Los del servicio de grúas Triple A fueron a buscarlo y llegó a su oficina a las seis y media. Ned todavía no había llegado. Esperanza le pasó las llamadas recibidas y Myron entró en su despacho para responderlas.
– La zorra, por la línea tres -le dijo Esperanza por el comunicador.
– Deja de llamarla así -dijo Myron. Luego cogió el teléfono y dijo-: ¿Ya has vuelto al loft?
– Sí. No te ha llevado mucho tiempo -dijo Jessica.
– Es que siempre resuelvo las cosas muy deprisa.
– Y aun así yo no me quejo.
– ¡Ay! Eso ha sido un golpe bajo.
– Bueno, ¿y entonces qué ha pasado?
– Alguien ha matado a Pavel Menansi, así que Frank ya no tiene que protegerlo.
– ¿Tan simple como eso?
– Se trata de negocios. Y los negocios con esta gente son muy simples.
– No hay beneficio, no hay asesinato.
– La norma número uno.
– ¿Vendrás a casa esta noche?
– Sí.
– Pero pongamos una condición.
– ¿Cuál?
– Que no hablemos de Valerie Simpson ni de asesinatos ni de nada de eso. Lo olvidamos todo.
– ¿Y entonces qué hacemos? -preguntó Myron.
– Pues hacemos el amor hasta que no podamos más.
– Bueno, tendré que conformarme con eso, entonces.
Esperanza sacó la cabeza por la puerta de su despacho y dijo:
– Ya está aquííí.
Myron le hizo un gesto afirmativo con la cabeza y después le dijo a Jessica:
– Luego te llamo.
Myron colgó el teléfono, se puso de pie y esperó. Iba a pasar una noche a solas con Jessica. Parecía ideal. Aunque también le daba un poco de miedo. Todo estaba yendo muy deprisa y no tenía ningún control. Jess había vuelto y las cosas aparentaban marchar mejor que nunca, pero Myron reflexionó.
Reflexionó básicamente sobre si sería capaz de sobrevivir en caso de ser abandonado como la última vez, sobre si podría resistir tanto dolor de nuevo. También reflexionó sobre qué podía hacer para protegerse; se dio cuenta de que no podía hacer nada y lamentó no saber utilizar mejor algunos mecanismos de defensa.
Ned Tunwell entró en su despacho prácticamente de un salto y con la mano extendida, como si fuera el típico invitado muy animado de un programa nocturno, apareciendo a través de una cortina. Myron hasta pensó que iba a ponerse a saludar al público. Ned le dio un fuerte apretón de manos y dijo:
– ¡Hola, Myron!
– Hola, Ned. Siéntate, por favor.
Ned borró su sonrisa al oír aquel tono y preguntó:
– Oye, ¿no pasa nada malo con Duane, no?
– No.
– ¿No se habrá lesionado? -insistió Ned en tono temeroso.
– No. Duane está perfectamente.
– Genial -dijo Ned volviendo a activar su sonrisa. Aquel tipo no era de los que se dejan desanimar fácilmente-. Qué partido el de ayer, fue fantástico. Fantástico, Myron, es que te lo juro, qué manera de remontar, la gente no habla de otra cosa. Y la visión de la marca fue increíble, sencillamente increíble. Ni nosotros mismos podríamos haber hecho un guión mejor. Yo es que casi me corro de gusto.
– Ya, ya. Siéntate, Ned.
– Claro que sí -dijo Ned. Myron rezó en silencio para que Ned no le dejara ninguna mancha en la silla-. Ya sólo quedan horas, Myron. Me refiero al gran día. Las semifinales del sábado. Habrá una multitud enorme en directo y una audiencia de televisión inconmensurable. ¿Crees que Duane tiene posibilidades de ganar a Craig? En los periódicos dicen que no.
Thomas Craig, el segundo cabeza de serie y principal representante de la estrategia del servicio y volea del juego, estaba en el mejor momento de su carrera como tenista.
– Sí -contestó Myron-. Creo que Duane tiene posibilidades.
– Guau -dijo Ned con los ojos como platos-. Si llegara a ganar… -Ned se detuvo a media frase y se limitó a negar con la cabeza mientras sonreía.
– Oye, Ned.
– ¿Sí? -contestó Ned mirándole a la cara con los ojos muy abiertos.
– ¿Te llevabas bien con Valerie Simpson?
Ned dudó un momento y su mirada perdió un poco de vigor.
– ¿Yo? -preguntó.
Myron asintió con la cabeza.
– Sí, bastante.
– ¿Sólo bastante?
– Sí -contestó Ned esbozando una sonrisa nerviosa que se esforzó por mantener-. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
– No, nada, sólo que a mí me han contado otra cosa.
– ¿Ah, sí?
– He oído que fuiste tú quien la convenció para firmar con Nike. Que tú te encargaste de su cuenta.
– Bueno, sí, creo que sí -dijo Ned avergonzándose un poco.
– O sea que la debiste de conocer bastante bien.
– Supongo que sí. ¿Pero por qué me lo preguntas, Myron? ¿Por qué tanto interés?
– ¿Confías en mí, Ned?
– Al cien por cien, Myron. Ya lo sabes. Pero es que este tema me resulta un poco doloroso, ¿me entiendes?
– ¿Lo dices por el hecho de que haya muerto y esas cosas?
– No -dijo Ned poniendo cara de estar chupando un limón-. Por lo de que su carrera se viniera abajo. Ella fue la primera persona con quien firmé un contrato para Nike. Pensé que iba a lanzarme a la cumbre, pero en vez de eso me dejó en la estacada cinco años. Me hizo mucho daño.
Otro señor Sensible.
– Y cuando fracasó de aquella manera tan estrepitosa -prosiguió Ned-, ¿a qué no sabes a quién le tocó asumirlo? Venga, va, a ver si lo adivinas.
Myron pensó que se trataba de una pregunta retórica, pero Ned estaba esperando una respuesta con cara de expectación, así que al fin dijo:
– ¿No habrás sido tú, Ned?
– Pues sí, fui precisamente yo. Me arrojaron a lo más bajo. Me tiraron allí. Y tuve que empezar a escalar posiciones otra vez. Y todo por Valerie y su crisis nerviosa. Oye Myron, no me malinterpretes. Ahora estoy muy bien, toco madera -dijo repiqueteando sobre la mesa con los nudillos.
Myron también tocó madera.
– ¿Conocías a Alexander Cross? -preguntó.
– Oye, ¿a qué viene todo esto? -dijo Ned enarcando ambas cejas.
– Confía en mí, Ned.
– Si ya lo hago, Myron, en serio, pero es que…
– Es una pregunta muy sencilla: ¿conocías a Alexander Cross?
– Tal vez hablara alguna vez con él, no me acuerdo muy bien. A través de Valerie, claro. Creo que salían juntos.
– ¿Y Valerie y tú?
– ¿Qué quieres decir con Valerie y yo?
– ¿Salíais juntos?
– Oye, para un momento -dijo Ned alzando la mano en señal de «stop»-. Mira, Myron, me caes muy bien, de verdad. Eres un tipo legal. Una persona sincera como yo…
– No, Ned, tú no eres una persona sincera porque me estás engañando. Tú conocías a Alexander Cross. De hecho, estuviste en el club de tenis Old Oaks la noche en que fue asesinado.
Ned abrió la boca para decir algo, pero no logró articular palabra y al final sólo consiguió decir que no con la cabeza.
– Mira -dijo Myron poniéndose en pie y enseñándole la lista de invitados a la fiesta-. Está subrayado con rotulador amarillo. E. Tunwell. Edward, es decir, Ned.
Ned miró el papel, volvió a mirar a Myron y volvió a mirar el papel.
– Eso fue hace mucho tiempo. ¿A qué viene esto ahora?
– ¿Por qué me has mentido?
– Yo no te he mentido.
– Me estás ocultando algo, Ned.
– No, no es verdad.
Myron se lo quedó mirando, que seguía sentado y sin saber adónde mirar.
– Mira, Myron, no es lo que tú crees.
– Yo no creo nada -repuso Myron. Y luego añadió-: ¿Te acostaste con ella?
– ¡No! -dijo Ned levantándose al fin y mirando fijamente a Myron-. Ese maldito rumor estuvo a punto de costarme la carrera. Es una mentira que aquel mierda de Menansi inventó sobre mí. Es mentira, Myron, te lo juro.
– ¿Pavel Menansi le dijo eso a la gente?
– Es un hijo de la gran perra -dijo Ned asintiendo con la cabeza.
– Lo era.
– ¿Qué?
– Pavel Menansi está muerto. Lo mataron anoche de un disparo en el pecho. Algo muy parecido al asesinato de Valerie -Myron aguardó dos segundos y después lo señaló-. ¿Dónde estuviste anoche?
– No estarás pensando… -empezó Ned con los ojos como dos pelotas de golf.
– Si no tienes nada que ocultar… -dijo Myron encogiéndose de hombros.
– ¡Claro que no!
– Pues entonces dime qué ocurrió.
– No ocurrió nada.
– ¿Qué es lo que no quieres decirme, Ned?
– No pasó nada, Myron. Te juro que…
Myron exhaló un suspiro y dijo:
– Acabas de admitir que Valerie Simpson supuso un grave revés para tu carrera. Acabas de admitir que lo que hizo te sigue doliendo. Además acabas de decirme que Pavel Menansi extendió rumores falsos sobre ti. De hecho, te acabas de referir a la víctima de un asesinato, textualmente, como «un hijo de la gran perra».
– Oye, venga ya, Myron, sólo estábamos hablando -Ned intentó zafarse de la situación mediante sonrisas, pero Myron mantuvo expresión severa-. No quería decir nada con eso.
– Puede que no, o puede que sí. Pero me pregunto cómo van a reaccionar tus superiores de Nike cuando se enteren de esto.
– Oye, no puedes estar hablando en serio -dijo Ned manteniendo la sonrisa pero sólo de labios afuera-. No puedes ir por ahí extendiendo rumores como si tal cosa.
– ¿Por qué no? -preguntó Myron-. ¿Es que piensas matarme a mí también?
– ¡Yo no he matado a nadie! -chilló Ned.
– No sé… -dijo Myron fingiendo tener miedo.
– Mira, aquella noche Valerie me llevó afuera, ¿de acuerdo? Nos besamos un poco, pero la cosa no pasó de ahí, te lo juro.
– Uf, frena, frena -dijo Myron-. Empieza desde el principio. Fuiste a la fiesta, ¿qué más?
Ned se dejó deslizar sobre su asiento hasta quedar sentado al borde de la silla y empezó a hablar muy rápidamente:
– Bueno, pues fui a la fiesta ¿de acuerdo? Y Valerie también. Llegamos los dos juntos. Ella estaba muy emocionada porque Alexander iba a hacer público que estaban prometidos, pero luego se echó atrás y a ella le sentó fatal.
– ¿Y por qué se echó atrás?
– Por su padre. Le dijo a Alexander que se olvidara de todo aquello.
– ¿El senador Cross?
– Sí.
– ¿Por qué? -preguntó Myron.
– ¿Y cómo quieres que lo sepa? Valerie me contó que ese tipo era un gilipollas. Ella lo odiaba. Pero cuando Alexander le hizo caso sin más, Valerie se puso echa una furia. Quería vengarse. Hacérselo pagar.
– ¿Y tú estabas con ella en ese momento?
– Exacto -dijo Ned haciendo chasquear los dedos-. Yo era a quien tenía más cerca en ese momento. Eso es todo. No fue culpa mía, Myron. Sólo estuve en el lugar equivocado en el momento inoportuno. Me entiendes, ¿no?
– Así que los dos salisteis afuera -dijo Myron tratando de que le contara el resto.
– Salimos afuera y encontramos un sitio detrás de un cobertizo. Sólo nos besamos, te lo juro. Nada más. Sólo fueron besos. Después oímos ruidos y nos apartamos.
– ¿Qué tipo de ruidos? -preguntó Myron mientras se sentaba de nuevo.
– Al principio sólo era el ruido del rebote de pelotas de tenis contra una raqueta, pero luego oímos a gente hablando a voces. Uno de ellos era Alexander. Y entonces oímos un grito terrible.
– ¿Y qué hiciste? -preguntó Myron.
– ¿Yo? Al principio nada. Valerie también chilló. Y después se puso a correr. Yo la seguí. La perdí de vista un segundo, di la vuelta a una esquina y la vi allí delante, de pie. Cuando llegué a donde estaba, vi lo que veía ella. Alexander se desangraba sobre la hierba. Sus amigos empezaron a alejarse corriendo. Y tenía un negro inmenso de pie encima. Con una raqueta de tenis en una mano y un cuchillo enorme en la otra.
Myron se inclinó hacia delante y preguntó:
– ¿Viste al asesino?
– Muy de cerca -dijo Ned haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.
– ¿Y era un negro inmenso?
– Sí.
– ¿Cuántos había?
– Dos. Los dos eran negros.
La teoría de la trampa acababa de irse al traste. A no ser que Ned estuviera mintiendo, cosa que Myron dudaba.
– ¿Y qué pasó luego? -preguntó Myron.
Ned hizo una pausa antes de responder y luego dijo:
– ¿Viste alguna vez a Valerie en la cúspide de su carrera? Jugando al tenis, quiero decir.
– Sí.
– ¿Recuerdas aquella mirada que tenía?
– ¿Qué mirada?
– Hay algunos deportistas que la tienen. Larry Bird la tuvo durante un tiempo. Joe Montana también. Y Michael Jordan. A lo mejor tú también la tuviste. Pues bien, Val la tenía, y puso exactamente esa mirada en aquel momento. El negro más bajito empezó a chillarle al más alto, diciéndole: «mira lo que has hecho», «estás loco» y cosas así. Y entonces echaron a correr en dirección a nosotros. Yo salí corriendo, no soy ningún tonto. Pero Val no. Ella se quedó allí. Y cuando los dos tipos se acercaron, pegó un grito tremendo y se abalanzó contra el más bajito. Yo no me lo podía creer. Lo enfrentó como si fuera un defensa de fútbol americano. Los dos cayeron al suelo, pero entonces el tipo bajito le pegó con la raqueta y se deshizo de ella.
– ¿Los viste bien?
– Sí, creo que bastante bien.
– ¿Viste alguna foto de Errol Swade?
– Sí, claro, durante varios días su foto no dejó de salir en las noticias.
– ¿Era el mismo tipo que viste?
– Seguro -dijo sin vacilar-. Sin ningún tipo de duda.
Myron reflexionó. Habían estado aquella noche en el Old Oaks Club. Myron se había equivocado. Lucinda Elright también. Swade y Yeller no habían sido simples cabezas de turco.
– ¿Y después qué hicisteis? -preguntó Myron.
– Mira, ella ya tenía bastantes problemas con su carrera y no nos convenía en absoluto que saliera en los periódicos por aquel asunto, así que la acompañé de vuelta a la fiesta y no le dije nada a nadie de lo que había visto. Val no pensaba hacerlo de todas formas, estaba muerta de miedo… Era normal. O sea, es que imagínatelo. Me lleva afuera para ponerle los cuernos a su novio y justo en ese momento descubre que lo están asesinando. Tiene tela, ¿eh?
– Y que lo digas… -comentó Myron asintiendo con la cabeza.
«Y, además -pensó Myron-, parecía ser algo capaz de empujar a un alma torturada más allá de la cordura.»