Myron estaba escuchando el partido por la radio del coche. WFAN, 66 AM. Al parecer, Duane no estaba jugando muy bien. Acababa de terminar el primer set por 6-3 cuando Myron aparcó el coche en un garaje de Central Park West, en Manhattan. La doctora Julie Abramson vivía en una casa adosada unifamiliar a media manzana de su consulta. Myron llamó al timbre. Se oyó un zumbido y oyó decir a alguien por el interfono:
– ¿Quién es?
– Myron Bolitar. Es urgente.
Pasaron unos cuantos segundos y luego la voz dijo:
– En el segundo piso.
Volvió a oírse el zumbido y Myron abrió la puerta. Julie Abramson estaba esperándole al pie de las escaleras.
– ¿Me ha llamado antes y ha colgado?
– Sí.
– ¿Para qué?
– Para saber si estaba usted en casa.
Myron se acercó a ella y quedaron mirándose frente a frente. Dada su diferencia de estatura -ella medía mucho menos de un metro cincuenta y él uno noventa y cinco-, la imagen era casi cómica.
La doctora miró hacia arriba, muy arriba, y dijo:
– Sigo sin poder confirmarle que Valerie Simpson fuera paciente mía.
– No pasa nada. Quiero hacerle una pregunta sobre una situación hipotética.
– ¿Una situación hipotética?
Myron hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
– ¿Y no puede esperar al lunes?
– No.
– Pues dígame -dijo ella, exhalando un suspiro.
La doctora tenía el televisor encendido y se oía la retransmisión del partido de tenis.
– Debería habérmelo imaginado -dijo-. En la televisión no paran de enfocar a Jessica Culver en el palco de lujo, pero usted no sale nunca.
– Porque como está ella, yo ya doy igual.
– El locutor ha dicho que ustedes son pareja. ¿Es cierto?
Myron se encogió de hombros como quien no quiere la cosa y luego preguntó:
– ¿Cómo van?
– Su cliente ha perdido el primer set por 6-3. Y en el segundo van 2-0 -la doctora apagó el televisor con el mando a distancia y le señaló una silla a Myron. Los dos se sentaron-. Bueno, pues cuénteme esa situación hipotética, señor Bolitar.
– Me gustaría empezar con una niña de quince años, muy guapa, de familia adinerada, con los padres divorciados y el padre ausente. Sale con un chico de una familia importante. Además, es una protégée del tenis.
– Eso no me parece muy hipotético -dijo la doctora Abramson.
– Tenga la bondad de esperar un momento. La chica es una tenista excepcional y su madre la envía a la academia que dirige un entrenador de tenis de fama mundial. Cuando esta chica llega a la academia, se topa con una competición salvaje. El tenis es el deporte más individualista que existe. No tiene nada de espíritu de equipo. No hay camaradería. Todo el mundo lucha por obtener la aprobación del famoso entrenador. El tenis no promueve la amistad -dijo repitiendo las palabras de Eddie-. Te aisla. ¿Está de acuerdo conmigo, doctora?
– En el ambiente al que usted se refiere, sí.
– Así pues, a esa chica se la saca de la vida que ha conocido hasta el momento y ella se ve inmersa en un entorno muy hostil. No se le da la bienvenida. Todo lo contrario. Las demás chicas consideran a la nueva protégée una amenaza y, cuando comprueban lo buena que es jugando, la amenaza se hace real. Entonces la repudian aún más y ella va aislándose aún más.
– De acuerdo.
– Además, el famoso entrenador es un poco darwiniano y le va la teoría de la supervivencia de los mejor adaptados y todo eso. Esa táctica desempeña una función doble. Por un lado, el aislamiento obliga a la chica a buscar un escape, un lugar donde pueda desenvolverse.
– ¿La pista de tenis? -sugirió la doctora Abramson.
– Eso es. La chica empieza a entrenarse todavía más duramente que antes y, por lo tanto, el famoso entrenador la trata con amabilidad. Y mientras todo el mundo la trata con crueldad, el famoso entrenador la elogia. Pasa tiempo con ella. La hace rendir al máximo.
– Lo que a su vez -añadió la doctora Abramson-, la aisla aún más del resto de chicas.
– Exactamente. La chica acaba dependiendo totalmente del entrenador. La muchacha cree que él se preocupa por ella y, como cualquier estudiante aplicado, quiere, necesita su aprobación. Y empieza a jugar con más ahínco aún. Además, es consciente de que, contentando al entrenador, también estará contentando a su madre. De modo que se esfuerza cada vez más. Y el ciclo continúa.
La doctora Abramson ya debía saber a dónde quería ir a parar Myron con todo aquello, pero no lo demostraba con la mirada.
– Continúe -dijo.
– La academia de tenis no es el mundo real. Es un territorio aislado dominado por el famoso entrenador. Sin embargo, él actúa como si se preocupara realmente por la chica y la trata como si fuera alguien especial. Ella pone todavía más empeño en el juego y llega a límites que ni siquiera podía imaginar; y no lo hace por ella sino para contentarlo a él. Tal vez él le dé alguna palmadita en el hombro después del entrenamiento. Tal vez le dé un masaje en la espalda. Tal vez una noche vayan a cenar juntos para hablar de su habilidad en el tenis. ¿Quién sabe cómo pudo empezar?
– ¿Quién sabe cómo pudo empezar, qué? -preguntó la doctora.
Myron optó por hacer caso omiso de la pregunta. Al menos de momento.
– La chica y el famoso entrenador empiezan a hacer giras -prosiguió-. Ella se dedica entonces al tenis profesional contra rivales que la tratan de nuevo como a alguien de temer. No obstante, el entrenador y ella están juntos. Viajan de una ciudad a otra. Se alojan en hoteles.
– Más aislamiento -añadió Abramson.
– Ella juega muy bien. Es hermosa, joven, americana. La prensa comienza a agolparse a su alrededor. La repentina atención de los medios le da miedo, pero el famoso entrenador está allí para protegerla.
– Y se vuelve aún más dependiente de él.
Myron asintió con la cabeza y prosiguió:
– Ahora tengamos en cuenta que el famoso entrenador es a la vez un ex tenista de fama mundial. Está acostumbrado a ese estilo de vida narcisista que implica ser un deportista profesional. Está acostumbrado a hacer lo que le venga en gana. Y eso es exactamente lo que hace con esta chica.
Se hizo el silencio.
– ¿Podría llegar a pasar, doctora? ¿Hipotéticamente hablando?
La doctora Abramson se aclaró la garganta y dijo:
– Hipotéticamente hablando, sí. Siempre que un hombre ejerce poder y autoridad sobre una mujer, las posibilidades de que llegue a abusar de ella son altas. Pero en el supuesto que usted ha planteado, esas posibilidades están potenciadas. El hombre es mayor y la mujer es prácticamente una niña. Un profesor o un jefe podría llegar a controlar a su víctima durante varias horas al día, pero en el supuesto que ha planteado, el entrenador es a la vez omnipotente y omnipresente.
Se quedaron mirándose uno a otro.
– Y respecto a la chica del caso que le he planteado -dijo Myron en voz baja-, ¿se deterioraría su calidad de juego si él abusara de ella?
– Sin lugar a dudas.
– ¿Qué otras cosas podrían pasarle?
– Cada caso es un mundo -contestó la doctora Abramson como si estuviera dando una conferencia-, pero las consecuencias siempre serían catastróficas. Un caso como el que usted me ha planteado probablemente empezaría como un enamoramiento juvenil por parte de la chica. Ese hombre mayor y sofisticado la trata con amabilidad cuando nadie más lo hace. La comprende y se preocupa por ella. Probablemente ella no tenga ni que insinuársele, simplemente ocurra. A lo mejor al principio la chica fomente los avances del entrenador, pero también puede ser que no. Ella puede resistirse incluso pero, al mismo tiempo, se siente responsable. Y se culpa a sí misma.
Myron notó un enorme vacío en lo profundo del estómago y dijo:
– Lo que a su vez provoca más problemas.
– Sí. Usted ya ha comentado que el famoso entrenador la aisla -continuó Abramson-. Pero es que en el caso que usted plantea, hace más que eso. La deshumaniza. Su destreza en el tenis pone patas arriba su etapa de adolescencia. Su vida no consiste en ir a la escuela y estar con sus amigos y su familia; se centra en el dinero y en ganar. La chica se convierte en un objeto funcional. Y si hace algo que a él no le gusta, dejará de ser útil. Y el hecho de que sea un objeto también le facilita las cosas a él.
– ¿Cómo?
– Porque es más fácil abusar de un objeto que de un ser humano.
Silencio.
– ¿Y qué pasa cuando todo termina? -dijo Myron-. Cuando el famoso entrenador ya ha utilizado al objeto hasta dejarlo inservible, ¿qué le ocurre a ella?
– La chica iría en busca de algo, cualquier cosa, que crea puede salvarla.
– ¿Cómo un antiguo novio, por ejemplo?
– Por ejemplo.
– Incluso podría ser que quisiera formalizar sus relaciones con él.
– Es posible, sí. Quizá viera al antiguo novio como un regreso a su inocencia. Podría llegar a elevar al novio a la categoría de salvador.
– Y supongamos que el novio es asesinado.
– Pues acaba usted de tirar de la última cuerda -contestó Abramson con tono pausado-. La chica ya necesitaba terapia intensiva, pero ahora ya caben muchas posibilidades de que acabe cayendo presa de una crisis mental. Tal vez incluso sea lo más probable.
Myron sintió que el alma se le hacía pedazos.
La doctora apartó la mirada un segundo.
– Pero hay otros aspectos del caso, que cabe tener en cuenta -dijo la doctora intentando no darle demasiada importancia.
– ¿Como por ejemplo?
– Como, por ejemplo, lo que sucedió realmente durante los abusos. Si, tal y como usted plantea, el famoso entrenador era un hombre narcisista, sólo le preocuparía su propio placer. Ella no le preocuparía en absoluto. Y, por ejemplo, no usaría ningún tipo de protección. Y como esta chica es un poco joven y probablemente no sea sexualmente activa, no usaría anticonceptivos.
Una sensación de pánico se apoderó del pecho de Myron y de pronto le cruzaron por la mente todos aquellos rumores.
– La dejó embarazada.
– En el caso que usted ha planteado -dijo la doctora-, hay muchas posibilidades.
– ¿Qué ocurriría…? -comenzó Myron, pero se detuvo a mitad de la frase. La respuesta era obvia-. El entrenador la obligaría a abortar.
– Eso me imagino, sí.
Silencio.
Myron sintió que se le iban llenando los ojos de lágrimas.
– Lo que debió de sufrir… -hizo un gesto negativo con la cabeza-. Y eso que todo el mundo pensaba que Valerie era débil, pero en realidad…
– Valerie, no -le interrumpió la doctora Abramson-, una chica. Es un caso hipotético.
– ¿Todavía sigue tratando de guardarse las espaldas, doctora? -preguntó Myron mirándola a los ojos.
– No podrá utilizar nada de esto, señor Bolitar. Todo lo que le he dicho ha sido hipotéticamente hablando. No confirmaré ni negaré que Valerie Simpson fuera alguna vez paciente mía.
Myron negó con la cabeza, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta pero, al llegar a ella, volvió a encararse con la doctora y le dijo:
– Una última pregunta hipotética. Si al famoso entrenador le dio por abusar de una niña entonces, ¿qué posibilidades tendría de volver a hacerlo?
– Muchas -respondió la doctora sin mirarlo a la cara.