Capítulo 23

Atlanta,

lunes, 5 de febrero, 11:05 horas

– Odio este trabajo -masculló Luke. Llevaba un rato contemplando la puerta del Cuarto Oscuro y aun sin haber entrado sentía claustrofobia. Entonces la puerta se abrió y Luke retrocedió dando un respingo.

Nate, sorprendido, se detuvo en la puerta. En la mano llevaba un termo vacío que antes contenía café.

– No hagas eso -lo reprendió con voz tensa-. Ha estado a punto de darme un infarto.

Luke miró el termo.

– ¿Cuántos cafés te has tomado, tío?

– Demasiados y no los suficientes. ¿Qué haces tú aquí?

– Vengo a ver los discos duros de Mansfield, los archivos llamados «Arvejilla». Tenemos la esperanza de que aparezca el hombre a quien Monica Cassidy oyó hablar con Granville.

– El thích misterioso. Prepararé más café.

Luke vaciló. De repente sentía una opresión tan grande en el pecho que casi no podía respirar.

– Si te quedas ahí plantado no lo descubrirás -dijo Nate en tono quedo-. Te costará menos respirar una vez dentro.

Luke levantó la cabeza y observó los apesadumbrados ojos de Nate.

– ¿A ti también te pasa?

– Todos los putos días.

«Y una parte de su ser va muriendo poco a poco.»

– Que sea fuerte el café -dijo Luke.

Entró en la sala y preparó los archivos llamados «Arvejilla». Le costó más que la primera vez porque ya sabía lo que iba a encontrar. Se preparó para que las brutales imágenes no le afectaran y se centró en los detalles; el fondo, las sombras, cualquier cosa que pudiera pertenecer a las personas que ocupaban el despacho de aquella nave. Cualquier cosa excepto las víctimas y su sufrimiento.

Claro que era imposible desvincular lo uno de lo otro. Ese era el problema. Y eso era también lo que lo convertía en un buen profesional de aquel condenado trabajo; Luke era muy consciente de ello.

La puerta se abrió y se cerró tras él, y Nate depositó una gran taza humeante de café sobre el escritorio.

– ¿Qué buscas exactamente?

– A un hombre, suponemos que de unos sesenta años. Monica dijo que Granville le había preguntado cómo hacía el VG para destruir a sus prisioneros. También dijo que el hombre le había dado una bofetada a Granville por preguntárselo.

– Es una respuesta emocional. Crees que era un soldado, ¿no? Puede que lo hicieran prisionero.

– Puede. Susannah le oyó a Granville mencionarlo cuando ella era pequeña, o sea que entonces debía de vivir cerca de Dutton. He traído fotos sacadas del vídeo del funeral de Sheila Cunningham. Susannah dijo que la ciudad en pleno estaba allí.

Le mostró las fotos.

– Joder, la mitad tienen más de sesenta años, Luke.

– Sí. Parece que todo aquel con un poco de sesera se marcha de allí en cuanto acaba los estudios secundarios.

– ¿Y te extraña?

Luke separó las fotos en las que aparecían hombres mayores y las sujetó con chinchetas a la pizarra que había justo encima del monitor.

– Podríamos estar buscando a cualquiera de esos hombres, y Granville estuvo en contacto con él cuando era un adolescente. Lo considera una figura religiosa.

– La historia budista.

– Sí. -Luke frunció el entrecejo-. Solo que en Dutton no hay ninguna congregación budista. Lo he comprobado.

– No tiene por qué ser un monje de verdad -repuso Nate.

– Solo tenía que tener acceso a un adolescente sin que eso despertara sospechas.

– Lo que quiere decir que podría ser un profesor, un predicador, un médico… Los sospechosos habituales.

– Y tenía que vivir en Dutton cuando Susannah era pequeña. Tengo la lista de los habitantes, de cuando el sábado estuve buscando a los Bobbys. -Luke ojeó la lista que había estado examinando con detalle la noche anterior, mientras Susannah dormía y él no podía conciliar el sueño-. He comprobado si alguno de los hombres de más de cincuenta años ha sido militar.

Nate lo miró, sorprendido.

– ¿Cuándo has hecho eso?

– Anoche. Estaba en ello cuando me llamaste para decirme que habías encontrado a las hermanas de Becky en la red.

La mirada de Nate se ensombreció.

– ¿Alguno estuvo en Vietnam?

– Ninguno. Si hubiera descubierto eso, ayer mismo habría venido echando leches.

En vez de eso, se había entregado a los brazos de Susannah y había tomado el consuelo que su cuerpo le ofrecía. Se había concedido una tregua. La necesitaba más de lo que había creído.

– La cuestión es que has venido. -Nate le ofreció una silla-. Empecemos. Cuatro ojos ven más que dos.

Luke le dirigió una mirada de reconocimiento.

– Gracias.


Charlotte, Carolina del Norte,

lunes, 5 de febrero, 11:45 horas

Harry Grimes se sentó junto a la técnica de la policía científica Mandy Penn y observó las imágenes granulosas recuperadas del cajero automático que se encontraba frente a la cafetería Mel's, de donde se habían llevado a Genie Cassidy.

– ¿Qué buscas exactamente? -preguntó Mandy.

– No estoy seguro. -Harry se inclinó sobre las imágenes congeladas-. Ese es el Volvo del secuestrador entrando en el aparcamiento. Ahí hay otro coche. Está parado, observando.

– Es un Ford Crown Victoria -reconoció Mandy. A lo lejos, dos figuras luchaban cuerpo a cuerpo. La más pequeña fue a parar detrás del Volvo. En todas las imágenes el Crown Victoria aparecía en la misma posición, y Mandy emitió un quedo silbido-. Tienes razón, Harry. Está observando.

– ¿Puedes ampliar la matrícula?

– Puedo intentarlo. -Mandy accionó el zoom, enfocó la imagen y se recostó en la silla, satisfecha-. Ahí tienes.

– Excelente. -Él aguzó la vista-. ¿Está hablando por el móvil el tío del Crown Victoria?

– Eso parece. Tal vez llamara al 911.

– Nadie llamó al 911 desde ese lugar, lo he comprobado. ¿Puedes investigar la matrícula?

Mandy lo hizo y se quedó muda, con los ojos como platos.

– No estaba llamando a la policía. Es policía.

Harry miró la pantalla estupefacto.

– Paul Houston, del Departamento de Policía de Atlanta. Estaba ahí sentado tan tranquilo mirando cómo raptaban a Genie Cassidy.

– Puede que le robaran el coche.

– Eso espero. Gracias, Mandy. -Harry empezó a caminar hacia su escritorio-. Te debo una.


Springdale,

lunes, 5 de febrero, al mediodía

Talia aparcó frente a la casa que pertenecía a Carl Linton, el padre de Marcy Linton.

– ¿Estas lista para esto, Susannah?

Susannah se quedó mirando la casa.

– Darcy me dijo que era de Queens, y que su padre les pegaba a ella y a su madre. Que se había escapado de casa.

– Los Linton denunciaron su desaparición cuando tenía diecinueve años.

– Para entonces ya estaba en Nueva York. Yo la conocí al cabo de dos años. ¿Por qué se marcharía de casa? ¿Por qué me elegiría a mí?

– Si nos quedamos aquí sentadas no lo descubriremos -dijo Talia-. Vamos.

Talia llamó a la puerta y acudió a abrir un hombre mayor que ellas con el pelo entrecano.

– ¿El señor Linton? -preguntó Talia.

– Sí. -Se quedó mirando a Susannah con el entrecejo fruncido-. ¿Qué quieren?

– Soy la agente especial Talia Scott, de la Agencia de Investigación de Georgia. Ella es Susannah Vartanian, ayudante del fiscal del distrito en Nueva York. Necesitamos hablar con usted.

El hombre las miró con más ceño, pero abrió la puerta.

– Pasen.

En esos momentos una mujer salía de la cocina. Se quedó petrificada.

– Usted es Vartanian, la hemos visto en las noticias. Le disparó a una mujer, a la que raptó a todas esas niñas.

– Sí, señora.

– ¿Qué hace aquí? -preguntó Carl Linton con voz más áspera. Talia ladeó la cabeza, sólo un ápice.

– Tenemos que hablarles de su hija Marcy.

Los Linton ahogaron sendos gritos.

– Siéntense -las invitó Carl.

Talia tomó las riendas.

– ¿Volvieron a saber algo de Marcy después de denunciar su desaparición?

– No -respondió Carl-. ¿Por qué? Por el amor de Dios, díganos de qué va todo esto.

– Su hija está muerta, señor -dijo Susannah enseguida-. Lo siento.

De repente los padres se dejaron caer.

– ¿Cómo es posible? -susurró la señora Linton.

Talia asintió y Susannah respiró hondo.

– Yo me crié en Dutton.

– Ya lo sabemos -repuso Carl con frialdad.

– Luego me marché a estudiar a Nueva York y allí conocí a una chica que decía llamarse Darcy Williams. Nos hicimos amigas. Ella me contó que era de Queens y que se había escapado de casa porque su familia la maltrataba. Hoy he visto una foto de Marcy en el anuario de su escuela y me he dado cuenta de que era la misma chica a quien yo llamaba Darcy. A Darcy la asesinaron.

– ¿La asesinaron? -La señora Linton se había puesto muy pálida-. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?

– Un hombre le dio una paliza. -A Susannah se le revolvió el estómago al observar el dolor en los rostros de los Linton-. Estábamos en un hotel de la ciudad, y cuando la encontré… ya era demasiado tarde. De eso hace seis años; fue el 19 de enero. Su asesino confesó el crimen y está cumpliendo condena. Lo siento mucho. Si hubiera sabido que ustedes eran su familia real, se lo habría dicho hace años.

Carl negó con la cabeza; sus ojos traslucían incredulidad.

– ¿Por qué le habría contado Marcy todas esas mentiras?

– Creernos que le pagaron por ello -respondió Talia en tono quedo-. O que le obligaron.

A la señora Linton le temblaban los labios.

– ¿Dónde está ahora?

– En un cementerio, a una hora hacia el norte de Nueva York. Es un sitio bonito, tranquilo. -Susannah notó que se le arrasaban los ojos de lágrimas y se esforzó por no derramar ni una-. Yo creía que no tenía familia.

– La ayudante del fiscal Vartanian costeó su entierro -explicó Talia con amabilidad.

– La querernos aquí -soltó Carl, con tanta hostilidad que Susannah no pudo por menos que pestañear, perpleja.

– Claro. Lo arreglaré inmediatamente.

Talia posó una mano sobre la de Susannah.

– Sólo un momento -dijo sin alterar la voz-. A la ayudante del fiscal Vartanian también la agredieron la misma noche que asesinaron a su hija. Después pagó el entierro de su hija de su propio bolsillo creyendo que no tenía familia.

La mandíbula de Carl se puso más dura que una piedra.

– La queremos aquí -dijo, poniendo énfasis en cada una de las palabras.

– Comprendo su dolor, señor -dijo Talia-, pero me gustaría entender por qué se muestra tan hostil.

De repente Carl se puso tieso.

– Nos quitan a nuestra hija, la fuerzan a hacer Dios sabe qué, luego la matan, ¿y encima tiene la cara dura de criticarme?

– No lo critico -protestó Talia.

– ¡Y una mierda! -En un arrebato, Carl se puso en pie y señaló a Susannah con su dedo trémulo-. Mi hija tenía un futuro por delante, pero su padre se lo arrebató. Luego la conoció a usted y ahora resulta que está muerta. ¿Qué quiere? ¿Qué encima le esté agradecido por el entierro? Váyase al cuerno.

Susannah se quedó estupefacta.

– ¿Qué tenía que ver mi padre con su hija?

Carl tenía los brazos en jarras y las mejillas encendidas.

– No haga ver que no lo sabe. No haga ver que se preocupaba por ella. Ya he tenido suficiente de los Vartanian, para toda la puta vida. -Salió hecho una furia y estampó la puerta de entrada con tanta fuerza que tembló toda la casa.

Susannah se quedó mirando la puerta, no se le ocurría una sola cosa que pudiera decir.

La señora Linton permaneció donde estaba; Susannah fue incapaz de dilucidar si el motivo era que así lo había escogido o que el temblor no le dejaba moverse.

– Señora Linton -prosiguió Talia con suavidad-. ¿Qué relación había entre su hija y el juez Vartanian? He comprobado sus datos y nunca la detuvieron ni la citaron ante el tribunal.

– Era menor -musitó la señora Linton-. Su informe era secreto.

– ¿Qué delito cometió? -quiso saber Talia.

La mirada de la señora Linton se encendió.

– Prostitución callejera. No era verdad, era una buena estudiante. Cuando salía de la escuela daba clases a niños más pequeños. Sus profesores decían que ganaría muchas becas. Pero la detuvieron y le arruinaron la vida porque nosotros no pudimos pagar la fianza.

Talia frunció el entrecejo.

– ¿Prostitución callejera?

– Sí -respondió la señora Linton con amargura-. Exactamente eso. Estuvo seis meses encerrada en un centro de menores. Menos no pudimos.

Un escalofrío recorrió la espalda de Susannah.

– ¿Menos no pudieron? ¿Menos qué?

– Tiempo -le espetó la señora Linton-. Su padre la condenó a dos años, y ella solo tenía dieciséis. Su padre nos pidió dinero a cambio de sacarla de allí. Hipotecamos la casa pero no le pareció suficiente, nos dijo que seguiría encerrada por lo menos un año.

Susannah miró a Talia, compungida. Ella sabía que aquello era cierto, sabía lo que estaba pasando pero era demasiado joven para actuar. Ahora veía las consecuencias de la forma de obrar de su padre. «No; no me doy cuenta ahora. Llevo seis años viendo las consecuencias. Cada vez que cierro los ojos y se me aparece Darcy muerta en un charco de su propia sangre.»

Talia le dio unas palmadas en la mano y volcó toda su atención en la madre de Marcy.

– Señora Linton, esto es importante. Dice que la condenaron a dos años pero que le pagaron al juez suficiente dinero para que le rebajara la pena a un año. En cambio, Marcy estuvo en ese centro solo seis meses. ¿Qué ocurrió?

La señora Linton escrutaba a Susannah con indecisión.

– Alguien relacionado con la justicia juvenil le ayudó. Hubo otro juicio, con otro juez. Él la dejó libre; ya había cumplido la condena.

– ¿Quién era el juez, señora Linton? -preguntó Susannah, aunque ya sabía la respuesta.

– El juez Borenson. Ya está jubilado.

Talia soltó un resoplido.

– ¿Cuándo fue el segundo juicio, señora?

– Hace casi trece años.

A Susannah la respuesta le sentó como una patada.

– No es una coincidencia -susurró.

– Estoy de acuerdo -musitó Talia-. Señora Linton, ¿quién ayudó a su hija para que tuviera otro juicio?

– Un abogado de oficio. -Paseó la mirada de Talia a Susannah-. Uno distinto al de la primera vez. Se llamaba Alderman.

Susannah cerró los ojos.

– También fue el abogado de Gary Fulmore.

– Murió poco después de que dejaran libre a Marcy -dijo la señora Linton-. Tuvo un accidente de coche.

– Señora Linton -prosiguió Talia-, ¿alguna otra persona tuvo algo que ver con que dejaran a su hija en libertad?

– No, no lo creó, pero se lo preguntaré a mi marido. Ha salido a dar un paseo; lo hace siempre que lo de Marcy lo supera. Se lo preguntaré cuando vuelva.

– Gracias -dijo Talia-. Aquí tiene mi tarjeta. Por favor, llámeme si recuerda algo más, por insignificante que le parezca. No hace falta que nos acompañe a la puerta.

Susannah siguió a Talia y se volvió cuando la señora Linton la llamó.

– ¿Sí, señora?

– Gracias -dijo la señora Linton con la voz tomada-. Gracias por enterrar a mi hija en un sitio bonito.

A Susannah se le atoró la garganta.

– De nada. Me aseguraré de que cuando la trasladen aquí el sitio también sea bonito. Elíjalo usted misma y hágamelo saber.

Susannah esperó a que Talia pusiera en marcha el coche, consciente de que la señora Linton las observaba por la ventana.

– Vamos a Main Street -dijo-. Pero primero tenemos que salir de la ciudad.

– ¿Qué hay en Main Street? -quiso saber Talia.

– La casa de mis padres. Vamos, rápido; antes de que me arrepienta.


Charlotte, Carolina del Norte,

lunes, 5 de febrero, 12:05 horas

Harry todavía no se había recuperado de la impresión al descubrir que un policía de Atlanta había estado contemplando el secuestro de Genie Cassidy. Llamó a la persona que confiaba en que podría orientarlo sobre una situación tan delicada.

– Steven. Soy Harry.

– Hola. Precisamente estaba a punto de llamarte.

A Harry le dio un vuelco el corazón.

– ¿Has encontrado al doctor Cassidy en el lago Gordon?

– Solo el coche. Ahora estamos inspeccionando la costa. ¿Qué pasa, Harry?

– Dios, Steven. Estoy metido en un lío. -Le explicó a su antiguo jefe lo del Crown Victoria.

– Santo cielo, Harry. ¿Estás seguro?

– ¿De que el coche es de Houston? Sí. Lo que no puedo es decirte quién estaba sentado al volante.

– ¿Has llamado a la policía de Atlanta?

– Todavía no. No sabía por dónde empezar. Podría telefonear a la administración y preguntar por el jefe de Paul Houston, pero es posible que él le pregunte directamente. Si Houston está implicado, no quiero arriesgarme a alertarlo. También podría llamar a asuntos internos, pero… Joder, Steven.

Steven guardó silencio un momento.

– ¿Confías en ese Papadopoulos?

– Sí, creo que sí. Al menos más que en asuntos internos.

– Entonces llámalo a él y explícale lo que has descubierto. Que sea él quien capee el temporal.

– Eso parece de cobardes.

– Bueno, la otra opción es avisar a asuntos internos.

– Llamaré a Papadopoulos.

– Ya me lo parecía. Llámame si necesitas algo más.


Springdale,

lunes, 5 de febrero, 12:25 horas

Talia aguardó a que estuvieran en la carretera principal.

– ¿Por qué vamos a casa de sus padres, Susannah?

– Mi padre guardaba muchos informes. Borenson lo visitaba a menudo, se hacían favores mutuos.

– Pero en el caso de Marcy, Borenson cambió la resolución de su padre.

– Justo después de presidir el juicio de Gary Fulmore, y sabemos que se jugó sucio. A mi padre no debió de hacerle ninguna gracia que anulara su decisión.

– ¿Recuerda oírles discutir?

– No. Pero cuando encontraron a Alicia Tremaine muerta, mi madre supo de algún modo que Simon estaba implicado. Fue a ver a Frank Loomis y le pidió que arreglara las cosas. Por eso le tendió una trampa a Gary Fulmore, un vagabundo que resultó estar en el lugar menos apropiado en el momento equivocado y que andaba demasiado drogado para reparar en lo que estaba pasando. Alderman fue el abogado defensor de Fulmore. Las únicas pruebas con que contaba Loomis eran un anillo de Alicia que al parecer habían encontrado en el bolsillo de Fulmore y un poco de sangre en su ropa. El caso hacía aguas por todas partes y el juez Borenson debió de darse cuenta. Tuvo que darse cuenta.

– A Fulmore lo condenó un jurado, Susannah. Puede que Borenson no tuviera nada que ver.

– Las dos sabemos que los jurados condenan a los acusados en función de las pruebas a que tienen acceso. Quién sabe si Borenson permitió que Alderman presentara las cosas a su manera.

– Y unos meses más tarde Alderman vuelve a presentarse ante Borenson y consigue que liberen a Marcy Linton.

– Me pregunto si Alderman sabía que el caso de Fulmore estaba amañado y amenazó a Borenson de algún modo. -Susannah sacó su portátil del maletín-. Me pregunto cuántos casos ganó Alderman desde que representó a Marcy hasta que ella murió. -Talia seguía conduciendo mientras ella buscaba-. Al parecer defendió a cinco personas entre el segundo juicio de Marcy Linton y su muerte. En dos de los casos se las vio con Borenson y los ganó. Los otros tres los perdió.

– Eso no demuestra nada -dijo Talia-. Además, no podemos interrogarlo. Está muerto.

– Supongamos que Alderman supiera algo… ¿Por qué no lo utilizó para liberar a Fulmore? La cuestión era de mayor importancia y él habría obtenido mucho más prestigio.

– O bien Alderman no lo supo hasta después del juicio o decidió compensarlo con otros casos.

– Eso creo yo. -Susannah se puso tensa cuando a lo lejos divisó el que había sido su hogar. La bilis le subió a la garganta y se le oyó tragar saliva con decisión.

Talia volvió a mirarla, con expresión preocupada.

– ¿Está bien?

– No. Pero entraremos de todos modos. Porque aunque fuera cierto que Alderman tenía información sobre el hecho de que Borenson estaba actuando de forma deshonesta en el juicio, eso no explica la muerte de Darcy ni por qué el thích de Granville estuvo en la nave durante las últimas semanas. De algún modo las cosas guardan relación; estoy segura.

– Mi intuición me dice que tiene razón. Espero que encontremos algo concreto en lo que apoyarnos.

– Mi padre guardaba información detallada de todo, y tanto Daniel como yo conocemos la mayoría de sus escondrijos. Sabía que en algún momento tendría que venir a buscarlos, solo lo he estado retrasando igual que Luke retrasa el momento de tener que ver las fotos del disco duro de Mansfield.

– ¿Tiene la llave? -preguntó Talia.

Susannah asintió con aire sombrío.

– Frank Loomis me la dio después del funeral de mis padres.

Talia suspiró.

– Llamaré para avisar de que estamos aquí y luego empezaremos a buscar.


Bobby se quedó petrificada con la mano en el marco de un cuadro carísimo colgado en el salón de la planta superior. Había encontrado cuatro cajas fuertes detrás de cuadros igualmente valiosos repartidos por toda la casa, y otra más en el suelo del dormitorio del juez. Soltó el cuadro al oír cerrarse las puertas de un coche.

Eran voces de mujeres. Se acercó con sigilo a la ventana y asintió satisfecha. Una de ellas había asistido a la rueda de prensa el día anterior; estaba en la tarima, al lado de las víctimas. Era del GBI. La otra era nada más y nada menos que Susannah.

Un escalofrío recorrió la espalda de Bobby. Se estaba preguntando cómo se las arreglaría para obligar a Susannah a abrir las cajas fuertes y de repente ella aparecía por allí, como caída del cielo. Tendría que deshacerse de la agente, pero para eso servían las pistolas. Además, Bobby estaba bien provista gracias a la colección de armas que había encontrado en el ático mientras buscaba reliquias. Había pistolas sin número de serie, navajas, armas eléctricas; todo escondido detrás de metros y metros de guirnaldas navideñas.

Alabado sea Dios.


Atlanta,

lunes, 5 de febrero, 12:25 horas

Luke fue maximizando cada una de las fotos del archivo «Arvejilla» de Mansfield. Una hora después, todo cuanto había visto era a Granville y a las víctimas. Cuántas víctimas. Tenía que centrarse en los detalles del fondo para evitar perder la cordura.

– Tomó las imágenes con una cámara oculta -dijo Luke en voz alta, sólo para oírse a sí mismo en lugar de los gritos que imaginaba brotando de la garganta de cada una de las víctimas mientras las torturaban.

– Granville aparece vestido de formas diferentes, según la estación -observó Nate-. El ángulo desde el que están tomadas las imágenes también cambia. Me pregunto dónde habría ocultado Mansfield la cámara.

– Me apuesto cualquier cosa a que estaba en un bolígrafo que llevaba en el bolsillo. Casi todos los planos son del torso y los zapatos de Granville. Ojalá las imágenes llevaran la fecha, así podríamos centrarnos en las de las últimas dos semanas.

– Ese es el problema de todos los archivos. Las imágenes aparecen por orden de preferencia, no por la fecha. Será difícil averiguar cuándo las tomaron y qué edad tienen ahora las chicas.

Luke se irguió al percatarse de un detalle de la imagen siguiente.

– Espera.

Nate se inclinó hacia delante y aguzó la vista. En una esquina de la imagen aparecían unos pantalones; eran de hombre, y tenía las piernas dobladas por las rodillas.

– Quienquiera que sea está sentado.

– Pero mira los zapatos. -Luke los señaló con el bolígrafo-. Las suelas.

Nate ahogó un grito.

– Una es más gruesa que la otra. Es calzado especial.

Luke repasó mentalmente la imagen de todos los hombres de la ciudad y ya había sacado conclusiones antes de levantar la cabeza y mirar las fotografías colgadas en la pizarra, por encima del monitor. Señaló al trío de la barbería, los tres hombres sentados en sendas sillas plegables junto a la tumba de Sheila Cunningham.

– El del extremo, el que tiene el bastón. Se llama Charles Grant. Era el profesor de inglés de Daniel. -Marcó rápidamente el número de Chloe-. Soy Luke. Creo que hemos identificado al hombre a quien Monica Cassidy oyó en la nave. Es Charles Grant.

– ¿Grant? -repitió Chloe, estupefacta-. ¿El profesor de Daniel? ¿El que nos proporcionó información sobre Mack O'Brien?

– Justo cuando la necesitábamos -dijo Luke con amargura-. Igual que en el caso de Kate Davis, alias «Rocky».

– A Daniel esto lo va a matar -exclamó Chloe.

– Precisamente tenemos que avisarle para que eso no pase -se limitó a responder Luke-. Necesito una orden judicial.

– ¿Tienes una imagen clara?

– De la cara no -confesó Luke-. Solo de los zapatos.

– No sé si puedo conseguir una orden basándome en unos zapatos, Luke.

– Mierda, Chloe…

– Luke -le avisó Nate. Había seguido abriendo fotos-. Mira.

El ángulo de la cámara era distinto.

– Espera -dijo, y amplió la imagen-. ¿Qué te parece una empuñadura igual a la del bastón que Charles Grant llevaba en el funeral de Sheila Cunningham?

– Mucho mejor. Sal hacia Dutton. Para cuando llegues allí ya dispondrás de la orden.

– Gracias, Chloe. -Luke colgó; luego marcó el número de Chase y lo puso al corriente.

– Buen trabajo -lo felicitó Chase-. Me pondré en contacto con Germanio. Ya deben de haber llegado al cementerio y con suerte Grant también estará allí. Germanio puede encargarse de vigilarlo mientras tú registras su casa. Es posible que Bobby se esconda allí. Ah, y Luke, acabo de hablar con el agente de Carolina del Norte, Harry Grimes. Dice que lleva una hora intentando localizarte en el móvil.

– En el Cuarto Oscuro no hay cobertura.

– Ya se lo he dicho. No ha querido explicarme nada a mí, sólo ha dicho que era urgente.

– Ahora lo llamaré. Chase, ¿sabes algo de Talia y Susannah?

– Sí, están bien. Márchate ya.

Luke se volvió hacia Nate.

– ¿Puedes mandarle las fotos a Chloe para que solicite la orden?

– Ya lo he hecho, acabo de enviarle un e-mail. Vete. Y buena suerte.

– Gracias.

Luke echó un vistazo al móvil y vio las seis llamadas perdidas de Harry Grimes. Marcó su número mientras bajaba corriendo la escalera, camino de su coche.

– Harry. Soy Luke Papadopoulos.

– Tengo noticias. La cuestión es delicada y no sabía a quién confiársela.

– ¿Qué pasa?

– He encontrado un vídeo del secuestro de Genie Cassidy. Alguien lo estuvo observando todo desde un Crown Victoria con una matrícula registrada a nombre de un policía de Atlanta. Se llama Paul Houston.

– ¿Un policía? -Luke no tenía tiempo de pararse a pensar, pero aun así logró encajar una gran pieza del puzle-. Dios mío. Ahora lo entiendo.

– ¿El qué? -preguntó Harry.

– Todo. -Ahora sabía por qué Bobby había podido obligar a la enfermera Jennifer Ohman a mantener a Monica callada y había logrado que el enfermero intentara matar a Ryan Beardsley; tal vez incluso por ese mismo motivo hubiera conseguido que Leigh Smithson la ayudara. Bobby estaba compinchada con un policía. Un policía debía de disponer de información sobre asuntos de drogas y otros trapos sucios, y si era deshonesto, podía utilizarla para hacer chantaje-. Tengo entre manos una misión urgente. Necesito que vuelva a llamar a mi jefe enseguida y le cuente lo que me ha contado a mí. Gracias, Harry. Le debemos una.

– Me alegro de servir de ayuda. Buena suerte.

«Sí -pensó Luke en el momento en que llegaba al coche-. Voy a necesitarla.»


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:00 horas

Susannah se sentó en la silla de su padre, frustrada.

– Sé que guardaba información de todo, Talia, pero no la encuentro en ninguna parte. Me estoy equivocando en algo. Debió de guardarla donde no pudieran dar con ella fácilmente. -Cerró los ojos-. Recuerdo haberme escondido en la escalera cuando era pequeña. Sabía que mi padre se reunía con gente en este despacho. Ya entonces era consciente de que algo no iba bien.

– Era una niña -dijo Talia con suavidad-. No podía hacer nada.

– Ya lo sé, igual que ahora sé que no tengo la culpa de que mataran a Darcy. Una cosa es saber lo que ocurre y otra ser responsable de ello. -Susannah mantuvo los ojos cerrados-. Me sentaba en el último peldaño a escuchar. Por fin la visita se marchaba y mi padre… bueno, Arthur cerraba la puerta con llave.

– ¿Qué hacía su padre después?

– Volvía a su despacho. Una vez me armé de valor y bajé en silencio la escalera para oírles mejor. Oí que arrastraban algo y luego un chasquido. -Miró alrededor de la habitación y se acabó fijando en la mullida alfombra persa que cubría el suelo enmoquetado desde que ella tenía uso de razón. Sabía que en el suelo del dormitorio de sus padres había oculta una caja fuerte, pero allí había listones de madera y no una moqueta. Aun así… Se acercó a la alfombra y tiró de una esquina.

– No ha hecho ruido -observó Talia sin pasar de la puerta-. Tire más fuerte.

Susannah lo hizo y la alfombra hizo un ruido como de arrastre al enrollarse.

– Ese es. -Se puso de rodillas y examinó la alfombra-. Menuda artimaña. Debajo la moqueta está cortada. -Levantó el pedazo suelto con cuidado-. Otra caja fuerte.

– ¿Sabe cómo abrirla? -preguntó Talia.

– Es probable, si logro pensar con claridad. Arthur solía utilizar fechas de cumpleaños de familiares para las claves. Se creía muy listo y pensaba que nunca lo averiguaríamos. -Probó con la fecha del cumpleaños de su madre, luego la de Simon; después, todas las que fue recordando: abuelas, abuelos, tíos y tías. Ninguna funcionó.

– Puede que para esta utilizara algo diferente -apuntó Talia-. No una fecha de cumpleaños.

– Puede, pero era un hombre de costumbres. Al menos me inculcó algo honrado en la vida.

Entonces cayó en la cuenta.

– Honrado -volvió a musitar; introdujo la combinación y la puerta se abrió-. El cumpleaños de Daniel. Cuando se entere, le sentará como una patada.

«El juez utilizó la fecha de cumpleaños del único hombre a quien no consiguió sobornar pero que se torturaba a sí mismo por los pecados cometidos por su padre.»

Arthur consideraba a Daniel débil. «Y a mí también.» Se equivocaba, pensó mientras sacaba varios libros de contabilidad y diarios. «Bingo.»

Talia se sentó en el suelo, a su lado.

– Ahí debe de haber información de treinta años. ¿Por qué no lo guardó en la caja de seguridad de un banco?

– No le merecían confianza. Marcy debe de aparecer en este diario. -Lo hojeó y dio con lo que buscaba-. Dios mío. Les pidió a los Linton setenta y cinco mil dólares. No me extraña que no pudieran reunir el dinero.

– ¿Y qué pasó con Borenson? -preguntó Talia.

– Joder -pasó el dedo por la página a medida que leía-. Dice que el «chulo» de la chica se interpuso y amenazó a Borenson, y que él «se encogió como un caracol».

– ¿Chulo? -repitió Talia-. ¿O sea que sí que era prostituta?

– Eso parece. -Susannah siguió leyendo-. Marcy era prostituta, pero no sólo vendía sexo. Dice que elegía a hombres mayores y ricos a quienes les gustaban jovencitas, los seducía y luego los amenazaba con contárselo todo a sus esposas si no le pagaban lo que les pedía. Ella le entregaba el dinero a su jefe y él le daba una parte. -Miró a Talia a los ojos-. Bobby hacía lo mismo en Atlanta, se pasó años así. Chloe le dijo a Garth Davis que habían encontrado listados con las operaciones.

– Otro vínculo -musitó Talia-. ¿Dice su padre quién era el jefe de Darcy?

Susannah siguió leyendo. Luego volvió atrás y leyó lo mismo otra vez. Al final se quedó mirando la página, estupefacta.

– Pone que el jefe de Marcy era Charles Grant. No… No tiene sentido.

– Sí que lo tiene. Chase me ha llamado por el camino. Luke ha descubierto a un hombre en una de las fotos que Mansfield tomó en la nave. Lleva bastón, como Charles Grant.

Susannah entornó los ojos con suspicacia.

– ¿Por qué no me lo ha dicho?

– Porque estaba tan pálida que creía que iba a desmayarse, y cuanto más nos acercábamos a esta casa, más palidecía. He pensado que era mejor que fuera asimilando cada cosa a su tiempo.

– Tiene razón, supongo. Pero ¿Charles Grant? -Aún no podía creerlo-. Era el profesor favorito de Daniel. Y de todo el mundo.

– Puede que también sea un asesino. ¿Qué más pone en el diario, Susannah?

Susannah siguió leyendo y llegó al límite de la estupefacción.


Ese gilipollas quería exprimirme. Puede que con sus prácticas vuduistas consiguiera engañar a Carol, pero a mí no me asustan sus chorradas sobre las ciencias ocultas y los thíchs. Grant no es más que un maldito oportunista que echa mano de lo que haga falta con tal de conseguir lo que quiere. Creía que podría utilizar a Simon para llegar hasta mí, pero ya me he encargado yo de ocultar sus pecados. Creía que podría utilizar a Susannah, como si con ella fuera a conseguir algo. Susannah… -Le flaquearon las piernas-. Susannah no significa nada para mí.


– Lo siento, querida -susurró Talia-. Déjelo si quiere.

– No. Necesito saberlo.


Pero hoy… Hoy ese… Ha puesto a Borenson en mi contra, y eso no se lo aguanto. La próxima vez que yo se lo pida, en cuanto los acusados lloriqueen un poco ante Borenson, él los soltará con una simple palmada en la espalda. Borenson es débil. Le advertí que se deshiciera de Alderman, ese abogadillo del tres al cuarto. ¿Acaso me escuchó? No, joder. Hasta ahora si Alderman lo amenazaba era su problema, pero ahora también lo es mío. Mierda; mantener esta casa cuesta dinero, y ya tengo que escalonar los pagos. No permitiré que me recorten los ingresos.


Su temor iba en aumento.

– Lo hizo por dinero. Por esta casa. -«Y lo sabía»-. Sabía lo que me había pasado.

Con las manos trémulas fue pasando páginas hasta llegar al mes de enero en que se despertó dentro del escondrijo, magullada, sangrando, cambiada para el resto de su vida.

– Al parecer, Charles Grant había intentado chantajear a mi padre para que le entregara parte del dinero que él cobraba de los acusados. -Sus labios se curvaron con amargura-. Resulta de un irónico estremecedor -musitó, y se quedó callada al ver confirmados sus temores.


El gilipollas de Grant vino a verme anoche con fotos de Simon violando a Susannah. Creía que me avergonzaría. Incesto. Le dije que se fuera al cuerno y que se llevara las fotos consigo. Susannah obtuvo lo que se merecía. Además, no lo denunciará a la policía; no tiene agallas. He vuelto a ganar. Charles se marchó con el rabo entre las piernas y amenazándome, como siempre. «Te arrepentirás. Simon hará algo terrible y ni siquiera tú podrás impedírselo.» Sí, claro. Y también me matará a mí y a mi perro. Le dije que podía quedarse con Susannah, que a mí no me sirve para nada. Él me respondió: «Gracias.»


Susannah cerró los ojos. Las lágrimas empezaron a caer sobre sus manos y se apresuró a enjugárselas.

– Estropearé las pruebas.

Talia le puso un pañuelo de papel en la mano y tomó otro para ella.

– Lo siento mucho, Susannah -susurró turbada.

De repente Susannah soltó una amarga carcajada.

– Menudas pruebas. Con esto no podemos demostrar que Charles Grant haya hecho nada, solo que sabía lo de… mi agresión.

– Él la provocó -soltó Talia con rabia-. Lo sé.

Susannah sacudió la cabeza con objetividad.

– Pero no podemos demostrar nada.

Las dos permanecieron calladas un buen rato. Entonces Talia la miró.

– Da la impresión de que su padre y el señor Grant eran enemigos acérrimos y que el juez Borenson no era más que un peón a quien iban moviendo en el tablero según su conveniencia. Y de repente todo queda en nada. Ni conflictos, ni acusaciones… Borenson se jubila y se va a vivir a la montaña; Grant se dedica a dar sus clases, y su padre a ejercer de juez, y siguen con sus chantajes. No parece que se cometiera ningún asesinato. -Talia hizo una pausa-. Hasta que volvió a aparecer Simon.

Susannah se dio tiempo para asimilar las palabras y de repente lo vio todo claro.

– Se dieron una tregua. -Ya no le temblaban las manos al hojear las páginas. Sabía lo que iba a encontrar. Pasó de largo el asesinato de Alicia Tremaine y el juicio irregular de Gary Fulmore presidido por Borenson-. Mi madre presionó a Frank Loomis para que manipulara las pruebas, pero Grant también tomó parte. Toby Granville era el protegido de Charles Grant. Si se hubiera sabido la verdad sobre la agresión de Alicia, habrían acusado a Toby y habría ido a la cárcel.

– O sea que Grant presionó a Borenson para que hiciera la vista gorda, para que diera por válidas pruebas falsas.

– Eso creo. Luego detuvieron a Marcy Linton y la guerra llegó a su punto álgido. Puede que mi padre conociera la relación entre Grant y Marcy o puede que fuera cosa de la mala suerte, pero Grant utilizó lo que sabía de Borenson para conseguir que volvieran a juzgar a Marcy y le redujeran la pena.

– A su padre no debió de hacerle ninguna gracia. ¿Cómo debieron de pactar la tregua?

Susannah avanzó hasta un año después del asesinato de Alicia Tremaine, hasta la falsa muerte de Simon.

– El día en que Simon desapareció yo le había oído discutir con mi padre. Mi padre había encontrado las fotos, las que Daniel utilizó para identificar a las víctimas del club de los violadores. Mi padre le dijo a Simon que desapareciera si no quería que lo denunciara. Unos días más tarde nos enteramos de que había muerto. Se había marchado a México y había tenido un accidente de coche.

– Pero Simon no había muerto.

– No. Mi padre lo arregló para que lo pareciera porque sabía que mi madre no dejaría de buscarlo hasta que su muerte fuera evidente. Viajó hasta México y volvió con un ataúd que en teoría contenía los restos de Simon. La autopsia había tenido lugar en México y el cadáver había quedado calcinado e irreconocible. Aun así, le hacía falta un certificado de defunción, firmado por un forense.

– Leí que el cadáver del ataúd no llegaba al metro ochenta y Simon medía casi dos metros.

– Ningún forense habría confundido aquel cadáver con el de Simon, por muy calcinado que estuviera. -Extendió el cuaderno para enseñárselo a Talia-. Arthur acusó recibo del certificado de defunción firmado por el forense, que también era el médico de la ciudad.

– Estaban compinchados.

– Por fuerza. La fecha en la que Arthur recibió el certificado es el día posterior a la desaparición de Simon. El día anterior a que le comunicaran que Simon había muerto en México. -Susannah no se sorprendió pero a la vez le costaba dar crédito-. Todos sabían que Simon estaba vivo.

– O sea que después de cobrar por dar validez al certificado de defunción, Borenson se jubiló y se aisló del mundo.

– Mi padre había neutralizado la amenaza y el señor Grant tuvo que retirarse otra vez. Unos meses después yo me marché a estudiar a Nueva York.

– Pero Charles Grant no pensaba dejarla escapar -musitó Talia-. Era suya.

– Lo que debió de pasar luego es que con los años fue ejerciendo cada vez más influencia sobre Marcy hasta que ella me encontró. Supongo que me odiaba por lo que mi padre les había hecho a ella y a su familia.

Talia exhaló un hondo y triste suspiro.

– Ya sabemos cómo está relacionado todo. Telefonearé a Chase y lo pondré al corriente. Recoja los diarios y yo le ayudaré a trasladarlos al coche.

Talia se puso en pie y salió al recibidor para llamar por teléfono, pero Susannah se limitó a quedarse allí sentada, contemplando los diarios. Contenían tanto dolor, tantas desgracias. Y todo por la avaricia, por el poder. Para ellos no era más que un maldito juego. «Han estado jugando conmigo como si fuera un peón de ajedrez.»

Con desaliento, sacó los diarios y los libros de cuentas de la profunda caja fuerte y volvió a quedarse petrificada. Debajo de los cuadernos había fajos de billetes. Muchos.

– Venga aq…

Susannah dejó la palabra a medias cuando se volvió a mirar atrás. Se había quedado sin respiración. Quien estaba en la puerta no era Talia. Era Bobby. Esbozaba una sonrisa malévola y con la mano izquierda empuñaba una pistola con silenciador.

– Bienvenida a casa, hermanita.

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