Dutton,
viernes, 2 de febrero, 15:45 horas
Luke estaba tirando de las correas de su chaleco Kevlar cuando dos coches de la policía de Arcadia se detuvieron delante de él. Un hombre se apeó y observó el panorama.
– Soy Corchran. ¿Dónde está Vartanian?
– Allí.
Susannah, arrodillada entre Bailey y la chica, levantó la cabeza. Su chaqueta, abotonada hasta el cuello, estaba empapada de sangre, igual que la falda. Los guantes de látex que Luke le había dado hacían parecer aún más pequeñas sus manos, que seguían presionando el costado herido de la chica.
– ¿Qué pasa con la puta ambulancia?
Corchran frunció el entrecejo.
– Está en camino. ¿Quién es usted?
– Es Susannah Vartanian, la hermana de Daniel -aclaró Luke-. Yo soy Papadopoulos.
– ¿Y dónde está Daniel Vartanian? -insistió Corchran.
Luke señaló con el dedo.
– Se ha marchado hacia allí y no contesta al móvil ni a la radio. Las cejas de Corchran se unieron en un gesto de evidente preocupación.
– ¿Quiénes son esas dos?
– La mayor es Bailey Crighton -respondió Luke-. La chica es una víctima desconocida. Las dos están inconscientes. He pedido que venga un helicóptero para trasladarlas a Atlanta. Es posible que el agresor siga escondido en el lugar de donde ellas se han escapado. -Suspiró con inquietud-. Y creo que Daniel está en apuros. Aprovechando que está usted aquí, voy a buscarlo.
Corchran señaló a los dos agentes del segundo coche patrulla.
– Esos son los agentes Larkin y DeWitt. Seis hombres más y otra ambulancia están en camino, y más refuerzos. Larkin y De Witt pueden quedarse aquí y desviar el tráfico. Yo iré con usted.
– El agente Pete Haywood está a punto de aparecer. Pida que lo envíen a buscarnos cuando llegue. -Asintió ante Corchran-. Acabemos con esto.
– Agente Papadopoulos, espere. -Susannah le devolvió la pistola de repuesto-. Yo ya no la necesito, y puede que usted sí. -Se volvió para seguir ejerciendo presión sobre la herida de la chica.
Se había comportado con serenidad, valor y sensatez. Cuando Luke tuvo el primer momento de respiro, se dio cuenta de que la joven había vuelto a impresionarlo muchísimo. Y se dio cuenta de que a su mente acudía la imagen que presentaba en medio del bosque, cubierta solo con el sujetador. Tenía que concentrarse. Era posible que la vida de Daniel dependiera de ello.
– Si Bailey vuelve en sí, pídale que le cuente todo lo que recuerde. Cuántos hombres había, cuántas puertas, qué armas ha visto. Pídale a Larkin que nos avise por radio si quiere decirnos cualquier cosa, por estúpida que le parezca.
Ella no levantó la cabeza.
– Muy bien.
– Entonces, en marcha.
Circularon en silencio, Luke en su coche y Corchran justo detrás. Tomaron un recodo, y entonces a Luke se le heló la sangre en las venas.
– Dios mío -musitó. «Era una emboscada.» Frank Loomis había engañado a Daniel.
Luke miró la nave de hormigón, de unos treinta metros de longitud por lo menos. Por detrás de la nave estaba el río, y enfrente de ella había aparcados tres coches. Dos eran coches de la policía de Dutton. El tercero era el sedán de Daniel. La parte trasera del vehículo estaba empotrada contra uno de los coches patrulla, que, atravesado en la carretera, impedía que Daniel escapara.
Las dos puertas delanteras del coche de Daniel estaban abiertas y Luke observó las manchas de sangre en la ventanilla del conductor. Poco a poco, se acercó con la pistola en la mano y el pulso retumbándole en los oídos. En silencio, indicó a Corchran que se dirigiera al lado del acompañante.
– Hay sangre -musitó, señalando el salpicadero-. No mucha. Y también hay pelo. -Tomó unos mechones del suelo. Eran largos y castaños.
– Son de Alex -reconoció Luke en voz baja, y entonces vio el cadáver de un hombre tendido en el suelo, a unos doce metros de distancia. Echó a correr y se arrodilló sobre una pierna junto al cadáver-. Es Frank Loomis.
– El sheriff de Dutton. -Corchran pareció afectado-. ¿También él estaba implicado en todo esto?
Luke le presionó la garganta con los dedos.
– Lleva toda la semana dificultando la investigación de Daniel. Está muerto. ¿Cuánto tardarán en llegar sus seis hombres?
Corchran se volvió a mirar los tres coches patrulla que aparecían por la curva.
– Nada.
– Sitúelos alrededor del edificio. Que tengan las armas a punto y refuerzos que los cubran. Yo iré a comprobar qué entradas y salidas están libres. -Luke echó a andar. La nave era mayor de lo que parecía mirándola de frente y tenía un ala horizontal orientada hacia el río. En un extremo había una ventana y en el otro, una puerta. La pequeña ventana quedaba demasiado arriba para que nadie pudiera mirar por el cristal, por muy alto que fuera.
Entonces oyó un disparo al otro lado del muro. Oía voces, ahogadas e indistinguibles.
– Corchran -susurró hacia la radio.
– Ya lo he oído -respondió el sheriff-. La segunda ambulancia acaba de llegar; es por si alguien resulta herido. Me acercaré por el otro lado.
Luke oyó otro disparo procedente del interior y echó a correr. Se encontró con Corchran en la puerta.
– Yo me encargo del piso de arriba y usted del de abajo. -Cuando se disponía a moverse, se detuvo en seco-. Viene alguien.
Corchran se escondió en la esquina y aguardó. Luke se alejó sin hacer ruido y sin apartar los ojos de la puerta. Esta se abrió y por ella salió una mujer cubierta de sangre.
Ridgefield, Georgia,
viernes, 2 de febrero, 16:00 horas
– Deprisa. -Rocky sacó a la última chica del barco a empujones-. No tenernos todo el día.
Paseó la mirada por las cinco elegidas, calculando su valor. Dos estaban más bien esqueléticas. Otra era alta, rubia y atlética. Podría ponerle un precio muy alto. Las dos restantes trabajaban bastante bien cuando no estaban enfermas. Ya que tenía que escoger, por lo menos lo había hecho bien. Las cinco chicas estaban arrodilladas en el suelo, pálidas. Una de ellas se había vomitado encima en la bodega, y las otras habían vuelto la cabeza para no verla.
Eso estaba bien. El compañerismo entre las chicas no era nada conveniente. Algunas habían empezado a hacerse amigas pero Rocky cortó la relación de raíz. Para ello había tenido que sacrificar a uno de sus bienes más valiosos, pero el hecho de apalear hasta la muerte a Becky delante de las demás había dado resultado. Becky había conseguido que algunas chicas hablaran unas con otras, y eso sin duda habría dado pie a que planearan fugarse, algo que Rocky no estaba dispuesta a permitir.
Se acercó una camioneta con un remolque para caballos. No mostraba rótulo alguno y Bobby iba al volante. Rocky se preparó para la explosión de furia que sabía que tendría lugar cuando Bobby hiciera el recuento.
Bobby salió de la cabina con los ojos entornados.
– Pensaba que traerías seis. ¿Dónde están Granville y Mansfield?
Ella levantó la cabeza y miró los fríos ojos azules de Bobby mientras el pulso le retumbaba en los oídos. Las chicas estaban escuchando la conversación, y de cómo respondiera dependía la opinión que de ella tendrían en el futuro. El noventa por ciento de la manipulación de las chicas se basaba en el miedo y la intimidación. Seguían presas porque estaban demasiado asustadas para huir.
Así que Rocky decidió mantenerse firme.
– Vamos a meterlas en el remolque y ya hablaremos luego.
Bobby dio un paso atrás.
– Bien. Hazlo deprisa.
Rápidamente Rocky obligó a las chicas a entrar en el remolque y se encargó de asegurar las esposas a la pared. Les estampó una tira de cinta adhesiva en la boca, por si alguna tenía la brillante idea de gritar para pedir socorro cuando se detuvieran en un semáforo.
Jersey evitó el contacto visual mientras amontonaba las cajas sobre el heno. Cuando hubo terminado, miró a Bobby.
– Te ayudaré a transportar lo que haga falta, pero nada de criaturas.
– Claro, Jersey -respondió Bobby en tono meloso-. No querría incomodarte en ningún sentido. -Rocky sabía que eso significaba que a continuación Bobby le ordenaría a Jersey que transportara todo el cargamento humano, y para ello lo chantajearía con lo que acababa de hacer.
Por la mirada de Jersey se deducía que él también lo sabía.
– Hablo en serio, Bobby. -Tragó saliva-. Tengo nietas de la misma edad.
– Entonces te recomiendo que las mantengas alejadas de los chats -soltó Bobby con sequedad-. Supongo que eres consciente de que el resto de lo que transportas acaba en manos de niños mucho más jóvenes que esas chicas.
– Eso es voluntario. Quien compra droga lo hace porque quiere. Esto no es voluntario -respondió Jersey sacudiendo la cabeza.
La sonrisa de complacencia de Bobby denotaba sorna.
– Tu sentido ético es peculiar y erróneo, Jersey Jameson. Te pagaré de la forma habitual. Ahora, en marcha.
Bobby cerró las puertas de la furgoneta y Rocky se dio cuenta de que le había llegado el turno.
– Granville y Mansfield siguen allí -dijo antes de que Bobby tuviera tiempo de volver a preguntárselo. Cerró los ojos y se preparó para lo peor-. Y también los cadáveres de las chicas a quienes Granville ha matado.
Durante lo que se le antojó una eternidad, Bobby guardó silencio. Al final Rocky abrió los ojos y toda la sangre que corría por sus venas se heló. La mirada de Bobby traslucía severidad y furia.
– Te dije que te aseguraras de no dejar rastro. -Pronunció las palabras en voz baja.
– Ya lo sé, pero…
– No hay peros que valgan -le espetó Bobby. Luego se alejó y se puso a caminar de un lado a otro con impaciencia-. ¿Por qué los has dejado allí?
– Granville no salía de la nave y Mansfield ha vuelto atrás para ayudarle a sacar los cadáveres. Jersey y yo hemos oído disparos en la carretera. Hemos pensado que era mejor que no nos pillaran con la mercancía viva.
Bobby dejó de caminar. De repente se volvió y le lanzó una mirada glacial de arriba abajo.
– Lo que habría sido mejor es que hicieras tu trabajo y que no dejaras rastro. ¿Qué más?
Rocky decidió hacer frente a la mirada de Bobby.
– De camino hacia aquí he estado escuchando el receptor de Jersey. La policía ha encontrado el cadáver de Frank Loomis.
Bobby frunció las cejas.
– ¿Loomis? ¿Qué coño estaba haciendo allí?
– No lo sé.
– ¿Cuántos?
Rocky sacudió la cabeza.
– ¿Cuántos qué?
Bobby la agarró del cuello y tiró de ella hasta obligarla a poner se de puntillas.
– ¿Cuántos cadáveres han quedado?
Rocky se esforzó por mantener la calma.
– Seis.
– ¿Seguro que están muertas? ¿Las has visto?
No las había visto, y debería haberlo hecho. Tendría que haber comprobado que Granville las mataba una a una y echaba los cadáveres al río. Lo cierto era que Rocky había descubierto que, a la hora de la verdad, no tenía tripas para presenciar un asesinato. Granville, sin embargo, era un cabrón morboso y seguro que las había matado; eso si no les había hecho nada más.
– Sí, seguro.
Bobby aflojó las manos y Rocky pudo poner los pies en el suelo.
– Muy bien.
Ella tragó saliva. Todavía notaba la presión de los nudillos de Bobby en la tráquea.
– No habrá forma de que identifiquen a las chicas que han quedado allí. Estamos a salvo, a menos que Granville o Mansfield decidan hablar. Eso suponiendo que los pillen.
Bobby la soltó y la apartó de sí de un empujón.
– Yo me encargaré de ellos.
Rocky se tambaleó, pero enseguida recuperó el equilibrio.
– ¿Qué pasará si los pillan?
– Yo me encargaré de ellos. Mansfield no es el único policía que trabaja para mí. ¿Qué más?
– Me he asegurado de que no quedara documentación. Granville no la había destruido.
Bobby arrugó la frente.
– Qué hijo de puta. Tendría que haberlo matado hace años.
– Es probable.
Bobby se le acercó y susurró:
– A ti podría matarte ahora mismo, con mis propias manos. Podría partirte el cuello en dos. La verdad es que te lo mereces. La has cagado bien, Rocky.
A Rocky volvió a helársele la sangre.
– No lo harás. -Se esforzó por mantener la voz firme.
– Y ¿por qué?
– Porque sin mí no tendrías acceso a los chats y perderías a todas las bellezas que tenemos previstas para la próxima remesa. Las existencias te durarían menos que un escupitajo en una sartén caliente. -Se puso de puntillas hasta situarse a su misma altura-. Harías un mal negocio; por eso no me matarás.
Bobby se quedó mirándola. Luego se echó a reír con amargura.
– Tienes razón. Y también tienes suerte. De momento te necesito más de lo que te odio. Pero te lo advierto muy en serio, niñata: una cagada más y me cargo el chat. Seguro que encontraré a alguien que te sustituya, y el negocio ordinario da para mantenerme a flote hasta que consiga otra remesa. En cuanto lleguemos a Ridgefield, encárgate de que las chicas se aseen. Esta noche llegará un cliente. Ahora sube.
Bobby se sentó tras el volante con el móvil en la mano.
– Hola, Chili, soy yo. Tengo unos cuantos trabajitos para ti, pero tienes que hacerlos rápido. En una hora, más o menos.
Rocky oyó los gritos de protesta de Chili cuando, con una mueca, Bobby estiró el brazo para alejar de sí el móvil.
– Escucha, Chili, si no te interesa el trabajo, no pasa nada. Ya encontraré a alguien… -Bobby esbozó una sonrisita-. Ya me lo parecía. Necesito que incendies dos casas. Te pagaré lo de siempre y como siempre. -La sonrisa de Bobby se desvaneció-. De acuerdo, el doble. Pero no tiene que quedar rastro, nada de nada. No dejes nada.
Dutton,
viernes, 2 de febrero, 16:15 horas
«Alex.» Luke corrió hacia la puerta cuando Alex Fallon salió de la nave tambaleándose y cubierta de sangre.
– Está herida. Corchran, avisa a los de la ambulancia.
Alex apartó de sí a Luke.
– No, yo no. Daniel es quien está herido. Está en estado crítico. Tienen que trasladarlo en helicóptero a un centro de traumatología de nivel uno. Te diré dónde está.
Luke la tomó por el brazo cuando ella se dispuso a cruzar de nuevo la puerta.
– ¿Está vivo?
– Por poco -dijo Alex sin miramientos-. Estamos perdiendo un tiempo precioso. Vamos.
– Avisaré por radio a Larkin para que el helicóptero que tiene que recoger a la chica espere a Vartanian -se ofreció Corchran mientras hacía señas a los paramédicos-. Tú vete.
Alex ya se encontraba atravesando la nave a toda prisa. Luke y dos paramédicos con una chirriante camilla la siguieron.
– Bailey se ha escapado -dijo Alex cuando Luke la alcanzó.
– Ya lo sé -respondió él-. La he encontrado. Está viva. Su estado es bastante malo, pero por lo menos vive.
– Gracias a Dios. Beardsley también está ahí.
– ¿Te refieres al capellán del ejército? -El capitán Beardsley había desaparecido el lunes anterior, cuando fue a buscar a Bailey a su casa de Dutton.
– Sí, está vivo. Es posible que pueda salir por su propio pie, pero también está mal.
Cuando llegaron a la sala del final del largo pasillo, Luke se quedó petrificado. Dos paramédicos se abrieron paso por su lado para llegar hasta Daniel, que yacía tumbado de costado en un rincón con un vendaje impecable cubriéndole el pecho. Seguramente era obra de Alex. Su rostro aparecía ceniciento, pero respiraba.
Era más de lo que podía decirse de los tres cadáveres que tapizaban el suelo. Mansfield, el ayudante del sheriff, yacía boca arriba con dos disparos en el pecho. Mack O'Brien se había desplomado hecho un ovillo, con un agujero de bala en medio de la frente. El tercer hombre también yacía boca arriba, con cinco disparos en el pecho y uno en la mano. Tenía las ensangrentadas muñecas esposadas a la espalda. De su rostro no quedaba nada; un arma de gran calibre lo había destrozado.
Había otro hombre sentado con la espalda apoyada en la pared; respiraba con dificultad. Tenía el rostro sucio y cubierto de sangre, y los ojos cerrados. Luke dedujo que sería el sacerdote desaparecido, aunque en esos momentos se parecía más a Rambo.
– Virgen santísima. -Luke respiró hondo y se volvió hacia la esbelta mujer que constituía el único miembro de la actuación que quedaba en pie-. Alex, ¿tú has hecho todo esto?
Alex miró alrededor como si observara el desastre por vez primera.
– Casi todo. Mansfield le ha disparado a Daniel y yo lo he matado a él. Entonces ha entrado Granville. -Echó un triste vistazo al hombre sin rostro-. El doctor Granville era el tercer violador.
– Ya lo sé -respondió Luke-. Bailey nos lo ha contado. Así que también has matado a Granville, ¿no?
– No, yo solo le he herido. Ha sido O'Brien quien lo ha matado. Formaba parte de su venganza.
Luke empujó a O'Brien con el pie.
– ¿Y a este?
– Bueno, después de matar a Granville, O'Brien me ha apuntado en la cabeza. Entonces el padre Beardsley le ha quitado la pistola a O'Brien y Daniel le ha disparado en la cabeza. -Una repentina sonrisa le iluminó el rostro-. Creo que no lo hemos hecho mal del todo.
Su tonta sonrisa hizo que Luke sonriera a su vez, a pesar de la náusea que le oprimió el estómago al oír el quejido de Daniel cuando los paramédicos lo movieron. Daniel se quejaba, lo cual quería decir que estaba vivo.
– Yo también creo que no lo habéis hecho mal. Os habéis cargado a todos los malos, chica.
Pero el capellán del ejército sacudió la cabeza.
– Habéis llegado demasiado tarde -dijo Beardsley en tono cansino.
Alex se puso seria al instante.
– ¿De qué está hablando?
«Las ha matado a todas», había dicho Bailey. El temor eclipsó la momentánea satisfacción de Luke.
– Quédate aquí con Daniel -ordenó a Alex-. Yo iré a echar un vistazo.
Alex miró a los paramédicos.
– ¿Tiene las constantes vitales estables?
– Estables, pero débiles -respondió uno de los hombres-. ¿Quién le ha vendado el pecho?
– Yo -respondió Alex-. Soy enfermera.
El paramédico hizo un gesto aprobatorio con la cabeza.
– Buen trabajo. Respira sin asistencia.
Alex asintió poco convencida.
– Muy bien. Vámonos -le dijo a Luke-. Necesito saberlo.
Luke pensó que tenía razón. Su hermanastra, Bailey, había estado en ese lugar una semana entera, y aunque todos le habían dicho que Bailey era una drogadicta y que debía de haberse dado a la fuga, Alex nunca había perdido la esperanza.
Beardsley se puso en pie apoyándose contra la pared.
– Entonces venid conmigo. -Abrió la primera puerta de la izquierda. No estaba cerrada con llave, ni tampoco vacía.
Luke ahogó un grito y su temor se tornó horror. Una joven yacía sobre un fino colchón. Tenía un brazo encadenado a la pared. Estaba muy flaca, se le marcaban claramente los huesos. Tenía los ojos muy abiertos y en su frente se veía un pequeño agujero redondo. Debía de tener unos quince años.
«Las ha matado a todas.»
Luke avanzó hacia el colchón poco a poco. «Santo Dios», fue todo cuanto pudo pensar. De repente, la sorpresa al reconocer a la joven lo azotó cual puñetazo en el vientre. «La conozco.» Mierda; había visto antes a esa chica. Un montón de imágenes cruzaron su mente a toda velocidad, rostros que nunca podría olvidar.
Había visto antes ese rostro, estaba seguro. «Angel.» Los pedófilos, los seres infrahumanos que las habían captado a través de su página web, aquellos que habían cometido acciones tan depravadas… Ellos la llamaban Angel.
Notó el sabor de la bilis en la garganta mientras permanecía allí de pie, mirándola. Angel estaba muerta. Habían dejado que se consumiera, la habían torturado. «Habéis llegado demasiado tarde.» La sorpresa empezó a desvanecerse mientras la furia que hervía en su interior crecía, y él apretó los puños para no explotar. Tenía que controlarse. No podía permitir que la ira le impidiera hacer su trabajo.
«Proteger y servir», recordó para sí.
«A ella no la has protegido. Has fallado. Has llegado demasiado tarde.»
Alex se arrodilló junto al colchón y presionó con los dedos el escuálido cuello de la chica.
– Está muerta. Debe de llevar muerta una hora.
– Todas están muertas -repuso Beardsley con aspereza-. Todas las chicas a las que han dejado aquí.
– ¿Cuantas hay? -preguntó Luke en tono severo-. ¿Cuántas están muertas?
– Bailey y yo estábamos presos en el otro extremo -explicó Beardsley-. No he podido ver nada. Pero he contado siete disparos.
Siete disparos. A la chica a quien Susannah había salvado le habían disparado dos veces, una vez en el costado. La otra bala le había rozado la cabeza. O sea que quedaban cinco disparos más. Cinco jóvenes muertas. «Santo Dios.»
– ¿Qué lugar es este? -musitó Alex.
– Trafican con humanos -respondió Luke con concisión, y Alex se quedó mirándolo boquiabierta.
– Quieres decir que todas esas chicas… Pero ¿por qué las han matado? ¿Por qué?
– No tenían tiempo de sacarlas a todas -dijo Beardsley en tono inexpresivo-, y no querían que las que quedaran hablaran.
– ¿Quién es el responsable de esto? -susurró Alex.
– El hombre a quien llaman Granville. -Beardsley se apoyó en la pared y cerró los ojos, y Luke reparó en la oscura mancha de su camisa. Se estaba extendiendo.
– A usted también le han disparado -advirtió Alex-. Por el amor de Dios, siéntese. -Lo empujó hacia abajo y se arrodilló a su lado para retirarle la camisa de la herida.
Luke le hizo señales a uno de los paramédicos, un chico de semblante serio cuya placa rezaba ERIC CLARK.
– El capitán Beardsley está herido. Necesitamos otra camilla. -Echó un vistazo a Daniel desde la puerta. Su amigo seguía mostrando un blanco cadavérico y su pecho apenas se movía. Apenas, pero algo se movía-. ¿Cómo está él?
– Todo lo estable que podemos mantenerlo aquí -respondió Clark.
– Avise por radio a otro equipo -le ordenó Luke-, y venga conmigo. Hemos encontrado a una chica muerta, y podría haber cuatro más. -Con toda rapidez, Luke y el joven paramédico revisaron cada una de las pequeñas celdas. Había una docena de ellas, todas igual de oscuras y sucias. En todas había un colchón viejo y mugriento sobre un somier oxidado. La que quedaba justo a la derecha del despacho estaba vacía. Sin embargo, al iluminarla con la linterna, Luke descubrió un rastro de sangre que partía de la puerta. La hilera de manchas regulares continuaba por el pasillo-. Es la de la chica que se ha escapado -dijo-. Vamos a la siguiente.
En la siguiente celda había otro cuerpo, igual de escuálido que el de Angel. Luke oyó a Eric Clark ahogar un grito de horror.
– Dios mío. -Clark se dispuso a entrar corriendo, pero Luke lo retuvo.
– Cuidado. Por el momento mire si está viva, pero no toque nada más.
Clark trató de encontrarle el pulso.
– Está muerta. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
Luke no respondió. Guió metódicamente a Clark de una a otra de las doce celdas. Solo en cinco encontraron cadáveres; el resto estaban vacías. Sin embargo, unos cuantos colchones estaban todavía húmedos, y un fuerte olor de fluidos corporales saturaba el espacio sin ventilación. Hacía poco que esas celdas habían estado ocupadas, aunque ya no lo estuvieran. Una la había ocupado la chica a quien Susannah había salvado, y eso quería decir que se habían llevado a seis más. «Seis.»
No había pistas, ni forma de saber cuántas ni quiénes eran las chicas. No había descripción alguna. Nada, a excepción de la chica a quien Susannah había salvado. Tal vez ella representara la única esperanza.
Igual que Angel, las otras cuatro víctimas se encontraban esposadas al muro de la celda, y todas miraban al techo con la expresión vacía y tenían un agujero de bala en medio de la frente. Con cuidado de no alterar el escenario, Clark comprobó el estado de todas. Y cada vez sacudía la cabeza.
Cuando llegaron al final del pasillo, Luke exhaló un suspiro, pero ello no lo tranquilizó. Beardsley tenía razón, no había supervivientes. Nadie, a excepción de la chica a quien Susannah había descubierto en la espesura. ¿Qué habría visto? ¿Qué sabría?
Clark respiraba con agitación, obviamente afectado.
– Nunca había… Dios mío. -Miró a Luke con expresión de horror, y de pronto pareció haber envejecido mucho-. Son unas niñas; no son más que unas niñas.
Semejante panorama habría revuelto el estómago a la mayoría de los policías más curtidos. Eric Clark nunca volvería a ser el mismo.
– Vamos. Miraremos en el pasillo de atrás.
Allí sólo había dos celdas, más antiguas y malolientes, si cabe. Una de las puertas se encontraba abierta y en el umbral yacía un cadáver. Al enfocarlo con la linterna, a Luke le entraron arcadas. El hombre estaba muerto; lo habían destripado como a un cerdo.
Por lo demás, la celda estaba vacía. No obstante, Luke descubrió un hoyo bajo la pared que la separaba de la celda contigua, y comprendió que Beardsley había sacado a Bailey por el agujero y, juntos, se habían escapado.
– ¿Tiro la puerta abajo? -preguntó Clark con vacilación.
– No; está vacía. Volvamos con Vartanian. Avisaré al forense para que venga a ver el cadáver del hombre. -Luke tragó saliva-. Y los de las chicas.
Las víctimas inocentes. Chicas de la misma edad que sus sobrinas. Deberían de haber estado disfrutando de las fiestas escolares y hablando de chicos. En vez de eso, las habían torturado, les habían hecho pasar hambre y Dios sabía cuántas cosas más. Y ahora estaban muertas. Habían llegado demasiado tarde.
«No puedo seguir con esto. Ya no soy capaz de enfrentarme a atrocidades semejantes.
»Sí, sí que puedes. Lo harás; tienes que hacerlo. -Apretó la mandíbula e irguió la espalda-. Si es así, encontrarás al autor de todo esto. Será la forma de conservar la cordura.»
El paramédico volvió a ocuparse de Daniel y Luke regresó a la primera celda, donde Alex se encontraba arrodillada junto a Beardsley, aplicándole gasas limpias en el costado.
– ¿A cuántas chicas se han llevado? -preguntó Luke en tono quedo.
La mirada de Beardsley denotaba cansancio.
– A cinco o seis. Les he oído hablar de un barco.
– Avisaré a la policía local y a los patrulleros -dispuso Luke-. Y a los guardacostas.
En el pasillo, la camilla en la que se llevaban a Daniel se cruzó con otra camilla para Beardsley. Alex le agradeció que le hubiera salvado la vida y salió de la reducida celda para unirse a Daniel.
Luke le tomó el relevo y se agachó junto a Beardsley con cuidado de no interferir en el trabajo de los paramédicos.
– Necesito saber exactamente qué ha visto y oído.
Beardsley hizo una mueca cuando lo levantaron para tenderlo en la camilla.
– No estaba muy cerca del despacho, así que no he podido oír gran cosa. A Bailey y a mí nos encerraron en las celdas del otro extremo de la nave. Nos mantenían separados. Todos los días nos llevaban al despacho, para interrogarnos.
– ¿Se refiere a la sala donde han muerto Mansfield y los demás?
– Sí. Querían la llave de Bailey. Le han pegado y… -Su áspera voz se quebró-. Dios mío. Granville la ha torturado. -Apretó los dientes con rabia, y sus ojos se llenaron de angustia-. Todo por una llave. No tienes ni idea de las ganas que tenía de matarlo.
Luke miró a Angel, muerta sobre el colchón, y pensó en Susannah Vartanian y en todas las otras víctimas inocentes a quienes el doctor Granville y los miembros de su club habían ultrajado.
– Sí, creo que sí lo sé.
Tenía que llamar a su jefe. Tenían que reagruparse. Necesitaban un plan.
Necesitaban que la chica que estaba con Susannah sobreviviera.
Luke siguió la camilla de Daniel hasta el exterior. Allí se encontró con el agente Pete Haywood, del equipo de Chase.
– ¿Qué ha pasado ahí dentro? -quiso saber Pete.
Luke le contó una versión resumida de los hechos, y con cada detalle los ojos de Pete se abrían más y más.
– Ahora tenemos que hablar con la chica. Es posible que sea la única que sepa adónde se han llevado a las demás.
– Ve tú -dijo Pete- Yo me quedaré aquí. Llámame en cuanto tengas noticias de Daniel.
– Precinta el escenario. No dejes pasar a nadie y no comuniques nada por radio hasta que hayamos avisado a Chase y a la Agencia. -Corrió hacia el coche y marcó el número de Chase Wharton mientras los paramédicos introducían a Daniel en la ambulancia que lo esperaba.
– Mierda -soltó Chase antes de que Luke tuviera tiempo de hablar-. Llevo veinte minutos tratando de localizarte. ¿Qué coño está pasando ahí?
La ambulancia se puso en marcha.
– Daniel está vivo, pero su estado es crítico. Alex está ilesa. O'Brien, Mansfield, Granville y Loomis están muertos. -Luke se llenó los pulmones de aire fresco. Aun así, el sabor de la muerte persistía-. Y la situación es de órdago.