Myron y Jessica fueron a Nueva Jersey a cenar en Baumgart's. Solían ir a comer allí por lo menos dos veces a la semana. Baumgart's era una mezcla extraña. Durante más de medio siglo había sido un deli y bar de refrescos muy popular, la clase de sitio al que la gente del barrio iba a comer y adonde Archie llevaba a Verónica para darse besitos después de clase. Hacía ocho años, un inmigrante chino llamado Peter Chin adquirió el local y lo convirtió en el mejor restaurante chino de la zona, aunque sin deshacerse del antiguo servicio de refrescos. Todavía era posible sentarse en uno de aquellos clásicos taburetes giratorios de la barra y quedar rodeado de superficies cromadas, licuadoras y cucharones de helado sumergidos en agua caliente. Todavía podía pedirse un dimsun y acompañarlo con un buen batido; o comer un plato de pato Pekín con patatas fritas. La primera vez que estuvieron viviendo juntos, Myron y Jess comían allí por lo menos una vez a la semana; ahora que se habían reconciliado, decidieron recuperar aquella vieja costumbre.
– No puedo dejar de pensar en el asesinato de Alexander Cross.
Antes de que Jess pudiera responder, llegó Peter Chin. Myron y Jess no pedían los platos de la carta; Peter escogía por ellos.
– Camarones corales para la hermosa dama -dijo sirviéndole el plato-, y pollo Sechuan estilo Baumgart's con berenjenas para el hombre que no le llega ni a la suela de los zapatos.
– Muy bien -dijo Myron-. Qué gracioso.
– En mi país me consideran persona con mucho humor -dijo Peter haciendo una reverencia.
– Pues deben reírse mucho en tu país -dijo Myron mirando el plato-. Odio las berenjenas, Peter.
– Te las comerás y querrás repetir -repuso Peter. Luego le dirigió una sonrisa a Jess y dijo-: Que lo disfrutéis -y se marchó.
– Bueno -dijo Jess-, ¿qué pasa con lo de Alexander Cross?
– No se trata de Alexander, sino de Curtis Yeller. Todo el mundo dice que era un gran chaval. Su madre vivía pendiente de él, lo quería con pasión y todo eso. Pero ahora se porta como si no hubiese pasado nada.
– «Es una pena indecible -dijo Jessica-. Es un dolor eterno.»Myron se quedó pensando un momento y al final dijo:
– ¿Les Miserables? -era el típico juego de adivinar de qué obra era la cita.
– Correcto, pero ¿qué personaje lo decía?
– ¿Vahean?
– No, lo siento, lo decía Marius.
Myron asintió con la cabeza y dijo:
– Bueno, sea como sea, es una cita malísima.
– Ya lo sé, es que he estado escuchando el musical en el coche. Aunque a lo mejor se ajusta bastante al caso.
– ¿«Una pena indecible»? Es decir, ¿una pena de la que no puede hablarse?
– Sí.
Myron tomó un sorbo de agua.
– O sea, ¿que tú ves normal que la madre actúe como si no hubiera pasado nada?
– Ya hace seis años del asesinato -dijo Jessica encogiéndose de hombros-. ¿Qué quieres que haga? ¿Que se venga abajo y se ponga a llorar cada vez que tú apareces?
– No, pero creí que le gustaría saber quién mató a su hijo.
Antes siquiera de empezar a comer los camarones, Jessica estiró el brazo y cogió un trozo del pollo de Myron con el tenedor. No las berenjenas, sino el pollo. Y luego dijo:
– Tal vez ya lo sepa.
– Y entonces ¿qué? ¿Crees que también le están pagando por mantener la boca cerrada?
– Es posible… -dijo Jessica de nuevo encogiéndose de hombros-. Pero eso no es lo que realmente te preocupa.
– ¿Ah, no?
Jessica masticó el pollo delicadamente. Incluso la manera de masticar la comida era algo digno de contemplación.
– Haber visto a Duane en aquella habitación de hotel con la madre de Curtis Yeller -dijo Jessica-, eso es lo que te tiene intrigado.
– No me digas que no es una coincidencia increíble.
– ¿Tienes alguna teoría?
– No -dijo Myron después de pensarlo un segundo.
– Podrías preguntárselo a Duane -dijo Jessica cogiéndole a Myron otro trozo de pollo.
– Claro. Podría ir y decirle: «Uy, Duane, el otro día te seguí y vi que te liabas con una mujer mayor. ¿Quieres contarme cómo te fue?».
– Ya, eso sería un problema. Aunque claro, también podrías preguntárselo a la otra parte implicada.
– ¿A Deanna Yeller?
Jessica asintió con la cabeza.
Myron probó el pollo antes de que Jessica acabara con él y luego dijo:
– Podemos intentarlo. ¿Me acompañas?
– No, si voy yo, tendrá más miedo y no dirá nada. Déjame en casa.
Terminaron de comer y Myron incluso se comió las berenjenas. Estaban bastante ricas. Peter les llevó un postre de chocolate impresionante, el tipo de postre que te hace engordar sólo con mirarlo. Jess se lanzó a por él. Myron, en cambio, lo dejó reposar. Después cruzaron en coche por el puente George Washington hasta el Henry Hudson y bajaron por la orilla oeste. Myron dejó a Jessica en su loft de Spring Street, en el Soho. Al salir del coche, Jessica volvió a meter la cabeza dentro y dijo:
– ¿Vendrás luego?
– Claro que sí. Ponte ese uniforme de criada francesa y espérame.
– No tengo ningún uniforme de criada francesa.
– Qué pena.
– Aunque a lo mejor mañana podamos encontrar alguno por ahí. De momento buscaré algo adecuado.
– Genial.
Entonces Jess bajó del coche y empezó a subir las escaleras que llevaban a la tercera planta. Su loft ocupaba la mitad de la planta. Metió la llave en la cerradura y entró. Cuando encendió la luz, se sobresaltó al ver a Aaron repantigado en el sofá. Antes de que pudiera llegar a moverse, otro hombre, un hombre con camisa de rejilla, apareció por detrás de ella y le puso una pistola en la sien. Un tercer hombre, un hombre negro, cerró la puerta y echó el pestillo. También llevaba pistola.
Aaron le dirigió una sonrisa y le dijo:
– Hola, Jessica.