– ¿Es Myron Bolitar? -dijo la voz al otro lado del teléfono de su coche.
Myron acababa de dejar a Duane en su casa.
– Sí.
– Hola, soy Gerard Courter de la policía de Nueva York. El hijo de Jake.
– Ah, sí. ¿Cómo te va, Gerard?
– No me puedo quejar. No sé si te acordarás que una vez jugamos el uno contra el otro.
– En Michigan State -dijo Myron-. Me acuerdo. Y aún tengo los moretones que lo demuestran.
Gerard rió. Tenía la misma forma de reír que su padre.
– Me alegro de haber sido digno de que me recuerdes.
– Ésa sería la forma educada de explicar lo que fuiste -repuso Myron.
Gerard volvió a soltar una carcajada como las de Jake y después dijo:
– Mi padre me ha dicho que necesitabas información sobre el caso Simpson.
– Te lo agradecería mucho.
– Probablemente ya sepas que hay un sospechoso principal, un tipo llamado Roger Quincy.
– El pretendiente ensañado.
– Eso es.
– ¿Hay algo que lo relacione directamente con el asesinato? -preguntó Myron-. Me refiero a algo más aparte del hecho de que la acosara.
– Pues para empezar está en paradero desconocido. Cuando llegaron al apartamento de Quincy ya había hecho las maletas y se había marchado. Nadie sabe a dónde puede haber ido.
– A lo mejor está asustado.
– Tendría razones de sobra para estarlo.
– ¿Por qué lo dices?
– Roger Quincy se encontraba en el estadio el día del asesinato.
– ¿Tenéis testigos?
– Sí, varios.
Aquello hizo que Myron empezara a aflojar la marcha.
– ¿Qué más?
– Le dispararon con una del treinta y ocho. Desde muy corta distancia. Encontramos el arma en un cubo de la basura a nueve metros de donde se efectuó el disparo. Es una Smith & Wesson. Estaba dentro de una bolsa de Feron's y la bolsa tenía un agujero de bala.
Feron's. Otro de los patrocinadores del torneo. Tenían la licencia para vender «merchandising oficial del torneo». Feron's disponía por lo menos de seis puestos en los que vendía productos a trillones de personas. Era imposible saber dónde habían adquirido la bolsa.
– Así que el asesino se acercó a ella -dijo Myron-, le disparó a través de la bolsa, siguió andando, tiró la pistola en el cubo de la basura y se marchó.
– Ésa es nuestra teoría -dijo Gerard.
– Menudo cliente.
– Y que lo digas.
– ¿Había alguna huella en la pistola?
– No.
– ¿Hubo algún testigo del asesinato?
– Cientos. Pero por desgracia todo lo que recuerdan es el ruido del disparo y ver a Valerie desplomarse en el suelo.
Myron negó con la cabeza y luego dijo:
– El asesino se arriesgó muchísimo al dispararle en público de esa manera.
– Sí. Los tiene bien puestos.
– ¿Alguna cosa más?
– Tengo una pregunta.
– Dime.
– ¿Por dónde quedan nuestros asientos para el partido del sábado que viene?