Myron estaba frente a Dimonte y su compañero de fatigas Krinsky en la sala de interrogatorios adyacente, que era idéntica en todo a la otra. Dimonte seguía rebosante de alegría.
– ¿Quiere un abogado? -dijo con suma amabilidad.
– Estás radiante, Rolly -dijo Myron mirándolo fijamente a los ojos-. ¿Es que te has puesto una nueva crema hidratante?
– Me lo tomaré como una negativa -dijo el detective sin dejar de sonreír.
– ¿Estoy bajo arresto?
– Por supuesto que no. Siéntese. ¿Le apetece tomar algo?
– Con mucho gusto.
– ¿Qué quieres? -menudo anfitrión, ese Rolly-. ¿Coca-Cola? ¿Café? ¿Zumo de naranja?
– ¿No tendréis Yoo-Hoo, por casualidad?
Dimonte le lanzó una mirada a Krinsky. Él se encogió de hombros y se fue a ver si había. Dimonte entrecruzó los dedos y colocó las manos sobre la mesa.
– Señor Bolitar, ¿por qué quería Quincy que le trajéramos aquí?
– Quería hablar conmigo.
Dimonte esbozó una sonrisa. Era la paciencia en persona.
– Sí, pero ¿por qué?
– Me temo que no voy a poder responderle.
– ¿Que no va a poder o que no piensa hacerlo?
– Que no puedo.
– ¿Y por qué no?
– Porque creo que es secreto profesional. Tengo que consultarlo.
– ¿Y con quién tiene que consultárselo?
– Querrás decir «consultarlo».
– ¿Qué?
– Se dice «consultarlo», no «consultárselo». No hay objeto indirecto.
– Conque ésas tenemos, ¿eh? -dijo Dimonte asintiendo con la cabeza.
– ¿Qué es lo que tenemos? -respondió Myron.
– Es usted un sospechoso, señor Bolitar -dijo Dimonte en tono más severo-. No, perdón, no es un sospechoso, es el sospechoso.
– ¿Y Roger, qué?
– Él fue quién apretó el gatillo. De eso estoy seguro. Pero está demasiado chalado para haberlo planeado por sí solo. Según nuestra teoría, usted lo planeó todo y a él le tocó hacer el trabajo sucio.
– Ya. ¿Y cuál fue mi móvil?
– Valerie Simpson tenía una aventura con Duane Richwood. Por eso tenía su número de teléfono en la agenda. Una chica blanca con un negro. ¿Cómo habrían reaccionado las empresas patrocinadoras?
– Estamos en los noventa, Rolly. Si hasta en el Tribunal Superior hay matrimonios interraciales.
Dimonte puso una bota en la silla y se apoyó sobre la rodilla.
– Es posible que los tiempos cambien, señor Bolitar, pero a las empresas patrocinadoras sigue sin gustarles que los negros se tiren a las chicas blancas -se rascó la barbilla con dos dedos-. Permítame que se lo cuente desde su punto de vista, a ver qué le parece: Duane es un poco golfo. Huele a carne blanca. Se tira a Valerie Simpson, pero a ella no le atrae la idea de ser sólo el polvo de una noche. Ya sabemos que estaba como una cabra, porque estuvo en un manicomio. Y encima a lo mejor era una quemaconejos.
– ¿Una quemaconejos?
– ¿Ha visto Atracción fatal?
Myron asintió sin decir nada y un segundo después cayó en la cuenta.
– Ah, quemaconejos. De acuerdo, de acuerdo.
– Pues como le iba diciendo, Valerie Simpson está loca de atar. No tiene bien las conexiones. Pero ahora encima está cabreadísima, así que llama a Duane tal y como pone en su diario y lo amenaza con contarlo a la prensa. Duane tiene miedo. Igual que ayer cuando pasé por su casa. ¿Ya quién llama? A usted. Y entonces es cuando usted urde su pequeño plan.
Myron asintió con la cabeza y dijo:
– Eso seguro que resulta válido en un tribunal.
– ¿Qué pasa? ¿Acaso la avaricia no cuenta como móvil?
– Uf, será mejor que lo confiese todo aquí mismo.
– Muy bien, listillo. Siga así.
Krinsky volvió a aparecer e hizo un gesto negativo con la cabeza. No tenían Yoo-Hoo.
– ¿Me va a decir por qué quería Quincy hablar con usted? -prosiguió Dimonte.
– Pues no.
– ¿Y por qué cojones no?
– Porque has herido mis sentimientos.
– No me haga cabrear, Bolitar. Le retendré en una celda con diez psicópatas y les diré que es un pederasta -sonrió-. Le va a gustar, ¿verdad, Krinsky?
– Sí -dijo Krinsky imitando la sonrisa de Dimonte.
– Muy bien -admitió Myron asintiendo-. De acuerdo, yo ahora voy y digo: «¿Pero de qué me estás hablando?». Y luego tú dices: «Un bocadito tan sabroso como tú va a despertar mucha simpatía en chirona». Y entonces yo digo: «No, por favor, no lo hagáis». Y después vas tú y dices: «No te agaches a coger el jabón». Y luego los dos os ponéis a reír por lo bajo como los policías de las películas.
– ¿De qué cojones está hablando?
– No me hagas perder el tiempo, Rolly.
– ¿No me cree capaz de meterle en la cárcel?
– No lo harás -dijo Myron poniéndose en pie-. Si fueras a hacerlo ya estaría esposado.
– ¿Adónde va?
– Arréstame o apártate de mi camino. Tengo cosas que hacer y gente con quien hablar.
– Está metido hasta el cuello en esto, Bolitar. Ese tarado no pidió hablar con usted por casualidad. Pensaba que podría salvarle. Por eso ha estado usted jugando a los policías con nosotros, fingiendo que investigaba por cuenta propia. Lo que pretendía era estar cerca para descubrir lo que sabíamos.
– Madre mía, has acertado en todo, Rolly.
– Lo interrogaremos y lo interrogaremos y lo volveremos a interrogar hasta que se delate.
– No, no lo haréis. Como abogado suyo prohíbo que se interrogue a mi cliente.
– No puede representarlo. ¿Le suena de algo lo de conflicto de intereses?
– Hasta que encuentre a un sustituto yo sigo siendo su abogado apoderado.
Myron abrió la puerta, salió al pasillo y se quedó de piedra al ver allí a Esperanza. Igual que los policías. Todos y cada uno de ellos la miraba con cara de hambre. Esperanza llevaba una pistola oculta en los téjanos ceñidos. Tal vez por si acaso o por miedo; sí, lo más probable es que sólo fuera eso.
– Ha llamado Win -dijo-. Te está buscando.
– ¿Qué ha pasado?
– Ha seguido a Duane. Dice que hay algo que deberías ver.