Casa Ridgefield,
sábado, 3 de febrero, 19:30 horas
Ashley Csorka exhaló un suspiro. Se había pasado horas hurgando en el cemento, hasta que el clavo que había encontrado se volvió romo. Para conseguir otro había tenido que aflojar un peldaño de la escalera, y eso le había llevado mucho tiempo. Al fin había logrado soltar el primer ladrillo; al fin. Estaba más o menos a medio metro del suelo. Contuvo la respiración y lo empujó.
«Hará mucho ruido. Vendrán.»
«Llevas horas con esto y de momento no han venido. Puede que no estén. Corre, corre.»
Empujó con más fuerza y casi estalló en sollozos cuando el ladrillo cedió y dejó en la pared un hueco de su medida. Notó el aire fresco en la cara. Allí fuera le esperaba la libertad.
Tenía que quitar por lo menos cuatro o cinco ladrillos más «Corre. Corre.»
Charlotte, Carolina del Norte,
sábado, 3 de febrero, 21:35 horas
Harry Grimes llamó a la puerta de Nicole Shafer, el tercer nombre de la lista de amigas que la madre de Genie Cassidy le había entregado. Una joven abrió la puerta y Harry sostuvo en alto la placa.
– Soy el agente especial Harry Grimes. ¿Están tus padres en casa?
– Mamá -llamó, y su madre apareció enjugándose las manos con un paño de cocina.
– ¿Puedo ayudarle? -preguntó la mujer, y él le mostró la placa.
– Estoy investigando la desaparición de Genie Cassidy.
La madre frunció el entrecejo.
– He oído que se ha escapado de casa.
– No, señora. Creemos que la han raptado. Le agradecería mucho que me permitiera hacerle unas preguntas a su hija.
– Claro. Pase.
Lo guiaron hasta una sala de estar donde el señor Shafer veía la televisión.
– Apaga la tele, Oliver. El señor es policía del estado. Siéntese, por favor, agente Grimes.
Harry lo hizo sin dejar de observar a Nicole, que no dejaba de mirarse los pies.
– Nicole, Genie chateaba con un chico llamado Jason. ¿Lo sabías?
Nicole miró a sus padres, nerviosa.
– Sí, pero ella no quería que su madre lo supiera. Ella es muy, muy protectora; demasiado. Genie no tenía vida. De verdad, mamá.
– ¿Sabías que su hermana Monica también desapareció después de estar chateando con un chico llamado Jason? -preguntó Harry, y Nicole asintió.
– La mitad de los chicos de mi clase se llaman Jason -repuso ella-. Es un nombre muy común.
– ¿Sabías dónde pensaba Genie encontrarse con él?
Nicole respiró hondo y contuvo el aliento.
– Niki -dijo el padre con voz áspera-, si lo sabes, díselo.
Nicole soltó el aire.
– En Mel's. Es una cafetería.
– Ya lo sé -respondió Harry. Luego se inclinó hacia delante-. Nicole, ¿tú chateas con Jason?
Ella se miró las uñas de color púrpura.
– A veces. A veces estando con Genie me dejaba hablar con él. Jason es muy guay. Le decía que era guapa.
– ¿Ha querido quedar contigo? -preguntó Harry.
Ella asintió.
– Pero a mí me daba miedo. Genie me había propuesto que fuéramos juntas, pero yo estaba asustada.
– Dios mío -susurró la señora Shafer, horrorizada-. ¿De verdad ha desaparecido? ¿La han raptado?
Harry asintió.
– Eso creemos. Ten cuidado, Niki. El mundo no suele ser tal como lo pintan los chicos por internet. Muchas veces es incluso peligroso.
– La encontrarán, ¿verdad? -preguntó Niki, que ahora lloraba.
– Lo que te aseguro es que lo intentaremos. Dime, ¿se pone en contacto con vosotras a una hora determinada? ¿O sois vosotras las que conectáis con él?
– Es él quien se pone en contacto conmigo. Va a la universidad. -Vaciló-. Cree que yo también voy a la universidad.
– Necesitaré todos los nombres y las contraseñas para acceder a las pantallas -dijo Harry con el pulso acelerado. Si jugaban bien sus cartas, era posible que pillaran a aquel hijo de puta-. Y tienes que prometerme que no le dirás a nadie ni una palabra de esto. No quiero que tus amigas se lo chiven.
– ¿Puedo decir que ha venido a interrogarme y que no he contado nada?
A Harry estuvo a punto de escapársele la risa al notar el tono esperanzado de la voz de la chica.
– Claro. Queda muy guay.
El señor Shafer chafó las esperanzas de su hija con una mirada.
– Quiero que me des tu teléfono. Se acabó la tecnología; jovencita.
Nicole se dispuso a protestar pero cerró la boca, se sacó el teléfono del bolsillo y lo depositó en la mano extendida de su padre.
– Podría haberme tocado a mí -dijo en voz baja. El señor Shafer la atrajo hacia sí y la abrazó fuerte.
– Gracias -le dijo a Harry por encima de la cabeza de su hija-. Si necesita cualquier cosa, sólo tiene que pedirlo.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 00:15 horas
Lo despertó un llanto quedo. Luke pestañeó ante la luz que había dejado encendida en la sala de estar. Le daba la impresión de tener resaca a pesar de no haber tomado vino. Había pasado mucho rato despierto después del desastroso beso, culpabilizándose de todas las formas posibles.
Al final había centrado su agitada mente en Bobby. Todas las figuras importantes del caso procedían de Dutton, así que empezó a buscar por allí. Obtuvo la lista de los habitantes de Dutton llamados «Bobby». Luego, demasiado cansado para seguir pensando, le envió la lista a Chase por e-mail y cerró los ojos. Había dormido cuatro horas, y podría haber dormido un poco más de no haber sido por los sollozos. Se preguntó si se los habría imaginado. A veces soñaba que alguien lloraba.
Esa noche, sin embargo, el llanto era real. Volvió a oírlo, quedo y ahogado. Encontró la puerta del dormitorio entreabierta, asomó la cabeza y se sintió peor que hecho una mierda. Susannah, completamente oculta por su viejo chándal, estaba sentada en el suelo y abrazaba al feo bulldog de Borenson. Sus hombros se agitaban con el llanto y Luke la tomó entre sus brazos y se sentó en la cama.
Él pensó que lo rechazaría, pero en vez de eso se aferró con fuerza a su camisa y así se quedó, igual que había hecho delante del hospital.
Él entrelazó los dedos en el pelo de su nuca y le sujetó la cabeza con la palma de la mano. Después de un rato, los sollozos cesaron y empezó a sorber con ruido. Quiso apartarse, pero él no le dejó.
– Descansa -le dijo en voz baja.
– He llorado más hoy que en toda mi vida.
– Mi hermana Demi siempre dice que se siente mejor después de llorar, así que tú ahora deberías estar en el séptimo cielo. -La besó en la coronilla-. ¿Por qué llorabas?
– Han llamado del hospital para darnos los resultados de los análisis.
Él tardó un segundo en reaccionar. Entonces se puso tenso y notó que un helor le atenazaba las entrañas. Se refería a la sangre de la desconocida; a sus resultados del VIH.
– ¿Son positivos? -preguntó con el tono de voz más neutro que pudo.
Ella se apartó y lo miró con los ojos muy abiertos.
– No. Negativos. Creía que a ti también te habían llamado.
– Si lo han hecho, habrá saltado el contestador. -Exhaló un suspiro trémulo-. Ostras, me has asustado.
– Lo siento. Creía que estabas despierto porque acababan de llamarte.
– Estoy despierto porque te he oído llorar. Los resultados son negativos. Estamos bien. ¿Por qué lloras?
Ella dio un resoplido.
– Es difícil de explicar.
– Inténtalo -se limitó a decir él. Ella apartó la mirada.
– Me pareces un hombre muy agradable.
Las cejas de Luke se dispararon hacia arriba.
– ¿Y por eso lloras a moco tendido? La verdad, no le encuentro sentido.
– A ver; estoy tratando de explicártelo. Es que eres el primer hombre que me presta atención. El primer hombre decente. Eres amable, interesante, listo, simpático.
– ¿Y…? -añadió el, esperanzado-. ¿Irresistible a más no poder?
Ella se echó a reír, tal como él esperaba.
– Sí. -Entonces su sonrisa se desvaneció-. Cualquier mujer sería una tonta si no se sintiera halagada. -Se encogió de hombros-. O interesada.
– ¿O atraída?
Ella bajó la cabeza.
– Sí. Por eso cuando han llamado del hospital mi primer pensamiento ha sido: «Qué bien; no voy a morirme.» Y el segundo ha sido: «Qué bien; así podré estar con Luke.»
Él se aclaró la garganta.
– ¿Qué quiere decir «estar»?
Ella suspiró.
– Ya sabes qué quiero decir. Pero no puedo estar contigo.
– Por culpa de tu pasado. Susannah, para ser tan lista, sacas las conclusiones más tontas que he oído jamás.
Ella apretó los dientes.
– No es ninguna conclusión tonta.
– Tampoco es lógica -soltó él, exasperado-. Si una víctima de violación te contara esa historia, tú le darías una reprimenda, la enviarías a terapia y le aconsejarías que disfrutase de la vida. Sabes que tengo razón.
Ella exhaló un suspiro.
– No le daría ninguna reprimenda.
– Muy bien. Pero le dirías que disfrutase de la vida. La culpabilidad que arrastras no es lógica.
Ella guardó silencio.
– No es solo la culpabilidad.
– Pues ¿qué más es?
– No puedo hacerlo -dijo entre dientes.
– Sí; sí que puedes. Puedes contármelo porque soy simpático y amable.
– No puedo hacerlo. Me refiero al sexo -le espetó, y cerró los ojos-. Dios. Esto es humillante.
Luke dio marcha atrás a sus pensamientos. Entonces repasó despacio en su cabeza lo que ella acababa de decirle.
– ¿Tienes… algún problema físico?
– No. -Ella se tapó los ojos con las manos-. Deja que me marche, por favor.
– No. Cuéntamelo. Me deseas; lo has dejado clarísimo. ¿Es que no te gustaría solucionar ese problema para poder estar conmigo?
– Mira qué altruista -soltó ella, irritada.
– Y amable, y atractivo. E irresistible a más no poder.
Una de las comisuras de sus labios se curvó con tristeza.
– Eres incorregible.
– Mi madre siempre lo dice. -Se puso serio y le acarició la comisura de los labios con el pulgar-. Cuéntamelo, Susannah. No me reiré; te lo prometo.
– Deja que me levante. No puedo hablar contigo así. Por favor.
Él abrió los brazos y ella se dejó caer al suelo.
– Echo de menos a mi perro -dijo mientras acariciaba a Cielo-. Seguro que cree que no volveré.
– Explícame por qué has llamado Thor a un sheltie hembra.
– Es el dios del trueno -dijo ella-. La noche en que encontré a la perra, había habido una tormenta terrible, con rayos y truenos. Yo había salido para ir al cementerio, a visitar la tumba de Darcy. Lo hago todos los años, el 19 de enero.
– ¿En enero hubo una tormenta?
– A veces pasa, aunque es raro. Nevaba muchísimo y yo iba a quince por hora. Si hubiera circulado más deprisa, la habría atropellado. Hubo un gran relámpago y la vi allí, en medio de la carretera, despeinada, mojada y muerta de frío. Parecía que me estaba diciendo: «Mátame o sálvame, pero no me ignores.»
– Así que paraste.
– Iba en un coche de alquiler. ¿Qué más daba si se manchaba un poco? Pensaba llevarla al veterinario y dejarla allí, pero entonces me lamió la cara y… Soy muy tonta para esas cosas.
– Lo tendré en cuenta -dijo con ironía, y ella se echó a reír, aunque con tristeza.
– No es lo mismo. Resulta que llevaba un microchip. Era de una familia que vivía en el norte y se había escapado de su casa hacía meses. Durante todo ese tiempo se las había apañado para sobrevivir.
Él empezaba a ver el paralelismo.
– La perrita era fuerte.
– Sí. La familia ya había comprado otro perro para los niños y dijeron que podía quedármela. Así que me la quedé. La cosa cambia; no es lo mismo que pasar las noches en una casa solitaria y silenciosa. Muchas veces, a las tres de la madrugada, cuando no puedo dormir, se sienta a mi lado. Es una buena perra. Soy muy afortunada de poder contar con ella.
– Parece que ella también es muy afortunada de poder contar contigo.
– Ya estamos; ya vuelves a ser amable.
– Susannah, cuéntame por qué no puedes practicar sexo.
Ella exhaló un hondo suspiro.
– Muy bien, sí que puedo; pero no de la forma habitual.
– ¿Qué consideras tú la forma habitual?
– Esto es muy violento -musitó, y él sintió lástima.
– ¿Te refieres a la postura del misionero?
– Sí. No puedo. No puedo… mirar al hombre mientras…
– ¿Mientras lo haces?
– Sí. Me siento como atrapada, me falta el aire. Tengo ataques de pánico.
Él se sentó en el borde de la cama y le acarició el pelo.
– ¿Después de todo lo que has pasado? No me sorprende. Entonces, antes, durante tus… encuentros, ¿cómo lo hacías?
Ella rió con timidez.
– Sin mirarlos.
Él exhaló un suspiro cauteloso, decidido a no permitir que ella supiera lo que eso lo excitaba.
– ¿Eso es todo? ¿Ese es el problema?
– No. Ese es sólo uno.
– ¿Cuáles son los otros?
Ella emitió un sonido ahogado.
– Tiene que ser… poco convencional. Si no lo es, no puedo hacerlo.
Él arrugó la frente.
– Susannah, ¿lo que haces te duele?
– A veces. Pero sólo a mí. A nadie más.
– O sea que te gusta…
– El sexo duro. Y odio eso de mí -dijo con rabia.
«Ten paciencia.» Abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero ella estalló y empezó a gritar, airada.
– Odio tener que hacerlo así. Odio que esa sea la única forma… -Se interrumpió, temblorosa.
– De que llegues al orgasmo.
Ella bajó la barbilla al pecho.
– No está bien. No es normal.
– Y al necesitarlo, al desearlo, al hacerlo así, tu amiga murió.
– No soy tan complicada, Luke.
«Ya lo creo que eres complicada.» Él se apartó y separó las piernas.
– Ven aquí.
– No.
– No tienes que mirarme. Ven aquí. Quiero enseñarte una cosa, y si luego no te gusta, no volveré a hablarte de ello. Te lo prometo.
– Antes también me has prometido otra cosa -gruñó, pero se puso en pie.
– Ahora siéntate. No, no me mires -dijo cuando ella quiso darse la vuelta. Le hizo sentarse entre sus piernas-. Mira allí. -Señaló el espejo del vestidor-. Mírate; no me mires a mí. -La rodeó por la cintura y la atrajo hacia sí-. Estoy vestido. Tú estás vestida. Aquí no va a pasar nada más que esto.
Le retiró el pelo y la besó en la nuca, y cuando ella tomó aire de golpe, él notó que se le ponía la carne de gallina.
– Solo estamos tú, yo y el espejo.
– Esto es una estupidez -dijo ella, pero ladeó la cabeza para dejarle más sitio.
– ¿Te duele? ¿Te entra algún ataque de pánico?
– No; la verdad es que no. Solo me parece una estupidez.
– Relájate. Piensas demasiado.
Le besó de ese modo un lado del cuello; luego le pasó la lengua por la curva del hombro.
– ¿No lo hago mejor que Thor? -Ella rió de forma entrecortada-. Tienes un cuello muy largo -le susurró al oído-. Puede que esto nos lleve un rato.
– Pero tú… No es posible que…
– ¿Qué me guste? Susannah, estoy abrazando a una bella mujer que cree que soy irresistible a más no poder y que está permitiendo que le bese el cuello. ¿Qué más puedo desear?
– Sexo -dijo ella en tono monótono, y él se echó a reír.
– Yo no soy así. Tengo que haberme tomado algo contigo antes de acompañarte a casa.
Vio por el espejo que ella cerraba los ojos.
– No puedo creer que te lo haya contado.
– Soy muy simpático. Además, estabas preparada para contarlo, y yo me alegro de haber sido el afortunado. No se lo diré a nadie; puedes confiar en mí.
– Ya lo sé -dijo ella muy seria, y Luke tuvo que tomarse un momento de respiro para controlarse, para no acelerarse y no poner en peligro la situación, porque le entraron ganas de comérsela entera.
Había empezado a besarle el otro lado del cuello cuando sonó su móvil y les hizo dar un respingo. Él la sostuvo entre sus brazos mientras abría el teléfono con una mano.
– Papadopoulos.
– Soy Chase. Necesito que vuelvas.
Luke se irguió de golpe y soltó a Susannah.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– Muchas cosas -respondió Chase-. Ven en cuanto puedas. Y trae a Susannah.
Luke se guardó el teléfono en el bolsillo.
– Tenemos que irnos -le dijo a Susannah-. Chase también te quiere allí. Tendrías que cambiarte de ropa. Sacaré a pasear a la perra y luego nos marcharemos. -Tenía la mano en el pomo de la puerta cuando decidió arriesgarse. De dentro del armario sacó una caja cubierta de polvo y la dejó sobre el tocador-. Te sorprenderías de lo que se considera normal y lo que no, Susannah -dijo, y chasqueó la lengua.
– Vamos, Cielo.
Susannah se sentó en el borde de la cama y se quedó mirando la caja treinta segundos antes de satisfacer su curiosidad. Era obvio que hacía tiempo que no la abrían. Le costó retirar la tapa, pero por fin cedió.
– Por Dios -musitó, y sacó unas esposas recubiertas de pelo. En la caja había todo tipo de juguetes. Algunos ya los había usado. Unos eran inofensivos, otros no tanto; pero todos le atraían hasta un punto que le avergonzaba. Pero… Frunció el entrecejo. Guardó las esposas en la caja y la tapó.
El corazón le iba a mil por hora mientras se cambiaba rápidamente de ropa. A él no lo habían rechazado, y compartía sus gustos. «Pero no por eso deja de estar mal, ¿verdad?»
Él llamó a la puerta y la sobresaltó.
– ¿Estás… decente?
Susannah sabía que había elegido la palabra a propósito.
– Puedes entrar.
Él lo hizo. La miró a ella y luego miró la caja. Sin pronunciar palabra, la guardó de nuevo en el armario.
– Vamos. Es hora de volver al trabajo.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 1:45 horas
Susannah paseaba arriba y abajo frente a la puerta de la sala de reuniones. Luke llevaba dentro veinte minutos y con cada uno su temor aumentaba. Sólo tuvo que mirar la cara de Chase cuando llegaron para saber que había algún problema grave.
La puerta se abrió y Luke salió al pasillo. No sonreía.
– Ya puedes entrar -dijo, y la tomó de la mano-. Acabemos con esto cuanto antes.
Ella vaciló antes de entrar en la sala. Toda aquella gente debía de saberlo. «¿Y qué? Mañana, después de la rueda de prensa de Gretchen, lo sabrá todo el mundo.»
«Pero esta gente sabe lo de Darcy.»
Ya no importaba. No podía guardar más secretos, pensó mientras entraba en la concurrida sala. Chase estaba presente, y Talia, y Chloe. Y Ed Randall, a quien había conocido en el funeral de Sheila Cunningham. Y para su sorpresa también estaba Al Landers. Él señaló la silla vacía a su lado mientras Chase le presentaba a los miembros del equipo a quienes aún no conocía: Pete, Nancy, Hank; y Mary, la psicóloga.
Vaya. La psicóloga también estaba. Tenía que ser algo muy serio.
– ¿Qué ocurre?
– Muchas cosas -respondió Chase-. Unas cuantas le afectan directamente, Susannah.
– Chloe y yo hemos enviado a una persona a interrogar a Michael Ellis -dijo Al-. El asesino de Darcy.
– Lo has comentado esta mañana. Y ¿qué dice Ellis?
– Nada -respondió Chloe-. Eso es lo raro. Cumple veinte años a cadena perpetua y le hemos ofrecido rebajarle la pena unos cuantos años, pero no ha dicho ni una palabra.
– Después de seis años, sigue aterrado -dijo Al-. Y tiene un tatuaje.
– La esvástica con las puntas en ángulo -dedujo Susannah. Chloe asintió.
– En el muslo. Pero eso no es lo más interesante. -Deslizó una fotografía sobre la mesa-. Es una de las fotos de la autopsia de Darcy.
A Susannah le dio un vuelco el estómago temiendo lo peor; sabía lo que iba a ver antes de mirarlo. Era un primer plano de la cadera de una mujer.
– El estigma -dijo-. Ella también lo tenía.
– Lo has mencionado esta mañana cuando nos hemos reunido por lo de la declaración y yo he recordado que aparecía en la documentación previa al juicio -dijo Al-. Quería confirmarlo antes de decírtelo.
– ¿Salió a la luz en el juicio? -quiso saber Chase.
– Michael Ellis no llegó a tener juicio -respondió Al-. Se declaró culpable. La policía no mencionó lo del estigma por si aparecían más víctimas. No querían que ningún otro asesino lo imitara.
– Entonces, ¿todo formaba parte de un plan? -preguntó Susannah con incredulidad-. ¿Alguien mató a Darcy sólo para llegar hasta mí? ¿Por qué? No soy tan importante.
– Para alguien sí -respondió Chase-. Lo bastante para organizar una agresión justo siete años después de la primera. Alguien sabía que no iba a denunciarlo.
– Es increíble -exclamó Susannah, sacudiendo la cabeza-. ¿Quién haría una cosa así?
– Guárdese la pregunta -dijo Chase-. ¿Ed?
– Hemos recogido unas cuantas muestras de pelo de la nave -dijo Ed-. Hemos hecho pruebas de ADN y hemos encontrado algo que no esperábamos. -Deslizó dos perfiles sobre la mesa, frente a Susannah.
Ella los examinó.
– Estas dos personas están relacionadas -dedujo-. ¿Verdad?
– Son hermanas -dijo Ed-. Una de las muestras es de Daniel.
Susannah se quedó petrificada.
– ¿Quiere decir que Simon estuvo allí?
– El Departamento de Policía de Filadelfia nos ha enviado el perfil de Simon -prosiguió Ed-. La muestra no es suya. De hecho, es de una mujer.
– Pero yo no llegué a entrar en la nave -instó Susannah.
– El pelo no es tuyo -dijo Luke en voz baja-. Es corto y rubio.
Ella se tiró del pelo largo y moreno.
– O sea que tenemos una hermana a la que no conocemos.
– Eso parece -dijo Ed-. Queríamos saber si usted la conocía antes de preguntarle a Daniel. Para él será un golpe.
Susannah tenía el corazón acelerado.
– No conozco a ninguna hermana. Para mí también es un golpe.
Luke se aclaró la garganta.
– Ed ha practicado la prueba del ADN mitocondrial. No hay maternidad común.
– O sea que mi padre tenía hijos ilegítimos. -Susannah soltó un resoplido-. No sé por qué no me sorprende. O sea que tengo una hermanastra por ahí. Mierda.
– Ese podría ser el móvil, Susannah. De lo de Darcy; de todo.
Susannah cerró los ojos.
– ¿O sea que tengo una hermanastra que me odia lo suficiente para hacer todo eso? Para perseguirme con un coche de matrícula DRC y dispararle a la gente que… -Abrió los ojos de golpe-. Dios mío, la mujer de negro del funeral de Sheila.
– Uno de los hombres de Chase la ha visto en el vídeo -dijo Luke.
– Pero sólo sale un momento -aclaró Chase-. No he llegado a verle la cara a través del velo, pero parece una mujer, no un hombre.
– No es Bobby ni Rocky -musitó Susannah.
– ¿Estás bien? -preguntó Luke.
– Sí y no. Quiero decir que no sé si me ayuda mucho saber que una sádica así ha estado dirigiendo mi vida. Y yo que creía que Simon era malvado… -Se frotó la frente-. Tengo una hermanastra -dijo, aún sorprendida-. No me extraña que mi padre tuviera una aventura, pero… Me pregunto si mi madre lo sabía.
– ¿A quién se lo habría contado? -preguntó Al.
– A Angie Delacroix -respondió Susannah al instante-. Si mi madre lo sabía, seguro que se lo dijo a Angie. Eran amigas; bueno, todo lo amiga que se podía ser de mi madre.
– Es la propietaria del centro de estética -recordó Luke-. Vamos a hablar con ella.
– ¿Ahora?
– Ahora -dijo él-. Esa mujer estaba en la nave. Está relacionada de algún modo con Granville y Mansfield. Si no está directamente implicada en la desaparición de las chicas, tiene que saber que estaban allí.
– Puede que a ella también la hayan torturado. Puede que sea una víctima.
– Podría ser -convino Luke-. Sólo que parece que la mujer de negro es quien ha matado a Kate Davis.
Chase vaciló.
– Creemos que el hombre que la agredió a usted también está implicado en esto. Puede que sea Rocky o Bobby. Queremos que vea a un retratista. De hecho, hay una esperando.
– Claro -musitó ella. Luke la acompañó a la puerta.
– Eres maravillosa -dijo en voz baja-. La retratista está aquí. -Señaló a una mujer que aguardaba en silencio, sentada en una silla-. Cuando terminéis, ve a mi despacho. Me reuniré contigo en cuanto pueda e iremos a ver a la peluquera.
– Muy bien.
Luke cerró la puerta de la sala de reuniones.
– La cosa ha ido mejor de lo que esperaba.
– Lo ha pasado fatal -dijo Al, visiblemente afectado-. No me apetece nada tener que dejarla aquí, pero mañana por la mañana tengo un juicio importante. Tengo que volver esta noche a Nueva York.
– Yo cuidaré de ella -lo tranquilizó Luke-. No se preocupe.
– Gracias, Al -dijo Chase-. Ha sido de gran ayuda. Que tenga un buen vuelo.
– ¿Se encargará de lo otro que hemos comentado? -preguntó Luke, y Al asintió.
– No lo dude. Le llamaré para darle los detalles.
– ¿Qué detalles? -preguntó Chase cuando Al se hubo marchado.
– Es una cosa para Susannah -respondió Luke-. Es personal.
– Supongo que ya se lo merece -dijo Chase con tristeza.
Luke suspiró.
– Sigamos con el resto. Tenemos tres testigos muertos que podrían habernos llevado hasta el cómplice de Granville. ¿Nancy?
– No ha sido muy agradable. He encontrado a Chili Pepper en casa de su novia. Los dos estaban muertos, les han cortado el cuello. La policía científica aún está allí, buscando pistas.
– Gracias, Nancy -dijo Chase-. Hank, ¿qué se sabe de Helen Granville?
– El forense ha descubierto que las marcas del cuello no casan con la cuerda. La estrangularon con algo más estrecho. Luego la colgaron e hicieron que pareciera un suicidio.
Luke se frotó la frente.
– O sea que el hombre a quien el cómplice de Granville pagó para que incendiara su casa está muerto. La esposa de Granville, que podría saber algo del cómplice, está muerta. Y la enfermera que podría haberlo visto también está muerta.
– El cómplice de Granville está cortando los cabos sueltos -observó Chase-. La esposa de Granville está muerta, y la de Davis podría ser la próxima. Pete, ¿has encontrado a la mujer de Davis y a sus hijos?
– No, pero he descubierto esto. Son las grabaciones de tres de las gasolineras desde las que la señora Davis telefoneó al móvil de Kate Davis. La esposa de Garth no aparece, pero este chico sí. -Señaló la foto de un hombre con barba entrecana que estaba de pie junto a un joven con pinta de chanchullero.
– Es camionero -dijo Luke, y todos comprendieron lo que quería decir-. Tiene el móvil de la esposa de Garth. ¿La tendrá también a ella y a sus hijos?
– He pedido una orden de busca y captura del tipo -explicó Pete-. Aún no sabemos nada, pero circula por la autopista interestatal, o sea que antes o después la policía dará con él.
– Esperemos que sea antes -comentó Chase.
– Puede que la mujer no quiera que la encuentren -apuntó Mary McCrady desde el otro extremo de la mesa, donde escuchaba en silencio-. Si cree que sus hijos corren peligro… Una madre haría cualquier cosa por proteger a sus hijos.
– Es posible -reconoció Chase-. No lo sabremos hasta que la encontremos. ¿Qué hay de la amante de Davis? La que trabaja en el aeropuerto.
– Kira Laneer. Aún no he hablado con ella -dijo Hank.
– ¿Y de la enfermera? -preguntó Luke-. ¿Hemos encontrado algo interesante entre sus efectos personales?
– Un móvil, unas llaves, su tarjeta de identificación; todo estaba dentro de su bolso -explicó Chase mientras señalaba una bolsa de plástico que había sobre la mesa-. Está ahí.
– En el móvil solo aparecen sus huellas -dijo Ed despacio-. Espera. -Se puso un par de guantes y sacó el teléfono de la enfermera de la bolsa-. Hay algo más. El número. Recibió una llamada ayer a las ocho y veinte de la mañana. Es del mismo número al que llamó Granville el viernes, antes de que todo se fuera al garete.
– El cómplice de Granville -dedujo Chloe-. Él la llamó. ¿La habría amenazado?
– «Ha sido Bobby» -recordó Luke en voz baja-. Bobby la amenazó, y luego la mató.
– Entonces, ¿quién es Rocky? -preguntó Pete.
– ¿Podrían ser una misma persona? -apuntó Nancy-. «Rocky» parece un apodo.
– Aquí está la lista de todos los Bobbys de Dutton -dijo Chase refiriéndose a la lista que Luke había obtenido esa noche-. Tenemos Bobbys, Roberts, Bobs, Robs…
– Pásala -le pidió Chloe. Entonces pestañeó, perpleja-. ¿El congresista Robert Michael Bowie? Su hijo, Robert Michael Bowie, Jr. Rob Davis, el tío de Garth.
– El hijo del congresista tiene más o menos la misma edad que Granville y Mansfield -observó Ed-. Lo conocí cuando fui a registrar la habitación de su hermana, después de que Mack O'Brien la matara. Colaboró, pero porque estábamos investigando el asesinato de su hermana, no sus asuntos privados. El congresista es más mayor; debe de tener unos sesenta años. Pero está en buena forma física.
– ¿Lo bastante para rebanarle el cuello a dos personas a quienes les dobla la edad? -preguntó Nancy.
– Puede que haya contratado a alguien -observó Hank.
Pero Luke estaba pensando en los habitantes de Dutton cuyos nombres había repasado antes de confeccionar la lista de los Bobbys. Entonces había descartado conscientemente un nombre, pero ahora…
– ¿Podría ser una mujer? -preguntó, y todos se quedaron callados-. La mujer de negro que ha matado a Kate Davis. Estuvo dentro de la nave. Está implicada.
– Pero… Bobby es un nombre masculino -protestó Germanio.
Luke miró a Pete, y por su expresión comprendió que habían llegado a la misma conclusión.
– La señora de Garth Davis -dijo Pete despacio-. Su nombre es Barbara Jean. Bobby Jean.
– ¿Ed? -preguntó Luke-. ¿Cuánto mide la mujer del vídeo?
– Un metro setenta y ocho, con el calzado deportivo -respondió Ed.
– Igual que la señora Davis -dijo Pete.
Durante unos instantes nadie dijo nada. Entonces se oyeron unos fuertes golpes en la puerta y un segundo después esta se abrió y apareció Susannah con el portátil en las manos y la mirada llena de brillo y de energía.
– La he encontrado.
– ¿A quién? -preguntó Luke-. ¿A Bobby?
Susannah pestañeó.
– No.
– ¿Dónde está la retratista? -preguntó Chase.
– Ha terminado -soltó Susannah, impaciente-. Le ha dado el dibujo a Leigh para que haga copias. Mierda, escúchenme. He encontrado a la desconocida en la página de niños desaparecidos. -Depositó el portátil sobre la mesa-. Estaba buscando niñas cuyos nombres empezaran por «M». Entonces he pensado que la letra podría corresponder a un apodo y he vuelto a empezar por el principio. Aquí está, en la «B».
Luke escrutó la pantalla.
– No parece la chica que está en el hospital.
– Porqué ahora pesa trece kilos menos y tiene la cara llena de morados. Ya te había dicho que tu gente no la encontraría si se fiaban del aspecto que tiene ahora. Pero yo he visto sus ojos, Luke. Cuando estábamos en el bosque me miró y le vi los ojos. Es ella. Su segundo nombre es Monica. «M.» Mira, Beatrice Monica Cassidy.
– Un trabajo excelente, Susannah -aprobó Chloe.
– Hay más. He buscado en Google.
Abrió otra pantalla y Luke se quedó mirándola.
– Un aviso del sistema AMBER -dijo-. Su hermana Eugenie Cassidy desapareció de Charlotte en algún momento entre la medianoche del viernes y las ocho de la mañana del sábado. El contacto es el agente especial Harry Grimes. ¿Aparece Charlotte en el mapa de Mansfield, Nancy?
– Sí. Hay una ruta marcada hasta Port Union, Carolina del Sur, sur de Charlotte.
Susannah miró alrededor de la mesa.
– ¿Y bien? ¿A qué están esperando? Llámenlo. Yo voy al hospital. -Se dispuso a moverse pero Luke la asió por el brazo con suavidad.
– Espera. -De entre la pila de fotos de la mesa, Luke tomó una de la mujer de negro y otra de la señora Davis. Apretó la mandíbula al reparar en lo que antes no había visto.
Susannah se quedó callada.
– Es ella. Tiene la boca igual. Llevaba los labios tan rojos que los vi a través del encaje. Pero… esta es Barbara Jean Davis, la esposa de Garth. Oh. -Tomó aire-. Bobby Jean. Estaba en Dutton ayer por la mañana. No llegó a marcharse.
– Mírala mejor -dijo Luke-. Mírale los ojos.
El rostro de Susannah perdió todo el color.
– Tiene los ojos de Daniel. Los ojos de nuestro padre.