Capítulo 37

Cuando duermes bien, se abre una trampilla en el fondo de la mente y tienes sueños profundos y extraños: psicodramas llenos de imágenes simbólicas que rara vez recuerdas al despertar y que, cuando las recuerdas, te llevan a comentar a tus amigos: «Anoche tuve un sueño de lo más raro». Y es que cuando estás nervioso y no duermes bien, tus sueños están tan cerca de la superficie de la mente que se parecen más a los pensamientos que al acto de soñar.

En otras palabras, los detalles del sueño que voy a narrar a continuación sólo fueron especulaciones, nada más.

Volvía a estar en la sala el tribunal. Hugh Hennessy iba a ser juzgado pero, en esta ocasión, yo no ejercía de fiscal. No era más que una observadora, o al menos eso creía, hasta que Kilander me apoyó la mano en el hombro.

«Hugh no puede hablar -señaló-. Cualquier juez desestimará el caso.»«Eso ya lo has dicho.»«Pero han encontrado a alguien que hable por él -prosiguió Kilander-. Quieren que lo hagas tú.»Yo respondí que no podía.

«No hagas esperar al juez», dijo Kilander.

La empatía es una herramienta útil para los detectives. Por mucho que detestes a un sospechoso, es provechoso adoptar su punto de vista, comprender sus motivos. Lo tuve en cuenta mientras me acomodaba detrás del estrado.

«Cuando esté usted preparada», dijo el juez.

Me incliné hacia delante y hablé en nombre de Hugh: «Ya sé que todo esto parece algo horrible.»«Un poco más alto, señora Pribek», dijo el juez.

«Ya sé que todo esto parece algo horrible -repetí-. Pero, por regla general, mi escritorio está cerrado con llave y, aunque estuviera abierto, los niños nunca entran en el estudio. No tengo allí nada que los atraiga, ni juguetes ni chucherías. Guardaba las pistolas en un cajón porque en nuestro dormitorio no había ningún mueble que cerrase con llave. Si las necesitaba, las armas estarían allí, al otro lado del pasillo. Las tenía cargadas porque, en aquella época, la zona del lago no estaba tan urbanizada como ahora. La casa quedaba muy aislada y quería proteger a Lis y a los niños de posibles robos. No sé por qué ese día se me olvidó cerrar el escritorio, pero así fue.

»¿Cómo pudo ser que la única vez que olvidé cerrar, Aidan entrara y encontrase el arma? Y que no disparase al aire, o al suelo y se alcanzara el pie, sino al pecho. ¡Al pecho, nada menos!

»No es que me diera miedo llamar a la ambulancia y que quedara registro del accidente. No fue por eso por lo que llevé a Aidan yo mismo al hospital. Sé que es lo que parece, pero la razón no fue ésa. Lo que me dio miedo fue esperar a que llegara. Por eso lo tomé en brazos y corrí al garaje. Si hubiese habido controles de velocidad en la carretera, la policía habría tenido que perseguirme hasta el hospital, porque no me habría detenido. Deseaba con toda mi alma salvarlo… Pero no había controles ni me vio ningún agente de tráfico. Llegué hasta el hospital, pero nadie pareció advertir mi llegada. Y entonces volví la cabeza y vi que Aidan, en el asiento trasero, no respiraba. Estaba amoratado. Había fallecido.

»Permanecí sentado en el coche y lloré, y siguió sin acercarse nadie. Cuando ya no pude llorar más, pensé en avisar a los del servicio de urgencias para que se hicieran cargo del cuerpo, pero no quería que me lo quitaran y lo llevaran al depósito de cadáveres, así que puse el coche de nuevo en marcha y regresé a casa. No sé en qué estaría pensando. Supongo que en realidad no pensaba en nada.

»Cuando llegué a casa, Lis estaba durmiendo; tenía a Marli en la cama y no quise despertarlas. Amaneció una mañana espléndida y decidí enterrar a Aidan bajo el magnolio. Antes, muchas familias americanas tenían sepulturas en sus fincas. Es una tradición, por lo que enterré a Aidan bajo el árbol y recé una plegaria.

»Marli despertó y le dije que su madre se encontraba mal y que Aidan estaría fuera un tiempo. "Pero volverá, ¿verdad?", preguntó, y no tuve el coraje de decirle que no, y por eso le aseguré que todo se arreglaría. Más tarde, bajé al magnolio con Lis y le dije que me había parecido mejor enterrarlo allí que mandarlo a una funeraria para que lo embalsamaran y cosieran. De ese modo, estaría siempre con nosotros. Lis lloró y asintió. Después, se quedó prácticamente catatónica. No llamó a nadie, ni a los amigos ni a su hermana.

»Aquello me dio que pensar. Se habían producido tantas coincidencias… nadie había visto a Aidan en mi coche a la puerta del hospital, nadie se había enterado todavía de lo ocurrido. Me pareció cosa del destino. Tal vez conseguiría ocultar que Aidan se había matado con la pistola. Quizá podría echar la culpa a los cazadores, pero ¿qué bien nos haría que los periódicos publicaran con grandes titulares la muerte de Aidan? La gente sospecharía de Elisabeth y de mí. A ella también la culparían. ¿Y si Servicios Sociales nos incapacitaba para cuidar de nuestros hijos? ¿Y si también se llevaban a Marli y a Liam? Eso habría destrozado a Lis. En aquella época, además, estaba embarazada de Colm. La vi tan frágil…

»Fue entonces cuando me acordé de Brigitte y de su hijito, Jacob. Parecía imposible, pero en realidad era perfecto. Jacob tenía prácticamente la misma edad que los gemelos. Y como eran tan pequeños, el tiempo estaba de mi parte. Los dos olvidarían el pasado y, pasados unos años, Jacob llegaría a ser Aidan.

»Cuando se lo expuse a Lis, se puso histérica y me calificó de enfermo, pero yo capeé el temporal. Le dije que nada podría devolvernos a Aidan pero le expliqué todas las razones. Le hice notar lo que ella misma me había contado: que desde la muerte de su novio, la vida de Brigitte había sido un desastre. Bebía y se drogaba mucho y, por un descuido suyo, un perro le había arrancado un dedo al niño. Jacob estaría mejor con nosotros. Le dije que podíamos darle al chico una vida maravillosa, aunque nunca, nunca olvidaríamos a Aidan. Podríamos visitar su tumba todos los días.

»No me costó convencer a Brigitte. Ella sabía que era una mala madre y que su hermana acogería con cariño a Jacob. Un cuantioso cheque fue lo único que necesité para que se decidiera. Y una vez lo cobrara, no podría denunciar al caso a las autoridades, porque ella también estaría implicada.

»El día que trajimos a Jacob a casa también fue un desastre. Yo le había dicho a Marli que a Aidan lo había mordido un perro y que se quedaría en el hospital hasta que se curase. Ella me creyó pero, cuando llegué con Jacob, lo miró y se echó a llorar. Sabía que no era Aidan, pero cuando yo insistía en que sí lo era, se sintió confusa y se asustó. Le dije: "Marli, aunque parezca distinto, es Aidan, por dentro es Aidan, en serio", pero ella siguió llorando y diciendo: "Quiero a Aidan, quiero a Aidan". Y Lis estaba tan abatida que se sentó en la mecedora y también lloró. Marli se quedó en un rincón, llorando, y Lis en la mecedora, llorando, y Jacob de pie en medio de la habitación, también con ganas de llorar. Pensé que el monstruo allí era yo. ¿Cómo había podido suceder todo aquello? Lo único que había querido siempre era ser un buen marido y un buen padre, y ahora era un maldito monstruo que no alcanzaba a comprender qué demonios había ocurrido.

»En ese momento Jacob miró alrededor y vio a Lis. Se parecía un poco a su hermana Gitte; era más hermosa, por supuesto, pero el muchacho advirtió el parecido. Se acercó a ella y le preguntó por qué lloraba y se subió a la mecedora y se sentó en su regazo. Entonces Marli vio que su madre no tenía miedo del nuevo Aidan y fue a sentarse con ellos. Allí estaban los tres y, al verlos, pensé que todo saldría bien. Me habría gustado participar en aquel abrazo, pero en la mecedora ya no cabía nadie más. Me quedé a un lado y pensé que me quedaba aislado de ellos, pero no me importó. Podría soportarlo. Probablemente, lo merecía. Siempre y cuando Lis fuera feliz…

»Pero, como es natural, las cosas no salieron de ese modo. 435 Marli y el chico intimaron enseguida y, al cabo de seis meses, habría jurado que no recordaban que Jacob Candeleur hubiese existido siquiera. Sin embargo, yo sí me acordaba. Me di a la bebida y sufrí una úlcera y esperé que algo saliese mal. Lis quería al muchacho como si fuera su propio hijo, aunque también pasaba tiempo junto a la tumba de Aidan, y advertí que había sido una mala idea enterrarlo allí porque siempre se acordaría de cómo había muerto. Se me ocurrió que tal vez nos convenía mudarnos de casa, pero me daba demasiado miedo. ¿Qué ocurriría si los nuevos dueños levantaban la moqueta del estudio y descubrían la gran mancha de sangre? ¿Y si cavaban bajo el magnolio y encontraban los huesos de Aidan? ¿Y qué iba a hacer con el maldito BMW? Nos habíamos quedado varados en la casa y en todos los rincones de ésta se agazapaban los recordatorios de lo ocurrido.

»No obstante, nunca pudimos pasar el duelo por la muerte de Aidan, y creo que eso fue lo que al final acabó matando a Lis. Así, ella también se fue y, cuando volví a casa después del funeral, caí en la cuenta de que mi esposa, a quien quería más que a nadie en el mundo, se había ido y, en cambio, tenía en casa al hijo ilegítimo de su hermana. El chico estaba llorando bajo el maldito magnolio, justo encima de la tumba de Aidan; en ese momento salí y le pegué por primera vez. No fue la última, pero, ¿a quién le importaba ya? Yo era el monstruo, hacía años que lo sabía.

»Empecé a imaginar que lograría borrar de su mente los recuerdos de ser Aidan Hennessy de la misma manera que años atrás le había hecho olvidar que era Jacob Candeleur. Tardé demasiado tiempo en comprender que lo mejor que podía hacer era enviarlo de vuelta con Brigitte. Cuando llamé para sugerírselo, accedió enseguida. Y me alivió tanto no tenerlo en casa que, cuando Brigitte murió, pedí a un viejo amigo que se hiciera cargo de él.

»Marlinchen no lo comprendió y yo no soportaba hacerle daño. En una ocasión, estuve a punto de confesarle todo lo ocurrido. La llevé a la tumba de Aidan, pero cuando llegué allí, no me atreví y sólo le hablé de lo mucho que echaba de menos a su madre y le conté que allí, una vez, nos habíamos jurado amor eterno.

»Deseaba contárselo. Marlinchen se parece mucho a su madre y hace mucho tiempo que quiero contárselo a alguien que me diga que lo comprende. Eso es todo. "Lo comprendo."»Ahora sé que eso nunca ocurrirá. He pagado hasta la saciedad por mi error y no sé si esto terminará alguna vez. Conseguí borrar los recuerdos de Marlinchen y también los de Jacob, pero no puedo borrar los que más me gustaría: los míos.»

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