Dutton, Georgia,
viernes, 2 de febrero, 15:20 horas
Luke echó una mirada furtiva a Susannah antes de fijar los ojos en la carretera llena de curvas. La primera vez que la vio ella se encontraba de pie junto a Daniel durante el funeral de sus padres, con un clásico traje de chaqueta negro y el rostro tan pálido que Luke dudó de que fuera capaz de seguir sosteniéndose en pie. Sin embargo, lo había logrado, haciendo alarde de una fortaleza y una serenidad que lo habían dejado impresionado, y de una delicada belleza que por dos veces lo había inducido a quedarse mirándola. No obstante, bajo su tranquila apariencia se adivinaba una calígine que atrajo a Luke cual imán. «Es igual que yo -pensó, incapaz de apartar la mirada-. Ella me entendería.»
Ese día ella viajaba en su coche con otro traje de chaqueta negro, un poco más moderno. De nuevo su rostro aparecía pálido y de nuevo él captó las sombras que agitaban su interior. Estaba enfadada. Y tenía todo el derecho a estarlo.
«Estoy bien», le había dicho; pero resultaba evidente que no era cierto. ¿Cómo habría podido estarlo? Acababa de vérselas cara a cara con su peor pesadilla de una forma muy gráfica y despiadada. Hacía una hora que había entrado en la habitación de Simon y había extraído la caja del escondrijo de detrás del vestidor, con tanta calma como si hubiera contenido cartas de jugadores de béisbol en lugar de repugnantes fotos de violaciones. «De su propia violación.» Luke sintió ganas de asestarle un puñetazo a la pared, pero se controló. Había hecho su trabajo. Y ella también; con una serenidad tal que achicaría a cualquier policía.
Aun así, resultaba obvio que Susannah Vartanian no estaba bien.
«Ni yo tampoco.» Hacía mucho tiempo que Luke no estaba bien. Sentía su propia ira demasiado a flor de piel. La última semana había sido muy dura. El último año entero había sido muy duro. Demasiados rostros lo acechaban desde las profundidades de su mente. Se mofaban de él. Le obsesionaban. «Eras nuestra única esperanza, y llegaste demasiado tarde.»
Otra vez habían llegado demasiado tarde; trece años tarde. Un escalofrío le recorrió la espalda. Luke no era nada supersticioso, pero hacía bastantes años que era hijo de su madre como para no sentir un prudente respeto por el número trece. Trece eran las víctimas del delito de violación cometido hacía trece años que seguían con vida.
Una de las trece víctimas ocupaba el asiento del acompañante de su coche, y su mirada denotaba angustia.
Se culpaba a sí misma. Era evidente. Si lo hubiera contado… las otras víctimas se habrían salvado. No habría existido ninguna banda de violadores, ni ningún asesino que a la sazón quisiera vengarse de ellos, y tal vez cinco mujeres de Dutton seguirían vivas. Si en su momento lo hubiera contado, Simon Vartanian habría sido detenido junto con los demás violadores y tampoco él habría matado a tanta gente.
Se equivocaba, por supuesto. La vida no era así; aunque a Luke le habría encantado que lo fuera.
Le habría encantado que el hecho de que Susannah hubiera denunciado el delito trece años antes eliminara la caja llena de fotografías que transportaba en el maletero del coche. Pero sabía que, de haberlo contado, Arthur Vartanian habría pagado la fianza de Simon y habría acogido a su hijo en casa, tal como había ocurrido todas las demás veces. Y entonces Simon habría matado a Susannah; de eso Luke estaba seguro. No había escapatoria posible para ella, ni tampoco ningún modo de saber que Simon había planeado más violaciones.
Ahora que lo sabía, había actuado de un modo que a Luke le inspiraba profunda admiración. Se sentía herida, furiosa y asustada. Sin embargo, había hecho lo que debía hacer.
– Ya sabe que usted no tiene ninguna culpa -aventuró en voz baja.
Ella apretó la mandíbula.
– Gracias, agente Papadopoulos, pero no necesito que me levante la moral.
– Se cree que no la comprendo -dijo en tono suave a pesar de sus ganas de escupir las palabras.
– Estoy segura de que cree comprenderme. Sus intenciones son buenas pero…
Mierda. No creía comprenderla; la comprendía. El muro que contenía su ira se tambaleó.
– Hace cuatro días descubrí los cadáveres de tres niñas -la interrumpió. Las palabras brotaron de su boca antes de que tuviera tiempo de pensarlo-. Tenían nueve, diez y doce años. Llegué demasiado tarde, pero no había pasado ni siquiera un día.
Ella respiró hondo y exhaló el aire sin hacer ruido. Su cuerpo parecía más relajado; sin embargo, su furia parecía haberse acrecentado.
– ¿Cómo murieron? -preguntó, en un tono agorero de tan quedo.
– De un disparo en la cabeza. -Y cada vez que cerraba los ojos aún veía sus pequeños rostros-. Pero antes de matarlas abusaron de ellas y las grabaron con una cámara web. Durante años enteros -gruñó-. Por dinero; para que lo vieran pervertidos de todo el mundo.
– Qué hijos de puta. -Le temblaba la voz-. Usted debe de haberlo pasado fatal.
– Peor debieron de pasarlo las niñas -masculló, y ella emitió un discreto sonido de asentimiento.
– Supongo que ahora debería decir que usted no tiene la culpa. Es evidente que se siente culpable.
Luke aferraba el volante con tanta fuerza que le dolían los nudillos.
– Es evidente.
Pasaron unos instantes antes de que ella dijera:
– Así que es uno de esos.
Luke sintió que Susannah lo estaba escrutando, y eso lo puso nervioso.
– ¿Qué quiere decir «de esos»?
– Uno de esos tipos que se dedican a investigar a los pederastas que operan en internet. He trabajado con algunos de ellos en la oficina del fiscal del distrito. No sé cómo se las arreglan para soportarlo.
Él apretó la mandíbula.
– Yo hay días en que no lo soporto.
– Pero la mayoría de las veces cumplen con su deber. Y una parte de su ser va muriendo poco a poco.
Susannah acababa de describir su vida a la perfección.
– Sí. -La voz de Luke era ronca, inestable-. Eso es más o menos lo que me pasa.
– Entonces es que es una buena persona. Y no tiene ninguna culpa.
Él se aclaró la garganta.
– Gracias.
Con el rabillo del ojo vio que ella seguía mirándolo. Su rostro había recobrado un poco el color, y Luke lo achacó al hecho de haberle dado otra cosa en qué pensar. No quería hablar de ese tema; ojalá no lo hubiera sacado a colación. Sin embargo, la conversación había servido para que ella se olvidara un poco del golpe sufrido, y sólo por eso Luke habría sido capaz de hablar de cualquier cosa.
– Estoy algo confusa -admitió ella-. Creía que Daniel y usted se ocupaban de homicidios, no de crímenes cibernéticos.
– Daniel está en homicidios. Yo no. Llevo más de un año en un equipo operativo contra el crimen cibernético.
– Es demasiado tiempo en contacto permanente con semejantes obscenidades. Conozco a tipos que han trabajado durante diez años en la brigada antivicio y que no han aguantado ni un mes con pornografía infantil.
– Tal como usted misma ha dicho, cumplimos con nuestro deber. No suelo trabajar con Daniel; este es un caso especial. El martes, después de encontrar los cadáveres de las niñas, pedí un traslado temporal de departamento. Daniel estaba buscando al tipo que había matado a las mujeres de Dutton, e hiciera lo que hiciese siempre acababa topando con Simon. Simon guarda relación con todo lo que tiene que ver con este caso. El asesino quería que descubriéramos lo del club, y que encontráramos las fotos y la llave.
– La llave de la caja de seguridad donde creían que estarían las fotos.
Le había contado muchas cosas de camino a casa de los Vartanian.
– Sí. El asesino ata a sus víctimas una llave en el dedo del pie, para darnos a entender que lo de la llave es importante. El detective de Filadelfia encontró la llave de una caja de seguridad entre los efectos personales de Simon, pero cuando Daniel ha ido hoy al banco ha encontrado la caja vacía. Si alguna vez las fotos estuvieron allí, alguien las sacó. -La miró-. Menos mal que usted sabía dónde guardaba Simon sus cosas.
– Yo no sabía nada de la caja. Solo sabía que tenía un escondite.
Porque también tras el armario de su dormitorio había un escondite similar, pensó con amargura. Simon la había dejado allí, drogada e inconsciente, después de que sus amigos la agredieran. Luke no podía siquiera imaginar qué debía de representar despertarse en un diminuto y oscuro habitáculo, asustada y dolorida. Era obvio que detestaba aquella casa. Era obvio que detestaba la ciudad entera. Por eso no estaba seguro de que fuera justo pedirle que se quedara, ni siquiera por Daniel.
– Esta vez el muy cabrón está muerto de verdad -soltó con amargura-. Aun así, no ha permanecido enterrado mucho tiempo.
– Simon es un coñazo incluso muerto.
Luke esbozó una sonrisa; el comentario mordaz de Susannah había disipado parte de su tensión. Se enfrentaba al miedo con humor, y eso le inspiraba admiración.
– Bien dicho. La cuestión es que Daniel estaba persiguiendo al asesino y necesitaba a un analista de datos. Esa es mi especialidad, así que me uní a su equipo. Ayer recibimos un chivatazo que nos guió hasta la familia O'Brien. El hijo mayor formaba parte del club de Simon.
– Jared -musitó Susannah-. Lo recuerdo bien. Cuando iba al instituto pensaba que era una bendición de Dios para las mujeres. No tenía ni idea de que fuera uno de los que… -Dejó la frase sin terminar.
«De los que la violaron.» Luke apartó de sí la ira que sentía. Ella lo estaba sobrellevando, así que él también podía hacerlo.
– Jared desapareció unos años atrás. Creemos que los demás miembros del club se deshicieron de él porque tenían miedo de que se fuera de la lengua y los delatara. Me he pasado la noche entera despierto recopilando toda la información que he podido encontrar sobre Jared O'Brien y su familia. Esta mañana todo parecía indicar que estamos sobre la pista correcta. He descubierto que su hermano pequeño, Mack, acaba de salir de la cárcel. Mack tenía motivos para estar resentido con todas las mujeres asesinadas. Él es nuestro principal sospechoso. Estábamos a punto de ponernos en marcha. Teníamos información sobre el paradero de los dos violadores a quienes hemos conseguido identificar y una orden de busca y captura contra Mack O'Brien.
– ¿Por qué no han detenido al alcalde ya, y al ayudante del sheriff?
– Por dos motivos. Por una parte, aún no conocemos la identidad del tercer hombre.
– Si los detuvieran a ellos, es probable que el tercero siguiera con el plan.
– Es posible. Y podría ser que desapareciera y que nunca más lo encontráramos. Pero sobre todo no los hemos detenido porque Mack O'Brien ha utilizado a sus víctimas para delatar a los miembros del club que siguen vivos. Ellos mataron a su hermano, y quiere vengarse.
– Y cuando los detengan a todos, dará el asunto por concluido y se marchará.
– Más o menos. Teníamos planeada una batida simultánea cuando consiguiéramos localizar a O'Brien, pero Mansfield nos lo ha desmontado todo. Qué hijo de puta.
– Ha matado a su perseguidor el agente Johnson. Lo siento.
«Yo también.»
– Encontraremos a Mansfield, y hay varios equipos que están buscando a O'Brien. Solo espero que cuando demos con Mansfield nos guíe hasta Bailey.
«Y, si no, obligaré a ese cerdo a que confiese dónde está.»
– Alentó a Alex Fallon para que no perdiera la esperanza, pero ¿de verdad cree que Bailey sigue viva?
Luke se encogió de hombros.
– Hace una semana que desapareció. Tal como usted ha dicho, la cosa no pinta bien.
Sonó un móvil y Susannah se inclinó para recoger su bolso.
– Es el mío -dijo Luke, y aguzó la vista ante la pantalla-. Es Daniel. -Mientras escuchaba, su expresión se fue ensombreciendo más y más. Luego colgó y se volvió hacia Susannah.
– Tendrá que tomar el avión más tarde.
Ella se aferró al reposabrazos cuando el coche hizo un rápido cambio de sentido.
– ¿Por qué? ¿Adónde vamos?
– Volvemos a Dutton. Daniel me ha explicado que ha recibido una llamada del sheriff Loomis.
– ¿Loomis? -insistió Susannah con evidente fastidio.
– Loomis dice que sabe dónde retienen a Bailey Crighton.
– El mismo sheriff Loomis que el fiscal de este estado investiga por manipulación de pruebas relacionadas con el asesinato de la hermana de Alex Fallon hace trece años, ¿no? -puntualizó ella con sarcasmo-. Lo he leído en la portada del periódico que tenía encima del escritorio.
Luke pisó el acelerador.
– El mismo sheriff Loomis que ha puesto impedimentos a todos nuestros intentos de encontrar a Bailey. Sí; es a él a quien me refiero.
– Por el amor de Dios. Y ¿le cree?
– No, pero no podemos despreciar la información. Es muy posible que la vida de Bailey dependa de ello. Daniel tiene que encontrarse con Loomis en el molino. Dice que usted sabe dónde está.
– ¿El molino de los O'Brien? Menuda ironía.
– Lo es. De todos modos, hay varios equipos que llevan todo el día peinando la zona en busca de Mack O'Brien. Daniel ha dicho que nos encontraríamos detrás del viejo molino. ¿Sabe dónde es?
Ella se mordió el labio.
– Sí, pero no he vuelto desde una excursión que hicimos en cuarto curso del instituto. Ya nadie va por allí. No hay más que escombros y es un sitio peligrosísimo. Además, cerca hay un manantial de azufre y toda la zona huele a huevo podrido. Hoy en día ni siquiera los jóvenes deben de esconderse allí para fumar o follar.
– Pero ¿recordará el camino?
– Sí.
– Eso es todo lo que necesito saber. Sujétese bien. Es posible que haya muchos baches.
Dutton,
viernes, 2 de febrero, 15:30 horas
Había pasado demasiado tiempo. Rocky comprobó las ataduras de las cinco chicas, con cuidado de no mirarlas a los ojos. Ellas sí que la miraban, algunas con gesto desafiante pero la mayoría con abatimiento y desesperación. Sin embargo, Rocky no volvió la vista atrás. En vez de eso, subió a la cubierta y miró con ceño a Jersey Jameson, el anciano dueño del barco. Llevaba toda la vida pescando en ese río, y ejercía un discreto contrabando con lo que tocaba en cada momento. La patrulla nunca le prestaba demasiada atención, así que el hombre era una buena tapadera.
– ¿Por qué estamos todavía aquí? -susurró.
Jersey señaló a Mansfield alejándose.
– Ha dicho que le esperemos, que iba a buscar al doctor. Le he dado cinco minutos antes de marcharme con el cargamento. -Entornó los ojos ante Rocky con indignación-. Te he sacado muchas veces la mierda de encima, Rocky, pero nada se parecía a esto. Dile a tu superior que no volveré a hacerlo.
– Díselo tú mismo. -Jersey apretó la mandíbula y ella se echó a reír-. Ya me parecía que no querrías decírselo. -Bobby no se tomaba muy bien que nadie le llevara la contraria-. ¿Dónde están esos tíos? Estoy tentada de entrar a buscarlos. Se supone que deberían sacar de ahí la mercancía que no nos cabe.
– No quiero saber nada más -soltó Jersey.
Aguardaron dos minutos pero Mansfield seguía sin dar señales de vida.
– Voy a buscarlos. -Acababa de pisar el muelle cuando un disparo restalló en el aire.
– Ha sido ahí enfrente, en la carretera -afirmó Jersey.
Rocky volvió a la cubierta.
– Vámonos. Vámonos ya.
Jersey ya estaba poniendo en marcha el motor.
– ¿Qué pasa con el doctor y el ayudante del sheriff?
– Tendrán que apañárselas solos. -A Bobby no iba a gustarle nada que hubiera dejado cadáveres a la vista, y a Rocky la mera idea de tener que enfrentarse a su ira le producía náuseas-. Me voy abajo.
Dutton,
viernes, 2 de febrero, 15:35 horas
Susannah observó cómo ascendía el indicador de velocidad del coche de Luke. La búsqueda era inútil, pensó con desaliento mientras descendían momentáneamente sin tocar el suelo a causa de un bache. Entonces recordó la mirada de pánico y angustia de Alex Fallon. Su hermanastra llevaba desaparecida una semana, y ello guardaba relación con todo aquel lío en el que Daniel y su compañero se habían visto implicados. Tenían que seguir todas las pistas; se lo debían a Bailey.
«Tomaré un vuelo a primera hora de la mañana.» Solo tenía que llamar a la tienda de animales y pedir que cuidaran de su perro un día más. Nadie más estaba pendiente de su regreso. Nadie la estaba esperando. Por muy triste que fuera, esa era la verdad.
– Daniel ha avisado al sheriff Corchran de Arcadia -dijo Luke en tono lacónico sin apartar los ojos de la carretera-. Arcadia está a treinta y dos kilómetros de distancia, así que el sheriff no tardará. Daniel confía en él, o sea que Alex y usted se marcharán con él a un lugar seguro. ¿Entendido?
Susannah asintió.
– Entendido.
Luke arqueó las cejas.
– ¿No piensa oponerse?
– ¿Para qué? -preguntó ella sin alterarse-. No tengo pistola y no soy policía. Me parece bien dejar que ustedes hagan su trabajo y tomarles el relevo en el juzgado.
– Estupendo. ¿Sabe conducir?
– ¿Cómo dice?
– Qué si sabe conducir -repitió, enfatizando cada una de las palabras-. Vive en Nueva York, y conozco a varias personas de allí que no se han molestado en sacarse el carnet de conducir.
– Yo sí que lo tengo. No utilizo el coche a menudo, pero sé conducir. -De hecho, solo conducía una vez al año, siempre para ir al mismo lugar, al norte de la ciudad. Para esos días en concreto alquilaba un coche.
– Muy bien. Si algo sale mal, suba al coche con Alex y márchense. ¿Lo comprende?
– Lo comprendo. Pero ¿qué…? -Susannah pestañeó. Al principio su mente se negó a aceptar lo que sus ojos habían captado en la carretera, frente a ellos-. Dios mío, Luke, mire…
Su voz se ahogó en el chirrido de neumáticos cuando Luke pisó a fondo el freno. El vehículo coleó y dio un brusco viraje, y se detuvo a pocos centímetros del cuerpo que yacía en la carretera.
– Mierda. -Luke se apeó del coche antes de que ella recobrara el aliento y saliera tras él.
Era una mujer, ovillada y llena de sangre. A Susannah le pareció que era joven, pero tenía el rostro demasiado destrozado para estar segura.
– ¿A quién ha herido? Dios mío. ¿Nosotros hemos hecho esto?
– No la hemos rozado -aclaró él, y se agachó junto a la mujer-. Le han dado una paliza. -Luke se sacó del bolsillo dos pares de guantes de látex-. Tenga, póngaselos. -Él se enfundó los suyos y luego pasó las manos con suavidad por las piernas de la mujer. Cuando llegó al tobillo, se detuvo. Susannah se inclinó y observó la oveja tatuada, apenas visible a causa de la sangre. Luke tomó a la mujer por la barbilla-. ¿Es usted Bailey?
– Sí -respondió ella, con voz ronca y áspera-. ¿Y mi niña, Hope? ¿Está viva?
Luke le apartó con suavidad el pelo enmarañado de la cara.
– Sí, está viva, y está a salvo. -Le, pasó el móvil a Susannah-. Llame al 911 y pida una ambulancia. Luego llame a Chase y dígale que hemos encontrado a Bailey. Después llame a Daniel y dígale que dé marcha atrás.
Luke corrió hasta su coche y sacó un botiquín del maletero mientras Susannah marcaba el número de emergencias y luego el del agente especial al mando, Chase Wharton. Los guantes de Luke le venían grandes y sus dedos tanteaban con torpeza las teclas.
Bailey se aferró al brazo de Luke cuando este empezó a vendarle el profundo corte que tenía en la cabeza, del que la sangre seguía manando abundantemente.
– ¿Alex?
Cuando Luke miró la carretera en la dirección que había tomado Daniel, los ojos de Bailey volvieron a llenarse de pánico.
– ¿Iba en el coche que acaba de pasar?
Él entornó los ojos.
– ¿Por qué?
– La matará; no tiene ningún motivo para no hacerlo. Las ha matado a todas. Las ha matado a todas.
«Las ha matado a todas.» A Susannah el corazón le dio un vuelco en el momento en que encontró el teléfono de Daniel entre los números que Luke tenía grabados en el móvil. Oyó sonar la señal de llamada mientras Luke trataba de que Bailey prosiguiera presionándole la barbilla.
– ¿Quién es? Bailey, escúcheme. ¿Quién le ha hecho esto? -Pero la mujer no dijo nada. Se limitó a mecerse de tal modo que daba verdadero pánico observarla-. Bailey, ¿quién le ha hecho esto?
Saltó el contestador de Daniel y Susannah dictó un escueto mensaje.
– Daniel, hemos encontrado a Bailey. Da media vuelta y llámanos. -Se volvió hacia Luke-. He pedido una ambulancia, y Chase dice que enviará al agente Haywood de refuerzo, pero Daniel no contesta.
Luke se puso en pie. Le temblaba un músculo de la mejilla.
– No puedo dejarla aquí. Corchran aún tardará unos diez minutos en llegar. Quédese a su lado -le ordenó-. Voy a pedirle que envíe a todos los hombres que sea capaz de reunir.
Susannah se arrodilló junto a Bailey y le acarició el enredado pelo con la mano enguantada.
– Bailey, me llamo Susannah. Por favor, díganos quién le ha hecho esto.
Bailey abrió los ojos como platos.
– Tienen a Alex.
– Daniel está con ella -la tranquilizó Susannah-. Él no permitirá que le hagan ningún daño. -De eso Susannah estaba segura, pensara lo que pensase de Daniel-. ¿La ha herido el señor Mansfield?
Su gesto de asentimiento apenas resultó perceptible.
– Y Toby Granville. -Sus labios dibujaron una mueca-. El supuesto doctor Granville.
Toby Granville. Él era quien faltaba por identificar del trío de supervivientes. Susannah se dispuso a levantarse para captar la atención de Luke, pero Bailey se aferró a su brazo.
– Hay una chica. Se ha caído por ahí. -Señaló con gesto débil-. Está herida. Ayúdenla, por favor.
Susannah se puso en pie y aguzó la vista ante el terraplén, pero no vio nada. Un momento. Divisó una ligera mancha junto a una hilera de árboles.
– Luke. Hay alguien ahí abajo.
Susannah le oyó gritar su nombre mientras descendía a trompicones por el terraplén con los zapatos de tacón alto y la falda estrecha. Vio que se trataba de una persona. Echó a correr. Era una chica. «Dios mío. Dios mío.»
La chica yacía inmóvil, como si estuviera muerta. Susannah se arrodilló y le presionó la garganta con los dedos en busca del pulso. Luego dio un suspiro de alivio. Estaba viva. Aunque muy débil, tenía pulso. Se trataba de una adolescente, bajita y tan delgada que sus brazos parecían palillos. Estaba empapada en sangre; tanto, que costaba adivinar dónde tenía las heridas.
Susannah se dispuso a ponerse en pie para pedirle a Luke que bajara, pero la chica levantó de golpe la mano ensangrentada y la agarró por el brazo. Sus ojos se abrieron como platos y en ellos Susannah captó miedo y un intenso dolor.
– ¿Quién… es usted? -preguntó la chica con voz entrecortada.
– Me llamo Susannah Vartanian. Estoy aquí para ayudarte. Por favor, no tengas miedo.
La chica se dejó caer, jadeando.
– Vartanian. Ha venido. -A Susannah el corazón le dio un vuelco. La chica la miraba como si fuera… como si fuera Dios-. Por fin ha venido.
Con mucho cuidado, Susannah tiró de la camiseta hecha jirones de la chica hasta que vio el agujero de bala. Presa de pánico, soltó la prenda. «Dios mío.» Había recibido un disparo en el costado. «Y ahora, ¿qué?»
«Piensa, Vartanian. Acuérdate de lo que hay que hacer.» Presión; tenía que aplicar presión a la herida. A toda prisa se quitó la chaqueta y luego la blusa, y se echó a temblar al notar el aire frío en la piel.
– ¿Cómo te llamas, cariño? -preguntó mientras actuaba, pero la chica no dijo nada; volvía a tener los ojos cerrados.
Susannah le levantó los párpados. No respondía, pero al menos seguía teniendo pulso. En un momento hizo un prieto ovillo con la blusa y lo aplicó sobre la herida ejerciendo una suave presión.
– ¡Luke!
Oyó los pasos tras de sí un segundo antes del abrupto reniego. Echó un vistazo por encima del hombro y abrió los ojos como platos al verlo con la pistola en la mano.
– Le he dicho que se quedara… ¡Madre santísima! -Pestañeó unos segundos ante el sujetador de encaje y enseguida fijó la mira da en la chica-. ¿Sabe quién es?
Ella bajó la vista a sus manos; seguía apretando el costado de la chica.
– No. Bailey me ha pedido que la ayudara mientras usted hablaba por teléfono. También me ha dicho que Granville y Mansfield eran quienes la tenían retenida.
– Granville -asintió-. El médico de la ciudad. Lo he conocido esta misma semana, en uno de los escenarios del crimen. Así que él es el tercer violador.
– Eso creo.
– ¿Ha dicho algo la chica?
Susannah hizo una mueca.
– Ha pronunciado mi apellido, y luego ha dicho: «Ha venido. Por fin ha venido.» Como si me estuviera esperando. -«Luego me ha mirado como si fuera Dios.» Eso le inquietaba-. Le han disparado y ha perdido mucha sangre. Déjeme su cinturón. Tengo que atarla con él para hacer presión en la herida.
Susannah oyó el sonido resbaladizo del cinturón al salirse de las trabillas.
– Póngase la chaqueta -dijo Luke-, y vuelva junto a Bailey.
– Pero…
Él se arrodilló sobre una pierna y la miró un instante a los ojos.
– Yo me encargaré de la chica. Es posible que quienquiera que le haya hecho esto aún ande cerca, y no quiero que Bailey esté sola. -Vaciló-. ¿Sabe manejar una pistola?
– Sí -respondió Susannah sin vacilar.
– Bien. -Extrajo una pistola de la funda del tobillo-. Ahora corra. Yo llevaré a la chica.
Susannah recogió la chaqueta y metió los brazos por las mangas.
– Luke, no es más que una niña, y morirá si no conseguimos ayuda pronto.
– Ya lo sé -dijo él con aire sombrío mientras rodeaba a la chica con el cinturón-. Corra. Yo la seguiré.