra ha sentido un dolor que hace que lo usted sintió con aquel bastón eléctrico parezca el beso de un enamorado.

Myron asintió con expresión solemne.

– Caray -dijo.

Zorra separó los dedos. Nudillos peludos y uñas color rosa. Que alguien me contenga.

– Siempre podemos escoger ir por caminos separados, encanto.

Desde el teléfono móvil Win dijo:

– Buena idea.

Myron levantó el teléfono.

– ¿Qué?

– Si aceptamos sus términos -dijo Win-, no puedo garantizar que no te matarán.

– Zorra lo garantiza -intervino Zorra-. Con su vida.

– ¿Perdón? -exclamó Myron.

– Zorra se queda aquí con Win -explicó Zorra, y el brillo en sus ojos con demasiada máscara resplandeció de nuevo. Ahí había algo, y no era lucidez-. Zorra estará desarmada. Si no regresa sano y salvo, Win mata a Zorra.

– Vaya garantía -dijo Myron-. ¿Alguna vez ha pensado en convertirse en mecánico de coches?

Win entró en el bar. Caminó en línea recta hacia la mesa, se sentó con las manos debajo.

– Si fueran tan amables -le dijo Win a Zorra y Pat- pongan las manos sobre la mesa.

Lo hicieron.

– Y, señorita Zorra, si no le importa quitarse los zapatos…

– Por supuesto, cariño.

Win mantuvo su mirada en Zorra. Zorra mantuvo la suya en Win. Ni un parpadeo.

– Sigo sin poder garantizar su seguridad -dijo Win-. Sí, tengo la opción de matarla si él no regresa. Pero por lo que sé, a Pat el Conejo aquí presente le importa una mierda lo que le pase.

– Eh -dijo Pat-, tiene mi palabra.

Win sólo lo miró por un momento. Luego se volvió hacia Zorra.

– Myron va armado. Pat conduce. Myron conserva el arma.

Zorra sacudió la cabeza.

– Imposible.

– Entonces no hay trato.

Zorra se encogió de hombros.

– Entonces Zorra y Pat deben decirles adiós.

Se levantaron para marcharse. Myron sabía que Win no los llamaría. Le susurró a Win:

– Necesito saber qué está pasando aquí.

Win se encogió de hombros.

– Es un error -dijo-, pero es tu jugada.

Myron clavó la vista en la pareja.

– Aceptamos.

Zorra se sentó de nuevo. Por debajo de la mesa Win continuó apuntándole.

– Myron se queda con el móvil -dijo Win-. Escucharé todas las palabras.

Zorra asintió.

– Muy justo.

Pat y Myron hicieron ademán de marcharse.

– Ah, Pat -dijo Win.

Pat se detuvo.

La voz de Win sonó como si preguntase si llovería.

– Si Myron no vuelve, puede o no que mate a Zorra. Lo decidiré en el momento apropiado. En cualquier caso, utilizaré toda mi considerable influencia, dinero, tiempo y esfuerzos para encontrarle a usted. Ofreceré recompensas. Buscaré. No dormiré. Le encontraré. Y cuando lo haga, no le mataré. ¿Me comprende?

Pat tragó saliva, asintió.

– Ve -dijo Win.

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