Capítulo 4

Dutton,

viernes, 2 de febrero, 16:40 horas

Susannah observó cómo los paramédicos colocaban a la chica dentro del helicóptero.

– ¿Puedo subir yo también?

El paramédico de más edad negó con la cabeza.

– No está permitido. Además, no hay sitio.

Susannah se mostró preocupada.

– A Bailey se la han llevado en ambulancia. Ahí dentro sólo va la chica.

Los paramédicos intercambiaron una mirada.

– Estamos esperando a otro paciente, señora.

Susannah ya había abierto la boca para preguntar quién era cuando apareció otra ambulancia seguida del coche de Luke. Este se apeó de un salto en el preciso momento en que Alex Fallon bajaba de la ambulancia. Estaba cubierta de sangre, pero parecía ilesa.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Susannah. Entonces lo vio por sí misma. «Daniel.»

Su hermano estaba sujeto a la camilla con una máscara de oxígeno cubriéndole el rostro. Observó pasmada cómo lo trasladaban por delante de sus narices hasta el helicóptero.

Siempre le había parecido fuerte, invencible. En esos momentos, sujeto a la camilla, tenía un aspecto muy débil. En esos momentos él era todo cuanto le quedaba en el mundo. «No te mueras, por favor. No te mueras.»

Luke le pasó el brazo por los hombros para darle ánimos, y ella se percató de que le flaqueaban las rodillas.

– Está vivo -le susurró Luke al oído-. Su estado no es muy bueno, pero está vivo.

«Gracias a Dios.»

– Menos mal -dijo ella. Se dispuso a apartarse de Luke, cuyo apoyo se le antojó de pronto muy importante, pero él la asió de los brazos y la miró a los ojos.

– ¿Y qué hay de la chica? ¿Ha dicho algo más?

– Solo ha estado consciente un par de minutos. No ha parado de repetir «Las ha matado a todas» y luego ha preguntado por su madre. ¿A qué se refería? ¿Qué ha pasado allí?

La mirada de Luke era penetrante.

– ¿Ha dicho algo más? Cualquier cosa. Piense.

– No, nada más. Seguro. Ha empezado a faltarle el aliento y los paramédicos la han intubado. Mierda, Luke. ¿Qué ha pasado? ¿Qué le ha ocurrido a Daniel?

– Se lo contaré por el camino. -La guió hasta el asiento del acompañante y ayudó a Alex a subir detrás-. Puede que la chica desconocida se despierte antes de llegar a urgencias. -Le dirigió a Susannah una mirada inquisitiva mientras se ponía en marcha-. ¿Tiene alguna herida?

– No. -El temor hizo que se le encogiera el estómago-. ¿Por qué?

– Allí había cinco chicas más, todas adolescentes. Estaban muertas. Parece alguna operación de tráfico de humanos. Alguien se ha llevado a varias chicas vivas lejos de aquí, pero no sabemos quién es. Puede que la desconocida sea la única que lo sabe.

– Dios mío. -A aquella chica la habían maltratado tanto… Entonces comprendió la pregunta de Luke-. Nos hemos manchado con su sangre -dijo en voz baja. Llevaban guantes, pero la chaqueta de Susannah estaba empapada, al igual que la camisa de Luke-. Si tiene alguna enfermedad, corremos el riesgo de contagiarnos.

– En urgencias nos harán todo tipo de pruebas -terció Alex-. Les preocupa más la hepatitis que el VIH. Nos administrarán gammaglobulina por si acaso.

– ¿Cuánto se tarda en tener los resultados del VIH? -preguntó Susannah en tono ecuánime.

– Veinticuatro horas -respondió Alex.

– Muy bien. -Susannah se acomodó en el asiento deseando que su estómago se asentara. Veinticuatro horas no era mucho tiempo. «Es bastante menos que la semana que tardaron la otra vez.»

– Luke -llamó Alex de repente-. Granville ha dicho algo justo antes de morir.

Susannah se volvió a mirarla de nuevo.

– ¿Granville está muerto?

– Mack O'Brien lo ha matado. -Alex escrutó el rostro de Susannah, y entonces su mirada se llenó de compasión-. Lo siento. No ha podido descargarse con él.

La nueva amiga de Daniel era perspicaz.

– Bueno; aún quedan dos.

Alex negó con la cabeza.

– No. Mansfield también ha muerto. Lo he matado yo después de que le disparara a Daniel.

Susannah se debatía entre la gratitud y la frustración.

– ¿Han sufrido al menos?

– No lo bastante -repuso Luke en tono sombrío-. Alex, ¿a qué te refieres? ¿Qué ha dicho Granville?

– Ha dicho: «Crees que lo sabes todo, pero no sabes nada. Hay más.»

Luke asintió.

– Tiene sentido. Alguien se ha llevado a las chicas que faltan. Tenía que haber más gente con él.

Alex sacudió la cabeza despacio.

– No; no lo ha dicho por eso. Ha dicho: «Simon era mío. Pero yo era de alguien más.» -Hizo una mueca-. Como si fuera una especie de… secta o algo así. Qué horror.

«Yo era de alguien más.» Un desagradable escalofrío recorrió la espalda de Susannah cuando la acosó el recuerdo de una conversación oída mucho tiempo atrás.

– ¿Ha dicho algo más sobre los otros? -preguntó Luke.

– Es posible que hubiera seguido hablando, pero entonces O'Brien ha entrado y le ha reventado la cabeza de un disparo -respondió Alex.

– El tic -musitó Susannah, y Luke se volvió a mirarla con expresión perpleja.

– ¿Cómo ha dicho?

– El tic -repitió. Ahora se acordaba. Ahora lo entendía-. Los oí.

– ¿A quiénes, Susannah?

– A Simon y a otra persona. Un chico. No le vi la cara. Estaban en la habitación de Simon, hablando. Discutieron. Al parecer el otro chico le había ganado a Simon en algún juego y Simon lo acusó de haber hecho trampa. El chico dijo que otra persona le había enseñado lo que tenía que hacer para ganar. -Se trasladó mentalmente a ese día-. De algún modo lograba anticipar los movimientos de su oponente y manipular su reacción. Simon quería pegarle, pero el chico lo convenció para jugar otra partida.

Alex se inclinó hacia delante.

– ¿Y entonces?

– Simon volvió a perder. Era un bruto, pero no tenía un pelo de tonto. Quería saber cómo lo hacía el otro chico. Creo que tenía en mente una forma de sacar partido a esos conocimientos. Le pidió que le presentara a la persona que se lo había enseñado. El chico dijo que había sido su tic. Su amo. Yo al principio creía que estaba bromeando, y Simon también lo creía, pero el chico parecía muy serio. Hablaba con… reverencia. Simon quedó intrigado.

– ¿Y qué más pasó? -quiso saber Luke.

– El chico le dijo a Simon que si lo acompañaba, cambiaría para siempre. Que «pertenecería a otra persona». Esas fueron sus palabras exactas. Lo recuerdo porque se me puso la piel de gallina y me eché a temblar a pesar de que en… de que donde estaba la temperatura debía de ser de cuarenta grados. Entonces Simon se echó a reír y dijo algo como: «Sí, sí. Vamos».

– ¿Cómo es que los oyó sin que se dieran cuenta? -preguntó Luke.

– Porque estaba escondida. -Su mueca fue involuntaria.

– ¿Estaba en su escondrijo? -El tono de Luke era dulce, pero tenía la mandíbula tensa.

– Sí. -Susannah exhaló un suspiro-. Estaba en mi escondrijo. Desde detrás del armario podía oír todo lo que se decía en la habitación de Simon.

– ¿Por qué estaba escondida, Susannah? -quiso saber Luke.

– Porque ese mismo día Simon me había ordenado que estuviera en casa. Me dijo que tenía un amigo que quería «conocerme». Yo solo tenía once años; aun así, comprendí lo que quería decir. Por suerte me escondí. El chico le dijo a Simon que lo llevaría a ver a su tic pero que antes quería pasar por mi habitación. Se enfadó mucho al ver que no estaba.

– ¿Quién? -preguntó Luke-. ¿El chico o Simon?

– Los dos.

– Entonces, ¿Simon aún no sabía lo del escondrijo?

– Imagino que no. Claro que no estoy segura. También es posible que lo supiera y quisiera hacerme creer que estaba a salvo. A Simon le encantaban los juegos psicológicos, manipular las reacciones de su adversario tenía que resultarle muy atractivo.

Luke puso mala cara.

– ¿Qué narices quiere decir «tic»? ¿Se refiere a un tic nervioso?

– No lo sé. Al día siguiente busqué información en la biblioteca, pero no encontré nada. Y no quise arriesgarme a preguntárselo a nadie.

– ¿Por qué? -preguntó Alex en tono cansino.

Susannah vaciló; luego se encogió de hombros.

– Porque mi padre lo habría descubierto.

– ¿Su padre no le dejaba hablar con los bibliotecarios? -aventuró Luke con cautela.

– Mi padre no me dejaba hablar con nadie.

Luke abrió la boca y volvió a cerrarla tras optar por no verbalizar lo que se le estaba pasando por la mente.

– De acuerdo. O sea que es posible que el chico fuera Toby Granville, ¿no?

– Es muy probable. Para entonces, Toby y Simon ya eran amigos. Simon acababa de perder una pierna y a la mayoría de los chicos les asustaba su prótesis. A Toby, en cambio, le atraía.

– Vamos a suponer que se tratara de Toby. Tenía un mentor, un maestro. Alguien que lo instruía en el arte de la manipulación. La persona a quien él pertenecía. Su tic. Algo es algo.

– Eso pasó hace muchos años -advirtió Susannah, poco convencida-. Es posible que esa persona ni siquiera viva. Y si vive, puede que no sea cómplice de Granville.

– Es cierto -admitió Luke-. Sin embargo, mientras no nos firmen una orden para registrar la casa de Granville o la chica desconocida vuelva en sí, eso es todo cuanto tenemos. -Sacó su teléfono móvil-. Susannah, llame a Chase y cuéntele lo que nos ha contado a nosotros. Pídale que investigue lo del tic.

Susannah, dispuesta a obedecer, sacó su ordenador portátil del maletín. Chase había salido a esperar el helicóptero de Daniel. Para cuando Susannah hubo terminado de explicarle la historia a su secretaria, el ordenador ya estaba en marcha.

– ¿Se sabe algo de Daniel? -preguntó Alex con inquietud.

Susannah sacudió la cabeza e hizo caso omiso del nudo que se le había formado en el estómago. «Él es fuerte. Se recuperará.» El estado de la chica era más preocupante.

– Todavía no. La secretaria de Chase me ha dicho que se espera que el helicóptero aterrice dentro de quince minutos, más o menos. Hasta entonces, será mejor que nos mantengamos ocupados.

Luke echó un vistazo al ordenador.

– ¿Qué está haciendo?

– Investigo. Tengo un dispositivo para conectarme a internet.

Él pareció impresionado.

– Qué bien. Busque en Google «tic», con «c», con «k», y con «ck». Y «amo».

– Ya lo he hecho. -Esperó con impaciencia y arrugó la frente ante el resultado-. Bueno, en Sudáfrica se llama «tik» al clorhidrato de metanfetamina. Y en camboyano significa «tierra y cielo». No sale nada más. A menos que… -Lo del camboyano hizo que otro recuerdo aflorara a su mente, una página de un libro de la universidad.

– ¿A menos que qué? -la apremió Luke.

– A menos que se escriba de otra manera -dijo Susannah mientras examinaba el resultado de la búsqueda-. Es una palabra vietnamita; se escribe «t-h-í-c-h». Es un tratamiento de honor referido a un monje budista. -Miró a Luke, vacilante-. Claro que el budismo se basa en la paz y la armonía. El monje en cuestión tenía que ser raro de narices.

– Cierto. Pero un monje raro de narices es mucho más de lo que teníamos hace media hora. -Arqueó las cejas-. Buen trabajo, pequeño saltamontes.

Ella disimuló la repentina emoción ante el elogio.

– Gracias.


Dutton,

viernes, 2 de febrero, 18:00 horas

Charles apagó el receptor de radiofrecuencia y se arrellanó en el sofá del salón de la planta superior. Sabía que ese día tenía que llegar. Aun así, le resultaba difícil asimilar la noticia.

Toby Granville había muerto. «Muerto.» Apretó la mandíbula. Había muerto a manos de un aprendiz como Mack O'Brien. Mack había demostrado tener imaginación y ser cruel, pero le faltaba agudeza. Por eso lo había matado la bala de Daniel Vartanian. Por lo menos Toby no había muerto a manos de Daniel. Eso sí que no habría sido capaz de asimilarlo.

Toby. Era muy brillante. Siempre investigaba, buscaba; siempre experimentaba. Filosofía, matemáticas, religión, anatomía. Toby era el primero de la clase en la facultad de medicina. ¿Cómo podría no haberlo sido, después de las disecciones que había practicado en el sótano de Charles? Su protegido no practicaba con cadáveres. Ni hablar. Charles le había proporcionado a su alumno organismos vivos, y Toby había disfrutado muchísimo utilizándolos.

Charles pensó en el sujeto que en esos momentos se encontraba atado a la mesa de su sótano. Toby no había terminado con él. Todavía le quedaban unos cuantos secretos por revelar. «Supongo que tendré que terminar yo el trabajo.» Ante la expectativa, un escalofrío de emoción le recorrió la espalda a pesar de la tristeza.

Porque Toby estaba muerto. Había muerto en las peores circunstancias. No habría honras fúnebres, ni asistentes en masa a la ceremonia religiosa, ni lágrimas derramadas en el cementerio de Dutton. Toby Granville había muerto en circunstancias vergonzosas y no se celebraría acto alguno en su honor.

Charles se puso en pie. «Te veré algún día, mi joven amigo.» Sacó del armario la túnica que había llamado por primera vez la atención de Toby. Se atavió con ella, encendió unas cuantas velas, las dispuso alrededor de la habitación y se sentó en la silla que había diseñado especialmente para las sesiones con Toby. Captar al chico le había resultado muy fácil; conservarlo, sin embargo, le había costado mucho. Pero Toby había servido bien a su amo.

Charles entonó la melodía que para él no significaba nada en absoluto, pero que a aquel chico de trece años con sed de conocimientos y de sangre le había abierto el reino de lo oculto. Charles no creía en nada de todo aquello, pero Toby sí, y eso lo había tornado más sagaz y más cruel. Tal vez incluso hubiera provocado su inestabilidad mental. «Buen viaje, Toby. Te echaré de menos.»

– Y ahora -dijo en voz alta-, ¿a quién pondré en tu lugar? -Siempre había gente que aguardaba, gente deseosa de servir. Charles sonrió. «De servirme a mí, claro.»

Se levantó, apagó las velas de un soplo y guardó la túnica. Muy pronto volvería a utilizarlo todo. A los clientes que esperaban presenciar las premoniciones les gustaba que adornara la escena.


Atlanta,

viernes, 2 de febrero, 18:45 horas

Luke se plantó ante el cristal y miró el interior de la sala de interrogatorios, donde dos hombres se encontraban sentados a la mesa; en silencio. Uno era el alcalde de Dutton, Garth Davis; el otro, su abogado. El rostro serio de Garth mostraba una contusión y la manga derecha de su abrigo estaba manchada de arcilla de Georgia.

Luke miró a Hank Germanio, el agente que ese día había detenido al alcalde.

– ¿Se ha resistido?

Germanio se encogió de hombros.

– No mucho.

Luke pensó en Susannah, en la gemela de Alex y en todas las mujeres a quienes Garth Davis había violado trece años atrás, se sintió aliviado de no haber sido él quien lo detuviera. Una pequeña contusión no era ni de lejos lo que se merecía.

– Qué lástima.

– Ya. A mí también me habría gustado que lo hubiera hecho.

– ¿Ha dicho algo?

– Solo ha preguntado por su abogado. Menudo cabrón baboso. Y el abogado también.

Luke miró el reloj.

– Chloe ha dicho que nos encontraríamos aquí.

– Y así es. -La ayudante del fiscal Chloe Hathaway cerró la puerta exterior. Era una rubia alta, con curvas y gusto para vestirse; pero si alguien creía que eso era todo, estaba muy equivocado. Su rostro menudo ocultaba una mente perspicaz, y Luke se alegraba de que participara en el caso-. Lo siento, he llegado tarde. He estado preparando las órdenes de registro de las casas y los despachos de Granville, Mansfield y Davis.

– ¿Están ya firmadas? -preguntó Luke.

– Todavía no. Quería que antes les echara un vistazo mi jefe. No quiero que nada quede excluido del registro. Al tratarse de un médico, un representante del orden y un abogado y alcalde, dependiendo de cómo se lleve a cabo el registro y de lo que se encuentre podrían presentarse conflictos de confidencialidad. No quiero que se nos escape ninguna prueba de las manos.

– Yo tampoco quiero que cinco chicas secuestradas se nos escapen de las manos, Chloe -repuso Luke, tratando de controlar su impaciencia-. Cuanto más tardemos en registrar la casa de Granville, más lejos estará su cómplice.

– Lo comprendo -dijo Chloe-. De verdad. Pero cuando encontréis al cómplice, no querréis perderlo por un registro ilegal, ¿verdad?

Luke apretó los dientes. Ella tenía razón, y él también.

– ¿Cuánto tardará?

– Una hora; dos como mucho.

– ¿Dos horas? Chloe…

– Luke… De momento, centrémonos en Davis. De los siete miembros originales del club de los violadores, él es el único que queda vivo. ¿Qué tenemos que lo vincule a las cinco chicas asesinadas, aparte de las fotos que encontrasteis en la antigua casa de Daniel?

– Tan sólo la relación con Granville y Mansfield. Todos ocupaban cargos socialmente importantes. No hemos tenido ocasión de interrogar a ninguno de sus votantes, vecinos, compañeros de trabajo… A nadie.

– ¿Y a la familia?

– Su esposa se marchó de la ciudad ayer con sus dos hijos porque Mack O'Brien asesinó a un primo de Garth. Temía por su seguridad y dijo que Garth no acudiría a la policía. No sabemos dónde está con exactitud. Su cuñada, Kate Davis, nos explicó que se había marchado «hacia el oeste».

– Bueno, cuando todo esto salga a la luz sabrá que está a salvo y es probable que vuelva a casa -dedujo Chloe-. ¿Qué hay de los padres de Davis? ¿Tiene hermanos?

– Los padres murieron. Nos queda su hermana, Kate Davis. Volveremos a hablar con ella.

Chloe exhaló un suspiro.

– O sea que no tenemos nada.

– Todavía no -reconoció Luke.

– Es posible que Garth Davis no sepa nada del negocio encubierto de Granville. Si me equivoco, seguro que su abogado querrá cerrar algún trato en relación con las violaciones de hace trece años.

Luke había pensado lo mismo.

– ¿Y tú? ¿Estás dispuesta? -preguntó con timidez.

Ella sacudió la cabeza.

– Te aseguro que no. No me plantearé llegar a ningún acuerdo sin saber de qué información dispone y si es de buena fuente. Tengo que pensar en las doce víctimas, y merecen su vista ante el tribunal. Sin embargo… -Dejó la frase sin terminar.

«Trece víctimas», pensó Luke, pero no la corrigió. El nombre de Susannah no formaba parte de la lista de Daniel porque en el momento en que la elaboró no lo sabía. Luke prefirió que Susannah se pusiera en contacto con Chloe por su cuenta. Una víctima de diferencia no hacía más o menos culpable a Garth Davis.

– Sin embargo, es posible que tengas que acabar cerrando un trato. -La sola idea lo ponía enfermo-. Podemos registrar su casa y su despacho y descubrir si tenía tratos con Granville.

– Ese es el camino fácil, Luke -respondió ella-. Y por eso me he esmerado tanto en redactar las órdenes. En ellas sólo puedo incluir lo que resulte relevante para el caso de las violaciones, a menos que tenga motivos de peso para vincular a Davis con el tráfico humano. De otro modo, si mientras registráis veis algo que lo implique, no podré utilizarlo.

– Por lo menos estaremos un paso más cerca de encontrar a las chicas.

– Eso es cierto, suponiendo que en su casa o en su despacho haya algo que nos permita incriminarlo. Antes tenéis que dar con ello. Y ya sé que no hace falta que te lo diga, Luke -añadió en tono razonable-, pero el tiempo corre. Estamos entre la espada y la pared.

– No quiero que ese cabrón se vaya de rositas, Chloe. Me da igual lo que sepa.

– No sabrás qué sabe hasta que se lo preguntes -terció Germanio con sensatez.

Chloe se colocó bien el asa de la cartera en el hombro.

– Eso también es cierto. Así que a preguntar, Papa.

Garth Davis aguardó a que Luke y Chloe se hubieran sentado a la mesa antes de abrir la boca.

– Esto es ridículo -dijo-. Yo no he violado a nadie. Ni ahora, ni hace trece años.

Luke no respondió; se limitó a deslizar una carpeta sobre la mesa. Contenía tan solo cuatro de las fotografías que implicaban gráficamente en el caso a un Davis joven. El hombre les echó un vistazo, exhaló un suspiro y cerró la carpeta, pálido y anonadado.

El abogado frunció el entrecejo.

– ¿De dónde han sacado eso? Es evidente que son imágenes manipuladas.

– Son auténticas -replicó Luke-. Son las primeras que me han venido a mano de los cientos de que disponemos. -Tomó una de las fotografías y la examinó-. Ha envejecido con dignidad, alcalde Davis. A muchos hombres en trece años les crece la barriga. Usted, en cambio, está en tan buena forma como entonces.

La mirada de Davis rebosaba odio.

– ¿Qué quieren?

– Garth -le advirtió su abogado. Davis no le hizo caso.

– Les he preguntado que qué quieren.

Luke se inclinó hacia delante.

– Verlo pudrirse en la cárcel el resto de su miserable vida.

– Agente Papadopoulos -susurró Chloe, y Luke se recostó en la silla sin dejar de mirar a Davis-. Hay quince víctimas. Quince muestras de que su cliente ha mantenido relaciones sexuales no consentidas con mujeres menores de edad, drogadas e indefensas. Como mínimo le caerán los diez años obligatorios por víctima, y la suma equivale a los años de vida que le quedan, alcalde Davis.

– Ya se lo he preguntado -dijo Davis entre dientes-. ¿Qué quieren?

– Dígale lo que queremos, agente Papadopoulos -dijo ella, Luke miró a Davis a la cara.

– Hábleme de Toby Granville -empezó, y durante un instante vislumbró el miedo en sus ojos. Pero pronto quedó sustituido por el desdén.

– Está muerto. -Sonrió con petulancia-. Qué lástima para ustedes.

Luke esbozó una agradable sonrisa a pesar de las ganas que sentía de borrar la de Davis a puñetazos.

– Podríamos decirlo así. También podríamos decir que la muerte de Granville concentra la rabia de las víctimas supervivientes. Así recae más odio sobre usted, ya que es el único que queda de los siete. Le tocará cargar con la culpa de los otros seis cabrones, alcalde Davis. Y le garantizo que las víctimas están cabreadísimas y que se pelearán por arrancarle la piel a tiras. A usted y solo a usted. Por no estar muerto. Qué lástima.

El abogado de Davis le susurró algo al oído. Davis apretó la mandíbula y su expresión se suavizó, como si hubiera echado mano de su faceta de político.

– Granville era el médico de la ciudad. Curaba los resfriados, la tos, las rodillas peladas. Eso es todo cuanto sé.

– Sólo eso alcalde Davis -dijo Chloe-. Sabe mucho más que eso -Davis y su abogado volvieron a suspirar.

– Queremos llegar a un acuerdo.

Ella negó con la cabeza.

– No, hasta que haya oído lo que sabe.

El abogado de Davis se recostó en la silla.

– Entonces lo dejan sin palanca.

Luke esparció las cuatro fotos sobre la mesa.

– Tengo docenas de fotos y, en todas, el alcalde Davis sonríe mientras viola a distintas chicas.

Volvió a mirar a los ojos a Davis.

– No hay palancas que valgan. Solo cuenta con la benevolencia que decidamos tener con usted. Y le advierto que en este momento me siento muy poco benévolo, o sea que deje de hacerme perder el tiempo.

Davis miró a su abogado y este asintió.

– Lo del club fue idea de Toby y de Simon. Empezó como un juego, pero luego cobró vida propia.

– ¿Alguna vez vio a alguien o habló con alguien aparte de los miembros del club?

– No.

– ¿Dónde practicaban las violaciones?

– Dependía del tiempo que hiciera. Cuando hacía calor, al aire libre, y cuando hacía frío, dentro.

– ¿Dónde? -volvió a preguntar Luke, en tono más tajante-. Quiero un lugar.

– En casa de uno o de otro; de aquel cuyos padres no estuvieran en casa.

– ¿Alguna vez utilizaron una casa u otro lugar que no perteneciera a ninguno de los miembros del club? -lo presionó Luke.

– Una vez. Habíamos planeado ir a casa de Toby, pero la madre de Jared O'Brien se puso enferma y canceló la fiesta que tenía preparada para esa noche. Eso significaba que todos nuestros padres se quedarían en casa, así que necesitábamos otro lugar. Toby nos encontró uno.

Luke se esforzó por expulsar el aire.

– ¿Dónde estaba y de quién era la casa?

– No lo sé y no lo sé. Toby nos hizo subir a una furgoneta que había tomado prestada al jardinero. No tenía ventanillas y colgó una sábana para que no pudiéramos mirar por el cristal delantero. Simon se sentó detrás para asegurarse de que nadie intentaba mirar. Y con Simon de guardia, nadie se atrevió. Ya entonces el hijo de puta era un auténtico peligro.

– ¿Cuánto tiempo tardaron en llegar?

A los ojos de Davis asomó cierta reserva.

– No me acuerdo.

El resoplido de enojo de Chloe reveló a Luke que también ella lo había captado.

– Me parece que sí que se acuerda, señor Davis.

– Por mi parte he terminado -Garth se volvió hacia su abogado y se levantó-. Sigan investigando.

Seguir investigando, ¿qué? O ¿a quién?

– Debe de ser duro que la esposa lo abandone a uno de ese modo -dijo Luke en tono liviano-. Y no saber dónde se encuentran los propios hijos, ni si están bien. Tiene dos niños, ¿no? De siete y cuatro años. Son muy pequeños para andar escondiéndose por ahí. El mundo está lleno de peligros.

A Davis le tembló un músculo de la mejilla ilesa.

– Usted sabe dónde están.

Luke encogió un hombro.

– No me acuerdo.

Davis se sentó.

– Quiero ver a mi mujer y a mis hijos.

– Tal vez pueda arreglarlo -dijo Luke sin alterarse-. ¿Cuánto duró el viaje esa noche?

Davis se mordió la parte interior de las mejillas a la vez que su mirada se tornaba glacial.

– Menos de una hora. Era una cabaña, en el monte.

– ¿Eso es todo? -insistió Luke-. No es ni de lejos suficiente.

– Estuvimos en una puta cabaña, ¿de acuerdo? -soltó Davis con ojos centelleantes-. Tenía una chimenea y una cocina, como todas las cabañas de por allí.

– ¿Recuerda algún detalle? ¿Algo que le diera una pista de a quién pertenecía?

La mirada de Garth volvió a adquirir frialdad.

– Sí, y se lo diré cuando vea a mis hijos, no antes. No sé por qué le importa tanto esa cabaña, agente Papadopoulos, pero la cuestión es que le importa, y ese es ahora mi único recurso. -Se levantó-. He terminado.

Chloe aguardó hasta que se encontraron de nuevo en la antesala.

– ¿Te importa contarme de qué iba todo eso?

Luke suspiró.

– Las últimas palabras de Granville fueron: «Simon era mío, pero yo era de alguien más». Tenía un mentor, alguien que le guiaba. Incluso puede que dirigiera sus actos.

– Podría tratarse de su cómplice en el tráfico -dedujo Chloe-. O podría no serlo. Podría ser el propietario de la cabaña, o no. -Sonrió-. Pero ha sido una buena jugada, Luke. Contamos con una buena palanca sin tener que liarnos con acuerdos. Puede que acabe optando por negociar, pero me guardaré ese as en la manga todo lo que pueda.

«Por encima de mi cadáver, le rebajarán la pena a ese cabrón», pensó Luke.

– Gracias. Solo espero que logremos hacer volver a la señora Davis antes de que las chicas desaparecidas estén tan lejos que no lleguemos a encontrarlas nunca más. -Se volvió hacia el agente Germanio, que había estado observando todo el interrogatorio-. ¿Qué estaba haciendo Davis cuando lo detuviste?

– Hablaba por teléfono con el aeropuerto. -Germanio miró a Chloe-. No me preguntes nada.

Chloe alzó los ojos en señal de exasperación.

– Hank, ¿cuántas veces tengo que decirte que el teléfono es privado mientras no consiga una puta orden?

Hank no parecía sentirlo en absoluto.

– Te he dicho que no me preguntaras nada.

– Entonces, ¿con quién hablaba? Cuando comprobaste el último número marcado -masculló.

– Con una tal Kira Laneer. Trabaja en el mostrador de facturación de una aerolínea pequeña.

– Tiene nombre de estríper -soltó Chloe-. Comprobaré si la señora Davis y sus hijos han viajado en avión entre ayer y hoy. No te acerques a Kira Laneer hasta que no consiga una orden para rastrear las llamadas de Davis.

– ¿Hay algo que permita que la orden de registro incluya todo lo que encontremos en casa de Davis que lo relacione con la operación de tráfico? -preguntó Luke, aunque no se sorprendió cuando ella negó con la cabeza.

– No, pero miradlo de todos modos.

– Lo haremos. Pete Haywood está con su equipo en casa de Granville. Esperan tu aviso. En cuanto el juez firme la orden, llama a Pete y dile que puede entrar. Ya hace casi tres horas que sabemos que se han llevado a las chicas.

– Si piensan sacarlas del país, nos llevan una ventaja de la hostia -admitió Germanio.

– Ya lo sé -dijo Luke con tristeza-. Hemos enviado un aviso a los guardacostas y otro a la patrulla de fronteras, pero hasta que obtengamos una descripción del cómplice o de las chicas es corno si no hubiéramos hecho nada. Volveré al molino a ver qué han descubierto Ed y los técnicos forenses.


Atlanta,

viernes, 2 de febrero, 18:45 horas

Susannah aguardaba ante la ventana de la sala de espera del hospital mientras trataba de ignorar el torrente de actividad que tenía lugar a sus espaldas. Daba la impresión de que todos los policías de Atlanta se habían enterado de lo de Daniel y habían acudido allí con sus familias. Sus labios dibujaron una sonrisa, pero llena de amargura. Ella era su única familia. «Ya está. Y no nos hemos hecho precisamente mucho bien el uno al otro.»

Todos los recién llegados querían explicarle lo maravilloso y valiente que era su hermano. Lo honesto que era. A Susannah le dolían las mejillas de tener que obligarse a sonreír mientras agradecía a cada uno de los policías sus amables palabras. Alex había llegado hacía media hora, después de visitar a su hermanastra, Bailey, y desde entonces Susannah había dejado que fuera ella quien se ocupara de atender a aquellos que expresaban sus deseos de recuperación, y que contara una y otra vez la historia de cómo Daniel había derrotado en una ocasión más al malvado enemigo.

Y ella se había escapado a aquel lugar junto a la ventana. Desde allí veía las luces de la ciudad, el descenso de la circulación a medida que pasaba la hora punta. Si se esforzaba lo suficiente, era capaz de imaginar que estaba en su casa de Nueva York en lugar de en Atlanta, envuelta en aquella pesadilla.

Y es que tras el subidón de adrenalina que había experimentado durante el trayecto desde Dutton y la búsqueda del thích, la cruda realidad se había abierto paso en su conciencia. Le habían pinchado en todas partes, le habían sacado sangre y le habían puesto una inyección en el culo, tal como había previsto Alex. Una amable enfermera le había dejado un uniforme porque sus prendas habían quedado inservibles.

El jefe de Luke, Chase Wharton, la había interrogado en relación con lo sucedido durante la tarde. A la sazón, la chica estaba en el quirófano, y en el helicóptero no había recobrado el conocimiento.

Sus pensamientos no eran más halagüeños. Tenía el corazón encogido de pensar en los horrores que la chica habría visto y soportado. Se le paralizó al pensar en las muchachas con las que se había esfumado el cómplice de Granville. A lo que las someterían si no las encontraban rápido.

No necesitaba mucha imaginación para deducir qué les hacían a las chicas. Conocía las repercusiones de la prostitución y las violaciones. «De cerca; muy de cerca.» El murmullo de actividad que la rodeaba se desvaneció al evocar a una víctima con quien mantenía una estrecha relación. Ese día también había sangre; y el cadáver de alguien a quien habían apaleado hasta que su salvación fue imposible.

«Darcy. Lo siento. Tenía miedo y te fallé.» Claro que Susannah sabía que pedir disculpas no servía de nada. Darcy no podía oírla. Nunca podría volver a oír nada.

– Disculpe.

La suave voz la arrancó de la vieja pesadilla y la devolvió a la actual. Irguió la espalda, dispuesta a saludar a otro conocido con buenos deseos. Esta vez se trataba de una rubia menuda.

– Soy Felicity Berg -se presentó-. Trabajo en el laboratorio forense.

Susannah se quedó boquiabierta y la mujer se apresuró a darle unas palmadas en el brazo.

– No ha muerto nadie -dijo la doctora Berg, e hizo una mueca al percatarse de que había metido la pata-. Bueno, no es cierto. Han muerto muchas personas, pero Daniel no. -Se le acercó más-. Ni tampoco la chica a quien ha socorrido.

– ¿Cómo lo sabe? -preguntó Susannah. Chase y Luke habían evitado todo lo posible hablar de la existencia de la chica; era un secreto muy bien guardado.

– Luke me ha llamado y me ha contado lo sucedido esta tarde en el molino. Hemos tenido mucho ajetreo esta semana con las víctimas de Mack O'Brien, y ahora se ha presentado esto. Pronto empezarán a llegar y no tendré la oportunidad de estar con usted. Solo quería decirle que su hermano es una buena persona y que rezaré por él. Y por usted.

«Una buena persona.» Daba igual lo que Daniel hubiera hecho o hubiera dejado de hacer. Susannah jamás podría negar que su hermano era una buena persona. Notó que se le ponía un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva antes de pronunciar la respuesta.

– Gracias.

La doctora Berg lanzó una mirada a los ruidosos policías.

– Mi madre ingresó aquí para una intervención el año pasado, y entre las amigas del bingo y las de las clases de baile convirtieron la sala de espera en una auténtica fiesta. -Hizo una mueca-. Por no hablar de las de sus escapadas nocturnas.

Susannah sonrió y la doctora Berg le devolvió el gesto, tímidamente complacida.

– Me he escapado a la capilla -confesó-. Allí siempre se está tranquilo.

De pronto a Susannah se le antojó que ese era el lugar apropiado.

– Gracias.

La doctora Berg le estrechó el brazo.

– Cuídese. Ah, y piense que todos esos policías harían cualquier cosa por usted; es la hermana de Daniel. Si necesita lo que sea, no dude en pedírselo. Le diría que también cuente conmigo pero… -Se puso seria-. Tengo trabajo.

«Y yo también.» Por eso tenía que tomar el avión por la mañana. Aún tenía pendiente denunciar las violaciones cometidas trece años atrás. Todo el mundo estaba tan preocupado por lo ocurrido en el molino que no habían dedicado un solo momento a hablar de los sucesos del pasado. Sin embargo, antes de hablar con el fiscal del estado tenía que llamar a su jefe en Nueva York. Seguro que su relación con los hechos la convertía en noticia, y prefería que lo supiera por ella antes de que se enterara a través de la CNN.

– Su trabajo debe de ser el más duro que existe, doctora Berg.

– No. El de Luke es peor. Cuando identifiquemos a todas las víctimas, tendremos que comunicarles a sus familiares que sus hijas no regresarán a casa. La capilla está en la tercera planta.


Viernes, 2 de febrero, 19:00 horas

«Tengo que salir de aquí.» Ashley Csorka aferró la toalla que la envolvía. Ya no estaba en aquel infierno de hormigón, pero el nuevo lugar no era mucho mejor. Se trataba de una casa; sin embargo, para ella era igualmente una prisión. En la habitación no había ventanas. Ni siquiera había conductos de ventilación, así que aunque hubiera sido menuda, que no lo era, no habría podido colarse por ellos. La casa debía de tener cien años. La bañera era vieja y tenía grietas; resultaba sorprendente que estuviera tan limpia.

Ahora ella también estaba limpia. Mierda. La mujer le había obligado a tomar un baño. El padre de Ashley siempre le decía que si alguna vez la agredían, se vomitara encima, que era una buena forma de disuadir a un violador. Cuando las metieron en el barco no había necesitado provocarse el vómito. Nunca había sido capaz de navegar, lo cual a su padre no dejaba de sorprenderle puesto que era una gran nadadora.

«Papá.» Ashley se esforzó por no llorar. Su padre debía de estar buscándola, pero nunca podría encontrarla en ese lugar. «Lo siento, papá. Tendría que haberte hecho caso.» Sus prohibiciones y sus normas le parecían ahora más que adecuadas, pero ya era demasiado tarde.

«Me prostituirán. Moriré aquí. No; no te rindas.» Se obligó a pensar en su padre y en su hermano menor. Ellos la necesitaban. Su equipo la necesitaba. Un sollozo ascendió por su garganta. «No debería estar aquí. Tendría que estar compitiendo en los Juegos Olímpicos.»

«Encuentra una salida; la que sea.»

Alguien las estaba buscando. Había oído a la mujer hablar con el doctor chiflado. Alguien llamado Vartanian había acudido junto con la policía del estado. «Por favor, encuéntranos.»

Se había despertado de aquel sueño inducido por las drogas y se hallaba encadenada a la pared como un animal. Sin embargo, había conseguido dejar una pista incrustada en la argolla de metal, no sin cierto sacrificio personal. Se pasó la lengua por los dientes y notó el borde irregular de su incisivo roto. «Por favor, descubrid quién soy y decidle a mi padre que aún estoy viva. Y encontradme. Encontradnos a todas antes de que sea demasiado tarde.»

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