21

Win estaba practicando con el saco de boxeo. Le propinaba tales patadas laterales que el saco, que pesaba treinta y seis kilos, se doblaba casi por la mitad. Le asestaba golpes a todas las alturas. Contra la rodilla, contra el abdomen, contra el cuello, contra la cara. Golpeaba con el talón encogiendo los dedos. Myron practicó varios katas o movimientos, concentrándose en la precisión de los ataques, imaginándose que tenía a alguien frente a él. A veces, ese alguien era Aaron.

Se encontraban en la nueva dirección del maestro Kwon, en el centro de la ciudad. El dojang estaba dividido en dos secciones. Una parecía un estudio de danza. El suelo era de parquet y había un montón de espejos. En la otra, el suelo estaba acolchado y había pesas, un punching, un saco ligero y una comba. Sobre una estantería había cuchillos y pistolas de goma para practicar técnicas de desarme. Cerca de la entrada colgaban la bandera de Estados Unidos y la de Corea. Al entrar y al salir, todos los alumnos hacían una reverencia ante las banderas. Las normas de la escuela estaban escritas en un póster. Myron se las sabía de memoria. Su favorita era la número diez: «Termina siempre lo que empiezas».

Hmm. ¿Era buen consejo o no? En aquel momento no lo tenía muy claro.

Había un total de catorce normas y, de vez en cuando, el maestro Kwon añadía una nueva. La número catorce la había añadido dos meses antes: «No comas en exceso». «Alumnos demasiado gordo -les había explicado el maestro-. Poner demasiado en boca.» Durante los veinte años que hacía que Win lo había ayudado a instalarse en Estados Unidos, el inglés de Kwon no había hecho más que empeorar. Myron sospechaba que todo formaba parte de una estrategia para dar la buena imagen de viejo sabio del Lejano Oriente. Se hacía el señor Miyagi de las películas de Karate Kid. Win se detuvo y dijo:

– Ponte tú ahora. A ti te hace más falta que a mí.

Myron empezó a asestar golpes al saco. Golpes fuertes. Empezó con varios puñetazos. La postura de combate del taekwondo es sencilla y práctica, no muy diferente de la de un boxeador. Todo el que probaba esa tontería de la posición de la grulla en la calle solía acabar cayendo de culo. Luego le propinó varios codazos y rodillazos. Los codos y las rodillas eran muy útiles, sobre todo para las distancias cortas. En las películas de artes marciales se veían un montón de patadas giratorias contra la cabeza o patadas voladoras contra el pecho y cosas por el estilo, pero en un combate de verdad todo era muchísimo más sencillo. Los golpes se dirigían a la entrepierna, a la rodilla, al cuello, a la nariz, a los ojos y, de vez en cuando, al plexo solar. Todo lo demás era una pérdida de tiempo. En un combate real le retuerces los huevos al adversario, le clavas los dedos en los ojos o le asestas un codazo en la garganta.

Win se acercó al espejo que cubría la pared entera.

– Repasemos lo que tenemos hasta el momento -dijo poniendo voz de señorita de parvulario. Empezó a practicar su swing de golf sin palo ni pelota frente al espejo, como solía hacer a menudo-. Primero, el muy honorable senador de Pensilvania te pide que dejes de investigar el caso. Segundo, uno de los principales mafiosos de Nueva York te pide que dejes de investigar el caso. Tercero, tu cliente, el señor Duane Richwood, que está hecho un mujeriego, te pide que dejes de investigar el caso. ¿Me he dejado a alguien?

– A Deanna Yeller -apuntó Myron-. Y a Helen Van Slyke. Y a Kenneth también, no te olvides de Kenneth. Y a Pavel Menansi -Myron se quedó pensativo un segundo y finalmente dijo-: y creo que ya está.

– Y a ese agente de policía -añadió Win-. El detective Dimonte.

– Ah, sí, es verdad. Ya me había olvidado de Rolly.

Win corrigió la posición de las manos sobre su palo de golf imaginario.

– Por consiguiente -prosiguió-, tu causa está reuniendo la aceptación y el apoyo de siempre, es decir, ninguno en absoluto.

Myron se encogió de hombros y arremetió contra el saco con una rápida sucesión de golpes.

– No puedes contentar a todo el mundo, así que por lo menos conténtate a ti mismo.

– ¿Estás citando esa canción de Ricky Nelson? -dijo Win poniendo cara de desaprobación.

– Es que hoy ha sido un día muy largo.

– Y que lo digas.

Myron le asestó una patada trasera al saco. Era un buen movimiento para realizar tras casi cualquier ataque del oponente.

– ¿Y por qué tienen todos tanto miedo de Valerie Simpson? Un senador de Estados Unidos me organiza una reunión clandestina, Frank Ache me envía a Aaron y Duane me amenaza con despedirme. ¿Por qué?

Win volvió a efectuar otro swing ante el espejo. Después de realizar el golpe imaginario se quedó mirando al horizonte, entrecerrando los ojos, como tratando de discernir la trayectoria de una pelota también imaginaria. Luego puso cara de insatisfacción. Todos los golfistas son iguales.

De repente se abrió la puerta del dojang y apareció la cabeza de Wanda. Saludó tímidamente con la mano.

– Hola -dijo Myron.

– Hola.

Myron sonrió y se alegró de verla porque Wanda era una de las pocas personas que quería que siguiera investigando. Llevaba un vestido de verano estampado casi de niña pequeña y sin mangas, que dejaba al descubierto sus brazos bien bronceados. No llevaba uno de esos típicos sombreros veraniegos, pero le habría quedado de perlas. Iba ligeramente maquillada y de los lóbulos de las orejas le colgaban pendientes dorados en forma de aro. Tenía aspecto joven, saludable y atractivo.

En una señal que había junto a la puerta se leía: «quítese los zapatos antes de entrar». Wanda hizo caso y se sacó sus zapatos de tacón bajo antes de pisar el dojang.

– Esperanza me ha dicho que podría encontraros aquí – dijo Wanda-. Siento mucho tener que volver a molestaros fuera del despacho.

– No es ninguna molestia -dijo Myron-. ¿Ya conoces a Win?

– Sí -dijo la chica volviéndose hacia él y dirigiéndole una sonrisa-. Me alegro de verte.

Win la saludó con un gesto casi imperceptible de cabeza, haciéndose el estoico, como si fuera el compañero indio de El Llanero Solitario.

– ¿Podemos hablar un momento? -dijo Wanda muy nerviosa, retorciéndose las manos.

A Win no hizo falta decirle nada. Se acercó a la puerta, saludó con una profunda reverencia a las banderas y se marchó. Estaban solos.

Wanda se acercó hacia él mirando a uno y otro lado como si visitara una casa pero no estuviera realmente interesada en comprarla.

– ¿Venís mucho por aquí? -preguntó.

– Aquí o a cualquier otro de los dojangs del maestro Kwon.

– Yo pensaba que se llamaban dojos.

Dojo es en japonés. En coreano se llaman dojangs.

Wanda asintió sin decir nada, como si aquella información tuviera algún significado importante en su vida. Siguió mirándolo todo un poco más y al final dijo:

– ¿Llevas mucho tiempo practicando?

– Sí.

– ¿Y Win?

– Aún más.

– No tiene cara de karateka. Salvo por la mirada.

Myron ya había oído decir eso. Esperó.

– Sólo quería saber si habías descubierto algo -dijo Wanda, y miró a la izquierda, derecha, arriba y abajo.

– No mucho -contestó Myron.

No era del todo cierto, pero tampoco iba a contarle las aventuras de Duane con Valerie.

Wanda asintió de nuevo con la cabeza. No paraba de mover las manos, buscando desesperadamente algo que las mantuviera ocupadas.

– Duane está actuando de modo cada vez más extraño.

– ¿Cómo?

– Pues más de lo mismo, diría. Está todo el día nervioso y no para de recibir llamadas que no me deja escuchar. Cuando soy yo la que contesto el teléfono, quien llama cuelga de inmediato. Y anoche volvió a esfumarse. Me dijo que necesitaba tomar aire, pero tardó dos horas en volver.

– ¿Tienes alguna teoría?

Wanda negó con la cabeza.

– ¿Puede ser que haya alguien más? -dijo Myron en un tono de voz lo más suave posible.

Wanda dejó de mirar para todos lados y centró los ojos en él.

– Oye, yo no soy una cualquiera que se haya encontrado por la calle.

– Ya lo sé.

– Nos queremos.

– Eso también lo sé. Pero conozco muchos tipos que están muy enamorados y aun así hacen tonterías…

Y mujeres también. Jessica, por ejemplo. Hacía cuatro años, con un tipo llamado Doug. A Myron todavía le dolía. Y encima con un tipo que se llamaba Doug. ¿Puede haber algo peor?

Wanda volvió a negar firmemente con la cabeza. ¿Estaría tratando de convencerle a él o a sí misma?

– En nuestro caso no es así. Ya sé que puedo parecer tonta e ingenua, pero lo sé y punto. No sé cómo explicarlo.

– No hace falta. Sólo trataba de averiguar lo que pensabas.

– Duane no está teniendo una aventura.

– De acuerdo.

Wanda tenía los ojos llorosos. Inspiró profundamente dos veces y dijo:

– No duerme por las noches. No para de dar vueltas todo el tiempo. Le pregunto qué es lo que le pasa, pero no quiere decírmelo. Un día intenté escuchar lo que decía en una de sus conversaciones telefónicas y lo único que pude distinguir fue tu nombre.

– ¿Mi nombre?

Wanda asintió con la cabeza.

– Lo dijo dos veces, pero no logré entender nada más.

Myron se quedó un momento pensativo y luego dijo:

– ¿Y si te pincho el teléfono?

– Hazlo.

– ¿No te importaría?

– No. -Los ojos llorosos se transformaron en llanto. Dejó escapar dos sollozos y después se obligó a sí misma a contenerse-. Esto está empeorando, Myron. Tenemos que descubrir qué es lo que está pasando.

– Haré todo lo que pueda.

Wanda le dio un breve abrazo. A Myron le entraron ganas de acariciarle el pelo y decirle algo que la tranquilizara, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Wanda se dirigió hacia la puerta lentamente y con la cabeza alta. Se quedó mirándola y, tan pronto como hubo desaparecido de la vista, apareció Win.

– ¿Y bien? -dijo.

– Me gusta -contestó Myron.

– Tiene un trasero muy bonito -dijo Win asintiendo con la cabeza.

– No era eso a lo que me refería. Es una buena chica. Y tiene miedo.

– Pues claro que tiene miedo. Su fuente de ingresos está a punto de irse al garete.

El retorno del señor Comprensión.

– No es eso, Win. Ella le quiere.

Win hizo como si tocara unas notas con un violín imaginario. Myron no podía hablarle de cosas como aquéllas, Win era incapaz de entenderlas.

– ¿Qué quería?

Myron le informó de toda la conversación. Win extendió las piernas hasta quedar totalmente despatarrado en el suelo y luego volvió a ponerse en pie de un salto. Repitió el movimiento varias veces, cada vez más rápidamente. Damas y caballeros, el Padrino del Soul, el señor James Brown.

– Parece ser que Duane está tratando de ocultar algo más que una simple aventura -dijo Win cuando Myron terminó de contarle la conversación con Wanda.

– Es justamente lo que yo pienso.

– ¿Quieres que lo vigile?

– Podemos hacer turnos.

– Él te conoce -dijo Win negando con la cabeza.

– Y a ti también.

– Ya, pero yo soy invisible. Soy como el viento.

– ¿No querrás decir como una ventosidad?

Win puso cara de desagrado y dijo:

– Ése ha estado bien, voy a estar riéndome durante días.

Lo cierto era que Win era capaz de esconderse dentro de tu ropa interior durante una semana seguida sin que siquiera te dieras cuenta.

– ¿Puedes empezar esta misma noche? -preguntó Myron.

– Voy volando -contestó Win.

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