10

Tres días de la vieja rutina de gastar suela de zapatos habían desgastado mucho a Milo.

– La lista del ordenador fue un fracaso total -se lamentó, desplomándose en mi sofá de cuero-. Todos esos bastardos o están de vuelta en chirona, o están muertos, o tenían una coartada. Y el informe del forense no nos ha dado tampoco ninguna solución mágica: sólo seis páginas y media de sangrientos detalles explicándonos lo que ya sabíamos desde un principio, en cuanto vimos los cadáveres: que a Handler y Gutiérrez los habían cortado como para hacer relleno de salchichas.

Le traje una cerveza, que se bebió de dos largos tragos. Le traje otra.

– ¿Y qué me dices de Handler? ¿Hay algo acerca de él? – le pregunté.

– Oh, sí, desde luego acertaste con tu primera impresión. El tipo ese no era el Señor Ética en persona. Pero eso tampoco nos lleva a parte alguna.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Hace seis años, cuando estaba en la consulta de un hospital, hubo algo que olía mal… un fraude al seguro. Handler y algunos otros tenían un truquito: metían un momento la cabeza en el consultorio, le decían hola a un paciente, y lo cargaban como una visita completa, que se supone que tiene que durar entre cuarenta y cinco y cincuenta minutos. Luego hacían una nota en el historial y cargaban otra visita, hablaban con una enfermera y otra visita más, hablaban con un doctor, etc. etc. Era un monton de pasta… cada uno de ellos podía decir que había hecho treinta o cuarenta visitas al día, a setenta y ochenta billetes la visita. Cuéntalo tú mismo.

– No me sorprende. Siempre se ha hecho eso.

– Seguro que sí. De todos modos, la cosa estalló porque uno de los pacientes tenía un hijo que era doctor y éste empezó a sospechar al leer su historial y ver todas esas visitas psiquiátricas. Y sobre todo porque el viejo llevaba tres meses inconsciente. Se le fue a chivar al Director Médico, quien echó la caballería encima de Handler y los otros. Lo mantuvo todo en secreto, a condición de que esos comecocos rufianes dimitiesen o se marcharan.

Seis años antes. Justo antes de que las notas de Handler hubieran empezado a convertirse en una chapuza sarcástica. Debía haberle resultado muy duro pasar de ganar cuatrocientos de los grandes al año a un miserable centenar. Y, además, tener incluso que trabajar para ganárselos. Eso puede amargar a un hombre…

– ¿Y no ves una posibilidad en eso?

– ¿Cuál? ¿Venganza? ¿De quién? Eran las compañías de seguros las que estaban siendo timadas. Por eso lo pudieron estar llevando a cabo durante tanto tiempo. Nunca cobraron un céntimo a los pacientes, sólo facturaban a sus seguros -dio un trago de cerveza-. He oído cosas muy malas de las compañías de seguros, amigo, pero no me las imagino mandando a Jack el Destripador para vengar su honor.

– Entiendo.

Se puso en pie y paseó por la habitación.

– Este maldito caso es una putada. Ya llevo una semana y no he logrado absolutamente nada. El capitán lo ve como un callejón sin salida. Ha sacado a Del de este asunto y me ha dejado a mi con toda la mierda en las manos. Mala suerte para el marica.

– ¿Otra cerveza? -se la tendí.

– Sí, maldita sea, ¿por qué no? Ahogarlo todo en alcohol – daba vueltas inquieto -. Te diré una cosa, Alex, tenía que haberme hecho maestro. El Vietnam me dejó con un gran agujero psíquico, ¿entiendes? Todas aquellas muertes para nada. Pensé que el hacerme policía me ayudaría a llenar el agujero, al capturar a malvados y todas esas cosas; que podría darle algún sentido a todo. ¡Dios, como me equivocaba!

Agarró la Coors de mi mano, la inclinó hacia su boca y dejó que algo de la espuma le corriese por la barbilla.

– ¡Las cosas que veo… las cosas monstruosas que los supuestos humanos nos hacemos los unos a los otros! ¡La mierda a la que he llegado a acostumbrarme! ¡A veces todo me da ganas de vomitar!

Bebió en silencio durante unos minutos.

– Eres un tipo que sabe escuchar muy bien, Alex, maldita sea.

– Te devuelvo el favor, amigo.

– Aja, cierto. Y, ahora que lo mencionas, el caso Hickle fue otro caso bien enmierdado. Nunca me acabé de convencer de que fuera un suicidio. Aquello apestaba horrores.

– Nunca me dijiste eso.

– ¿Y qué querías que te dijese? No tengo prueba alguna. Solamente una sensación en lo más profundo de las tripas. Muchas veces tengo esas sensaciones en las tripas. Algunas veces me dan retortijones y me tienen despierto toda la noche. Parafraseando Del, con mis sensaciones en las tripas y diez centavos…

Aplastó la lata vacía entre su pulgar e índice, con la facilidad de alguien que aplasta a una mosca.

– El caso Hickle hedía hasta los cielos, pero yo no tenía prueba alguna. Así que lo di por perdido. Como una de esas deudas que nunca vas a cobrar. Nadie discutió, a nadie le importaba un pimiento, como a nadie le importará un pimiento cuando demos por perdidos a Handler y a la Gutiérrez. Hay que tener los archivos en orden, todo bien cerradito, selladito y adiós, hasta nunca.

Siete cervezas más, otra hora de divagar y autocastigarse y estuvo borracho como una cuba. Se desplomó sobre el sofá de cuero, cayendo como un bombardero B- 52 al que le han llenado las tripas de metralla.

Le quité los zapatos y los coloqué en el suelo, junto a él. Iba a dejarlo así, cuando me di cuenta de que había oscurecido.

Llamé al número de su casa. Me contestó una voz masculina, profunda y agradable.

– Hola.

– Hola, soy Alex Delaware, el amigo de Milo.

– ¿Si? -prevención.

– El psicólogo.

– Sí, Milo me ha hablado de usted. Soy Rick Silverman. El doctor, aquel sueño de hombre, ya tenía un nombre.

– Le llamaba para decirle que Milo se detuvo aquí tras el trabajo para discutir un caso y que se ha… digamos intoxicado.

– Ya veo.

Sentí la absurda necesidad de explicarle al hombre que había al otro extremo del hilo que no había nada de raro entre Milo y yo, que simplemente éramos buenos amigos. La reprimí.

– En realidad, ha agarrado una buena curda. Se ha tomado once cervezas. Ahora está dormido. Sólo quería que usted lo supiese.

– Es muy considerado por su parte -dijo Silverman, con tono ácido.

– Si lo desea, lo despertaré.

– No, ya está bien así. Milo es un chico grande y es libre para hacer lo que más le plazca. No tengo necesidad de comprobar su coartada.

Sentía deseos de decirle: escucha, niño mal criado e inseguro, sólo he llamado para hacerte un favor, para que te quedases tranquilo. No me vengas ahora con esa delicada imaginación tuya. En cambio, probé a halagarle.

– De acuerdo, sólo pensé que tenía que llamarle para que lo supiese, Rick. Sé lo importante que es usted para Milo, y supuse que él hubiera querido que lo hiciese.

– ¡Oh, gracias! Le estoy muy agradecido -bingo-. Por favor, excúseme, yo también acabo de salir ahora mismo de una guardia de venticuatro horas.

– No hay problema -probablemente había despertado a aquel pobre diablo-. Escucha, y permíteme que te hable de tú, ¿qué te parece si un día vamos a alguna parte: tú y Milo, mi amiga y yo?

– Me gustaría, Alex. Seguro. Y manda a ese desgraciado a casa cuando esté sobrio. Ya arreglaremos luego los detalles.

– Lo haré. Me alegra haberte conocido.

– Lo mismo digo -suspiró-. Buenas noches.


A las nueve treinta, Milo se despertó con una expresión de tremenda desgracia en la cara. Comenzó a gemir, moviendo la cabeza de un lado a otro. Yo mezclé zumo de tomate, un huevo crudo, pimienta negra y salsa de Tabasco en un vaso alto, le hice sentarse agarrándolo por la espalda y se lo metí por la garganta. Se atragantó, tosió y abrió los ojos de repente, como si un rayo le hubiera bajado hasta la rabadilla.

Cuarenta minutos más tarde parecía igualmente desgraciado, pero estaba dolorosamente sobrio.

Lo llevé hasta la puerta y le metí los historiales de los nueve psicópatas bajo el brazo.

– Lectura para la cama, Milo.

Tropezó escaleras abajo, maldijo, hizo como pudo el camino hasta el Fiat, trasteó con la manecilla y se lanzó hacia dentro de un solo movimiento giratorio. Con la ayuda de la bajada, logró poner el motor en marcha.

Al fin solo, me metí en la cama, leí el Times, vi la tele… pero maldita sea si puedo decir lo que vi, excepto que había montones de chistes malos, y tetas que se movían de un lado a otro, y policías que parecían modelos de anuncio. Disfruté de la soledad durante un par de horas, sólo deteniéndome a pensar en asesinatos y ambiciones, y mentes malvadas y retorcidas, alguna vez que otra, antes de caer dormido.

Загрузка...