Capítulo 17

Atlanta,

domingo, 4 de febrero, 3:00 horas

Ella llamó a Susannah y a Luke por el interfono de la unidad de cuidados intensivos.

– Está despierta.

– Bien. -Susannah cruzó con la mirada el puesto de enfermeras y vio que la habitación de Daniel estaba vacía.

– Lo han trasladado a planta en una habitación monitorizada -explicó Ella-. Es buena señal.

– Y tiene un vigilante -musitó Luke al oído de Susannah-. Eso es mejor.

Monica seguía intubada pero tenía la mirada muy viva. Susannah le sonrió.

– Hola. -Cuando la enfermera se hubo marchado, se inclinó y le susurró al oído-: Monica.

Monica abrió los ojos como platos antes de que se le llenaran de lágrimas.

– Chis -la tranquilizó Susannah-. Sabemos quién eres.

Monica, frenética, pestañeó para hacer desaparecer las lágrimas.

– ¿Puedes sostener un lápiz? -preguntó Luke.

– Aún no puede mover las manos -dijo Susannah, preocupada-. Usaremos la cartulina con las letras. Luke, si tú las señalas, yo la observaré para ver cuándo cierra los ojos. Monica, ¿sabes quién se ha llevado a las chicas?

Entre los dos, el proceso de identificar las letras duró poco.

– «Mi hermana» -leyó Luke cuando Monica dejó de pestañear-. ¿Sabes lo de tu hermana? -le preguntó.

Monica empezó a mover los ojos de nuevo.

«Enfermera ha dicho que se la han llevado. Foto.» Luke le estrechó con suavidad la otra mano.

– ¿La enfermera ha hecho una foto o te ha enseñado una foto?

«Móvil.»

– No había ninguna foto en el móvil de la enfermera -dijo Luke-. Claro que ha podido borrarlas. Les entregaré el aparato a los forenses; tal vez puedan recuperarlas.

«¿Genie aún desaparecida?»

– Eso me temo, cariño -dijo Susannah, y Monica se estremeció a la vez que se le arrasaban los ojos de lágrimas.

– En el catálogo que encontramos en el ordenador de Mansfield la llamaban «Cariño» -explicó Luke.

– Betrice Monica -dijo Susannah mientras enjugaba los ojos de Monica con la máxima ternura-. Cariño. Oh, Monica, debes de haber pasado mucho miedo.

«Enfermera me drogó. No pudo matarme. No quería que hablara.»

Luke arrugó la frente.

– ¿Cómo?

«Paralizada.»

Desde el otro lado de la cama de Monica, Susannah miró a Luke a los ojos.

– Por eso no podía moverse.

– Utilizó un paralizante que deja de hacer efecto al cabo de unas horas -dedujo Luke-. Monica, ¿viste a Bobby?

«No. Rocky.»

Luke se inclinó.

– ¿Viste a Rocky? ¿Cómo es ése hombre?

«Mujer.»

Luke se recostó en la silla, anonadado.

– ¿Has dicho «mujer»?

«Sí. Rocky mujer.»

– Dios mío. -Susannah suspiró. Se había quedado de una pieza-. Todo el tiempo hemos pensado…

Luke apretaba la mandíbula.

– Una mujer. Joder. Hemos estado dos días perdiendo el tiempo.

Los ojos de Monica volvieron a llenarse de lágrimas.

«Lo siento.»

Luke exhaló un suspiro, y se relajó de golpe.

– No, no, Monica. No es culpa tuya, querida. Lo siento, no era mi intención que te disgustaras.

– Luke -musitó Susannah-, ¿tienes alguna foto de Bobby?

Luke buscó en su maletín y sacó la foto que antes le había mostrado a Susannah.

– Monica, ¿es esta la mujer a quien viste?

«No. Joven. Morena. Melena corta.»

Susannah levantó la cabeza para mirar a Luke y él se percató de que estaban pensando lo mismo.

– ¿Tienes alguna foto de Kate Davis? -preguntó ella. Él trató de recordar y volvió a buscar en su maletín.

– Sólo esta.

Susannah hizo una mueca. Era la foto del depósito de cadáveres. Al menos ella no tenía la cara ensangrentada y llena de contusiones. La bala de Bobby había ido directa al corazón.

– Monica, ¿esta es Rocky?

«Sí.»

Luke exhaló un suspiro.

– Joder -dijo en voz baja-. Rocky es Kate Davis.

– Y Bobby la ha matado. -A Susannah el corazón le martilleaba el pecho-. Dios mío.

«La odio. Dijo que mataran a las chicas. Y a mí.»

– Pero tú te escapaste -dijo Susannah, y le asió la mano-. Y ahora estás a salvo.

«No. Otro. Daño B.»

– Beardsley -dedujo Luke-. Entonces, ¿no fue Jennifer Ohman quien intentó matarlo?

«No. Otro. No seguro. Mató hermana Jen.»

– ¿Han matado a la hermana de la enfermera? -se indignó Susannah.

«Paliza. Jen lloraba. Preocupada por hijo.»

– Qué bien -musitó Luke-. Protegeremos al niño. Pero Rocky está muerta.

La satisfacción invadió la mirada de Monica, y Susannah no la culpaba por ello.

– Monica -empezó Luke-, ¿cómo te cogieron?

La mirada de satisfacción de Monica se desvaneció.

«Culpa mía.»

– Nada de esto es culpa tuya -afirmó Susannah con decisión-. Tú eres una víctima.

«Conocí chico. Internet. Jason. No. Ayudante sheriff.» Luke entrecerró los ojos.

– Así que Mansfield te engañó. Se hizo pasar por Jason.

«Sí. Me hizo…»

Se interrumpió y cerró los ojos. Las lágrimas asomaron bajo sus párpados, le rodaron por las sienes y desaparecieron entre su pelo.

– Ya lo sabemos -dijo Susannah enjugándole las lágrimas-. Lo siento mucho.

– Jason -musitó Luke.

– Tal como dijo el agente Grimes -musitó ella a su vez. Harry Grimes les había contado lo de las conversaciones que había encontrado grabadas en el ordenador de los Cassidy. También les había contado que el padre de Monica había desaparecido; y, según sospechaban, en circunstancias poco claras. Pero de momento Monica no tenía por qué enterarse de eso. Todavía no. Ya lo había pasado bastante mal.

La chica abrió los ojos y empezó a pestañear con rapidez.

«Quién es Simon.»

– ¿Cómo…? -empezó Susannah-. Estabas despierta. Lo has oído todo.

«Simon. Quién.»

– Mi hermano -respondió Susannah, y Monica pestañeó de forma acelerada, perpleja-. Está muerto.

«Bien.»

Susannah sonrió con tristeza.

– Sí; bien.

– Monica. -Luke se acercó más-. ¿Conocías a Angel? La llamaban Gabriela.

«Sí.»

– ¿Y a Kasey Knight?

«Puticlub carretera.»

El semblante de Luke se ensombreció y un músculo de su mandíbula tembló.

– ¿Granville y Mansfield tenían un prostíbulo de carretera? -preguntó.

«Kasey escapó. Mansfield cogió. Médico llevó al río. No comida.»

– En la nave del río encontramos bolsas para solución intravenosa -explicó Luke-. Creíamos que las tenía en tratamiento.

Los ojos de Monica emitieron un centelleo.

«Solo curaba un poco. Daño otra vez. Quería morirme.»

Susannah se percató de que por dentro Luke estaba hecho una furia y le costaba controlarse. Pero lo logró, y cuando habló, su tono era tan amable que ella se sintió conmovida.

– No puedes morirte, Monica -le dijo-. Si te mueres, ganan ellos. Si vives, me ayudarás a arrojarlos al infierno.

Monica volvió a pestañear para apartar de sí las lágrimas.

«Y a tirar la llave.»

Luke le sonrió.

– Eso también lo oíste.

«También quiero otra oportunidad.»

– Tú también tendrás otra oportunidad -le prometió-. Ahora tenemos que marcharnos, pero enviaré a otro agente para que haya vigilancia tanto dentro como fuera de la unidad. Estarás a salvo.

«Gracias.»

– Gracias a ti. Eres una jovencita muy valiente. Ahora intenta dormir. Nosotros buscaremos a tu hermana y al resto de las chicas.

«Mamá.»

– Está en camino -dijo Susannah-. Me ha pedido que te diga que te ha echado muchísimo de menos. -Acarició el pelo de Monica y luego la besó en la frente-. Te quiere.


Una vez hubieron salido de la unidad de cuidados intensivos. Luke atrajo a Susannah hacia sí.

– Ha ido bien. Trabajamos bien juntos.

Tenía razón. Ella apoyó la frente en su pecho.

– Tendría que quedarme aquí con ella.

– Volveré a traerte cuando hayamos hablado con Angie Delacroix.

Ella se apartó un poco para verle la cara.

– Pero ahora ya sabemos quién es Bobby. -La idea de tener que regresar a Dutton no dejaba de producirle ansiedad-. ¿Para qué necesitamos a Angie?

– No sabemos dónde tiene retenidas a las chicas… Ni dónde están sus dos hijos.

– De acuerdo. Vamos.


Atlanta,

domingo, 4 de febrero, 3:25 horas

Cuando Luke se sentó ante el volante, Susannah estaba buscando algo en su maletín.

– ¿Qué haces? -le preguntó al verla sacar una caja de polvos compactos.

– Me arreglo. A mi madre nunca se le habría ocurrido poner un pie en el centro de estética sin ir bien peinada y maquillada. Y a mí tampoco.

– Entonces, ¿de qué sirve ir allí?

Ella se encogió de hombros.

– Es cosa de mujeres; no pretendas entenderlo, Luke. Es así y punto.

– Mis hermanas hacen lo mismo, pero pensaba que era cosa de ellas.

Una de las comisuras de los labios de Susannah se curvó hacia arriba.

– Siento decepcionarte.

– No me has decepcionado -dijo él muy serio-. Eso es imposible.

La mano con que Susannah se estaba aplicando el maquillaje empezó a temblarle. Al fin consiguió dejarla quieta.

– Ya lo veremos -dijo en tono enigmático, y le dirigió una mirada llena de enojo-. ¿No tenías tanto trabajo?

– Puedo llamar a Chase y mirarte al mismo tiempo -respondió él mientras marcaba el número en el móvil-. Además de irresistible, soy multitarea.

– Lo de que eres irresistible lo has dicho tú. -Susannah cerró la caja de maquillaje-. No yo.

– Pero tú estás de acuerdo. Porque, además de irresistible, soy muy simpático y…

Se interrumpió cuando Chase respondió a su llamada.

– Hola, soy Luke.

– Tengo noticias -dijo Chase antes de que Luke pudiera proseguir-. Ed ha conseguido casar las huellas dactilares del mapa de carreteras de Mansfield. Adivina quién más lo usó.

– Kate Davis -respondió Luke-. Monica Cassidy la ha reconocido como Rocky.

– ¿De verdad? Ya no debería extrañarme nada de este caso, pero aún me sigo sorprendiendo -dijo Chase-. Aun así, ¿todavía quieres hablar con la dueña del centro de estética?

– Sí. Pero tienes que ponerle protección al hijo de Jennifer Ohman. Monica nos ha contado que han matado a la hermana de la enfermera y que la mujer estaba preocupada por su hijo.

– Así es como la convenció para que hiciera lo que hizo. Me ocuparé de ello.

– También nos ha dicho que, según la enfermera, fue otra persona quien trató de matar a Ryan Beardsley.

– ¿Y tú te lo crees?

– No sé porqué tendría que mentir. La coartada de Isaac Gamble es irrefutable, así que él no estuvo en la habitación de Beardsley el viernes por la noche.

– No pudo entrar nadie más; hay vigilantes en todas las habitaciones.

– No sé si con eso basta. También había un vigilante en cuidados intensivos y el mismo viernes Jennifer, la enfermera, le administró a Monica Cassidy una sustancia paralizante para que no hablara.

– Bromeas.

– No. No es suficiente con que no entren extraños. Tenemos que asegurarnos de que no les administren nada que no sea lo estrictamente prescrito.

– Menudo trabajo de chinos -masculló Chase-. ¿Qué más ha dicho Monica?

– Que a Kasey Knight la forzaron a ejercer la prostitución en un club de carretera.

Chase renegó por lo bajo.

– Hemos cerrado un montón.

– Ya lo sé, pero los cambian de sitio. Bajan la persiana y vuelven a abrirla a unos kilómetros. He pensado que tal vez fuera así como el camionero que utilizó el móvil de Bobby Davis lo consiguió. Puede que fuera un cliente.

– Si no ha manipulado el tacógrafo, podríamos averiguar en qué otros sitios de por aquí ha parado -apuntó Chase-. Aún no tenemos noticias sobre su paradero. Cuando me digan algo os avisaré.

– En el norte también hay cada vez más prostíbulos en las carreteras interestatales -dijo Susannah cuando Luke hubo colgado-. Es muy frustrante.

– La I-75 da muchos problemas -dijo Luke con mala cara mientras abandonaba el aparcamiento del hospital-. Durante mucho tiempo el mayor problema fue el tráfico de drogas procedente de Miami. Ahora lo es la prostitución, además de otras mil cosas.

– Será muy duro para los padres de Kasey.

– Ya lo sé. Pero es posible que el hecho de que se sepa lo que le ocurrió ayude a Talia a soltarles la lengua a sus amiguitas, las que hace dos años no quisieron colaborar con la policía.

– Tengo muchas esperanzas puestas en Talia -confesó Susannah-. Confío en que les hará hablar. -Se arrellanó en el asiento y se quedó pensativa-. ¿Por qué no habrá querido hablar el asesino de Darcy? ¿De qué debe de tener tanto miedo?

– Puede que hable cuando hayamos cogido a Bobby. Tal vez ella lo esté amenazando, igual que hizo con Jennifer Ohman.

– Tal vez, pero… He estado pensando. Bobby Davis no es mucho mayor que yo; puede que nos llevemos un año o dos. Yo tenía veintidós años cuando conocí a Darcy y veintitrés cuando ella murió. Para entonces Barbara Jean no debía de tener más de veinticuatro. Cuesta creer que fuera capaz de planear tantas cosas a esa edad.

– No tanto. He investigado el caso de un chico de catorce años que había montado una página web donde exhibía a su hermana de siete. Lo pillamos, pero nos costó un poco. Incluso sabía cómo manipular el servidor para que no lo localizaran con facilidad.

– ¿Tiene remedio? -preguntó Susannah con un hilo de voz-. ¿O a los catorce años ya es un caso perdido?

– Lo segundo -dijo Luke-. Y a la niña, a sus siete años, ya le han jodido la vida.

Susannah arrugó la frente.

– No; eso no es verdad -le espetó-. Solo porque… -Se interrumpió y miró a Luke-. Te crees muy listo.

– Y muy simpático. -La miró con el rabillo del ojo, aliviado de ver que su ceño iracundo se había transformado en una expresión pensativa-. Te dije que no estarías dispuesta a aceptar que una víctima creyera que su vida había terminado. ¿Por qué tú tienes que ser diferente?

– Puede que no lo sea -dijo, y él notó que lo invadía la esperanza.

– Pues claro que no. Si creyeras que sí, serías una arrogante.

– No tientes a la suerte, Papadopoulos -repuso ella bastante seria.

Él asintió, satisfecho de haber logrado su objetivo.

– Duerme. Te despertaré cuando lleguemos.


Dutton,

domingo, 4 de febrero, 3:55 horas

Charles respondió a la primera llamada. Estaba esperando que le telefoneara Paul.

– ¿Y bien?

– Bobby ha matado a la enfermera delante de unos diez testigos -relató Paul con indignación.

– ¿La han pillado? -pregunto Charles. Sentía una amarga decepción. Había creído que Bobby sería más discreta.

– No. Se han escondido un rato. Luego yo he engañado a la policía para que pudieran marcharse.

– ¿Y adónde han ido?

– A casa de Jersey Jameson, el traficante de drogas.

– Bobby le había dicho a Rocky que le pidiera ayuda para trasladar la mercancía de la nave. ¿Está muerto?

– Ya lo creo. Bobby ha perdido el control, Charles. Tiene que detenerla.

– Simon era listo, pero emocionalmente inestable. Esperaba que Bobby hubiera heredado el cerebro de los Vartanian sin esa parte de locura.

– Con todos los respetos, señor. Me parece que no es así.

– A mí también. Me encargaré de Bobby. Estate localizable por si te necesito.


Casa Ridgefield,

domingo, 4 de febrero, 3:55 horas

Un último empujón. Ashley Csorka introdujo la cabeza por el agujero que había abierto en la pared y notó el aire fresco en su congestionado rostro. Descansó mientras tomaba más aire. El hueco era pequeño, pero Ashley no se veía capaz de seguir hurgando en la pared. Había utilizado el segundo ladrillo suelto para golpear el clavo contra el cemento. Hacía más ruido que con el clavo solo, pero cada vez estaba más desesperada y decidió seguir aun a riesgo de que el asqueroso mayordomo la descubriera. Había conseguido soltar el tercer ladrillo, y luego dos más juntos, y él no había aparecido.

Si ladeaba un poco la cabeza, veía una débil luz. Podría ser la luna. Eso quería decir que al otro lado de la pared había una puerta o una ventana. Se puso tensa. Se aproximaba un coche; la grava crujió al ascender este por el camino y rodear la casa. Se cerraron las puertas y entonces oyó una risa, grave y mezquina.

– Me parece que esta noche la cosa no ha ido mal, Tanner.

– Estoy de acuerdo.

Era la mujer a quien llamaban Bobby, y el mayordomo asqueroso.

– Jersey Jameson no tendría que haberme dicho lo que pensaba y lo que no pensaba hacer. Quizá entonces habría tenido una muerte más dulce.

– Así los demás se aplicarán el cuento. ¿Hemos cortado ya todos los cabos sueltos?

– Eso creo. Uf, estoy muerta. Creo que podría dormir hasta el día del juicio.

Ashley tenía la esperanza de que fuera así. Sus voces se fueron apagando a medida que rodeaban la casa en dirección a la puerta principal. Bien. «Eso significa que estoy detrás, en la parte que da al río.»

Ashley frunció el entrecejo. No habían hablado con el vigilante. ¿Dónde estaba? No podía esperar. Tenía suerte de haber contado con tanto tiempo para abrir el agujero en la pared. Había llegado el momento de actuar.

Tomó aire e introdujo la cabeza por el agujero. Vio la otra mitad de la habitación, y tenía una ventana. «Corre.» Los cantos irregulares del ladrillo le rascaron la piel al intentar forzar los hombros a través de la abertura. Retorció el cuerpo, agradecida de que su profesor de natación hubiera incluido el yoga en las sesiones de entrenamiento. Era muy flexible.

Le dolía todo el cuerpo. Se introdujo por la abertura sin un quejido a pesar de lo mucho que le escocían los brazos y los hombros. Los tenía en carne viva.

No importaba. «Si no corres, te matarán, y entonces unas cuantas rascadas más o menos darán exactamente igual.» Movió las caderas como si estuviera nadando a braza y consiguió tocar con las manos el suelo del otro lado de la habitación. Deslizó el resto del cuerpo por la abertura hasta que estuvo arrodillada en el suelo. Tenía la respiración agitada. Miró alrededor y estuvo a punto de soltar una carcajada. Allí estaban todas las herramientas que necesitaba para escapar. Sobre una mesa vio un centenar de manillas, algunas de cristal, otras de mármol; unas cuantas seguían incrustadas en la antigua placa de hierro fundido que las sujetaba a la puerta. Tomó una de las de mármol y la sopesó. Cabía mejor en su mano que un ladrillo. De la mesa de herramientas tomó un punzón con una punta siniestra.

Entonces tiró de la puerta. Esta crujió mucho y la chica se quedó petrificada.

– ¿Quién hay ahí? -Era la voz somnolienta y gangosa del vigilante.

«Corre.» Salió disparada en plena noche, y se horrorizó al reparar en la gran luna. Era completamente visible; vulnerable. Todo eso para que acabaran encerrándola otra vez.

– ¡Alto! -Al bramido lo siguió el estruendo de un disparo.

Era el vigilante.

«Me está disparando. Corre.» Sus pies volaron sobre el césped de detrás de la casa y oyó los pasos y la agitada respiración del vigilante cada vez más fuerte, cada vez más cerca.

Ahogó un grito de dolor cuando cayó al suelo y sobre ella aterrizaron los noventa kilos de peso de un hombre.

– Te pillé, bonita. Ahora te tendré gratis -dijo el vigilante, y ella notó su aliento de cerveza. Por eso no se había percatado del ruido. Estaba borracho. El problema era que ya no lo estaba tanto, y era muy, muy fuerte-. Luego te mataré.

«Voy a morir. No. No.» Gritó desesperada y haciendo un gran esfuerzo se soltó y le clavó el punzón en el hombro.

Él aulló de dolor y ella echó a correr otra vez.

– ¡Tanner! -Era la mujer. Con el rabillo del ojo vio que el mayordomo rodeaba la casa con un rifle en las manos; y el vigilante volvía a abalanzarse sobre ella. Ashley formó un gran círculo en el aire con el brazo y golpeó al vigilante con la manija.

Durante unos instantes se quedó aturdido y sin poder moverse.

Esos instantes eran todo cuanto necesitaba. «Sigue. Sigue. Sigue.» Llegó al bosque que separaba la casa del río. «Dios mío, ayúdame.» Las ramas y las piedras le rascaban los pies y la obligaban a avanzar más despacio. Se estaban acercando. «Se acercan.» Ella soltó un gran grito y siguió corriendo. Veía el agua. Debía de estar fría.

«Preparada. Preparada. Respira hondo. Agáchate. Ahora. ¡Salta!»

«Dios.» Cayó al agua fría y se hundió en ella. «Sigue. Sigue. Sigue.» Unos segundos más tarde sacó la cabeza. El agua estaba demasiado fría para permitirle contener más tiempo la respiración, y se estremeció al oír el sonido del rifle. La bala penetró en el agua, un poco por detrás de ella.

Por detrás. Estaban por detrás.

Pero no tenían ningún barco. «Y yo voy a participar en los Juegos Olímpicos.»

«Muévete.» Se obligó a mover los brazos, a nadar, a vencer la corriente. Funcionaba. «Me estoy escapando. Ya voy, papá. Ya vuelvo a casa.»


Dutton,

domingo, 4 de febrero, 4:10 horas

Susannah se despertó con unos labios rozando los suyos, sin poder respirar. Presa del pánico, se echó hacia atrás y su puño cerrado fue a parar sobre un cuerpo fuerte y cálido. Olía a cedro.

– ¡Ay! -Luke retrocedió y se frotó la mandíbula-. Qué daño.

– No vuelvas a hacer eso -dijo ella sin aliento-. Ya estás advertido.

Él movió la mandíbula hacia ambos lados.

– Lo siento. No he podido resistirme a tanta dulzura.

– Yo no soy ninguna dulzura -soltó ella con voz áspera, y él se echó a reír.

– Ahora mismo seguro que no. -Se puso serio-. Estabas soñando y no podía despertarte.

Ella se pasó la punta de la lengua por los labios.

– Por eso me has besado.

– Y te has despertado. Hemos llegado. Estamos en casa de Angie Delacroix.

– Debe de estar durmiendo.

– Espero que tenga mejor despertar que tú -musitó él, y rodeó el coche para abrirle la puerta-. Déjame hablar a mí primero. Si te necesito, te lo indicaré.

– ¿Con una señal? -preguntó ella.

– Qué te parece si te digo: «¿Susannah, ayúdame, por favor»? -soltó él con ironía, y llamó al timbre de Angie's-. ¿Estás preparada para esto?

– No. Pero haremos lo que tengamos que hacer.

Angie abrió la puerta. Llevaba la cabeza llena de rulos.

– ¿Qué es esto? Susannah Vartanian, por el amor de Dios. ¿Qué haces aquí en plena noche?

– Siento despertarla -se disculpó Susannah en tono quedo-, pero se trata de un asunto urgente. ¿Podemos pasar?

Angie miró primero a Susannah y después a Luke. Luego se encogió de hombros.

– Adelante. -Los guió hasta una sala en la que todo brillaba, más que nada por las bolsas de plástico que cubrían todos los muebles.

Luke se sentó en el sofá y ahuecó el cojín que tenía al lado.

– Soy el agente especial Luke Papadopoulos -se presentó.

– Ya sé quién es -dijo Angie-. El amigo de Daniel Vartanian.

– Señorita Delacroix -empezó él-, necesitamos que nos ayude en un asunto delicado.

Angie cerró los ojos.

– ¿Qué pasa?

– Esta noche hemos descubierto que existe otro Vartanian -dijo Luke-. Una hermanastra.

La mujer suspiró.

– Me preguntaba cuánto tardaría en descubrirse. ¿Cómo se han enterado?

– Entonces, ¿usted lo sabía? -dijo Susannah con extrañeza, y Angie sonrió con amargura.

– Cariño, yo me entero de muchas cosas que no me conciernen, y algunas preferiría no saberlas. Sí; sí que lo sabía. Cualquiera que la mirara lo sabría, incluso siendo tan pequeña.

– ¿Dónde está ahora, señorita Delacroix? -preguntó Luke, y Angie pareció desconcertada.

– ¿Ahora? No lo sé. Era solo un bebé cuando sus padres se mudaron. Perdimos el contacto hace muchos años.

– Señorita Delacroix -prosiguió Luke-. ¿Quién es la madre?

– Terri Styveson.

Susannah pestañeó.

– ¿La mujer del pastor?

– Pensaba que el pastor era Wertz -se extrañó Luke.

– El pastor Styveson fue anterior al pastor Wertz -dijo Angie.

– ¿Quiere decir que la señora Styveson tuvo una aventura con mi padre?

– No sé hasta qué punto fue una aventura. Terri no era el tipo de tu padre. Tu madre estaba embarazada de Simon, y gordísima. Cosas de la genética, ya sabes.

– Gracias -dijo Susannah-. O sea que porque mi madre estaba embarazada, mi padre…

– Los hombres tienen ciertas necesidades. Excepto, al parecer, el pastor Styveson. Terri era una mujer frustrada; él se pasaba el día en la iglesia. Una vez Terri me preguntó cómo podía hacer que él la deseara más. Seguro que a partir de ahí el sermón de los domingos se convirtió en un momento algo más delicado.

– Supongo que sí -dijo Susannah-. O sea que Terri y mi padre se acostaron.

– Sí. -Angie suspiró-. Nunca olvidaré lo dolida que se sintió tu madre cuando lo descubrió.

– O sea que mi madre también lo sabía. ¿Cómo se enteró?

– Tal como te he dicho, solo hacía falta mirar con atención al bebé. Una mañana tu madre había ido a recoger a Simon a la guardería de la iglesia y pudo observarla con detenimiento. La niña era la viva imagen de Daniel a su edad.

– ¿Qué pasó?

Angie se quedó callada un momento.

– Tu madre le hizo una visita al pastor; se enfrentó a él. El pastor se sintió enfadado. Humillado. Tu madre y yo fuimos amigas durante casi cuarenta años, pero era un tanto mezquina, Susannah. Le dijo a Styveson que eligiera: o desaparecía él o desaparecía el bebé. Le dijo que se ocuparía de que nadie más pisara su iglesia en toda la vida si cada vez que ella iba tenía que ver a la hija de su mujer. Y lo habría hecho.

– Por eso se marcharon -dijo Luke.

– Y que yo sepa, nunca más volvieron a tener contacto con tus padres.

La mujer no sabía lo de Barbara Jean Davis, pensó Susannah.

– Gracias por contármelo -dijo Susannah. Se dispuso a levantarse, pero Angie permaneció sentada con los labios fruncidos.

– O sea que esa mujer quiere su parte de la herencia -dedujo, y Susannah pestañeó, perpleja. Ni siquiera se le había ocurrido pensarlo.

– Sí -respondió Luke sin vacilar.

– Por codicia la gente llega a hacer cosas horribles. -Ladeó la cabeza-. Y por ira también.

– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Susannah.

– Que tal vez tendrías que pedir una prueba de paternidad.

Susannah se quedó boquiabierta.

– Señorita Angie, no juegue conmigo. Hábleme claro.

– Muy bien. Cuando tu madre descubrió los escarceos de tu padre decidió imitarlo.

Susannah se dejó caer en el asiento, atónita.

– ¿Con quién?

Angie bajó la vista a sus manos, entrelazadas sobre su regazo. Todo cuanto Susannah podía oír era el latido de su propio corazón en la cabeza.

– ¿Con quién? -repitió.

Angie levantó la cabeza; tenía la mirada teñida de dolor.

– Con Frank Loomis.

Susannah se sintió incapaz de llenar de aire los pulmones.

– ¿Quiere decir que el sheriff Loomis es… era…?

Angie asintió.

– Tu padre.

Susannah se cubrió la boca con la mano. Luke deslizó la suya por su espalda. Su tacto era firme y cálido.

– Dios mío -exclamó.

– Tienes que entenderlo -dijo Angie-. Frank amaba a tu madre, la amó durante muchos años.

– ¿Frank sabía que era el padre biológico de Susannah? -preguntó Luke.

– No lo supo hasta más tarde. No hasta que Simon se metió en un lío mayor de lo que Arthur podía solucionar. Tu madre fue a suplicarle, a pedirle que les quitara el problema de encima. «Hazlo por mí», le dijo -explicó Angie con amargura-. Entonces un día Simon hizo una cosa muy mala y Frank no lo pudo solucionar. Fue entonces cuando tu madre le contó lo tuyo. Él se quedó de piedra. «Hazlo por mí», volvió a decirle. «Por la madre de tu hija.» Y él lo solucionó. Y durante trece años tuvo pesadillas por haber mandado a un hombre inocente a la cárcel.

– Gary Fulmore -dijo Luke, y ella asintió-. ¿Cómo sabía usted todo eso? -preguntó.

Ella hizo una mueca.

– Frank no era el único que sufría por un amor no correspondido.

– ¿Usted y Frank mantuvieron una relación? -quiso saber Luke, y los ojos de la mujer emitieron un centelleo de dolor.

– Fuimos amantes durante veinticinco años. Venía por la noche y se marchaba antes del amanecer. Pero no quiso casarse conmigo. El quería casarse con Carol Vartanian.

– Debía de odiarla -susurró Susannah.

Angie sacudió la cabeza con tristeza.

– No; era mi amiga. Pero la envidiaba. Tenía un marido importante y encima el amor de un hombre que hubiera vendido el alma por hacerla feliz. Pero eso no le bastaba. Un año después de que Gary Fulmore ingresara en prisión, Simon desapareció y tu madre nunca volvió a ser la misma. Ni Frank tampoco. Cuando supo que ella había muerto… Que Simon la había matado… Estuvo a punto de morir él también. Supongo que de algún modo eso ha sido lo que ha acabado pasando.

– Señorita Delacroix -dijo Luke-, tenemos una pregunta más. El pastor que se marchó, ¿dejó alguna dirección? ¿Hay alguna forma de ponerse en contacto con él?

– Bob Bowie y su esposa deben de saberlo. Rose siempre ha colaborado mucho con la iglesia. -Entornó los ojos-. ¿Por qué es esto tan urgente como para despertarme en mitad de la noche?

– Hoy le han disparado a Susannah -reveló Luke.

Angie pareció sorprendida.

– Pensaba que le habían disparado a esa tal French, la que va a hacer público que… Bueno, ya sabe.

– Susannah estaba a su lado. Estamos investigando todas las posibilidades.

– ¿Cree que la hija ilegítima de Terri Styveson le dispararía a Susannah por la herencia?

– A diario hay gente a quien le disparan con menos motivo.

Luke se puso en pie y ayudó a Susannah a hacer lo propio.

– Por favor, acepte nuestras disculpas y muchas gracias. Espero que pueda volver a dormir.

Angie esbozó una sonrisa lánguida.

– Llevo días sin dormir. Desde que mataron a Frank.

Susannah miró a Angie y sus emociones empezaron a desbordarse.

– ¿Por qué me lo ha dicho? ¿Por qué ahora?

– Siempre me he preguntado qué debía de ocurrir dentro de tu casa; siempre me he preguntado qué había detrás de esa mirada perdida tuya. Temía saberlo. Tendría que haberlo contado pero… Frank no quería que lo hiciera. Tu madre se habría sentido muy violenta. Cuando supo la verdad, que eras su hija, ya era demasiado tarde. Era demasiado tarde, ¿verdad?

Susannah asintió con aire distraído. Entonces, la gente lo sabía. Lo sabían. Y no habían hecho nada.

– Sí.

Angie cerró los ojos.

– Lo siento. Lo siento mucho.

«No pasa nada.» Eso era lo que debía decir. Pero sí que pasaba. Sí que pasaba.

– Mi padre… Arthur… ¿Lo sabía? ¿Sabía qué yo no era hija suya?

– No lo sé seguro. Lo que sí sé es que para tu madre eras una cruz. Y ahora eres la mía. No dije nada en su momento y he vivido con ello durante todos estos años. Y ahora tengo que vivir sabiendo que podría haberte ayudado y no lo hice.

La dejaron sentada en el sofá cubierto con plásticos y una expresión de profundo pesar.

– Vamos -musito Luke. Susannah consiguió llegar al coche justo antes de que las piernas le flaquearan, y Luke la sentó en el asiento como si fuera una niña-. Menudo golpe -comentó él.

Una de las comisuras de los labios de Susannah se curvó.

– Ha sido difícil.

Él se agachó y se situó con el rostro pegado al de ella. Le rodeó la mejilla con la palma de la mano.

– Si te beso, ¿me pegarás?

Sus ojos eran más negros que la noche que los rodeaba y estaban fijos en los de Susannah. Ella no apartó la mirada; necesitaba su apoyo. Necesitaba su confort.

– No.

Él la besó con dulzura y calidez, sin pedirle nada a cambio. De pronto ella deseó que lo hiciera. Él se apartó y le acarició la comisura de los labios con el pulgar.

– ¿Estás bien?

– No -susurró-. Toda mi vida… ha sido una mentira.

– Tu vida no ha sido falsa. Lo que ha sido falso ha sido la gente que te ha rodeado. Tú sigues siendo la misma que hace un cuarto de hora, Susannah. Una buena persona que a pesar de todo siempre se ha esforzado por ayudar a los demás. ¿Crees que te hiciste fiscal sólo para borrar el estigma que supone ser la hija de Arthur Vartanian? Pues no. Lo hiciste porque quieres para los demás lo que nadie se molestó en ofrecerte a ti. Y a pesar de ello te has seguido esforzando.

Ella tragó saliva.

– Lo odiaba, Luke. Y ahora ya sé por qué él me odiaba a mí.

– Arthur Vartanian era un hombre cruel, Susannah. Pero él ya no está y tú sí. Mereces la vida que tanto te esfuerzas por ganar para las personas a quienes representas todos los días.

– Siempre he soñado con que Arthur no fuera mi padre, con que me hubieran robado a unos gitanos o algo así… Pero no estoy segura de que Frank Loomis fuera mucho mejor.

– Murió por querer salvar a Daniel. Y cuando Bailey y Monica se escaparon, él podría haberlas entregado a Granville para salvar la vida; sin embargo, las ayudó. No era tan mala persona.

– Daniel tiene que saberlo. El hecho de que Frank falsificara las pruebas del juicio de Fulmore lo tiene destrozado.

– Creo que se sentirá mejor si sabe que Frank también estaba destrozado por eso -convino Luke, y la besó en la frente-. Volvamos a Atlanta. Así podrás descansar un poco.

– ¿Y tú qué harás?

– Descubrir dónde se esconde Bobby. Angie nos ha dado información biográfica que antes no teníamos. -Sonó su móvil cuando se ponía en pie-. Papadopoulos.

Luke se irguió de repente.

– ¿Dónde está? -Corrió al otro lado del coche y se sentó ante el volante mientras escuchaba aguzando el sentido. Cuando colgó, sonreía de oreja a oreja-. Adivina a quién ha sacado del río una familia que vive en una casa flotante.

– ¿A Bobby?

– No; puede que sea mejor incluso. A una jovencita de diecisiete años llamada Ashley Csorka.

– La chica de la nave. La que grabó su nombre en el somier.

Luke dio media vuelta en Main Street y salió de Dutton a toda pastilla.

– La misma. Dice que se ha escapado del lugar donde tienen presas a las demás.


Dutton,

domingo, 4 de febrero, 4:30 horas

Desde la ventana de su dormitorio, Charles observó alejarse a Luke y a Susannah. Luego pulsó la tecla número tres de su móvil y llamó al teléfono que había grabado en la memoria.

– ¿Y bien? ¿Qué les has contado?

– La verdad -respondió Angie-. Tal como me habías dicho.

– Muy bien.

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