Capítulo 1 5

Raleigh, Carolina del Norte,

sábado, 3 de febrero, 17:45 horas

Harry Grimes se agachó junto a una mancha en el suelo del garaje del doctor Cassidy.

– Es sangre.

Steven se volvió hacia la anciana vecina.

– ¿A qué hora ha salido con el coche, señora?

– Hacia el mediodía. El doctor siempre se para y me pregunta cómo estoy, pero hoy no lo ha hecho. He pensado que debía de estar preocupado. -La anciana se retorció las manos-. Tendría que haber avisado a la policía.

Harry se levantó.

– ¿Le pareció que quien conducía era el doctor?

– No lo sé. Últimamente no veo muy bien. Lo siento mucho.

– Gracias, señora. Ha sido de gran ayuda. -Cuando la mujer se hubo marchado, Harry miró a Steven a los ojos-. Nadie recuerda haber visto a Genie Cassidy en el autobús.

– Steven, Harry. -Uno de los técnicos del laboratorio les hacía señas-. Kent ha encontrado algo.

Kent Thompson, de la policía científica, estaba sentado frente al ordenador del médico.

– El doctor ha recibido un e-mail de Genie hacia las once de la mañana. Decía que estaba en la estación de autobuses y le pedía que fuera a buscarla. Él le ha respondido que sí, y que tenía los billetes de avión para Toronto.

– ¿Pensaba sacarla del país? -se extrañó Steven.

– Eso es lo que quieren hacernos creer. Mirad la información que aparece en el icono de los dos mensajes.

Harry enseguida comprendió lo que Kent quería decir.

– Los dos mensajes han sido enviados con el mismo router inalámbrico -dijo-. El router está aquí, en esta casa.

– O sea que han enviado el mensaje desde aquí -observó Steven.

– Exacto -dijo Kent-. Deben de haber enviado el mensaje a nombre de Genie con una PDA o un portátil. De cualquier forma, la chica no estaba en la estación de autobuses.

Harry asintió.

– He recibido un aviso de movilización del AMBER. Alguien ha desaparecido.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 18:05 horas

– Señorita Vartanian, despierte.

Susannah se despertó de golpe. Se había quedado dormida en la silla, junto a la cama de la chica desconocida. Pestañeó y miró a Ella, la enfermera del turno de noche.

– ¿Qué hora es?

– Más de las seis. Tiene una llamada en el teléfono del puesto de enfermeras. Es de la oficina del GBI.

Susannah la miró perpleja.

– ¿Qué hace usted aquí si son solo las seis? ¿Dónde está Jennifer?

– Se encontraba mal y ha tenido que marcharse. Por eso he empezado antes el turno. La esperan al teléfono.

Susannah tomó el aparato que sostenía una enfermera.

– Soy Susannah Vartanian.

– Soy Brianna Bromley, una de las taquígrafas del GBI. Tengo un mensaje del agente Papadopoulos. Quiere que se vean en la puerta del hospital. Dice que es urgente.

El corazón de Susannah se disparó.

– ¿Cuándo?

– Ha dejado el mensaje hace quince minutos. Estará a punto de llegar.

– Gracias. -Susannah salió corriendo y se estremeció al notar el aire frío en el rostro. Buscó el coche de Luke con la mirada, pero en su lugar vio otra cara conocida.

¿Jennifer? Ella ha dicho que estaba enferma.

La enfermera del turno de día tenía los ojos rojos y la cara pálida.

– Estoy esperando que vengan a buscarme.

– No tiene buen aspecto. ¿Lleva mucho rato esperando?

Jennifer apretó la mandíbula.

– Hace una hora que tendrían que haber llegado.

– Qué maleducado.

En ese preciso momento vio con el rabillo del ojo que llegaba un coche; los faros la cegaron unos instantes. Estaba pestañeando cuando reparó en que el coche era negro y que tenía los cristales tintados. A medida que se acercaba la ventanilla del lado del acompañante iba bajando. Susannah vio demasiado tarde el brillo del metal.

– ¡Al suelo! -gritó, y arrastró consigo a la enfermera. Oyó el disparo y levantó la cabeza justo a tiempo de ver que cambiaban la matrícula. DRC119.

Horrorizada, siguió el coche con la mirada hasta que un borboteo le hizo bajar los ojos al suelo.

– Mierda, mierda. -Susannah exhaló un suspiro entrecortado sin poder apartar la mirada de la mancha roja que se extendía rápidamente por el uniforme de la enfermera-. ¡Jennifer! ¡Jennifer! ¡Que alguien me ayude!

Jennifer Ohman abrió los ojos de repente.

– Bobby -exclamó-. Ha sido Bobby.

Resonaron pasos a su alrededor y Susannah se inclinó sobre la mujer herida.

– ¿Qué Bobby?

Tras ella chirriaron unos neumáticos y una puerta se cerró de golpe.

– Dios mío.

Era Luke, pero Susannah mantuvo los ojos fijos en el rostro de la enfermera.

– ¿Quién es Bobby?

– Muévase, señora -le espetó uno de los médicos.

Luke la ayudó a ponerse en pie, y la examinó con nerviosismo.

– ¿Está herida?

– No. -Entonces ella se acurrucó contra él y Luke la rodeó fuerte con los brazos. Susannah notaba latir su corazón en los oídos. Lo aferró por las solapas de la americana y, sin soltarlo, apretó la mejilla contra su pecho. Era firme. Pero estaba temblando.

– He oído el disparo y la he visto en el suelo. -Tenía la voz ronca, le faltaba el aliento-. ¿Seguro que no está herida?

Ella negó con la cabeza. Sólo deseaba permanecer donde estaba, a salvo, pero tenía que decírselo. Se esforzó por recobrar la calma y tiró de sus solapas hasta que él dejó de hacer fuerza. Pero no la soltó. Ella miró sus ojos negros, y de nuevo le dieron seguridad.

– Ha dicho que había sido Bobby.

Él frunció el entrecejo, desconcertado.

– ¿Quién es Bobby?

– No lo sé, pero la enfermera ha pronunciado su nombre dos veces. «Bobby. Ha sido Bobby.»

Luke desplazó las manos desde la espalda de Susannah hasta sus brazos.

– ¿Puede sostenerse en pie?

– Sí. -Ella hizo un esfuerzo por soltar las solapas-. Estaré bien.

Él se inclinó sobre la camilla.

– Jennifer. ¿Quién es Bobby? ¿Qué pasa con la chica?

– Tiene que apartarse, enseguida -ordenó el médico. Luke los siguió a la unidad de urgencias.

«DRC119.»

– Luke, espere. Luke. -Susannah se dispuso a seguirlo, pero aún estaba mareada y se tambaleó.

– Susannah. -De repente, allí estaba Chase, ayudándola a sostenerse en pie-. ¿Qué ha ocurrido?

– Estaba… ahí, al lado de la enfermera. Ella estaba esperando a que vinieran a buscarla y de repente se ha acercado un coche. Era el sedán negro, Chase. DRC119. -Apretó los labios y trató de no hiperventilar-. He intentado apartarla de en medio, pero era demasiado tarde.

– Chis. Espere. -Chase avisó por radio a todas las unidades disponibles para que buscaran el coche negro. Luego la acompañó a urgencias, y justo cuando entraban, Luke salía de la zona donde trataban a los pacientes con semblante adusto.

– Jennifer Ohman ha muerto -dijo.

Susannah tuvo que esforzarse por tomar aire.

– Estaba junto a mí. Ha muerto por mi culpa. Gretchen también estaba a mi lado. Oh, Dios. Oh, Dios.

Luke tomó sus manos frías entre las suyas, más cálidas, y la tranquilizó.

– Susannah, respire hondo y cuénteme exactamente qué ha pasado.

– Era el coche negro. Se ha acercado, ha bajado la ventanilla y he visto la pistola. He querido apartar a la enfermera de en medio y entonces he oído el disparo. He visto la matrícula cuando se alejaba. DRC119.

– ¿El mismo coche que la ha seguido a usted esta mañana? -preguntó Luke.

– ¿Está segura, Susannah? -añadió Chase.

Ella los miró a los dos.

– Segurísima.

– Lo siento -se disculpó Luke-. No pretendía dudar de su palabra.

Ella sentía que le flaqueaban las piernas.

– A mí también me cuesta creerlo, y eso que estaba ahí.

– ¿Y qué hacía ahí? -quiso saber Luke.

Ella se quedó mirándola con expresión perpleja.

– Usted me ha pedido que saliera para encontrarnos en la puerta.

Los dos hombres se miraron y Susannah notó que otro escalofrío le recorría la espalda.

– ¿No… no me ha pedido que saliera para encontrarnos?

– ¿Quién la ha llamado? -preguntó Luke casi sin voz.

– Era una mujer. Tenía un nombre muy peculiar; Brianna Bromley, eso es. Ha dicho que trabajaba como taquígrafa en su oficina y que usted le había pedido que me llamara.

– Yo no le he pedido eso a nadie -aseguró Luke.

– Y no hay ninguna taquígrafa que se llame Brianna Bromley -añadió Chase con gravedad.

El antes acelerado corazón de Susannah latía ahora a un ritmo lento, doloroso.

– O sea que me han engañado.

– Rastrearé la llamada -dijo Chase-. Luke, ¿ha dicho algo la enfermera antes de morir?

– Sólo lo que le ha dicho a Susannah.

– «Bobby -repitió Susannah-. Ha sido Bobby.» Luke, si no me ha llamado, ¿qué hace aquí?

– He recibido una llamada urgente de una mujer que decía tener información de la chica desconocida. Debe de haber sido la enfermera.

– Pero… si Jennifer le ha llamado a usted, ¿quién me ha llamado a mí? Y ¿por qué?

– Ahora conocemos dos nombres: Bobby y Rocky. Uno o los dos debían de ir en el sedán negro. Creo que querían que viera cómo le disparaban a Jennifer.

– O sea que sabían que Jennifer estaba esperando aquí -observó Chase-. Lo que quiere decir que, o bien la estaban observando… -hizo una pausa-, o bien se nos filtra información.

– Eso no tiene sentido -opinó Susannah-. Ahora estaba al lado de la enfermera y van y le disparan. Antes, en el cementerio, estaba al lado de Gretchen French y Kate también le ha disparado. ¿Quién era el objetivo? ¿Ellas o yo?

– No lo sé -confesó Luke-. Pero a Gretchen no le ha disparado Kate Davis. Al menos había otra persona armada. A Kate la han asesinado.

– Pero… -Paseó la mirada del uno al otro-. He visto a los policías sacar las armas.

– Ellos no han disparado, Susannah -explicó Chase con voz amable-. Hemos encontrado la pistola con que han matado a Kate Davis. Entre ella y usted había alguien más.

– Más hacia la izquierda -musitó Susannah.

Luke se acercó hasta situar su rostro a pocos centímetros de distancia del de ella.

– ¿Cómo lo sabe?

Ella lo miró a los ojos.

– La mujer de negro. Al me ha tirado al suelo y yo he levantado la cabeza y he visto a una mujer toda vestida de negro, con un velo cubriéndole la cara. Me ha mirado. De pronto ha desaparecido entre la multitud.

– ¿Por qué no nos ha hablado de ella antes?

– Pensaba que era alguien que había asistido al funeral. Pensaba que Kate le había disparado a Gretchen y que la policía le había disparado a Kate.

– ¿Podría describir a la mujer?

Susannah resopló.

– Era muy alta. Estaba rodeada de gente pero parecía que estuviera sola; se la veía… tan tranquila. No sé cuánto tiempo me ha mirado, no deben de haber sido más que un par de segundos. Parecía surrealista. Ah, y llevaba los labios pintados de rojo, los he visto a través del encaje del velo. El vestido era largo, antiguo. He pensado que debía de ser una anciana. Daba escalofríos. -Cerró los ojos y recordó la escena, la actividad frenética alrededor de la mujer y ella quieta, como una estatua-. Llevaba una capa, bordeada de pelo negro. Parecía sacada de una foto antigua.

– ¿Y el calzado? -preguntó Chase.

– Azul. -Abrió los ojos y los miró-. Llevaba unas bambas azules. El vestido le llegaba justo por encima de los tobillos, como si fuera demasiado corto para ella.

– O para él -apuntó Luke.

– Bobby -musitó Susannah-. O Rocky. Joder. ¿Quién es Bobby?

– Más piezas del puzle -musitó Luke.

Chase asintió con desaliento.

– Todas del mismo color.

– ¿Qué coño quiere decir eso? -preguntó Susannah-. Mierda.

Luke suspiró.

– Quiere decir que cada vez que le quitamos una capa de piel a la cebolla, debajo aparece otra. Vuelve a estar manchada de sangre. La llevaré al hotel.

– Antes entraré en el hospital a por mis cosas.

– La acompaño.

Ella quiso decirle que no hacía falta que la cuidara como si fuera un bebé. Entonces se acordó de Gretchen y de Jennifer y lo pensó mejor. Tal vez sí que hiciera falta.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 18:30 horas

– ¿Es cierto? -preguntó Ella, la enfermera-. ¿Jennifer ha muerto?

Monica se puso tensa y aguardó la respuesta.

– Me temo que sí. -Era la voz de Susannah-. Le acaban de disparar en la puerta, hace unos minutos.

«Dios mío. Jennifer ha tratado de salvarme la vida y ahora está muerta.»

Notó que le rozaban la mano.

– Soy Susannah. Tengo que marcharme, pero mañana por la mañana volveré. Ojalá estés despierta. Hay muchas cosas que nos hace falta saber.

«Estoy despierta. Mierda. Estoy despierta.»

La frustración creció y la desbordó por dentro. Luego se calmó al notar la cálida sensación en el rostro. Sus labios. Susannah la había besado en la frente, y la frustración que Monica sentía se mezcló con una añoranza que, de tan intensa, le provocaba dolor en el pecho.

– Duerme -musitó Susannah-. Mañana volveré.

«No.» Monica quiso gritar. «No se marche. No se marche. Por favor, no me deje aquí.»

Pero Susannah ya se había ido.

Las lágrimas calientes brotaron de los ojos de Monica y rodaron por sus sienes hasta que se secaron sin que nadie las viera.

Susannah salió de la habitación de la chica y se encontró con Luke, que la había estado observando con sus profundos ojos negros. Ella notó que se ruborizaba.

– Es solo una niña. Debe de estar asustada.

Él le acarició la mejilla con la palma de la mano, cálida y firme, y por un momento sintió ganas de volver a apoyarse contra su cuerpo.

– Es una buena persona -musitó-. Lo sabe, ¿verdad?

A ella se le puso un nudo en la garganta. Estuvo a punto de creerlo. Se apartó. Tenía todo el cuerpo tenso y su sonrisa era falsa.

– Y usted es muy amable.

Luke exhaló un suspiro de frustración. Bajaron en el ascensor y caminaron hasta el coche de Luke en silencio. Cuando ambos se hubieron puesto el cinturón de seguridad, Luke fijo la mirada en la carretera.

– Le he prometido a Daniel que la protegería. Puedo quedarme con usted en el hotel o puede venir a mi casa. No le pido nada excepto que me deje cumplir la promesa que le he hecho a Daniel.

Se dio cuenta de que estaba decepcionada. El sentimiento era mezquino, infantil… y humano. ¿A qué mujer no le gustaría que la pretendiera un hombre como Luke? Sin embargo, él se había dado por vencido. «Qué pronto.»

«Tú se lo has pedido. Ahora no te lamentes de que te haya hecho caso.» Aun así, se sentía decepcionada Y demasiado cansada para discutir.

– Si vamos a su casa, ¿dónde dormiré?

– En mi habitación. Yo me quedaré en el sofá.

– De acuerdo. Vamos.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 18:45 horas

– ¿Se han ido? -preguntó Bobby cuando Tanner volvió a subir al coche.

– Por fin. -Le tendió las placas con la matrícula DRC-. He cambiado la matrícula. Ahora, si alguien nos detiene, soy George Bentley. ¿Se lo ha pasado bien?

– Claro -dijo Bobby con énfasis-. Me alegro de que hayas vuelto de Savannah a tiempo para acompañarme. Habría sido demasiado difícil alcanzar a Ohman en el pecho desde el asiento del conductor.

– Entonces, ¿volvemos a Ridgefield?

– Todavía no. El topo me ha contado otra cosa. El GBI se está acercando a Jersey Jameson. Al parecer, Daniel Vartanian vio parte de la matrícula del barco el viernes.

– ¿Y dónde encontraremos al señor Jameson? -preguntó Tanner.

– Conozco algunos de los lugares que frecuenta. ¿Dispuesto para ir de bares?

Tanner se echó a reír.

– Como en los viejos tiempos.

– Eso sí que era vida. Tú elegías las presas y yo las atraía. Algunos de aquellos tíos aún me ingresan dinero en una cuenta secreta el primer día de cada mes.

– Se le daba muy bien hacer de puta, Bobby.

– Y a ti se te daba muy bien buscar clientes dispuestos a pagar para que no se supiera que eran unos pervertidos. Echo de menos esos tiempos.

– Podríamos volver a hacerlo. Podríamos marcharnos a otro sitio y empezar de nuevo.

– Podríamos, pero también me gusta mi vida actual. Cuando todo termine, seguiré queriendo la casa de la colina. Es mía.

– Arthur Vartanian se la habrá dejado a sus hijos legítimos, Bobby.

– Pero a mí me corresponde por derecho. Además, muy pronto sus hijos legítimos descansarán junto al juez y la cerda de su mujer. -Las palabras le dejaron mal sabor de boca.

– Bueno, cuando llegue el día ya sabe lo que yo quiero -dijo Tanner con voz melosa.

– El juego de té de plata de la abuela Vartanian -contestó Bobby, riendo entre dientes-. Sí, ya lo sé.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 19:15 horas

– Es muy agradable -dijo Susannah, echando un vistazo al piso de Luke.

– Está limpio; gracias a mi… -Se interrumpió al ver la mesa del comedor con un mantel de lino blanco y servicio para dos. No le hizo falta volver a mirar para percatarse de que la vajilla era de su madre, igual que el candelabro de plata, a punto para encender las velas.

Susannah observó la mesa y una de las comisuras de sus labios se curvó hacia arriba.

– ¿Su madre?

– Sí.

Susannah sonrió con melancolía.

– Ha estado a punto de asfixiar a Daniel de un abrazo. Me cae bien.

– A todo el mundo le cae bien mi madre.

– ¿Y su padre?

– Ah, a él también lo asfixia con sus abrazos -dijo con ironía-. Mi padre tiene un restaurante, junto con sus hermanos. Un griego, claro. Antes mi madre hacía de chef. Ahora son mis primos quienes lo llevan a diario, así mi padre y mis tíos tienen tiempo de disfrutar un poco de la vida. Pero mi madre lo echa de menos, y lo compensa cocinando para todos mis amigos. -Sacó del armario el traje que llevaba el día anterior y lo olió-. Casi no se nota el olor a humo ni a pescado podrido.

– ¿El tintorero le deja la ropa dentro de casa?

– El tintorero es mi primo Johnny. Tiene la llave. A mí me sale gratis el servicio y él puede ver los combates de boxeo en el televisor de pantalla plana cuando los dan por un canal de pago.

– Me pregunto si podrá hacer desaparecer las manchas de barro del vestido de Chloe Hathaway.

– Si Johnny no puede hacerlo, nadie puede hacerlo. -Luke oyó gruñir su estómago y se lo frotó con la mano-. Me muero de hambre.

– Yo también. -Vaciló-. Si quiere puedo cocinar. No se me da mal del todo.

– Mi madre ha dicho que me había dejado comida en la nevera. -Se dirigió a la cocina y ella lo siguió.

– ¿Puedo hacer algo?

– Cámbiese de ropa. -Le dirigió una sonrisa mientras abría la nevera-. Otra vez.

Ella miró su falda salpicada de sangre.

– Enseguida vuelvo.

La despreocupada sonrisa de Luke desapareció en el mismo instante que Susannah.

– Muy bien -musitó, y empezó a calentar la comida que su madre le había dejado preparada sin dejar de pensar en Susannah.

De camino a su casa la habían llamado al móvil. Era Gretchen French, que había organizado una rueda de prensa para el día siguiente por la tarde. «Tal vez quiera hablar con ella -le había dicho Susannah después de colgar-. Sigue creyendo que le ha disparado Kate Davis.»

«¿Está segura de que quiere hacerlo? -le había preguntado él-. Una vez que esté sentada junto a esas mujeres delante de los micrófonos, no habrá vuelta atrás.»

Ella se había quedado muy callada.

«Una vez que puse un pie fuera del avión ayer por la mañana, no había vuelta atrás, Luke. Entonces ya lo sabía. Me siento preparada y haré lo que tenga que hacer.»

A él lo invadió un sentimiento de admiración tan grande… Y, tras eso, un deseo tan intenso que le había cortado la respiración. No era su rostro, ni sus discretos y elegantes modales. Era algo más profundo. Ella era lo que siempre había estado buscando; así de simple.

Ahora, de pie en la cocina, sabía que no importaba lo que quisiera o lo que creyera haber encontrado. Delante de la puerta del hospital la había visto temblar como un flan. Aun así, se había aferrado a él, se había confiado a él. Y allí estaba ahora, confiada de que con él estaba a salvo. Pero mientras no le confiara el interior de esa persona que tan indigna consideraba, no importaba nada más.

Introdujo la comida en el horno para calentarla y se encontraba descorchando una botella de vino cuando sonó el timbre de la puerta. Dejó reposar el vino, se dirigió a la puerta y se asomó a la mirilla. Y exhaló un suspiro.

– Talia -exclamó al abrir la puerta.

Talia Scott llevaba el bulldog del juez Borenson atado con una correa.

– Te has olvidado de la perra.

– He estado bastante ocupado.

Ella sonrió con aire comprensivo.

– Ya me he enterado de lo que ha ocurrido en el hospital. Lo siento.

Él volvió a suspirar.

– Supongo que debería preguntarte si quieres entrar.

– Muchas gracias -soltó Talia con ironía-. Qué amabilidad.

Él abrió más la puerta. Talia entró con la perra y esta se dejó caer a los pies de Luke con un suspiro aún mayor. Talia se echó a reír.

– Se llama Cielo.

Él alzó los ojos en señal de exasperación.

– Cómo no. ¿Traes comida?

Talia sacó de su mochila una bolsa de plástico llena de comida.

– Te durará hasta mañana. Aquí tienes una correa y un cuenco.

– ¿Seguro que nadie más la quiere? -insistió Luke mientras ella depositaba las cosas de la perra sobre sus brazos.

– No. Los vecinos de Borenson se han quedado con los perros de caza, pero a Cielo no la quería nadie. Huele a comida. -Entonces vio la mesa con la vajilla-. Tienes compañía; me voy.

Cuando se disponía a marcharse, él le tiró de la chaqueta.

– Susannah Vartanian está aquí.

Ella abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad?

– No es lo que piensas. Será mejor que te quedes. Pasa. Estaba abriendo una botella de vino.

Luke fue a la cocina y la perra lo siguió, pisándole literalmente los talones. Cada vez que él se paraba, la perra se tendía a sus pies.

Cada vez que se ponía en marcha, ella hacía lo propio.

– No puedo quedármela, nunca estoy en casa.

Talia se había sentado en la encimera.

– Entonces se la llevarán a la perrera. Luego ¿quién sabe lo que harán con ella?

Luke frunció el entrecejo.

– Eres muy cruel.

Ella sonrió.

– Y tú eres un encanto.

Él sacudió la cabeza.

– No se lo digas a nadie. ¿Has visto al señor Csorka?

Ella se puso seria.

– Sí. Ha venido con registros dentales, muestras de ADN y fotos de Ashley con sus trofeos. Es nadadora. Le han concedido una beca completa para el año que viene.

– Ya hace más de veinticuatro horas que han desaparecido. Podrían estar en cualquier sitio.

– Es cierto, pero hemos enviado la foto de una de las chicas desaparecidas a todos los departamentos de policía del sudeste del país. Tardará unas semanas en cumplir los dieciocho años, así que he enviado un aviso al AMBER. -Se inclinó hacia delante y le estrechó la mano-. Es más de lo que teníamos ayer.

– He usado su… -Susannah se detuvo en seco, con las toallas húmedas dobladas con pulcritud sobre los brazos y la mirada fija en sus manos unidas-. Lo siento. Creía que no había nadie más.

Talia sonrió y le tendió la mano.

– Soy Talia Scott. Trabajo con Luke y Daniel.

Susannah pasó las toallas a uno de sus brazos para poder estrechar la mano de Talia.

– Encantada de conocerla. Usted ha hablado con Gretchen French.

– Y con todas las otras víctimas -explicó Talia-. Excepto con usted -añadió en tono amable.

Susannah se ruborizó.

– Le he entregado mi declaración a Chloe Hathaway, la ayudante del fiscal.

– No lo decía por eso. He hablado con todas esas mujeres para que sepan cuáles son sus derechos y los recursos de que disponen.

Susannah esbozó una frágil sonrisa.

– Soy ayudante del fiscal; sé cuáles son mis derechos. Gracias de todos modos.

– Usted sabe explicarle a otras personas cuáles son sus derechos -repuso Talia, impasible-. Pero es posible que no sepa aplicarlos cuando se trata de usted misma. Llámeme en cualquier momento si tiene ganas de hablar. -Le entregó su tarjeta sin dejar de sonreír.

Susannah la tomó con vacilación.

– Gretchen habla muy bien de usted -dijo en voz baja. Entonces arqueó las cejas al ver la bolsa con la comida para perros sobre el mostrador-. ¿Eso es la cena?

Luke bajó la mirada al suelo y volvió a poner mala cara.

– La de ella.

Una sonrisa iluminó el rostro de Susannah y a Luke el gesto le llegó al alma.

– Oh, qué cosita. -Se puso de rodillas, dejó las toallas a un lado y acarició la cabeza de la perra-. ¿Es suya, Talia?

Talia rió entre dientes y le guiñó el ojo a Luke.

– No. Es de Luke.

– Te odio -masculló Luke, y Talia se echó a reír de nuevo. Entonces Susannah lo miró; seguía sonriendo.

– ¿De verdad es suya?

Él suspiró.

– Sí, supongo que sí. Por lo menos hasta que le encuentre otro dueño. Es del juez Borenson. Si lo encontramos vivo, se la devolveré.

Susannah se volvió hacia el feo bulldog.

– Yo también tengo una perra. En Nueva York.

– ¿De qué raza? -preguntó Talia.

– Un sheltie. Se llama Thor.

Talia se echó a reír.

– ¿Un sheltie llamado Thor? La cosa tiene miga.

– Sí. Ahora está en una residencia canina, supongo que se pregunta cuándo pienso ir a buscarla. -El bulldog lamió la cara de Susannah y ella se echó a reír, y el pequeño gesto de alegría a Luke le llegó aún más adentro-. ¿Cómo se llama? -preguntó.

– Cielo -respondió él en voz baja, y ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

– Qué bonito. -Su sonrisa se desvaneció-. ¿Siempre acoge a los desamparados, Luke?

– Normalmente no -dijo. Entonces se percató de que la había estado mirando fijamente y volvió la cabeza.

– Estábamos tomando vino, Susannah -dijo Talia compadecida de Luke-. ¿Quiere un poco?

– No bebo, pero ustedes sigan. La cena huele de maravilla. ¿Se queda, Talia?

– Sí -respondió Luke.

– No -respondió Talia al mismo tiempo-. Tengo que marcharme a casa.

– ¿Seguro que no puedes quedarte con la perra? -preguntó Luke con un hilo de voz.

– Seguro -dijo Talia en tono jovial-. Mi compañero me lo dejó muy claro cuando aparecí con el cuarto. Creo que habla en serio. O sea que, o se queda contigo o va a la perrera; ¿eh, Luka? -Se estiró por encima del mostrador y le dio unas palmaditas amistosas en la mejilla-. Piensa en la alegría que supone tener un perro en casa.

Luke no tuvo más remedio que echarse a reír al ver el brillo de sus ojos.

– Te lo estás pasando en grande.

– Acompáñame a la puerta. Encantada de conocerla, Susannah. Llámeme siempre que lo desee.

Luke acompañó a Talia a la puerta y Cielo volvió a pisarle los talones.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

Talia sacudió la cabeza; se le escapaba la risa.

– Cariño, te veo fatal. Y encima ella no es griega. ¿Qué te dirá mamá Papa?

– ¿Quién crees que ha puesto la mesa?

– Qué interesante. -Se puso seria-. Haz que Susannah me llame si me necesita.

– Es igual que Daniel -musitó él-. Todo se lo guardan para sí.

– Ya lo sé -dijo ella-. ¿Cuándo quieres salir hacia Poplar Bluff?

– Sería más fácil encontrar a las amigas de Kasey Knight un día de escuela, pero no podemos esperar al lunes. Saldremos mañana por la mañana, después de la reunión. Llegaremos sobre las once.

– A esa hora estarán en la iglesia. -Talia reflexionó-. Poplar Bluff es una población pequeña. Deja que llame al pastor y le pregunte si las chicas van a la iglesia. Puede que después de todo ese sea el mejor lugar para dar con ellas. Te veré mañana. Tráeme las sobras, ¿vale?

– Podrías quedarte a cenar.

Ella sonrió.

– No; de verdad que no puedo. Buena suerte, Luka.

Él alzó los ojos en señal de exasperación y volvió a la cocina, donde Susannah estaba cortando lechuga. Luke se apoyó en la nevera, con Cielo a sus pies.

– No deja de seguirme.

Una de las comisuras de los labios de Susannah esbozó el amago de sonrisa que él ya había aprendido a prever.

– ¿También la encontró en el bosque?

– Supongo que en cierto modo, sí.

Ella lo apartó con suavidad para sacar más hortalizas de la nevera.

– Pues entonces estamos igual. Cielo representa para usted lo mismo que la chica desconocida representa para mí. Y, hasta cierto punto -añadió mientras cortaba las puntas de los pepinos con más fuerza de la necesaria-, lo mismo que represento yo.

Él sintió ganas de aferrarla por los hombros y obligarla a mirarlo, pero se quedó donde estaba.

– Esto no es justo para ninguno de los dos, ¿no cree? -dijo en voz baja.

Ella bajó la barbilla.

– Tiene razón; lo siento. -Tragó saliva y se concentró en cortar las hortalizas con movimientos rápidos y experimentados-. Talia lo ha llamado «Luka»

– Es como me llama mi madre.

– Ya lo sé. Entonces, ¿Talia y usted son amigos? -preguntó en tono cauteloso.

Él no alteró la voz, a pesar de que la pregunta hizo que se le desbocara el corazón.

– Es griega.

– ¿Y qué? ¿Es que conoce a todos los griegos de Atlanta?

Él sonrió.

– A bastantes. Somos una comunidad muy bien avenida. Mi padre y sus hermanos se ocupan de surtir muchas de las bodas y las fiestas que se celebran. Conocemos prácticamente a todo el mundo.

Ella echó las rodajas de pepino en la ensalada.

– Scott no parece un apellido griego.

– Es el apellido de su primer marido. No le fue muy bien con él.

– Mmm… Me extraña que su madre no la haya cazado para usted -comentó en tono liviano.

– Lo intentó, pero acabó desistiendo. Talia y yo somos amigos, nada más.

Entonces ella se volvió; sostenía el cuenco de ensalada entre los brazos. Sus ojos se cruzaron y ambos aguantaron la mirada, intensa y llena de deseo, y de pronto una acción tan simple como respirar les suponía un gran esfuerzo.

De repente ella bajó la cabeza y lo apartó para depositar el cuenco sobre la mesa. Él la siguió, y Cielo también. Se detuvo tras ella.

– Susannah.

– Tengo que marcharme. Dormiré en la habitación de la chica, con el vigilante en la puerta, si eso le hace sentirse mejor. Se lo prometo.

– Lo que haría que me sintiera mejor sería que me mirara.

Ella no se movió y él la tomó con suavidad por los hombros y tiró de ellos hasta que ella se volvió con los ojos a la altura de su pecho. Él aguardó en silencio hasta que por fin ella levantó la cabeza. Una sensación atizó a Luke como un puñetazo en el vientre. La mirada de Susannah, antes tan prudente, tan reservada, aparecía ahora llena de pasión, una pasión desenfrenada y turbulenta. Denotaba deseo e interés; resistencia y consternación. Con la seguridad de que su próximo gesto sería decisivo, Luke le acarició la mejilla igual que había hecho antes.

Ella volvió la cabeza hacia su mano y respiró hondo, como si quisiera memorizar su aroma, y Luke notó tensarse todo su cuerpo. En ese momento supo que nunca había deseado a nadie ni nada hasta ese punto.

– ¿Cuánto tiempo hace, Susannah? -preguntó con voz ronca.

– ¿El qué?

Era una buena pregunta.

– De la última vez que alguien te tocó. -Él le acarició la mejilla con el dedo pulgar para indicarle a qué se refería-. De la última vez que alguien te besó en la frente.

Luke notó la agitación en su interior.

– Nunca lo han hecho -respondió ella por fin.

A Luke se le partió el alma.

– ¿Nadie? ¿Ni siquiera tu madre?

– No. No era una mujer muy cariñosa.

– Susannah, ¿tu padre…? -No pudo preguntárselo. Le resultaba imposible, después de todo lo que ella había tenido que soportar.

– No. Pero le habría gustado; siempre lo supe. Aun así, nunca lo hizo. -Se pasó la lengua por los labios, nerviosa-. A veces me escondía. Así fue como encontré el escondrijo de detrás del vestidor de mi habitación. En ese momento no me estaba escondiendo de Simon; me escondía de mi padre.

A Luke le entraron ganas de chillar. De arrojar algo. De matar al padre de Susannah. Resultaba irónico que lo hubiera hecho Simon.

– ¿Te pegaba?

– No. Casi siempre se limitaba a ignorarme; era como si yo no estuviera. Y a veces descubría en él aquella mirada… -Se estremeció.

– ¿Y tu madre?

Sus labios esbozaron una amarga sonrisa.

– Era una buena anfitriona. Siempre tenía la casa limpia y acogedora. Pero no exteriorizaba sus sentimientos. Nunca nos prestó mucha atención; a excepción de Simon. Siempre estaba pendiente de Simon. Y cuando él perdió la pierna, las cosas empeoraron más. Y cuando creímos que había muerto, cuando mi padre lo envió muy lejos y le dijo a todo el mundo que había tenido un accidente… aún fue peor.

– ¿Qué ocurrió?

– Mi madre se puso histérica. Nos decía a mí y a Daniel que nos odiaba, que ojalá no hubiéramos nacido. Nos decía que habría preferido que hubiéramos muerto nosotros.

Qué horror para un hijo tener que oír aquello.

– Por eso cuando Simon te agredió no pudiste contárselo.

Susannah apartó la mirada.

– Mi madre ya lo sabía.

– ¿Qué?

Ella se encogió de hombros.

– No sé cómo se enteró, pero lo sabía. Me decía que yo era una descocada, que qué otra cosa iba a hacer un hombre. Pero yo no era así. Nunca había salido con ningún chico.

– Eso es muy mezquino, Susannah -dijo él con voz trémula. Al fin ella volvió a mirarlo a los ojos.

– Gracias.

«Gracias.» La madre de Susannah había consentido la violación incestuosa de su hija y ella agradecía que él lo censurara. Volvió a sentir ganas de chillar, pero se controló y la besó con suavidad en la frente.

– Crees que estás sola pero no es cierto. Y crees que eres la única que ha hecho cosas vergonzosas, pero eso tampoco es cierto.

– Tú no has hecho lo que he hecho yo, Luke.

– ¿Cómo lo sabes? Me he acostado con mujeres a las que apenas conocía, a veces sólo para olvidarme de lo que ese día había visto. Para no estar solo cuando me despertara a las tres de la madrugada. Eso es vergonzoso. Me gustaría tener una relación como la de mis padres, pero nunca he encontrado a la persona adecuada.

– Tú no sabes a qué me refiero. -Se dispuso a apartarse de mala gana-. Y espero que no lo sepas nunca.

– Para. -Pronunció la palabra en un susurro-. No te vayas. -Le acarició la comisura de los labios-. No te vayas. -No se movió, no respiró; se limitó a quedarse allí, a un susurro de distancia de sus labios.

Tras lo que le pareció una eternidad, ella volvió la cabeza; sólo un ápice, justo lo necesario.

Él le cubrió los labios con los suyos con delicadeza. Con suavidad. «Por fin.» Ella se dejó caer en sus brazos con un gemido, deslizó las manos por su pecho y le rodeó el cuello, y entonces lo besó. Tenía los labios suaves, ágiles y mucho más dulces de lo que él creía. Y, de pronto, de algún modo, toda delicadeza se desvaneció y él se apropió de lo que tanto deseaba, levantándola del suelo y atrayéndola hacia sí hasta que sintió que su cuerpo vibraba hasta un punto casi doloroso.

Susannah puso fin al momento con demasiada rapidez y posó la mejilla sobre su cuello. Luego se apartó hasta que él tuvo que soltarla y sus pies volvieron a tocar el suelo.

Extendió el brazo para impedirle acercarse. Su mirada denotaba desolación.

– No puedo hacerlo -dijo, retrocediendo. Entonces corrió al dormitorio y cerró la puerta.

Luke apretó los dientes mientras se insultaba de todas las formas que acudían a su mente. Le había asegurado que no le pediría nada excepto que le permitiera cumplir lo que le había prometido a Daniel. En cambio había querido aprovecharse de ella. Era una más de las muchas personas que lo habían hecho ya.

Furioso consigo mismo, asió la correa de la perra.

– Vamos, Cielo. Saldremos a pasear.

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