Henry Hobman era el único ocupante del palco de los jugadores.
– Hola, Henry -saludó Myron.
Todavía no había nadie jugando, pero Henry ya había adoptado su pose de entrenador. Sin apartar siquiera la vista de la cancha, Henry murmuró:
– He oído que anoche te entrevistaste con Pavel Menansi.
– ¿Y qué?
– ¿Estás descontento de cómo entrenó a Duane?
– No.
Henry medio asintió con la cabeza. Fin de la conversación.
Duane y su adversario, un finalista del Open francés llamado Jacques Potiline, entraron en la cancha. Duane parecía estar como siempre. No se le veía ni rastro de estrés. Saludó a Myron y a Henry con una amplia sonrisa y un gesto afirmativo. El día era perfecto para jugar al tenis. Hacía sol, pero una brisa muy suave recorría el estadio contrarrestando la humedad.
Myron echó un vistazo a su alrededor. En el palco contiguo había una rubia bastante bien dotada, encorsetada con una camiseta blanca de tirantes. La palabra clave era: escote. Muchos hombres se la estaban comiendo con los ojos, aunque Myron no, por supuesto, él era un hombre de mucho mundo. La chica se volvió de repente y al cruzar la mirada con Myron le saludó levemente con la mano y le dedicó una tímida sonrisa. Myron le devolvió el saludo. No es que fuera a hacer nada con ello, pero ¡vaya, vaya, vaya!
Win se materializó de repente en el asiento al lado de Myron y dijo:
– Me ha sonreído a mí, ¿eh?
– Que te crees tú eso.
– Las mujeres me encuentran irresistible -dijo Win-. En cuanto me ven, me desean. Es una maldición que tengo que soportar día y noche.
– No sigas, por favor -dijo Myron-. Es que acabo de comer hace poco.
– Pura envidia. Te quita todo el atractivo…
– Pues ve a por ella, ligón.
– No es mi tipo -dijo Win tras echarle un vistazo.
– ¿Las rubias tremendas no son tu tipo?
– Tiene los pechos demasiado grandes. Y tengo una teoría nueva al respecto.
– ¿Qué teoría?
– Cuanto más grandes sean los pechos, peor será en la cama.
– ¿Cómo dices?
– Piénsalo bien -dijo Win-. Las mujeres bien dotadas, y me refiero a las que tienen buenos frontales, tienen la manía de relajarse y confiar en sus… esto… en sus dos grandes bazas. Y por eso no se esfuerzan todo lo que deberían. ¿Cómo lo ves?
– Tu teoría me sugiere varias cosas -contestó Myron negando con la cabeza-, pero me quedaré con lo primero que me ha sugerido.
– ¿Que es…?
– Que eres un cerdo.
Win sonrió y se recostó contra el respaldo del asiento.
– Bueno, ¿cómo te ha ido con la señora Yeller?
– También oculta algo.
– Aja. O sea que esto se pone cada vez más interesante.
Myron asintió con la cabeza.
– Por lo que sé -dijo Win-, sólo hay una cosa capaz de taparle la boca a la madre de un niño asesinado.
– ¿Qué?
– Dinero. Montones de dinero.
Win era todo sensibilidad. Sin embargo, Myron no podía negar que a él también le había pasado eso por la cabeza.
– Deanna Yeller vive en Cherry Hill. En una casa -comentó Myron.
Win no dejó pasar la oportunidad.
– ¿Una viuda sola de los peores barrios de Filadelfia que se traslada a vivir a la zona residencial? Dime, por favor, ¿cómo puede permitírselo?
– ¿De verdad crees que le pagan para que no hable?
– ¿Acaso le ves otra explicación? Por lo que sabemos, esa mujer no tiene medio alguno de subsistencia visible para seguir adelante. Se ha pasado toda la vida en una zona pobre y ahora de repente se ha transformado en Miss Casa Enorme con Jardín.
– Podría tratarse de otra cosa.
– ¿Cómo por ejemplo?
– Un hombre.
Win soltó un bufido de burla y dijo:
– Es imposible que una mujer de cuarenta y dos años nacida en el gueto encuentre al típico ricachón que le compra a su novia todo lo que quiere. Es algo que simplemente no pasa.
Myron no dijo nada.
– Y encima -prosiguió Win-, a eso tenemos que añadirle el caso de Kenneth y Helen Van Slyke, los tristes padres de otro niño asesinado.
– ¿Qué tienen que ver con esto?
– He investigado un poco. Tampoco tienen medios económicos visibles. Los Van Slyke ya estaban en la miseria antes de casarse. Kenneth y el dinero de Helen lo perdió él a fuerza de hacer malas inversiones.
– ¿Me estás diciendo que están arruinados?
– Del todo -dijo Win-. Así que ahora dime, querido amigo mío, ¿cómo se las apañan para seguir viviendo en Brentman Hall?
– Tiene que haber otra explicación -dijo Myron negando con la cabeza.
– ¿Por qué?
– Puedo llegar a aceptar que una madre esté siendo comprada por el asesino de su hijo, pero dos ya sería demasiado.
– Tienes un concepto demasiado idílico de la naturaleza humana -dijo Win.
– Y tú demasiado pesimista.
– Sí, y por eso precisamente siempre suelo acertar en estos asuntos.
– ¿Y qué tiene que ver TruPro en todo esto? -dijo Myron frunciendo el ceño.
– ¿A qué te refieres?
– Justo después del asesinato contrataron al Rejilla para seguirme. ¿Pero para qué?
– A estas alturas, creo que los hermanos Ache ya te conocen lo suficiente. Quizá se temían que fueras a investigar.
– ¿Y? ¿Qué más les da a ellos?
– ¿Los de TruPro no fueron los representantes de Valerie? -insistió Win tras quedarse un momento pensativo.
– Pero de eso ya hace seis años -dijo Myron-. Antes incluso de que los hermanos Ache se hicieran con el control de la agencia.
– Hmm. Tal vez andemos desencaminados.
– ¿Qué quieres decir?
– Que tal vez no exista ninguna relación. A TruPro le interesa conseguir a Eddie Crane como cliente, ¿verdad?
Myron asintió en silencio.
– Y el mentor de Eddie, ese tal Pavel Menansi, tiene estrecha relación con TruPro. Quizá crean que estás entrometiéndote.
– Cosa que a los hermanos Ache no les haría ninguna gracia -añadió Myron.
– Exactamente.
Era una posibilidad. Myron se puso a pensar en ello un momento y empezó a darle vueltas, pero no le encajaba.
– Ah, y una cosa más -dijo Win.
– ¿Qué?
– Aaron está en la ciudad.
Myron sintió un escalofrío que le recorrió la columna vertebral.
– ¿Para qué?
– No lo sé.
– Probablemente sólo se trate de una simple coincidencia.
– Probablemente.
Se hizo el silencio.
Win se recostó en el respaldo del asiento y juntó las yemas de los dedos. Empezó el partido. Duane jugó de modo sencillamente espectacular. Ganó el primer set casi sin esfuerzo por 6-2. El segundo le costó un poco más, pero acabó ganándolo igualmente por 7-5. Jacques Potiline parecía haber tenido ya bastante y Duane le dio el golpe de gracia en el último set por 6-1.
Otra victoria impresionante.
Cuando los jugadores abandonaron el terreno de juego, Henry Hobman se puso en pie. La expresión de su rostro seguía siendo severa.
– Hoy ha estado mejor -masculló-, pero no del todo perfecto.
– Deja de elogiarlo, Henry, que me da vergüenza ajena -le dijo Myron.
Ned Tunwell bajó corriendo las escaleras en dirección a Myron, haciendo aspavientos con las manos y seguido de varios ejecutivos más de Nike. Ned tenía los ojos vidriosos.
– ¡Lo sabía! -gritó Ned rebosante de alegría. Le estrechó la mano a Myron, le dio un abrazo, se volvió hacia Win y también le estrechó la mano muy efusivamente. Win se secó la mano con los pantalones-. ¡Es que lo sabía!
Myron se limitó a asentir.
– ¡Muy pronto! ¡Prontísimo! -chilló Ned-. ¡Va a empezar la campaña publicitaria del año! ¡Duane Richwood va a estar en boca de todo el mundo! ¡Ha estado fantástico, sencillamente fantástico! No me lo puedo creer. ¡Te juro que creo que nunca he estado tan emocionado en mi vida!
– No te vas a correr otra vez, ¿verdad, Ned?
– ¡Ay, Myron! Es que es un cachondo, ¿eh? -dijo Ned dándole un codazo amistoso a Win.
– Está hecho un cómico profesional -añadió Win.
Ned le dio una palmada a Win en el hombro y éste puso cara de dolor pero, por suerte, no decidió romperle el brazo en represalia. Menuda capacidad de autocontrol.
– Bueno, chicos -dijo Ned-, me encantaría quedarme aquí hablando todo el día con vosotros, pero tengo que irme.
Win logró contener su tristeza haciendo un gran esfuerzo.
– Ciao por ahora. Myron, ya hablaremos, ¿de acuerdo? -se despidió Ned.
Él asintió con la cabeza.
– Adiós chicos -dijo Ned, y se marchó subiendo los escalones a saltitos.
Sí, sí, a saltitos.
Win se quedó mirándolo mientras se alejaba con expresión cercana al terror.
– ¿Quién era ése? -preguntó.
– Una pesadilla de tipo. Nos vemos luego en la oficina.
– ¿Adónde vas? -quiso saber Win.
– A hablar con Duane. Tengo que preguntarle sobre las llamadas de Valerie.
– Déjalo para después del torneo.
– No puedo -dijo Myron negando con la cabeza.