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Pasaba el tiempo. Myron se vio obligado a convencer a Duane de que dejara a su madre. Era lo que ella habría deseado, le recordó Myron. Más tarde, cuando ambos se hubieron alejado lo suficiente, Myron hizo una llamada anónima a la policía de Cherry Hill.

– Creo que he oído un disparo -dijo. Luego dio la dirección y colgó.

Más tarde se reunieron en una parada de la autopista de Nueva Jersey. Duane había dejado de llorar.

– ¿Se lo vas a contar a alguien? -preguntó Duane.

– No -respondió Myron.

– ¿Ni siquiera a la madre de Valerie?

– No le debo nada a esa mujer.

Silencio. Duane volvió a atacarle:

– ¿Te ha liberado descubrir la verdad, Myron?

Pero Myron fingió no haber oído la pregunta y en vez de responder, dijo:

– Cuéntaselo todo a Wanda. Si de verdad la quieres, cuéntaselo todo. Es la única posibilidad que tienes.

– Ya no vas a poder ser mi representante -dijo Duane.

– No, ya lo sé.

– No tuvo otra salida. Tenía que protegerme.

– Sí que había otra salida.

– ¿Cuál? Si se hubiera tratado de tu hijo, ¿qué habrías hecho tú?

Myron no supo qué responder. Lo único que sabía era que matar a Valerie Simpson no era la solución.

– ¿Vas a jugar la final?

– Sí -contestó Duane. Se metió en su coche y añadió-: Y voy a ganar.

A Myron no le cupo la menor duda.

Ya era tarde cuando Myron regresó a Nueva York. Aparcó el coche en el parking Kinsey, pasó por delante de aquella escultura horrible e indigesta y entró en el edificio. El guardia de seguridad lo saludó. Era sábado por la noche. No había prácticamente nadie, pero Myron había visto la luz encendida desde la calle.

Tomó el ascensor hasta la planta catorce. El típico barullo de actividad de Valores Lock-Horne brillaba por su ausencia.

Toda la planta estaba a oscuras. La mayoría de los ordenadores apagados y cubiertos con fundas de plástico, aunque algunos se habían quedado encendidos y extraños salvapantallas proyectaban haces de luz multicolor sobre las mesas. Myron se dirigió a la luz que salía del despacho situado en el rincón de aquella inmensa sala. Win estaba sentado en su escritorio, leyendo un libro en coreano. Al entrar Myron, Win alzó la vista y dijo:

– Cuéntame.

Myron le contó toda la historia.

– Qué ironía -comentó Win una vez Myron hubo terminado.

– ¿Qué?

– Que no dejábamos de preguntarnos cómo era posible que una madre se despreocupara tanto por su hijo y en realidad era justo lo contrario. Se preocupaba demasiado.

Myron asintió con la cabeza.

Silencio.

– ¿Lo sabes? -dijo Win de repente.

– Sí.

– ¿Cómo?

– Por la doctora Abramson -respondió Myron-. El hecho de que hubieras visitado a Valerie tan a menudo y que ella supiera tu nombre me dio que pensar.

– Iba a decírtelo -dijo Win haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

– No tendrías que haberlo matado.

– A veces eres como un niño. Hice lo que se tenía que hacer.

– No tendrías que haberlo matado.

– Frank Ache nos habría matado a nosotros -contestó Win-. La única razón por la que no lo hizo fue porque Pavel Menansi estaba muerto y, por tanto, ya no iba a proporcionarle beneficios. Eliminando a Pavel lo dejé sin motivos. Teníamos dos opciones muy claras: enfrentarnos a la mafia y acabar siendo asesinados o acabar con una alimaña. Y al final, sacrificar a la escoria nos salvó la vida.

– ¿Qué más le hiciste a Ache? -preguntó Myron.

– ¿A qué te refieres?

– Ache no apareció en la carretera sólo para decirme que ya no iba a matarme. Algo le daba miedo. Me dijo que te contara lo de nuestro encuentro.

– Ah, eso -dijo Win. Se levantó de la silla y cogió el putter. Después dejó caer al suelo varias pelotas de golf-. Le envié un paquetito.

– ¿Qué paquetito?

– Uno con el testículo derecho de Aaron. Eso, junto con la muerte de Pavel, bastó para convencerle de que lo mejor para todos sería olvidar el asunto.

Myron negó con la cabeza y dijo:

– ¿Qué diferencia hay entre Deanna Seller y tú?

– Sólo una -comentó Win. Se preparó para dar el golpe y atizó la pelota-. Mira, yo no la culpo por lo que hizo la noche en que Alexander Cross fue asesinado. Considero que fue una decisión práctica. Era lo más lógico del mundo. No confiaba en el sistema judicial ni en un senador de Estados Unidos. Y en ambos casos, con toda la razón del mundo. ¿Y qué sacrificó? Al desgraciado de su sobrino, que de todas formas se habría pasado la vida entre rejas. No, en ese caso somos iguales.

Preparó el segundo golpe e inspeccionó el terreno.

– En lo que no nos parecemos, es en que ella mató a una persona inocente la segunda vez y yo no.

– Eso es trazar una línea muy fina -comentó Myron.

– El mundo está lleno de líneas muy finas, amigo mío. Yo estuve allí. Fui a ver a Valerie al sanatorio todas las semanas. ¿Lo sabías?

Myron negó con la cabeza. Probablemente era la persona que mejor conocía a Win y no se había enterado.

Win efectuó otro golpe y dijo:

– Desde el día en que la vi en aquel lugar dejado de la mano de Dios me interesé por saber qué era lo que la había hecho cambiar. Quise saber qué monstruosidad le había robado las alas a un alma que había llegado a volar tan alto. Tú fuiste quien lo descubrió. Había sido Pavel Menansi, y le habría hecho lo mismo a Janet Koffman si yo no se lo hubiese impedido -Win miró a Myron-. Tú ya te lo debes de imaginar, pero te lo diré igualmente: el hecho de que matar a Pavel nos ayudara con lo de Frank Ache se dio por añadidura. Lo habría matado de todas formas. No necesitaba ninguna excusa.

– Había otras formas de hacerle pagar -dijo Myron.

– ¿Cómo? -comentó Win mofándose de sus palabras-. ¿Arrestándolo? Nadie habría presentado cargos. Y aunque se hubiese sabido todo, como pensabas hacer, ¿qué le habría pasado? Lo más probable es que hubiese escrito un libro y hubiera acabado convirtiéndose en una estrella mediática. Le habría contado al mundo que de pequeño habían abusado de él o alguna tontería así y se habría hecho aún más famoso Win efectuó otro saque.

Tú y yo no somos iguales. Los dos lo sabemos muy bien. Pero no pasa nada.

– Sí que pasa.

– No, no pasa. Si fuésemos iguales la cosa no habría funcionado. A estas alturas los dos estaríamos muertos. O locos. Nosotros dos nos complementamos. Por eso eres mi mejor amigo. Por eso te quiero.

Silencio.

– No vuelvas a hacerlo nunca más -dijo Myron.

Win no contestó; se limitó a prepararse para dar otro golpe.

– ¿Me has oído? -repitió Myron.

– Ahora hay que mirar hacia delante -dijo Win-. Este episodio ya forma parte del pasado. Y tú ya sabes que es inútil tratar de controlar el futuro.

Volvió a hacerse el silencio y efectuó otro golpe.

– Jessica te está esperando -dijo-. Me ha dicho que te recordara que tiene aceites nuevos.

Myron dio media vuelta y se marchó. Se sentía sucio por dentro e inseguro. Pero sabía que Win tenía razón: todo había acabado. Sólo necesitaba un poco de tiempo para que las cosas volvieran a su cauce. Se recuperaría.

«Y, además -pensó Myron mientras se dirigía hacia el ascensor-, ¿qué mejor forma de iniciar el proceso de recuperación que con los aceites de Jessica?»

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