Capítulo 13

Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 13:25 horas

Susannah tenía la intención de ir directamente a ver a la desconocida, pero sus pies aminoraron la marcha cuando pasó por delante de la habitación de Daniel. Estaba despierto y solo, medio incorporado en la cama.

Sus ojos se cruzaron; los de él eran de un azul intenso. Ella no sabía qué hacer ni qué decir. Entonces él le tendió la mano y todos sus sentimientos contenidos se desbordaron. Avanzó con torpeza y le tomó la mano, y él la atrajo cerca de sí. Ella hundió la cara en el hueco de su hombro y se echó a llorar.

Él, un poco violento, le acarició el pelo, y entonces Susannah vio que también estaba llorando.

– Lo siento mucho, Suze -dijo con voz ronca-. No puedo volver atrás. No puedo cambiar lo que hice.

– Yo tampoco.

– Tú no hiciste nada -soltó él con rabia-. Yo debería haberte protegido.

– Y yo debería habértelo contado -musitó ella, y él se calló.

– ¿Por qué no lo hiciste? -susurró Daniel con voz angustiada-. ¿Por qué no me lo dijiste?

– Simon me advirtió que no lo hiciera. Me dijo que no estabas en casa y que… -Se encogió de hombros-. Simon me dijo muchas cosas. Le gustaban los juegos psicológicos.

– Ya lo sé, igual que a papá. -Él suspiró-. Tendría que habérmelo imaginado. Los dos fueron siempre mucho más crueles contigo. Y si yo me interesaba por ti, aún parecían serlo más.

– Por eso te alejaste -musitó ella.

– No debería haberlo hecho.

«Te perdono. Dilo. Dilo.» Sin embargo, las palabras se aferraban a su garganta.

– Ahora ya está hecho, Daniel -dijo al fin-. Lo comprendo. -Fue todo cuanto pudo pronunciar.

Ella se levantó y desvió la mirada mientras buscaba los pañuelos de papel. Se enjugó el rostro y volvió a sentarse junto a la cama. De repente dio un respingo.

– Joder, las enfermeras se pondrán hechas unos basiliscos.

Él sonrió con debilidad. La bata le había quedado llena de churretes del maquillaje de Susannah y las sábanas estaban manchadas de barro rojizo procedente de su vestido.

– Vas un poco sucia, cariño.

– Me he caído; más o menos. He asistido al funeral de Sheila Cunningham.

Él pestañeó, perplejo.

– ¿Eso has hecho? -preguntó, y ella asintió.

– He conocido a Gretchen French. Me ha dado recuerdos para ti y me ha dicho que te está muy agradecida. -Encogió un hombro-. No me extrañaría que se pasara por aquí cuando la dejen salir de urgencias.

Él abrió los ojos como platos.

– ¿Gretchen está en urgencias?

Ella le explicó lo que había ocurrido y él se quedó atónito.

– Dios mío. Kate Davis nos ayudó a descubrir a Mack O'Brien. Nos dijo que la esposa de Garth se había marchado con los niños porque temía por su vida. Creíamos que, con Mack y los demás muertos, estaba a salvo, pero…

– Supongo que discrepaba de nosotros en la acusación de Garth. Daniel, necesito contarte cosas y es preciso que me escuches. Ayer te dije que no sabías lo que yo era.

– Lo sé. No lo entendí, y sigo sin entenderlo.

– Voy a explicártelo y si luego quieres que me marche, lo haré. Hoy, junto a la tumba de Sheila, me he dado cuenta de que ayer podrías haber muerto y de que entonces me habría quedado sola. No quiero estar sola.

– No te dejaré nunca más -dijo él con voz áspera.

Una de las comisuras de los labios de Susannah se curvó con tristeza.

– Bueno, a ver qué te parece la historia. Luke te lo habría acabado contando en algún momento, pero prefiero que lo sepas por mí.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 13:25 horas

Luke encontró a Nate Dyer en el Cuarto Oscuro, el lugar donde visionaban el horrible material que habría escandalizado a cualquier persona decente. «¿Yo soy decente?», se oyó preguntarle a Susannah.

«Me temo que sí, Luke.» Y ella creía que no lo era porque se había acostado con un hombre a quien no conocía. O con más. Él hizo que confesara, al menos para que oyera a una «persona decente» decirle que no era un caso perdido. Que merecía que la quisieran.

No obstante, Susannah tendría que esperar. Daba igual que hubiera intentado posponer el momento. Luke supo que tendría que volver al Cuarto Oscuro en cuanto reconoció el rostro de Angel el día anterior.

El Cuarto Oscuro no tenía ventanas, solo una puerta. Allí solo admitían a los que tenían la necesidad de ver o saber algo. Luke introdujo el código con deseos de haberlo olvidado. Había pasado demasiadas horas en ese lugar. «Y una parte de tu ser va muriendo poco a poco.»

Sí. Luke cobró ánimo y empujó la puerta.

– Hola, Nate.

Nate lo miró sin sonreír.

– Será mejor que te sientes antes de ver esto.

Luke le hizo caso y se preparó para las náuseas que le entraban cada vez que abría una página web o visionaba una colección de imágenes obscenas. A pesar de la preparación, aquello nunca le resultaba fácil.

– Muy bien. Estoy preparado.

– Solo he empezado a visionar el material del ordenador de Mansfield -dijo Nate-. El tío tenía cinco discos duros externos, Papa. Y cada uno tiene quinientos gigas.

– Eso son cientos de miles de fotos -musitó Luke.

– Estaremos liados con esto meses enteros. Los técnicos informáticos han hecho copias de seguridad de todos los discos y yo las he recogido hace unas horas. Mansfield tiene la información muy bien ordenada. Muchas carpetas tienen nombres largos. Una se titula «Carne americana joven de primera calidad». Dentro había esto.

Luke se sentó frente al ordenador de Nate y fue bajando el cursor por las imágenes. En todas aparecían chicas en posturas provocativas. Todas estaban desnudas y sostenían con una mano la bandera estadounidense y con la otra un símbolo del estado del cual procedían.

Junto a todas las fotografías aparecía un nombre y una descripción, además de un «mensaje personal» de la chica. «Hola, soy Amy -leyó Luke-. Nací y me crié en Idaho.» Amy sostenía una patata que algún cabrón morboso había retocado para que parecieran unos genitales masculinos. Estaba Jasmine, del soleado estado de California; Tawny, de Wisconsin. Todas las chicas esbozaban una seductora sonrisa, y Luke se preguntó qué motivo podría haberlas forzado a sonreír así.

– Al final aparece una lista de precios -dijo Nate.

– Es un catálogo -observó Luke en tono inexpresivo.

– Exacto. Y el logo de la empresa es la esvástica con las puntas terminadas en ángulo.

– Compre carne americana -dijo Luke-. Tenía la sensación de que nos las veíamos con un grupo racista.

– Mira en la página veinticuatro.

Luke lo hizo.

– Es Angel. -Pero allí la llamaban Gabriela.

– Y en la página cincuenta y dos.

A Luke se le disparó el pulso.

– Es la chica desconocida. La llaman Cariño. Yo la llamé así anoche; por eso se puso tan nerviosa. ¿Hay otras ediciones? ¿Anteriores?

– Sí, dos más. Parece que lanzan un catálogo nuevo cada trimestre, y este tiene fecha de hace dos meses. Luke, más adelante aparecen las dos chicas que estaban con Angel en la página web que clausuramos hace ocho meses.

– Les perdimos la pista; no pudimos encontrarlas más en internet.

Nate señaló la pantalla.

– Ahora ya sabemos adónde fueron a parar.

– O sea que o Mansfield tenía algo que ver personalmente con esta página o bien sabía quién la gestionaba. ¿De qué otra forma si no pudo llevarse a las tres chicas?

– No lo sé. Ahora vendrán George y Ernie para que yo pueda dormir un poco. Tal vez ellos encuentren algo que nos lleve hasta el depravado que gestiona esta página. Daría cualquier cosa por echarle el guante. -Nate observó el rostro de Luke-. Tú pareces tan cansado como yo. Vete a dormir un rato.

– No. Me queda una hora antes de encontrarme con los padres de Kasey Knight. Dame uno de esos discos. -Se sentó frente al ordenador y cerró los ojos para prepararse mentalmente.

– ¿Necesitas algo? ¿Quieres un poco de comida? -preguntó Nate, y Luke cayó en la cuenta de que no había comido nada des hacía casi doce horas, cuando su hermano Leo le preparó los huevos.

– Sí. Me he olvidado de comer.

– Siempre te olvidas -dijo Nate, y le dio una fiambrera de la pequeña nevera-. Musaka.

Luke pestañeó.

– ¿Cómo…?

Nate sonrió.

– Tu madre pasó ayer por el despacho a traer comida. Le preocupaba que no comiéramos bien porque tú estabas ocupado ayudando con el caso de Daniel Vartanian.

Luke se enterneció.

«Te quiero, mamá.»

– Mi madre es muy buena mujer.

– Y mejor cocinera. Come, Papa. Luego busca. Tú tienes mejor vista que yo.

Luke, armado con la musaka de su madre, se sentó dispuesto a visionar las imágenes de que estaban hechas sus pesadillas. Buscó en el directorio algún nombre que le dijera algo especial. Algunas carpetas tenían titulares más explícitos que otros. «Látigos y cadenas», «"No" quiere decir "Sí"», «Los chicos siempre serán chicos». Luke se hacía una idea bastante concreta de lo que encontraría en esas carpetas. Entonces sus ojos se paralizaron ante uno de los nombres.

«Arvejilla, imbécil.» Abrió el archivo y el corazón se le subió a la garganta de un brinco y le produjo asfixia. Poco a poco, aparto hacia un lado la fiambrera con la comida.

– Dios mío Nate, ven aquí.

Nate se asomo por encima de su hombro.

– Las fotos son de una calidad horrible.

Se veían granuladas, borrosas y descentradas.

– Mansfield debió de tomarlas con un móvil o con una cámara oculta. Mira, es Granville, con una chica.

– ¿Qué hace? -Nate se acerco más, y luego ahogó un grito-. Ah, joder, Papa.

– Puto cabrón. -Luke bajó el cursor, cada una de las fotografías era más obscena que la anterior. Granville había torturado a las chicas hasta límites incalificables. Y de alguna forma Mansfield lo había fotografiado todo.

– ¿Qué quiere decir «Arvejilla, imbécil»? -preguntó Nate, y acercó una silla.

– Sabes lo del club de los violadores, ¿verdad?

– Sí. Violaron a chicas hace trece años. Simon, el hermano de Daniel, era el cabecilla.

– No exactamente -lo corrigió Luke-. Creemos que el grupo lo dirigía Granville y que Simon le ayudaba. Daniel habló con la viuda de uno de los miembros del club y ella le explicó que todos tenían un mote. El de Mansfield era Arvejilla.

– ¿Y a qué viene lo de «imbécil»?

– No lo sé. Incendiaron la casa y le dispararon a Daniel antes de que pudiera darme más información. Iré a verlo y lo descubriré, pero me huelo que Mansfield debió de tomar las fotos para protegerse, por si en algún momento tenía que mantener a Granville a raya.

Luke siguió bajando por las fotos. De repente paró, y estuvo a punto de devolver lo poco que había comido. Era Angel. Entre todas las viles obscenidades de que Luke había sido testigo, aquellas bien podían ser las peores.

– Hostia, Nate.

Nate cerró los ojos.

– Mierda. -Tragó saliva y apretó los labios-. Mierda.

– Se nos ha escapado algo, Nate -observó Luke, con tanta debilidad en la voz como sentía en su interior-. Nosotros no conseguimos dar con los cabrones que gestionaban la página web, pero está claro que Granville y Mansfield sí. Por eso las tres chicas desaparecieron de la faz de la tierra en un abrir y cerrar de ojos. Granville las tenía aquí. Les estaba haciendo todo eso. ¿Cómo se las arreglaron?

– No lo sé, pero si la respuesta está en uno de esos cinco discos, la encontraremos.

Cinco discos. Dos mil quinientos gigas. Cien mil fotografías.

– Joder.

– Lo descubriremos, Luke.

– ¿Pero a tiempo de salvar a las cinco chicas que el cómplice de Granville ha hecho desaparecer? -preguntó Luke con amargura-. Llevamos veinte horas con esto y no hemos conseguido encajar ninguna pieza. Tenemos un juez desaparecido y estigmas en forma de esvástica. Tenemos un nombre, Rocky, al que no encontramos el puto sentido. Tenemos un homicidio cometido hace seis años en Nueva York y varias violaciones consumadas hace trece años, y sabemos que guardan alguna relación. Y también tenemos a una chica que no sé cuándo va a despertarse y a contarnos qué ha pasado. -Apartó la mirada. Estaba a fracciones de segundo de estallar.

Junto a él, Nate exhaló un cauteloso suspiro.

– Y tenemos a una víctima llamada Angel que murió y a quien deberíamos haber salvado -concluyó con un hilo de voz.

Luke notó que un sollozo ascendía por su garganta y, horrorizado, trató de contenerlo.

– Joder, Nate -exclamó con la voz ahogada-. Mira qué le hizo. Qué les hizo a todas.

Nate le estrechó el hombro con fuerza.

– No te preocupes -musitó-. No es la primera vez que alguno de nosotros pierde el control delante de esto. Por eso la sala está insonorizada.

Luke negó con la cabeza, y luchó por recobrar poco a poco la serenidad.

– Estoy bien.

– No, no estás bien.

– De acuerdo, no estoy bien. Pero haré lo que tengo que hacer. -Miró el reloj-. Aún me da tiempo de ir a ver a Daniel antes de que lleguen los Knight para identificar a su hija. Puede que él sepa algo más.

– Necesitas dormir, Luke.

– Ahora no. No puedo cerrar los ojos. Se me aparecería esto.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 14:30 horas

– Hola, Susannah.

Susannah, sentada en una silla junto a la desconocida, se volvió y se sorprendió de ver a la señora Papadopoulos con una gran bolsa de papel en cada mano.

– Mamá Papa. Hola.

– He pensado que la encontraría aquí, con esa chica.

Susannah sonrió.

– Yo pensaba que ya se habría olvidado de la chica.

Sus oscuros ojos emitieron un centelleo.

– Nunca hago ruido cuando me marcho. Le he traído esto para empezar. Luka le contó a mi hija Demi lo que mi nieta le había comprado. A Demi no le gustó.

– Fue muy amable -dijo Susannah, pero la madre de Luke negó con la cabeza.

– Esta mañana le he pedido a la más joven de mis hijas, Mitra, que saliera a comprarle ropa apropiada. -Le tendió las bolsas-. Si le gusta, se lo queda. Si no, Mitra lo devolverá.

Susannah miró dentro de las bolsas y sonrió.

– Todo es muy bonito. Y, ciertamente, es más apropiado.

– Además, todo estaba de rebajas. -Mamá Papa entornó los ojos-. Ha estado llorando.

– He ido a un funeral. Siempre me hacen llorar. -Era mentira, pero Susannah tenía que conservar de algún modo la dignidad-. Venga, le presentaré a la señorita M.

La madre de Luke cubrió la mano de la chica con la suya.

– Me alegro de conocerla, señorita M -dijo en voz baja-. Espero que se despierte pronto. -Luego se agachó y estampó un beso en la frente de la chica, y Susannah notó que de nuevo sus ojos se arrasaban en lágrimas. Nadie había hecho nunca eso por ella. La madre de Luke se volvió hacia Susannah y la examinó con sus perspicaces ojos negros-. Venga, cámbiese ese vestido tan sucio. Se sentirá mejor.

– De acuerdo. -Susannah apartó el pelo del rostro de la chica-. Enseguida vuelvo.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 14:45 horas

No estaba muerta. Monica no podía moverse, pero no estaba muerta. «Lo que la enfermera me ha puesto antes ha dejado de hacer efecto. Esta vez también dejará de hacer efecto. Tranquila. Dejará de hacer efecto.»

«Y cuando se me pase ¿qué haré? ¿Se lo diré a la policía? Si lo cuento, venderán a Genie.»

«Si no lo cuento, puede que también lo hagan. No le dejaran marcharse. Tengo que contarlo.»

Por lo menos Susannah había regresado después de cambiarse de ropa y había vuelto a sentarse en la silla, junto a su cama. No obstante, allí había algo muy extraño. «Siempre me hacen llorar», había dicho Susannah, refiriéndose a los funerales, a aquella mujer, la que le había llevado la ropa. «La que me ha besado en la frente.»

«¿De quién era el funeral?» No era posible que hubieran enterrado a las otras chicas tan deprisa. Las habían matado el día anterior. «¿Quién ha muerto?» Susannah se había marchado con la mujer y había regresado sola al cabo de unos minutos. Estaba muy callada. Se la veía abatida; muy triste.

Monica se puso tensa. Allí había alguien más.

– ¿Cómo está? -preguntó un hombre.

Era el agente, el de los ojos negros. Luke. Parecía molesto. Enfadado.

– Esta mañana ha estado un rato despierta -respondió Susannah-. Pero ha vuelto a dormirse. Supongo que es la única forma que tiene de evitar momentáneamente el dolor.

Monica le oyó arrastrar una silla y notó el calor de su cuerpo.

– ¿Ha dicho algo mientras estaba despierta?

– Yo no estaba.

– ¿Y ayer? ¿Dijo algo?

– No. Solo me miró como si fuera Dios, o algo parecido.

– Usted la sacó del barranco.

– Yo no hice nada -repuso Susannah, y Luke suspiró.

– Susannah, esto no es culpa suya.

– No estoy de acuerdo.

– Cuéntemelo -dijo, frustrado. Igual de frustrado que antes.

– ¿Por qué?

– Porque… Porque quiero saberlo.

– ¿Qué es lo que quiere saber, agente Papadopoulos? -La voz de Susannah había adquirido frialdad.

– Por qué cree que esto es culpa suya.

– Porque lo sabía -dijo ella en tono inexpresivo-. Lo sabía y no dije nada.

– ¿Qué es lo que sabía? -preguntó él con voz tranquilizadora.

– Sabía que Simon era un violador.

«Simon. ¿Quién es Simon? ¿A quién ha violado?»

– Creía que Simon no había participado en las violaciones, que sólo hacía las fotos.

Hubo unos instantes de silencio.

– Violó como mínimo a una persona.

«Oh, no.» Monica lo comprendió. «Quienquiera que sea Simon, también ha violado a Susannah.»

Luke respiró hondo.

– ¿Se lo ha contado a Daniel?

«¿Quién es Daniel?»

– No -respondió Susannah enfadada-. Y usted tampoco se lo dirá. Lo único que sé es que si lo hubiera contado, todo esto podría haberse evitado. Es posible que esta chica ahora no estuviera aquí.

Durante mucho rato ninguno de los dos dijo nada, pero Monica los oía respirar.

Al final Luke habló.

– Ayer reconocí uno de los cadáveres.

– ¿Cómo es eso? -preguntó Susannah con voz de sorpresa.

– Había visto a la chica en un caso en el que estuve trabajando hace ocho meses. No conseguí protegerla. No conseguí entregar a la justicia a un sádico que abusaba sexualmente de niños. Quiero otra oportunidad.

Estaba muy enfadado. Le temblaba la voz.

– Granville está muerto -dijo Susannah.

«¿Muerto? ¿Está muerto? ¡Aleluya!» No podría hacerle daño a Genie.

– Pero está la otra persona, la que mueve los hilos. Alguien que le enseñó a Granville a hacer muy bien su trabajo -repuso él con amargura-. Quiero pillarla. Quiero arrojarla al infierno y tirar la llave.

La otra persona. La mujer que le había ordenado al médico que las matara. Ella tenía a Genie. La ilusión de Monica se desvaneció.

– ¿Por qué me cuenta esto? -preguntó Susannah. Su voz denotaba cierta impaciencia, como si en realidad quisiera decirle:

«Cuénteme algo que no sepa ya».

– Porque es lo mismo que quiere usted.

Hubo una larga pausa.

– ¿Qué quiere que haga?

– Aún no lo sé. Cuando lo sepa, la llamaré. -Se puso en pie.

– Gracias.

– ¿Por qué?

– Por no contarle a Daniel lo de Simon. Gracias por respetar mi decisión.

Entonces Luke se marchó y Susannah exhaló un hondo suspiro.

«Sí -pensó Monica con impotencia-. Cuéntemelo a mí.»


Daniel parecía dormido, pensó Luke desde la puerta.

– No estoy durmiendo -dijo Daniel, y abrió los ojos. Tenía la voz ronca pero más clara de lo que Luke esperaba-. Me preguntaba cuándo te dejarías caer.

La mirada de Luke se posó en las manchas del hombro de la bata de Daniel.

– Pensaba que con lo que se paga al menos se tenía derecho a una bata limpia.

Una de las comisuras de los labios de Daniel se curvó hacia arriba y Luke observó que el gesto tenía un asombroso parecido con el de Susannah. No se parecían en nada más.

– Ayer todo se fue al garete.

– No sabes hasta qué punto. No tengo mucho tiempo, pero necesito un poco de información.

– Dispara. -Daniel hizo una mueca-. Pensándolo mejor, no lo hagas.

Luke ahogó una risita; se sentía un poco mejor.

– Estoy muy contento de que no te mataran.

– Yo también -dijo Daniel-. Pero temo que, si yo me siento mal, a ti se te ve peor.

– Gracias -respondió Luke en tono irónico, y enseguida se puso serio-. Puede que no hayas oído las noticias. Esta mañana han matado a Kate Davis.

– Suze me lo ha dicho, pero no le encuentro sentido. Kate no parecía el tipo de persona que anda por ahí liándose a tiros con la gente.

– Estoy de acuerdo, pero en este caso nada es lo que parece.

– Alex me ha contado lo de los cadáveres que encontrasteis y lo de las chicas vivas que se llevaron. Dice que Mansfield y Granville estaban implicados en una red de tráfico de humanos.

– Es cierto. En las últimas veinticuatro horas han pasado muchas cosas. Ahora no tengo tiempo de contártelo todo, pero, Daniel, hemos encontrado un archivo en el ordenador de Mansfield con fotos en las que se ve claramente a Granville torturando a esas chicas. El archivo se llama «Arvejilla, imbécil».

– Arvejilla es Mansfield. Granville lo llamaba así y él lo odiaba.

– Eso creía. ¿Qué sabes del juez Borenson?

Daniel pareció sorprenderse de la pregunta.

– Fue quien presidió el juicio de Gary Fulmore. La secretaria de Frank Loomis nos contó que se había retirado y que vivía en la montaña aislado de todo el mundo.

– Esa parte ya me la sé. ¿Qué recuerdas de él? De cuando eras niño.

– A veces venía a cenar a casa. Luego mi padre y él se encerraban en el despacho y hablaban hasta altas horas de la madrugada. ¿Por qué?

– Ha desaparecido. Han entrado en su cabaña, había sangre por todas partes. Lo último que sé es que Talia estaba esperando a que le llevaran sabuesos para buscar el cadáver.

Daniel se estremeció.

– Joder. Han desaparecido todos. El padre de Randy Mansfield fue el abogado de la acusación en el caso de Gary Fulmore y está muerto. El juez de instrucción encargado de la autopsia murió. El primer abogado defensor de Fulmore también murió; en circunstancias poco claras, por cierto: su coche derrapó en pleno día y la carretera estaba seca.

– Y ahora Frank Loomis también está muerto -añadió Luke, y el semblante de Daniel se tornó angustiado.

– Lo sé. No dejo de visualizar su muerte. Trató de advertirme en el último minuto. Hizo algo horrible, Luke. Falsificó pruebas. Gary Fulmore pasó trece años en la cárcel por un crimen que no cometió, y te juro por mi vida que no logro adivinar por qué Frank hizo una cosa así.

– Loomis no era precisamente rico, o sea que no lo hizo por dinero -observó Luke.

Daniel cerró los ojos.

– Él fue en realidad mi único padre.

– Lo siento.

– Gracias. -Todavía con los ojos cerrados, Daniel frunció el ceño-. Cincuenta y dos -dijo. Entonces abrió los ojos y Luke vio que había recobrado la vitalidad-. Estaba pensando en el momento en que murió Frank. Vino a advertirme de que era una trampa. Se produjo un disparo y él resbaló por el cristal de mi ventanilla.

Luke recordaba las manchas de sangre en el cristal.

– ¿Qué quiere decir «cincuenta y dos»?

– El barco. Traté de retroceder, pero Mansfield había bloqueado la carretera y yo choqué y me golpeé la cabeza. Por un momento pensé que Alex había muerto, pero solo estaba desmayada. Mansfield me obligó a trasladarla a la nave, y al rodearla vi pasar el barco. En la proa tenía ese número.

– Debería de llevar las letras «GA», luego cuatro números y dos letras más.

Daniel cerró los ojos para concentrarse. Luego sacudió la cabeza.

– Lo siento. Solo recuerdo el cincuenta y dos. No pude más que echarle un vistazo. Iba muy deprisa.

– Y tú debías de estar aturdido por el golpe. De todos modos, es lo máximo que sabemos.

Daniel volvió a recostarse en las almohadas.

– Bien.

– Te haré una pregunta más y me marcharé. ¿Te dice algo el nombre de Rocky?

Daniel lo pensó. Luego volvió a negar con la cabeza.

– Lo siento pero no. ¿Por qué?

– Creemos que es el nombre del cómplice de Granville.

– ¿No hay fotos de su cómplice en el archivo llamado «Arvejilla»?

– Que yo haya visto, no. Pero tenemos cinco discos duros enteros, o sea que es posible que encontremos alguna. -Luke se puso en pie-. Descansa un poco. La enfermera de la puerta tiene cara de querer cortarme la cabeza.

– Espera. -Daniel tragó saliva-. Necesito saber qué pasa con Susannah.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Luke con cara de preocupación.

– No tienes por qué mirarme así. -Apretó la mandíbula-. A menos que te lo tomes como una aventura, y entonces hablaremos; vaya si hablaremos.

– Tranquilo, Daniel. Susannah me ha dejado muy claro que no siente nada por mí. -Clarísimo, se lo había dejado.

– Pero ¿tú sí?

Luke lo pensó. Al final decidió que Daniel y él llevaban siendo amigos demasiado tiempo para mentirle.

– Sentí algo por ella en el momento en que la vi en el funeral de tus padres, pero no es lo que piensas.

– ¿No es un pasatiempo? -preguntó Daniel, muy serio.

– No. Ha soportado demasiadas cosas.

Daniel tragó saliva.

– Ya lo sé. Me lo ha contado.

Luke abrió los ojos como platos.

– ¿Cuándo?

Daniel señaló la mancha marrón de su bata.

– Antes de que tú llegaras. Me ha contado lo de su amiga Darcy y todo lo demás.

«No, amigo. -pensó Luke con tristeza-. Todo no.» Seguro que Susannah no le había contado a Daniel que Simon le había agredido.

– Es una mujer fuerte, Daniel.

– Nadie lo es tanto como ella. De todas formas, sé que hay más. Más cosas que no me ha contado. -Entornó los ojos-. Ya sabes.

– Se encuentra a salvo. Por el momento, es todo cuanto puedo decirte.

– ¿Porque no sabes más o porque no quieres contármelo?

Luke se puso en pie.

– No me presiones, Daniel, por favor. Solo quiero que sepas que la estoy protegiendo.

– Gracias. -Su mirada se desvió y sus labios esbozaron una sonrisa-. Mamá Papa. Ha venido.

La madre de Luke entró con los brazos abiertos.

– Le he oído decir a la enfermera que estabas despierto. -Miró a Luke y arqueó una ceja-. Hay quien no le cuenta nada a su madre.

Daniel cerró los ojos cuando mamá Papa lo abrazó, y su semblante adquirió la expresión de un hombre que se siente abrigado por primera vez tras meses enteros de invierno. Luke recordó la añoranza que traslucía la voz de Susannah cuando insistió en que la madre de la chica desconocida debía de quererla, y se le encogió el alma.

– ¿Ha venido sola en coche, mamá Papa? -preguntó Daniel fingiendo reñirle.

– No. -Mamá Papa se sentó en la silla y depositó el gran bolso sobre su regazo-. Me ha acompañado Leo. -Miró a Luke con mala cara-. Tenías la nevera hecha una porquería, Luka.

Luke hizo una mueca. Era obvio que Leo había avisado a las Fuerzas Especiales para que limpiaran la cocina.

– Ya lo sé. ¿La has limpiado tú?

– Sí. Y te la he llenado de comida. -Su mala cara dejó paso a una expresión pícara-. Así, si tienes visitas, no te considerarán un cerdo.

La sonrisa de Luke se desvaneció. Sabía lo que insinuaba su madre y también sabía que eso no llegaría a ocurrir.

– Gracias, mamá. -La besó en la coronilla-. Te veré luego.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 15:30 horas

– Detesto que los padres de esa chica tengan que verla así -dijo Felicity con rabia.

Luke se esforzó por mirar el grotesco rostro de la demacrada Kasey Knight. Tenía los pómulos tan salidos que casi le atravesaban la piel. En medio de la frente se veía un agujero de bala.

– Han insistido. Lleva dos años desaparecida. Necesitan pasar página.

– Entonces terminemos cuanto antes -le espetó ella, pero él no se lo tomó mal porque vio el brillo de las lágrimas incipientes en sus ojos-. Trae a los padres.

Cuando llegó al vestíbulo, los padres se pusieron en pie de un respingo.

– Hemos estado dos años esperando, temiendo esta llamada. -Al señor Knight le costaba tragar saliva y asió la mano de su esposa-. Necesitamos saber qué le ha ocurrido a nuestra hija.

La señora Knight estaba tan pálida que daba miedo.

– Por favor -susurró-, llévenos a verla.

– Es por aquí. -Luke los guió hasta la sala de reconocimiento. Estaba decorada con colores cálidos y cómodos muebles, detalles con los que se pretendía aliviar el suplicio de los apenados familiares de las víctimas-. ¿Necesita un médico su esposa? -susurró al ver que la señora Knight se hundía en el sofá y le temblaba todo el cuerpo. Daba la impresión de que se iba a desmayar de un momento a otro.

El señor Knight negó con la cabeza.

– No -dijo con voz ronca-. Sólo necesitamos que esto termine.

Luke quiso prepararlos, pero sabía que no había preparación posible para la terrible experiencia que estaban a punto de atravesar.

– Esta chica no se parece en nada a la fotografía de Kasey que le entregaron a la policía.

– Era de hace dos años, los jóvenes cambian.

– Es… más que eso. Pesa menos de cuarenta kilos, pero mide un metro setenta y tres, lo mismo que medía su hija cuando desapareció.

La señora Knight se puso tensa.

– Kasey pesaba cincuenta y dos kilos.

– Ya lo sé, señora -respondió Luke con amabilidad, y vio que la mujer lo comprendía.

Al señor Knight se le oyó tragar saliva.

– ¿La han agredido sexualmente? -preguntó el señor Knight, y su voz se quebró.

– Sí. -«Muchas veces.» Pero Luke no lo dijo en voz alta. Los padres ya tenían que soportar bastante dolor.

– Agente Papadopoulos -dijo el señor Knight con su voz ronca-. ¿Qué le han hecho a mi niña?

«Cosas atroces, innombrables.» Pero Luke tampoco dijo eso en voz alta.

– Han expresado su voluntad de verle la cara y la forense se lo permitirá, pero, por favor, céntrense en otras partes de su cuerpo. Las manos, los pies, cualquier marca de nacimiento o cicatriz que recuerden. -Luke sabía que la espera sólo estaba sirviendo para empeorar las cosas, por lo que apretó el botón del intercomunicador-. Estamos preparados, doctora Berg.

Desde el otro lado del cristal, Felicity abrió las cortinas. El señor Knight tenía los ojos cerrados con fuerza.

– Señor Knight -dijo Luke con voz suave-, cuando quiera, nosotros estamos preparados.

Con los dientes apretados, el hombre abrió los ojos, y el grito ahogado que brotó de su garganta le partió el corazón a Luke. Felicity había cubierto el torso de la chica con una sábana más pequeña para permitir que la víctima conservara toda la dignidad posible. Y para evitar a los padres todo el dolor posible.

– Oh, Kasey -musitó Knight-. Niña, ¿por qué no nos hiciste caso?

– ¿Cómo sabe que es su hija, señor?

Knight casi no podía ni respirar.

– Tiene una cicatriz en la rodilla de una vez que se cayó de la bicicleta. Y tiene el tercer dedo del pie más largo que los demás. Y en el pie izquierdo tiene un lunar.

Luke asintió y Felicity corrió las cortinas. El señor Knight se arrodilló delante de su esposa y la miró a los ojos. Por las mejillas de ella rodaban lágrimas.

– Es Kasey. -Pronunció las palabras con un gemido, y la mujer se inclinó hacia delante y lo rodeó con los brazos. Su silencioso llanto se transformó en sollozos y se dejó caer del sofá para arrodillarse al lado de su esposo. A los sollozos de ella se unieron los de él, y se mecieron abrazados el uno con el otro, juntos en su dolor.

– Los espero en el vestíbulo -dijo Luke con torpeza. Los Knight le recordaban a sus padres. Llevaban casados casi cuarenta años; se habían convertido en un baluarte el uno para el otro, capaces de resistir las crisis que se cruzaran en su camino. Luke los quería con locura, y al mismo tiempo los envidiaba. Ahora, al oír los ahogados gritos de dolor procedentes de la sala de reconocimiento, Luke se compadeció de los Knight, pero al mismo tiempo los envidiaba. Él no había encontrado en el mundo una mujer en quien confiara lo suficiente para mostrarse ante ella en un estado así, sin barreras, con el alma desnuda. Nunca había conocido a una mujer que creyera que podía entenderlo.

Hasta que había conocido a Susannah. «Pero ella no quiere estar con nadie.» No; eso no era cierto. Lo que ocurría era que no confiaba en nadie. No; eso tampoco era cierto. Ese día había confiado en él, había acudido en su busca cuando estaba asustada. Se había apoyado en él en el cementerio.

Susannah no confiaba en sí misma. Oyó los sollozos tras de sí y pensó en las manchas marrones de la bata de Daniel. «Son del maquillaje de Susannah.» Era una buena señal.

Los sollozos cesaron y la puerta se abrió, y el señor Knight se aclaró la garganta.

– Ya estamos en condiciones de hablar con usted, agente Papadopoulos.

La señora Knight levantó la cabeza, tenía el semblante transfigurado.

– ¿Han cogido al hombre que ha hecho eso?

– No a todos.

Los Knight se estremecieron.

– ¿Hay más de uno? -preguntó el señor Knight, horrorizado.

Luke pensó en las fotografías del archivo llamado «Arvejilla».

– Conocemos la identidad de dos. Ambos están muertos.

– ¿Han sufrido? -Preguntó la señora Knight con los dientes apretados.

– No lo suficiente -respondió Luke-. Seguimos buscando al tercero.

– ¿Hay muchos agentes encargados de este caso? -quiso saber Knight.

– Más de una docena, sin contar al personal encargado de responder las llamadas telefónicas de toda la gente que quiere dar información. Ahora, si no les importa, me gustaría hacerles unas preguntas.

Los Knight se irguieron en sus asientos.

– Claro -respondió el señor Knight-. Estamos listos.

– ¿Se relacionaba Kasey con alguien que les preocupara? Chicos, compañeros de colegio…

La señora Knight suspiró.

– En su momento la policía nos preguntó lo mismo. Había un grupo de chicas que eran amigas suyas desde cuarto curso. La noche en que desapareció había ido a una fiesta de pijamas. Las chicas explicaron que se habían acostado y que cuando se levantaron ella ya no estaba.

– A la policía le pareció raro -prosiguió el señor Knight con aire cansino-. Pero no consiguieron que ninguna de las chicas contara qué ocurrió.

– Dígame sus nombres.

– ¿Quiere hacerles hablar? -preguntó la señora Knight con voz cada vez más débil.

– Pienso hablar con ellas -dijo Luke-. Aquí tienen mi tarjeta. Si tienen preguntas, no duden en llamarme. Y yo les llamaré a ustedes en cuanto disponga de más información.

El señor Knight se puso en pie. Estaba demacrado.

– Queremos darle las gracias. Por lo menos ahora podremos enterrar a nuestra hija.

Ayudó a su esposa a ponerse en pie y la mujer se apoyó en él.

– Necesitamos confirmar la identidad. ¿Han traído los artículos que les pedí?

La señora Knight asintió, temblorosa.

– Las cosas de Kasey están en el coche.

– Entonces los acompañaré.

Luke lo hizo y esperó a que el señor Knight abriera el maletero.

– Sé que no sirve de nada que se lo diga, pero lo siento muchísimo.

– Sí que sirve -musitó la señora Knight-. Usted se preocupa. Lo encontrará. Encontrará al hombre que le ha hecho eso a nuestra Kasey; el que aún está en libertad. ¿Verdad? -añadió con brusquedad.

– Sí.

Luke introdujo las pertenencias de la hija del matrimonio en la caja de zapatos que sostenía y los observó marcharse. Pensó en los cuatro cadáveres sin identificar que había en el depósito, en las cinco chicas a quienes aún no habían encontrado y en la desconocida que yacía en la cama del hospital.

«Tengo que encontrarlo.»

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