Capítulo 8

Ellijay, norte de Georgia,

sábado, 3 de febrero, 2:15 horas

– Luke, despiértate. Hemos llegado.

Luke pestañeó hasta abrir los ojos. La agente especial Talia Scott aminoró la marcha y detuvo el coche en la orilla de una carretera sin asfaltar bordeada de árboles que, según el mapa, debía conducirlos a la cabaña del juez Walter Borenson.

– No dormía -dijo Luke-. Sólo estaba descansando la vista.

– Pues nunca había oído que nadie hiciera tanto ruido descansando la vista. Tus ronquidos son capaces de despertar a un muerto, Papa. No me extraña que no te duren las novias. Va, despiértate.

– Puede que me haya quedado traspuesto. -Ese hecho demostraba cuánto confiaba en Talia. Eran amigos desde hacía mucho tiempo. Miró por el retrovisor. Chase los seguía, y tras él dos furgonetas cerraban la marcha.

En una viajaba el cuerpo especial de intervención que Chase había dispuesto; en la otra, un equipo de técnicos forenses de la oficina local del GBI.

– ¿Disponemos de una orden de registro firmada? -preguntó Luke.

– Sí -respondió Talia-. Chloe ha comentado que tenía una reunión a primera hora y que necesitaba descansar para estar fresca, pero se ha avenido a razones.

La reunión de Chloe era con Susannah; Luke lo sabía. Había estado a punto de contarle a Talia lo de la declaración antes de quedarse dormido. Durante los últimos dos días Talia había interrogado a las víctimas vivas de Simon, Granville y su club de violadores. Llegaría un punto en que tendría que enterarse de que también Susannah era una de las víctimas. Pero de momento guardaría silencio. Susannah tenía derecho a su intimidad hasta que hubiera firmado la declaración oficial.

– Chloe suele avenirse a razones -respondió él, y se apeó del coche-. Si el cómplice de Granville está aquí, se ha bloqueado a sí mismo. No hay salida posible a excepción de esta carretera.

Talia iluminó la tierra con la linterna.

– Suponiendo que haya pasado algún vehículo por aquí hace poco, el terreno es demasiado duro para que se vean las huellas de los neumáticos. -Olisqueó el aire-. No hay ninguna estufa de leña encendida.

Chase se acercó mientras se ajustaba las correas de su chaleco Kevlar. En la mano llevaba dos pares de gafas nocturnas y dos auriculares.

– Son para vosotros. Nos colaremos entre los árboles. Luego yo saldré por la izquierda. Talia, tú te acercarás por la derecha y tú, Luke, rodearás la casa y cubrirás la parte trasera. Si están ahí dentro, no quiero que nos vean llegar.

Luke pensó en la nave, en las miradas vacías, en los agujeros de bala en la frente de las chicas. No; de ningún modo quería poner sobre aviso a aquellos cabrones.

– Vamos.

Se organizaron. Dividieron al equipo especial de intervención en tres grupos y avanzaron con sigilo entre los árboles. A medida que se acercaban a la cabaña, Luke se daba cuenta de que allí no había nadie. El lugar estaba oscuro y se veía abandonado. Hacía muchos días que nadie lo ocupaba.

Luke salió de entre los árboles por un lado del camino mientras Chase salía por el lado opuesto. Chase señaló en silencio la parte trasera de la casa y Luke siguió su indicación. No oyó ni un ruido hasta que estuvo a un metro y medio de la casa. Entonces oyó un gruñido sordo.

El gruñido sordo procedía de la garganta de un bulldog que se esforzaba por ponerse en pie. Cojeando, se acercó al extremo del porche trasero y le mostró los dientes.

– Estamos situados -oyó que Chase decía por el auricular.

Luke se aproximó con cuidado.

– Tranquilo, chico -musitó. El perro retrocedió muy despacio. Seguía enseñando los dientes pero no hizo el mínimo intento de atacarlo-. Estamos a punto, Chase.

– Entonces, adelante.

Luke abrió de golpe la puerta trasera y el hedor que lo invadió hizo que le entraran náuseas.

– Dios mío.

– GBI, quietos -ordenó Chase desde la puerta de entrada, pero en la cabaña no había nadie.

Luke accionó un interruptor y de inmediato comprendió de dónde procedía el mal olor. En la encimera de la cocina había tres pescados pudriéndose. A uno parecía que hubieran estado quitándole las espinas. En el suelo había un cuchillo con la hoja larga y estrecha manchada de sangre seca.

– En el dormitorio no hay nadie -anunció Talia.

Chase miró el pescado y puso cara de asco.

– Por lo menos no es Borenson.

– Parece que lo hayan interrumpido -observó Luke-. Alguien ha estado buscando algo.

Habían abierto los cajones de la sala de estar y su contenido estaba desparramado por el suelo. El sofá estaba rajado; había guata por todas partes. Habían retirado los libros de las estanterías y habían descolgado los cuadros y los cristales sujetos por los marcos se veían hechos añicos.

– Eh, Papa -lo llamó Talia desde el dormitorio-. Ven aquí.

Luke hizo una mueca. La cama estaba cubierta de sangre, la ropa aparecía empapada.

– Qué daño.

También allí habían abierto y vaciado los cajones. En el suelo, junto a la cama, sobre una pila de cristales rotos, había una fotografía enmarcada. En ella se veía a un hombre de edad junto a un perro, sujetando una caña de pescar.

– Es el bulldog que hay afuera -observó Luke-. Y el hombre es Borenson.

– Talia, quédate con los forenses -le ordenó Chase-. Nosotros nos desplegaremos en abanico y veremos si Borenson aparece en los alrededores de la cabaña. Luego iremos al pueblo, a ver si alguien sabe algo. Las chicas no están aquí, y no parece que hayan estado nunca. De todas formas, el viaje no ha sido en vano. Está claro que alguien no quería que Borenson se fuera de la lengua.

Un gemido hizo que bajaran la vista al suelo. El bulldog se había tendido a los pies de Luke.

– ¿Qué hacemos con el perro? -preguntó Talia en tono jocoso.

– Búscale algo de comer -respondió Luke-. Luego pídeles a los técnicos que lo metan en una jaula y lo trasladen a Atlanta. Con esos dientes, puede que haya mordido a algún sospechoso. -Luke vaciló; luego se agachó y rascó al perro detrás de las orejas-. Buen chico -musitó-. Has estado esperando a tu amo. Eres una buena perra -se corrigió, y se levantó de un salto al notar que le vibraba el móvil en el bolsillo.

Cuando miró el identificador de llamada se le aceleró el pulso.

– Alex, ¿qué ocurre?

– Daniel está bien -lo tranquilizó ella-. Pero hace tres minutos que han trasladado corriendo a Beardsley a cuidados intensivos.

– Beardsley está en cuidados intensivos -anunció Luke al resto-. ¿Qué ha ocurrido? Estaba estable.

– Ningún médico quiere hablar, pero yo estoy aquí con el padre de Ryan. Dice que le han cambiado la solución intravenosa y que al cabo de un minuto ya estaba con convulsiones.

– Joder -masculló Luke-. ¿Crees que lo han envenenado?

– No lo sé -respondió Alex-. Su padre dice que recuerda algunas cosas de las que querías saber. Dice que te ha llamado al móvil pero que le ha saltado el contestador.

Luke apretó la mandíbula. Se había quedado dormido en el coche y no se había percatado de la llamada. «Mierda.»

– Yo tardaré una hora y media en llegar. Le pediré a Pete Haywood que se acerque. Trabaja para Chase.

– Yo mientras haré compañía a Daniel y estaré pendiente de Ryan Beardsley. Dile al agente Haywood que querremos llevarnos la solución intravenosa para analizarla. Date prisa, Luke. Según el padre de Beardsley, el encefalograma era plano. Han tenido que reanimarlo con el desfibrilador.

– Voy para allá. -Colgó-. Parece que han querido matar a Ryan Beardsley.

– ¿En el hospital? -preguntó Chase, incrédulo.

– En el hospital -confirmó Luke con severidad-. Tengo que volver.

– Marchaos los dos -dispuso Talia-. Yo me encargaré de que vigilen la zona e iré a hablar con los vecinos en cuanto se haga de día. No os preocupéis. Estaremos bien.

– Gracias. -Luke se dirigió a la puerta y la perra lo siguió-. Tú quédate, chica -dijo con firmeza. El animal le obedeció, pero se agitaba y se lo veía dispuesto a salir tras él a la primera palabra de aliento.

– Sí -dijo Talia en tono resignado-. También me encargaré de la perra.

Luke entró en el coche de Chase.

– La cosa no para. -Hizo una mueca-. Y yo huelo fatal.

– Un poco a sudor, otro poco a humo y un poco más a pescado podrido. A las mujeres les encantará.

Luke rió con cansancio.

– Ninguna mujer se me acercaría a menos de un kilómetro y medio. -Sin embargo, Susannah lo había hecho. Se había situado a pocos centímetros. Si se concentraba, aún recordaba su perfume. Era fresco, dulce. «Déjalo ya»-. Llamaré a Pete. Aún tenemos a un vigilante en la unidad de cuidados intensivos. Pediré que envíen a otro a la habitación de Bailey. Mierda. Esperaba que pudiéramos resolver esto, pero ya hace más de diez horas que se han llevado a las chicas y seguimos sin tener ni idea de dónde están.

– El cómplice de Granville sigue moviendo los hilos -observó Chase en voz baja.

Luke miró los árboles por la ventanilla.

– Pues yo ya estoy cansado de hacer de títere.


Dutton,

sábado, 3 de febrero, 3:00 horas

– Dímelo -ordenó Charles. Su tono moderado encubría la furia que estaba casi a punto de explotar. A pesar de ello, sostenía con pulso impecable el bisturí que Toby Granville le había regalado las últimas Navidades. Trabajar con las mejores herramientas era muy importante.

– Dime de dónde es.

El juez Borenson negó con la cabeza.

– No.

– Eres un viejo tozudo. Tendré que cortar más adentro, y tal vez extirparte cosas que te habría gustado conservar. Sé que la llave abre una caja de seguridad. Y sé que Toby te hizo bastante daño en la cabaña y que a pesar de ello seguiste sin hablar. Yo estoy dispuesto a hacerte mucho más. -Charles practicó un profundo corte en el abdomen de Borenson y el juez chilló de dolor-. Solo tienes que decirme el nombre del banco y el de la ciudad. Y no estaría mal saber también el de la caja de seguridad.

Borenson cerró los ojos.

– Está en el infierno. No lo encontrarás nunca.

– Tu actitud es lamentable, juez. Necesito la declaración que redactaste. Ya sabes, esa que acabará con los dos si cae en manos inoportunas.

– Como si a mí eso me importara un carajo.

Charles apretó los labios.

– ¿Le gusta sufrir, juez?

Borenson gimió cuando el bisturí penetró en su abdomen, pero no dijo nada más.

Charles suspiró.

– Por lo menos mi trabajo me gusta. Me pregunto cuánto tiempo lo resistirás.

– Consulta la bola de cristal -le espetó Borenson entre dientes-. Yo no pienso decírtelo.

Charles se echó a reír.

– La bola dice que morirás el domingo al mediodía; y ya me encargaré yo de que la predicción resulte cierta, como siempre. Algunos pensarán que miento, pero yo lo llamo jugar con ventaja. Puedes tener una muerte rápida o una dolorosa y muy lenta. Tú eliges. Dime lo que quiero saber y desapareceré. Tú también desaparecerás, pero ya sabías que eso iba a pasar en cuanto Arthur Vartanian o yo muriéramos, ¿verdad? Hiciste un trato con el diablo, juez. Moraleja: el diablo siempre gana.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 3:00 horas

Susannah saltó de la cama y encendió la luz. No podía conciliar el sueño y hacía tiempo que había aprendido que no debía esforzarse por intentarlo. Se sentó frente al escritorio y encendió el portátil.

Tenía informes que redactar y trabajo atrasado. Sin embargo, esa noche se le hacía extraño trabajar.

Pensó en Luke Papadopoulos y se preguntó qué habría encontrado en la cabaña de Borenson. Si las chicas desaparecidas hubieran estado allí, la habría llamado; estaba segura.

Pensó en la forma en que la había mirado al marcharse de la habitación y un escalofrío le recorrió la espalda. Era un hombre fuerte. De eso también estaba segura.

De lo que no estaba segura, era de lo que sentía por él.

Claro que eso no tenía que decidirlo esa noche. Esa noche Luke estaba fuera, haciendo algo útil, mientras ella permanecía allí sentada sin hacer nada. Sacó el móvil de su maletín y examinó la foto que había tomado de la chica desconocida.

«¿Cómo te llamas, chica? -se preguntó-. ¿Mary? ¿Maxine? ¿Mona?» Si al menos supiera cuál era la segunda o la tercera letra… ¿Se habría escapado de casa? ¿La habrían raptado? Sabía que al llegar al hospital le habían tomado las huellas dactilares, las enfermeras lo habían confirmado. A pesar de ello, la identidad de la señorita M seguía siendo un misterio.

«¿Te espera alguien, M?» La chica había preguntado por su madre justo antes de que la subieran al helicóptero, o sea que al menos contaba con uno de sus padres. Esperaba que la quisiera.

Susannah entró en la página web de menores desaparecidos y buscó en la base de datos de chicas. Había cientos y cientos. Acotó la lista buscando los nombres que empezaban por «M». Ahora había menos de cincuenta. Escrutó cada uno de los rostros con el corazón encogido. Todas aquellas chicas habían desaparecido.

Por muy mal que ella lo hubiera pasado en su casa, nunca la habían raptado. Al menos no durante más de una noche, aquella en la que Simon y sus amigos la… «Me violaron.» Aún le costaba nombrarlo, aunque fuera para sí. Sé preguntaba si alguna vez dejaría de costarle.

Llegó a la última foto y suspiró. La señorita M no estaba allí. La mayoría de las chicas de la base de datos aparecían clasificadas como adolescentes de riesgo que se habían marchado de casa por voluntad propia, y su desaparición no se investigaba de igual modo que la de aquellas a quienes habían raptado. Era triste, pero dados los ajustados presupuestos y la falta de recursos, esa, era la realidad.

Se preguntó si la señorita M se habría marchado de su casa por voluntad propia, perteneciera o no a un grupo de riesgo. Había páginas web de intercambio para adolescentes sin hogar. En algunas aparecían las fotos. Abrió una de ellas y volvió a suspirar. Había muchísimas fotos, y tenía que buscar una por una. No era posible realizar ninguna selección en función de la edad, el sexo o la inicial del nombre. Se recostó en la silla y empezó a abrir los archivos, de uno en uno.

La noche iba a ser larga.


Charlotte, Carolina del Norte,

sábado, 3 de febrero, 3:15 horas

Rocky aminoró la marcha y estacionó en el aparcamiento, orgullosa de su memoria casi fotográfica. No quería regresar a la Casa Ridgefield a consultar sus notas; no tenía ganas de vérselas con Bobby. «Primero quiero solucionar esto.» Por suerte, era capaz de recordar los detalles de todas las chicas a las que había inducido a levantarse por las noches durante los últimos dieciocho meses.

La víctima de esa noche le serviría para un doble propósito. Por una parte, Bobby contaría con una rubia más y, por otra, se aseguraba de que Monica Cassidy guardara silencio hasta que saliera de la hipervigilada unidad de cuidados intensivos. Luego Rocky haría que la enfermera la matara.

No sabía muy bien cómo se las arreglaría para ello, pero ya lo decidiría cuando llegara el momento.

Había tardado relativamente poco. El viaje de cuatro horas, sin embargo, no había servido para que se sintiera más capaz de actuar sola. Soltó el volante y se llevó la mano al bolsillo. Su pistola seguía allí, por supuesto. De todos modos, nunca estaba de más comprobarlo.

«No seas estúpida. Has hecho esto otras veces.» Pero sola no. Había acompañado a Mansfield dos veces, pero era él quien había hecho todo el trabajo. Rocky solo conducía.

Esa noche le tocaba actuar sola. «Dios, ahí está.» Una adolescente se había abierto paso en la penumbra y aguardaba. «Es el momento. No la cagues.»


Casa Ridgefield,

sábado, 3 de febrero, 3:15 horas

El sonido del teléfono despertó a Bobby. Tuvo que pestañear unas cuantas veces para ver con claridad el número que aparecía en la pantalla. Paul.

– ¿Dónde demonios estás?

– En el aparcamiento de una cafetería que no cierra por las noches; en Charlotte, Carolina del Norte.

– ¿Por qué?

– Porque Rocky se ha detenido aquí. Está sentada en el coche con las luces apagadas. Espera. Viene alguien.

– ¿Te verán?

Soltó una risita.

– Ya sabes que no. A mí solo me ve quien yo quiero. Es una chica, de unos quince años. Se acerca al coche de Rocky.

– ¿Es rubia?

– ¿Qué?

– Que si es rubia. -Bobby puso énfasis en cada una de las palabras.

– Sí. Lo parece.

Bobby emitió una exclamación.

– Entonces es cosa de trabajo. Rocky me dijo que tenía a unas cuantas rubias a punto de caramelo. Le dije que dispusiera las cosas para ir a por ellas, pero parece que trata de ganar puntos. Ojalá me hubiera hecho caso con la enfermera. Cuando vuelva me encargaré de ella.

– Entonces, ¿doy media vuelta y me marcho a casa?

– Da media vuelta, pero no te marches a casa. Tengo un trabajito más para ti.

Paul suspiró.

– Bobby, estoy cansado.

– No te quejes. Necesito que mañana por la mañana se descubra un cadáver.

– ¿Es alguien que conozco? -preguntó Paul en tono jocoso.

– Sí. La hermana de la enfermera. Tiene que parecer que se ha peleado con un atracador. Pero asegúrate de que la encuentren. Te he enviado su dirección y una foto a tu correo de hotmail. Saldrá de casa sobre las ocho. Llega allí un poco antes. Y haz que le duela.

– O sea que Bobby ha decidido arrojar el guante -dijo Paul. El regocijo teñía sus palabras.

– Pues claro. Yo siempre cumplo mis promesas. En adelante, la enfermera estará más que dispuesta a seguir mis instrucciones. ¿Qué tal le va a Rocky con la rubia?

– No del todo mal. La chica se ha resistido un poco, pero tu encantadora de adolescentes estaba preparada. Parece que la ha dejado fuera de combate. Tiene un derechazo fenomenal; ahora entiendo por qué la llamas Rocky.

Bobby rió por lo bajo.

– No; no es por eso. Gracias, Paul. Me aseguraré de recompensarte bien por lo de esta noche.

– Siempre es un placer trabajar para ti, Bobby.

– Envíame un mensaje de texto cuando la hayas matado. Le enviaré un regalito a su hermana.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 4:30 horas

Leo, el hermano de Luke, se detuvo frente a la puerta del aparcamiento privado del GBI.

– Ya hemos llegado.

Luke abrió los ojos. El breve reposo le había recargado las pilas. Le entregó su tarjeta identificativa a Leo, este la deslizó por el lector y la barrera se abrió.

– Gracias por acompañarme a buscar el coche, tío.

Leo se encogió de hombros.

– No tenía nada más que hacer.

Luke refunfuñó a la vez que se incorporaba y se masajeaba el entumecido cuello.

– Qué triste, Leo.

– Pero es la verdad. -Leo lo examinó con expresión preocupada-. ¿Estás bien?

– Voy tirando. -No pensaba mentirle a Leo; no podría aunque quisiera.

– Bueno, al menos ya no hueles como un perro que se ha revolcado entre pescado podrido.

– Eso es. Te agradezco el desayuno. -A Luke no le había sorprendido nada ver que Leo se abría paso entre las sombras de su sala de estar en cuanto puso un pie en su casa. Su hermano había visto la rueda de prensa de Chase y sabía que Luke regresaría cansado y hambriento. Leo siempre estaba pendiente de las necesidades de los demás. Ojalá supiera cuidarse a sí mismo igual de bien.

– Has estado de suerte. Esos dos huevos eran lo único comestible que tenías en la nevera.

– Hace días que no voy a comprar. -No lo había hecho desde que la unidad contra el crimen cibernético para la que trabajaba había empezado a seguirles la pista a las tres niñas que habían encontrado el martes anterior y cuya muerte no habían podido evitar-. Creo que la leche también está caducada.

– Parece cuajada. Más tarde saldré a comprar un poco de pan y leche, y le llevaré tu traje a Johnny. Últimamente se ha vuelto un experto en salvar tus prendas.

El hecho de que su primo Johnny regentara una tintorería era a la vez una cruz y una bendición.

– Dile que no me almidone tanto la camisa, ¿vale? La última estuvo a punto de despellejarme el cuello.

Leo sonrió.

– Lo hizo a posta.

– Ya lo sé. -Tenía que ponerse en marcha, pero no se sentía en condiciones-. Estoy cansadísimo, Leo.

– Ya lo sé -respondió Leo en voz baja, y Luke supo que su hermano comprendía que no solo se refería al cansancio físico.

– Las chicas podrían estar en cualquier parte. Sólo Dios sabe qué les habrán estado haciendo.

– No pienses eso -soltó Leo de repente-. No puedes pensar en ellas como si fueran Stacie y Min. Haz el favor de parar.

Eso era lo que había estado haciendo. Luke apartó de su mente las sonrientes imágenes de las guapas hijas adolescentes de su hermana Demi.

– Ya lo sé, ya lo sé. Tengo que centrarme. Pero es que…

– Eres humano -concluyó Leo con voz queda-. Se te aparecen sus rostros y te reconcomes por dentro.

«Y una parte de tu ser va muriendo poco a poco.» Con qué acierto lo había descrito Susannah Vartanian.

– Es como un mar de rostros. Siempre están ahí. Hay días en que tengo la impresión de que voy a volverme loco.

– No vas a volverte loco. Pero de momento tienes que dejar de lado tu parte más humana. Si piensas en ellas, en lo que sufren, perderás los nervios y no les harás ningún bien.

– ¿Cómo se consigue eso? Dejar de pensar en ellas.

La risa ahogada de Leo estaba desprovista por completo de humor.

– No tengo ni idea. Es lo que siempre nos decían antes de que fuéramos puerta por puerta. Pero yo nunca aprendí.

Luke pensó en el trabajo de su hermano en plena batalla, buscando insurgentes en Bagdad. Para su familia había sido una época de extrema tensión; sobre todo para su madre. Todos los días esperaban con ansia la noticia de que Leo era uno de los afortunados, de que había sobrevivido un día más. El día en que regresó a casa, todos se alegraron mucho. Sin embargo, sólo había que mirar a Leo a los ojos para saber que no tenía nada de afortunado. Una parte de su hermano había muerto en aquella tierra, pero él no hablaba nunca de ello. «Ni siquiera conmigo.»

– ¿Por eso lo dejaste?

Leo cerró los ojos.

– ¿Estás pensando en dejar el GBI?

– Todos los días me lo planteo, pero nunca lo hago.

Leo tamborileó ligeramente sobre el volante.

– Y por eso eres mejor persona.

– Leo.

Pero Leo sacudió la cabeza.

– No. Hoy no. Solo te falta que mi mierda se sume a la tuya.

Se arrellanó en el asiento y Luke sabía que el tema estaba zanjado.

– ¿Cómo es?

– ¿Quién?

– Susannah Vartanian. -Leo le clavó los ojos-. Vamos, estás hablando conmigo. Vi cómo la mirabas durante el funeral de sus padres. No pensarás que no se te nota, ¿verdad?

Seguro que a un lince como Leo no podía ocultárselo.

– Supongo que no. Es… -«Está bien.» Eso era cierto con respecto al físico. Susannah Vartanian estaba muy bien. Demasiado bien. De hecho, resultaba muy tentadora. Sin embargo, con respecto al plano emocional, la afirmación no podía resultar más falsa-. Está más o menos bien.

– ¿Por qué ha vuelto?

– No puedo decírtelo, lo siento.

La expresión de Leo se tomó pensativa. Luego sacudió enérgicamente la cabeza.

– No. No puede ser.

Luke suspiró.

– ¿El qué?

– En la rueda de prensa, tu jefe ha dicho que hoy se había abierto el caso de las violaciones de hace trece años. Ha dicho que habían tenido lugar en Dutton. Ella es una de las víctimas.

– No puedo decírtelo. -Pero al no negarlo lo confirmaba. Ambos lo sabían-. Lo siento.

– No te preocupes. ¿Y tú? ¿Cómo estás?

Luke pestañeó, perplejo.

– ¿Yo?

– Te has fijado en una mujer que lleva mucho a cuestas. ¿Podrás sobrellevarlo?

– ¿Antes o después de que coja por mi cuenta al cabrón que sigue vivo?

– Si necesitas cargarte a un par de blancos de cartón, te abriré la galería de tiro a la hora que sea.

– Te lo agradezco. -Luke se había descargado muchas veces en la galería de tiro de Leo. Muchos días eso era lo único que le permitía controlar los nervios-. Pero ahora mismo no. Tengo demasiadas cosas pendientes. -La primera era ir al hospital en que estaba ingresado Ryan Beardsley, quien por suerte volvía a estar estable. También tenía que acercarse al depósito de cadáveres para comprobar los resultados de la autopsia antes de la reunión de las ocho.

– Tienes unos cuantos asuntos entre manos -dijo Leo cuando Luke salió del coche.

Luke tomó del asiento trasero la bolsa de deporte llena de ropa limpia.

– ¿Cómo qué?

Leo sonrió.

– A mamá le gusta. Y es católica. Lo demás son menudencias.

Luke dejó la bolsa en el maletero de su coche entre risas.

– Gracias. Me siento mucho mejor.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 4:40 horas

Monica se despertó. Todo estaba oscuro. No podía moverse. «No puedo moverme. Oh, Dios.» Trató de abrir los ojos y… no pudo. «¡Socorro! ¿Qué me pasa?»

«Estoy muerta. Oh, Dios. Estoy muerta. Mamá. Susannah.»

– Doctor. -Era la voz de una mujer. Hablaba con apremio. Quiso tomar aire pero no pudo. Seguía intubada. «No; no estoy muerta. Estoy en el hospital. Es la enfermera. Ella me ayudará. Ella me ayudará.»

– ¿Qué pasa? -Era una voz más grave; la de un médico. «Un médico.»

«Para. Es un médico de verdad, no te hará daño.» Aun así, su corazón parecía un caballo desbocado.

– Le ha subido la tensión, y el pulso también.

– Ponedla cómoda. Avisadme si no le baja la tensión.

«No puedo moverme. No veo. Socorro.» Oyó el ruido de los instrumentos y notó el breve pinchazo de una aguja. «Escúchenme.» Pero el grito no brotaba, solo hacía eco en su mente. «Susannah, ¿dónde está?»

Empezó a relajarse, a tranquilizarse. Entonces oyó una voz, grave y brusca, justo junto al oído. «¿Un hombre? ¿Una mujer?» No lo sabía.

– No te estás muriendo. Te han dado un fármaco para paralizarte.

«Paralizarme. Dios mío.» Se esforzó por abrir los ojos y ver quién le hablaba. Pero no podía hacer nada. No podía decir nada. Oh, Dios.

– Chis -dijo la voz-. No te esfuerces. Te darán más sedantes. Ahora escúchame. Dentro de unas horas se te pasará el efecto y podrás moverte y ver. Cuando venga la policía, diles que no recuerdas nada, ni siquiera tu nombre. No cuentes nada de lo que pasó en la nave. Tienen a tu hermana, y si hablas, le harán lo mismo que a ti.

Ella notó el cálido aliento en el oído.

– No cuentes nada y dejarán libre a tu hermana. Una sola palabra y la convertirán en una puta, igual que a ti. Tú decides.

El calor desapareció y Monica oyó el sonido de las pisadas que se alejaban. Entonces notó en las sienes la humedad de las lágrimas que brotaban de sus ojos.

«Genie.» Tenían a Genie. «Solo tiene catorce años. Dios mío, ¿qué voy a hacer?»


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 4:50 horas

Pete Haywood aguardaba en el vestíbulo del hospital cuando Luke entró.

– ¿Cómo va? -le preguntó.

– Beardsley está despierto y lúcido. Quería hablar con «Papa». Primero creíamos que preguntaba por su padre, pero luego nos hemos dado cuenta de que se refería a ti. No quiere hablar conmigo.

– ¿Qué hay de la solución intravenosa?

– La hemos enviado al laboratorio hace unas horas pero aún no han dicho nada. Los médicos le han hecho una tomografía y un análisis de tóxicos. El resultado de la tomografía es negativo pero el del análisis aún no se sabe. He interrogado a la enfermera que había cambiado la solución intravenosa. Está destrozada. Todos los médicos y las enfermeras de la planta han dado la cara por ella, pero le he pedido a Leigh que compruebe sus movimientos bancarios, por si acaso. No creo que lo haya hecho ella. Las enfermeras preparan las bolsas con la solución intravenosa dos horas antes del cambio, o sea que cualquiera que haya entrado en la habitación podría haberla alterado.

– Fantástico.

– De hecho, no está tan mal. El hospital dispone de un sistema de registro. ¿Ves esas antenas azules? -Pete señaló en el techo, junto a la tienda de regalos, lo que parecían dos estalactitas azules-. Las hay por todas partes. Los empleados llevan una placa que indica dónde se encuentran en todo momento.

– Por todos los demonios, Batman -masculló Luke, y Pete se rió entre dientes.

– Los responsables de seguridad del hospital están imprimiendo un listado de todos los empleados que se han movido por la zona. Lo tendrán listo de un momento a otro. Me parece que el médico que ha asistido a Beardsley cuando le ha dado el ataque cree que también se trata de una mala pasada, y ha hecho que lo trasladaran a cuidados intensivos porque hay vigilancia. De todos modos, nadie lo ha confirmado. Creo que la administración del hospital está actuando con cautela porque les preocupa la responsabilidad legal.

– Sabremos más cosas cuando hayan analizado la solución. ¿Adónde vas?

– Acabo de recibir una llamada del inspector encargado de supervisar el incendio de casa de Granville. Han encontrado el detonador. Ya que tú estás aquí, yo iré a Dutton. Estaré de vuelta para la reunión de las ocho.

Pete se marchó y Luke se dirigió al ascensor. Cuando salió de este se encontró con que un nuevo agente de la policía del estado montaba guardia en la puerta.

– Soy Papadopoulos -se presentó, y le mostró la placa.

– Marlow. Acabo de llamar a Haywood. Me ha dicho que estaba de camino.

– ¿Qué ha ocurrido?

– La desconocida ha sufrido una especie de ataque. Se le ha disparado la presión arterial y la han sedado. El médico ha dicho que no era anormal, que después de las operaciones a veces pasan esas cosas, pero en vista de lo que le ha ocurrido a Beardsley, he pensado que deberían saberlo.

– Gracias, chico.

Alex lo recibió en la puerta.

– Ryan Beardsley ha estado preguntando por ti.

– Ya me lo han dicho. ¿Te ha contado algo?

– No. Estaba esperándote a ti.

– ¿Qué hay de la chica?

– Se ha despertado muy alterada. Es algo que a veces ocurre cuando un paciente al que acaban de operar se despierta en un lugar extraño. ¿Quién sabe? Igual ha estado soñando con la nave. Yo he tenido unas cuantas pesadillas. Ahora está descansando, pero la enfermera es esa de ahí, la alta con canas. Se llama Ella. También podrá contarte cosas de Ryan Beardsley.

– Gracias. ¿Cómo está Daniel?

– Sigue dormido pero está estable. Te avisaré en cuanto se despierte.

Luke se asomó al compartimento en que se encontraba Daniel al pasar por delante. Se preguntó cuántas cosas sabría su amigo del juez Borenson, si es que sabía algo. Se preguntó si encontrarían al juez con vida.

Beardsley por suerte sí que estaba vivo. Luke se acercó a la alta enfermera llamada Ella. No era la misma que estaba de servicio cuando Susannah y él habían hablado con la desconocida.

– Perdone. Soy el agente especial Papadopoulos. He venido a ver a Ryan Beardsley. ¿Cómo está?

– Estable. El equipo que le ha asistido abajo ha actuado muy rápido y eso ha sido muy positivo para él. Además, está en buena forma física. Lo han traído aquí para tenerlo en observación.

«Y vigilado.»

– ¿Quiere decir que lo trasladarán a planta?

Ella asintió.

– Sí, pero cuando llegue el momento nos aseguraremos de comunicárselo.

– Gracias. Llámeme si se produce algún cambio en su estado o en el de cualquiera de los pacientes que nos competen. -Luke entró en el compartimento de Beardsley-. Ryan, soy Luke Papadopoulos. ¿Me oye? -Beardsley abrió los ojos y Luke se sintió aliviado al ver que se comportaba con coherencia-. El agente Haywood me ha dicho que quería hablar conmigo. Podría haber hablado con él; es de mi confianza.

– A él no lo conozco -respondió Beardsley con voz tan débil que Luke tuvo dificultades para oírlo-. Alguien ha intentado matarme. Dadas las circunstancias, he creído que era mejor esperarte a ti.

Luke se acercó más.

– Supongo que es normal. Entonces, ¿qué es lo que ha recordado?

– Una llamada que Granville recibió el tercer día. Era de alguien llamado Rocky.

– ¿Rocky? -se extrañó Luke-. ¿Como el boxeador?

– Sí. Rocky era el superior de Granville; le dio órdenes. Al médico no le gustó nada.

A Luke se le disparó el pulso. «Por fin.»

– ¿A Granville no le gustaba recibir órdenes del tal Rocky?

– No. Se enfadó mucho. Me pegó más fuerte.

– ¿Qué fue lo que Rocky le ordenó a Granville que no le gustó?

– No lo sé, pero cuando colgó dijo que no pensaba acatar órdenes de «una mierdecilla».

– Muy bien. Eso nos ayudará, Ryan. ¿Oyó algo más?

El semblante de Beardsley adquirió mayor gravedad.

– Sí. El primer día que estaba allí me desperté y oí ruidos al otro lado del muro. Venían de fuera, no del pasillo. Parecía que alguien estuviera cavando.

Luke notó una desagradable sensación en la boca del estómago.

– ¿Enterraban algo o a alguien?

– A alguien. -Beardsley lo miró con desaliento-. Uno de los hombres la llamó Becky.

– Joder. -Luke suspiró-. ¿Algo más?

– No. Eso es todo cuanto recuerdo.

– ¿Quiere que le traiga algo? ¿Puedo hacer algo por usted?

Beardsley no respondió de inmediato. Luego, justo cuando Luke creía que había vuelto a quedarse dormido, musitó:

– Carne a la brasa. Tengo tanta hambre que podría comerme un cerdo entero.

– Cuando salga de aquí le serviré todo lo que pueda comer. -Se levantó para marcharse pero Beardsley lo asió del brazo.

– ¿Está bien Bailey? -preguntó, de nuevo con gesto serio.

– Está bien. He puesto a un vigilante en la puerta. No se preocupe. -Le estrechó la mano y volvió al puesto de las enfermeras-. Quiere un bocadillo de carne.

Ella asintió.

– Siempre es buena señal que empiecen a pedir comida.

– ¿Sería tan amable de decirme dónde puedo encontrar al responsable de seguridad?

Luke se dirigía al ascensor cuando notó vibrar el móvil en el bolsillo.

– Soy Chase. Hemos identificado a una de las víctimas. Es Kasey Knight. Dieciséis años, un metro setenta y dos, pelirroja. -Vaciló-. Es la que solo pesaba treinta y cinco kilos.

Aquella sobre la que Malcolm Zuckerman lloraba mientras, con delicadeza, le introducía las manos y los pies en la bolsa. Aquella cuyos mechones pelirrojos caían en las manos de Malcolm con solo rozarlos.

Luke se aclaró la garganta.

– ¿Les has comunicado su muerte a los padres?

– Sí. Acabo de hablar con el padre. -Luke oyó que Chase exhalaba un suspiro, intranquilo-. Les he pedido que nos traigan su cepillo del pelo o alguna otra cosa que pueda servirnos para recoger una muestra de ADN. Esto… Mmm… Quieren verla.

– Por Dios, Chase. No querrían verla si supieran cómo está. Seguro que no.

– Necesitan pasar página -repuso Chase-. Lo sabes tan bien como yo. No creerán que su hija ha muerto hasta que no lo vean con sus propios ojos. Llevaba dos años desaparecida, Luke.

Dos años de espera, de agonía. Dos años deseando lo mejor e imaginándose las peores cosas.

– Voy hacia el depósito de cadáveres. Le preguntaré a Felicity Berg si puede arreglárselas para que su aspecto sea un poco más digno. Yo también tengo noticias. Tenemos una sexta víctima potencial.

– Ay, Dios -musitó Chase con aire cansino-. ¿Quién es?

– Solo sé su nombre de pila. Becky. Pídele a Ed y su equipo que busquen un cadáver enterrado en el exterior de la celda que ocupaba Ryan Beardsley.

Chase exhaló un profundo suspiro.

– ¿Sabemos que sólo es una?

– Yo he pensado lo mismo. Haz que exploren la zona con un radar antes de empezar a cavar.

– Joder. Las cosas se ponen cada vez mejor.

La voz de Chase traslucía temor. Y también pesadumbre.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Zach Granger ha muerto.

Luke sintió que sus pulmones se quedaban sin aire.

– Pero si solo tenía una herida en el ojo.

– Hace una hora ha sufrido un derrame cerebral. Su esposa estaba con él.

– Pero… Estoy en el hospital y nadie me ha dicho nada.

– Quieren mantenerlo en secreto.

– ¿Lo sabe Pete?

– No, todavía no. No le digas nada. Lo haré yo.

– Va a encontrarse con el inspector de incendios de Dutton.

Chase reaccionó con un ahogado y duro reniego.

– Ojalá nunca hubiera oído hablar de esa ciudad de mierda.

– Bienvenido al club. Pero por lo menos tenemos una pista sobre quién puede ser el cómplice de Granville. Beardsley le oyó hablar con un tal Rocky.

– Estupendo. Ya podría ser un poco más concreto -repuso Chase con amargura.

– Es más de lo que sabíamos hace una hora. Te veré a las ocho. Me voy al depósito.

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