Capítulo 24

Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:20 horas

Charles Grant estaba sentado en una silla plegable durante el funeral de Janet Bowie, con las manos entrelazadas sobre su bastón y aire pesimista. En los otros funerales había gozado de un puesto en primera fila. Ese día, sin embargo, los otros dos ancianos del banco de la barbería y él habían sido relegados a los asientos de atrás. Claro que, de hecho, era mejor así. Desde allí podía ver a todo el mundo. Desde allí podía echar un disimulado vistazo al móvil que notaba vibrar en el bolsillo.

Era un mensaje de texto. Esperaba que lo enviara Paul y dijera que Daniel Vartanian y Alex Fallon se encontraban cómodamente instalados en la sala de interrogatorios del sótano de su casa. Sus esperanzas se frustraron al ver que se trataba del número del móvil desechable que le había entregado a Bobby la noche anterior. Pero enseguida su frustración se transformó en dulce expectativa. El texto rezaba: «El espectáculo está a punto de empezar.»

Bobby tenía a Susannah. «Tengo que marcharme de aquí.» Aferró el bastón con fuerza y crispó el rostro.

– Esta ciática -se quejó al doctor Temblor, el dentista, sentado a su derecha. Se puso en pie con movimientos rígidos y una falsa mueca de dolor-. Necesito moverme. -Y eso hizo, musitando unas palabras de disculpa mientras se abría paso entre la multitud. Por fin había llegado el momento de ver morir a Susannah.

Luego sería tiempo de ocuparse de Bobby. Había perdido el control sobre ella, así que no le quedaba más remedio que matarla. Frotó la empuñadura del bastón. «Igual que hace seis años maté a mi Darcy.»


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:30 horas

– Mierda -renegó Luke.

Bobby no se escondía en casa de Charles Grant.

Pete miró alrededor de la sala de estar.

– ¿Te sientes preparado para empezar a derribar paredes?

– No mucho. Por lo menos Grant sigue en el cementerio.

– Germanio se lo había confirmado diez minutos antes-. De momento no sabe que estamos aquí ni que le seguimos la pista.

Se habían acercado a la casa sin que nadie se enterara, cosa que resultaba bastante difícil con tantos periodistas reunidos en Dutton por el funeral de Janet Bowie. Chase y él se habían planteado pedirle al nuevo sheriff que cercara la casa de Grant por si Bobby se escondía allí, pero no tenían la certeza de que no hubiera más ayudantes dispuestos a avisar a Bobby o al propio Grant, así que, en vez de eso, Luke llamó al sheriff Corchran de Arcadia y él mismo se dirigió allí en un coche patrulla junto con un hombre de su confianza sin decirle nada a nadie más.

Corchran también le había explicado al equipo de Luke cómo podían acceder al cementerio evitando el atasco de los coches que se dirigían al funeral. Luke había entrado en la modesta casa que Grant poseía en Main Street lleno de esperanza. Ahora… sólo le quedaba esperar que la propia casa contuviera alguna respuesta.

El equipo aguardaba impaciente.

– La orden judicial incluye todo lo relacionado con el paradero de Bobby y los crímenes cometidos en la nave. -Era todo cuanto Chloe había logrado-. Seguid buscando.

Se dividieron. Pete se dirigió a la planta superior y Nancy, a la inferior. Luke se encargó de la sala de estar, pero no vio nada que indicara que ese hombre fuera alguien distinto a quien decía ser: un profesor de inglés retirado.

Observó una pared. También era el director de la compañía de teatro de un centro social. En la pared había colgados carteles de las producciones que había dirigido, incluida la Blancanieves que había lanzado a Bobby al estrellato. Luke pensó en la pequeña Kate Davis a quien, al parecer sin pensar, habían asignado el papel de la ardilla que le había valido el sobrenombre de «Rocky». ¿Hasta qué punto habría sido sin querer? Garth les había dicho que Bobby «hacía que Kate se sintiera atractiva». Destruir su autoestima para volver a construirla era una buena forma de ganarse su lealtad.

Las estanterías de Grant casi cedían bajo el peso de los cientos de libros que contenían. Luke empezó a examinarlos. Homero, Plutarco, Dante… Suspiró. Nada más que un montón de palabras.

– ¡Luke! -Nancy lo llamó con apremio desde el sótano-. Ven a ver esto.

Luke bajó los escalones de dos en dos.

– ¿Es Bobby?

Nancy se apostaba junto a una puerta blindada construida en un muro de cemento.

– No. Es una especie de escondite, igual al que encontramos en el sótano de Mansfield -explicó-. Mansfield guardaba allí las armas, las municiones y su colección de pornografía infantil. Pero Charles Grant… Bueno, míralo tú mismo.

Abrió la puerta y el hedor se hizo insoportable. Pero la visión era peor.

Era una cámara de tortura, con grilletes fijados a las paredes y estanterías llenas de cuchillos de todo tipo. En medio de la sala Luke vio una especie de mesa de autopsias que le recordó al laboratorio de Frankenstein. Encima había tendido un hombre. Bueno, lo que quedaba de él después de que lo hicieran pedazos.

– Borenson está muerto. -Luke cruzó la puerta y se paró, atónito. En una esquina había una butaca y una mesa auxiliar con una lámpara-. Dios mío. Grant se sentaba ahí a observar.

Nancy señaló un reproductor de CD sobre la mesa.

– Mientras escuchaba a Mozart.

Luke examinó el cuerpo de Borenson.

– ¿Qué debía de saber o tener Borenson que Grant quisiera arrancarle? Su tortura ha sido prolongada. Algunos de los cortes tienen varios días. -Salió de la sala-. Cierra la puerta para que podamos respirar. Buen trabajo, Nancy.

– Gracias. La sala estaba bien escondida. -Cerró la pesada puerta y tiró de una pared corredera-. Si la cierras del todo parece una pared de verdad. Mansfield tenía la suya entreabierta, por eso encontramos su escondite tan rápido. Al ver esta me he dado cuenta de que eran iguales. Puede que haya más cámaras secretas.

– Podría ser que Bobby estuviera escondida en alguna. Sigue buscando. -Luke subió la escalera, pero antes de que pudiera avisar a Chase oyó sonar el móvil. Era Chase, y por el ruido de fondo dedujo que iba en coche-. No parece que Bobby esté aquí -anunció-, pero hemos encontrado el cadáver de Borenson. Lo han torturado. Germanio puede detener a Charles Grant.

– Ponte en contacto con él y díselo. ¿Habéis encontrado por lo menos alguna pista sobre el paradero de Bobby?

– No, pero seguimos buscando. -Luke notó la tensión en la voz de Chase y el pulso se le aceleró-. ¿Está bien Susannah? -La idea de que tuviera que verse de nuevo en aquella casa lo ponía enfermo. Pero Talia creía que habían descubierto el vínculo con Darcy, por eso Chase había dado su aprobación. Si la cosa dependiera de Luke, no habría sido capaz de autorizarlas, así que era una suerte que el responsable fuera Chase.

– Está bien -dijo Chase-. Se trata del policía a quien el agente Grimes vio en Charlotte, Paul Houston. Tenemos su foto, Luke. Es el tipo que Susannah le describió al retratista.

Luke se quedó boquiabierto.

– ¿Que un policía de Atlanta violó a Susannah en Nueva York?

– Eso parece. Pero aún hay más. Esta mañana le han asignado a Paul Houston la misión de vigilar la casa de Daniel cuando él saliera del hospital. Se ha ofrecido voluntario.

A Luke se le heló la sangre en las venas.

– Dios mío.

– Daniel está bien. Lo he avisado en cuanto lo he sabido. Al parecer su perro había armado alguna en casa y tu madre ha llamado a un primo tuyo.

Luke exhaló un suspiro de alivio.

– Nick. Tiene una tintorería. ¿Él está bien?

– Sí. Aún no había llegado. Daniel y Alex han ido a casa de tu madre. Ella también está bien. Todo el mundo está bien menos yo. Estoy trabajando con un agente de asuntos internos de la policía de Atlanta, pero quería a ese tío vigilado ya, así que yo mismo he ido a casa de Daniel. Hace cinco minutos Houston ha recibido una llamada en el móvil y se ha marchado. Lo estoy siguiendo. Va hacia el oeste, conduce muy rápido.

– Viene hacia aquí.

– Es posible. He pedido ayuda a una patrulla de persecución; ellos son especialistas y Houston no se dará cuenta de que lo están siguiendo. Espero que vaya a encontrarse con Bobby. Llama a Susannah y asegúrate de que esté enterada de quién es. Luego termina de registrar la casa sin saltarte la orden judicial. No quiero que Charles Grant se nos escape de las manos. Te llamaré otra vez cuando sepa adónde va exactamente Paul Houston.


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:30 horas

Bobby no podía dejar de sonreír. Susannah estaba exactamente tal como ella la quería, arrodillada. El hecho de que además se encontrara junto a un montón de fajos de billetes era la guinda del pastel.

– ¿Dónde está la agente Scott? -preguntó Susannah en tono glacial.

Bobby tenía que hacerse con el control. Tras la sorpresa inicial, Susannah no mostraba un ápice de miedo.

– No está muerta, si eso es lo que quieres saber. Ni siquiera le he disparado… todavía.

Susannah entornó los ojos. «Los tiene grises -pensó Bobby-, no azules como nuestro padre. O como Daniel, o Simon, o yo.»

– ¿Cuánto dinero hay en la caja? -quiso saber.

Susannah se encogió de hombros con indiferencia.

– Miles de dólares, puede que más. Cógelo y vete.

Bobby sonrió.

– Claro. Pero antes abrirás todas las cajas fuertes de la casa.

Susannah alzó la barbilla.

– Ábrelas tú, cerda.

Bobby dio una patada que golpeó a Susannah en la barbilla y esta cayó de espaldas. Bobby le plantó el pie en la garganta.

– Te he dicho que lo hagas tú -se burló. Le presionó la garganta con el pie mientras le apuntaba con la pistola en la cabeza-. Levántate. La próxima vez que me contradigas, le dispararé a la agente Scott.

Bobby agarró a Susannah por el pelo y tiró de ella hasta ponerla en pie. Susannah ni siquiera gimió, dicho fuera en su honor. Con lo poca cosa que parecía, había demostrado ser muy fuerte, y eso era digno de tenerse en cuenta. Bobby le hizo salir del despacho. En el vestíbulo estaba Talia Scott, medio inconsciente tras haber sido reducida con una pistola eléctrica, amordazada, esposada y atada como un cerdo.

Cuando estaban a media escalera se oyó el sonido amortiguado de un móvil y Susannah se paró en seco.

– Es mi móvil. Seguramente será el agente Papadopoulos. Si no contesto, se preocupará.

Bobby lo sopesó. Cuando hubiera matado a Susannah, antes o después tendría que hacer lo propio con Papadopoulos. Era la clase de hombre que no descansaría hasta que ella, Bobby, recibiera su castigo; sobre todo si Susannah moría, y eso iba a suceder pronto.

Con todo, prefirió ser ella quien eligiera el momento y el lugar para ocuparse de él. Una cosa era hacerse cargo de dos menudencias como Susannah y la agente Scott, y otra muy distinta hacerlo de alguien como Papadopoulos, que era corpulento y probablemente acudiría con su propia cuadrilla.

– ¿Tiene altavoz tu móvil?

– Sí.

– Pues contesta. -Bobby se arrodilló junto a Talia Scott y le apuntó con la pistola en la cabeza-. Ten cuidado con lo que dices, hermanita, o te mancharás las manos con su sangre.

Bobby tuvo la satisfacción de ver palidecer a Susannah.

– Ha dejado de sonar -dijo.

– Pues llámalo tú. Dile que has encontrado la información que buscas y que Scott y tú regresáis a Atlanta. Y sé convincente.

Susannah extendió el brazo para alcanzar el bolso.

– ¡Eh! -la interrumpió Bobby-. Ya recuerdo lo que llevabas ahí ayer.

– No voy armada -dijo Susannah en voz baja-. Ya no.

– No pienso correr riesgos. Trae aquí el bolso y vacíalo en el suelo, delante de mí. Hazlo ahora mismo. -Susannah le obedeció y Bobby examinó los objetos. No había ninguna pistola-. Muy bien. Extiende las manos.

Susannah miró a Talia Scott e hizo lo que Bobby le pedía. A esta el sonido de las esposas al cerrarse le pareció muy agradable.

– Ahora llama a tu hombre. Utiliza el altavoz.

Susannah volvió a obedecer.

– Luke, soy yo. Lo siento, no tenía el teléfono cerca.

Oyó su suspiro de alivio.

– Me estaba poniendo nervioso. ¿Dónde estás?

– En casa de papá y mamá, pero ya nos vamos. Talia y yo hemos encontrado lo que buscábamos y estábamos a punto de volver a Atlanta.

– Entonces, ¿habéis encontrado la información? ¿Sabéis cuál es el vínculo con Darcy Williams?

– Sí. Te veré en tu despacho.

– Susannah, espera… ¿Tienes puesto el altavoz?

– Sí, lo siento. Llevo muchas cosas encima y le he dado al botón de manos libres.

– ¿Dónde está Talia?

– En el coche -improvisó, y Bobby asintió con gesto aprobatorio-. Se ha llevado un montón de cuadernos que hemos encontrado en el despacho de papá. Libros de cuentas y diarios.

– ¿Y cómo es que llevas tantas cosas encima si Talia se ha llevado los cuadernos?

Susannah titubeó.

– Yo… Yo llevo una caja -dijo, con una nota de ilusión en la voz-. La he llenado con cosas de mamá que me gustaría conservar. -Vaciló-. Te quiero, Lukamou -dijo en voz baja-. Te veré luego. -Y colgó con las manos trémulas.

– Qué bonito -se burló Bobby. Arrastró con fuerza a la agente Scott hasta un pequeño cuarto que había bajo la escalera y la encerró con llave. Luego lo pensó mejor. Volvió a abrir la puerta y le disparó en la pierna. Su grito de dolor quedó ahogado por la cinta que le sellaba la boca. Bobby le dirigió una mirada llena de regocijo a Susannah, quien aparecía tan horrorizada como imaginaba-. Leigh Smithson me habló mucho del equipo del GBI. Dijo que Talia Scott era verdaderamente formidable y que no había que subestimarla. Toda una Houdini en el arte de la fuga.

– Le has disparado -protestó Susannah, furiosa-. No representaba ninguna amenaza para ti.

– Como te he dicho antes, no pienso correr riesgos. Con un disparo en la pierna siempre irá más despacio si consigue escapar. Ahora sube esa escalera y empieza a hacer memoria de todos los cumpleaños de los queridos familiares a quienes no he llegado a conocer. Quedan cuatro cajas fuertes por abrir.

– Seis -dijo Susannah con indiferencia-. Hay seis.


Luke colgó el teléfono casi sin respiración. Trató en vano de tranquilizarse.

– No. ¡Pete! ¡Pete!

Pete acudió corriendo con un cuaderno en sus grandes manos.

– Mira lo que he encontrado detrás del armario del dormitorio de Grant. En la pared había un panel corredero, igual que en las películas. Dentro debe de haber cien cuadernos como este. ¿Qué pasa?

– Susannah. -Tragó saliva-. Creo que Bobby está con ella.

Pete aferró a Luke por el hombro.

– Respira. ¿Qué te ha dicho exactamente?

– Que Talia y ella estaban en casa de «papá y mamá», que habían encontrado la información que su «papá» guardaba y que estaban a punto de salir, pero que había tenido que conectar el altavoz porque tenía las manos llenas de objetos; recuerdos de su madre.

Pete tragó saliva.

– Mierda.

«Y luego me ha dicho que me quería como si nunca más fuera a tener la oportunidad de decírmelo otra vez.»

– Iba a explicarle lo de Paul Houston, pero no sabía quién había escuchando.

– Buena idea.

Luke asintió.

– Voy a casa de los Vartanian.

– Eso ya no es tan buena idea -dijo Pete, y suspiró-. Te acompaño.

Luke ya había echado a correr.

– Llama a Germanio, dile que detenga a Charles Grant.

Pete cerró la puerta del coche en el momento en que Luke arrancaba con un chirrido de neumáticos.

– ¿De qué se le acusa?

– Para empezar, del asesinato del juez Borenson.

– Añadiremos extorsión -dijo Pete mientras tamborileaba sobre el cuaderno que había tomado de casa de Grant-. Charles tiene información de los hombres y las mujeres más ricos de la ciudad, y todos le pagaban auténticos dinerales por mantener guardados sus repugnantes secretos.

– No me sorprende, pero de momento no creo que podamos utilizar esa información. El cuaderno no está incluido en la orden judicial. Con el asesinato de Borenson bastará por ahora -dijo Luke mientras Pete marcaba el número.

– Hank, soy Pete. Detén a Charles Grant y llévalo… -Pete frunció el entrecejo-. ¿Qué coño quiere decir que lo has perdido?

Luke le arrancó el teléfono a Pete mientras pisaba a fondo el acelerador.

– ¿Dónde está? -dijo acentuando cada una de las sílabas.

– Ha salido del cementerio -explicó Germanio-. Se dirigía fuera de la ciudad.

– Joder. ¿Y por qué no me has llamado? Mierda.

– Lo iba siguiendo pero ha torcido por una carretera secundaria y he tenido que pasar de largo para que no se diera cuenta. Cuando he vuelto atrás… había desaparecido. Lo siento.

– ¿Qué lo sientes? ¿Cómo que lo sientes? -«Respira»-. ¿Dónde estás ahora?

– A unos ocho kilómetros del cementerio. Vuelvo a la ciudad.

– No. Da media vuelta y dirígete a casa de los Vartanian. Está a unos cuantos kilómetros, es una mansión de antes de la guerra. En la puerta está aparcado el coche de Talia. Acércate en silencio y espérame. Bobby está dentro con Susannah y Talia.

– De acuerdo.

– Germanio, escúchame bien. Te he dicho que me esperes, ¿de acuerdo? -Luke le devolvió el teléfono a Pete-. Joder con el cowboy.

– Él no es el único cowboy -musitó Pete.

Luke le lanzó una mirada.

– ¿Qué harías tú si un asesino hubiera capturado a Ellie?

Ellie era la esposa de Pete, una mujer menuda. Pete la trataba como si fuera de frágil cristal.

– ¿Por qué crees que estoy aquí? -preguntó con un hilo de voz-. Ahora conduce y calla. Yo llamaré a Chase.


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:35 horas

Charles estaba cabreado. Lo andaban siguiendo; se trataba de algún patoso del GBI y despistarlo había sido un juego de niños. Pero eso quería decir que lo habían descubierto. Lo sabían. Mierda.

En el fondo sabía que era solo cuestión de tiempo. Sabía el riesgo que corría cuando ayudó a Daniel Vartanian a encontrar a Mack O'Brien. Pero Mack había conseguido que recayera demasiada atención sobre Toby Granville y los otros muchachos.

Además, todo lo bueno tenía que tener un final. No podía dejar cabos sueltos, y Bobby era uno. Igual que su casa. Por muy arrogante que fuera, no iba a creer que una vez que el GBI empezara a investigar no encontraría la información que escondía. Todo aquello a lo que le concedía verdadero valor lo llevaba siempre encima, en su estuche de marfil. Su casa tenía que desaparecer. Le pediría a Paul que le prendiera fuego. Marcó su número.

– Te necesito en Dutton -dijo.

– Eso está muy bien -respondió él-, porque es precisamente a donde me dirijo. Llevo una hora intentando ponerme en contacto con usted.

– Te dije que no podría atender las llamadas durante el funeral -repuso Charles con dureza-. Te dije que me enviaras un mensaje. Hasta Bobby lo ha entendido esta vez.

– No puedo enviar mensajes y conducir al mismo tiempo -repuso Paul, claramente molesto por la comparación-. He recibido un aviso de su sistema de alarma. Alguien ha entrado en su casa.

Charles ahogó un grito.

– ¿Qué?

– Ya me ha oído. Dispuse la alarma para que me avisara a mí en vez de a la empresa de seguridad. Alguien ha entrado en su casa por la puerta de atrás a la una y diecisiete.

– Acabo de despistar a un agente del GBI que me andaba siguiendo -dijo Charles en voz baja-. Deben de estar registrando la casa, ya es demasiado tarde para quemarla. Habrán leído los diarios y sabrán lo que he hecho.

– Y ¿adónde irá ahora? -preguntó Paul, con un atisbo de pánico en la voz.

– A México. Luego volveré al sudeste de Asia. Pero antes tengo que ir a casa de los Vartanian. Bobby está allí, y necesito asegurarme de que ni ella ni Susannah sobrevivan para que no cuenten nada de ti. Cuando termine, te esperaré detrás de la casa. Pasa a recogerme por allí y saldremos hacia el sur. Cuando lleguemos a México puedes elegir entre volver a tu vida de siempre o acompañarme.

– Le acompañaré -dijo Paul. Pues claro; Charles estaba seguro de ello.


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:35 horas

Pete cerró el móvil.

– Vienen refuerzos. Ahora tienes que saber lo que pone en el diario. Te pondrás hecho una fiera pero trata de controlarte, ¿vale?

– Vale -respondió Luke en tono cauteloso-. Decías que Grant ha extorsionado a gente rica. ¿A quién?

– A muchas personas, pero las que más te interesan son dos jueces.

– Borenson y Vartanian -adivinó Luke con aire sombrío.

– Sí. He encontrado al menos cincuenta cuadernos en la estantería oculta tras el armario de Grant, ordenados alfabéticamente. Hay tres en la letra «V», uno para Simon y Arthur, otro para Daniel y su madre. Susannah tiene uno para ella sola, y está casi lleno. Escucha.

Luke escuchó y los nudillos se le blanquearon de tan fuerte como aferraba el volante. La bilis se revolvía en su interior y sentía una furia tan intensa que le hacía temblar. Era increíble. Imperdonable. Inhumano. A Susannah le habían arruinado la vida porque tanto Charles Grant como Arthur Vartanian querían ser los amos de una puta ciudad que no valía una mierda. Susannah no era más que la ficha sobre la que recaían las apuestas, y nunca lo había comprendido.

– Dios mío -musitó.

– ¿Podemos utilizar los cuadernos como prueba? -preguntó Pete-. No dicen nada de la nave, pero…

– Tendremos que preguntárselo a Chloe -respondió Luke. La ira lo abrasaba por dentro. Cada vez que respiraba sentía auténtico dolor-. Claro que si mientras tanto Charles Grant muere, los cuadernos dejarán de tener importancia.

Pete se quedó callado un momento, pensativo.

– Es verdad. Yo te cubriré las espaldas.

Luke tragó saliva, conmovido.

– Algún día encontraré la manera de compensarte.

Pete ahogó una risita triste.

– No te quedan suficientes días en la vida, tío. Acelera.


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:45 horas

– Ninguna de las fechas de cumpleaños que recuerdo abre esta caja -dijo Susannah, y se estremeció cuando Bobby le golpeó la coronilla con la culata de la pistola.

– Calla y sigue intentándolo, hermanita.

Susannah apretó la mandíbula. Había conseguido abrir tres de las seis cajas fuertes de la planta superior. Una estaba vacía, otra contenía documentos legales y la tercera guardaba una imitación buenísima de los diamantes de Carol Vartanian. Bobby creía que las joyas eran auténticas y se vanagloriaba de su buena suerte. Susannah no pensaba desilusionarla.

Bobby iba acumulando el botín en la gran tetera de plata de la abuela Vartanian, que al parecer consideraba una pieza de vital importancia. De nuevo, Susannah no pensaba hacer el esfuerzo de intentar comprenderlo.

Sin embargo, mientras se encontraba arrodillada en el suelo del dormitorio de sus padres tratando en vano de abrir otra caja fuerte, pensó que valía la pena ganar tiempo.

– Yo no soy tu hermana -dijo, apretando los dientes-. Y te digo que esta caja está vacía. Daniel la abrió hace tres semanas cuando buscaba a mis padres.

– Eso quiere decir que Daniel conocía la clave, y tú también debes de saberla. Bien que recuerdas todas las fechas de cumpleaños. -Bobby volvió a golpearle la cabeza con la culata de la pistola-. Y sí que soy tu hermana, te guste o no.

Susannah se puso en cuclillas y pestañeó varias veces para resistirse al dolor del golpe. «¿Dónde estás, Luke?» Tenía que haber comprendido su mensaje. En toda su vida jamás se había referido a Arthur como «papá» hablando con otra persona, y la mera idea de conservar un sólo recuerdo de su madre le revolvía las tripas. Pensó en Talia, herida, encerrada bajo la escalera, y rezó para que Luke llegara antes de que muriera desangrada o de que Bobby les reventara los sesos a las dos.

«Entretenla. Dale tiempo a Luke.»

– No eres mi hermana. Ni siquiera somos hermanastras ni parientas de ningún tipo. -Y la cabeza se le disparó hacia un lado cuando Bobby le clavó una fuerte bofetada.

– ¿Tanto te cuesta admitirlo? -preguntó Bobby, con la mirada encendida de rabia.

Susannah esperaba que el hecho de explicarle a Bobby los detalles sobre su ascendencia calmara su ira. Movió la mandíbula hacia uno y otro lado; tenía los ojos llorosos.

– Sí, porque no es cierto. Tu padre era Arthur Vartanian, pero mi madre hizo lo mismo que tu madre, se acostó con otro hombre. Arthur Vartanian no era mi padre.

Bobby la miró atónita.

– Estás mintiendo.

– No. Pedí una prueba de paternidad. Mi padre era Frank Loomis.

Bobby parecía poco convencida. Entonces echó hacia atrás la cabeza y soltó una carcajada.

– ¡Qué hija de puta! Después de todo este tiempo resulta que la dulce Suzie Vartanian también es hija ilegítima. -Se puso seria; su expresión era mezquina-. Introduce la clave, Susannah, o bajo y le arranco la cabeza a tiros a tu amiguita.

Susannah tragó saliva.

– No la sé. No te miento.

Bobby frunció el entrecejo.

– Entonces levántate.

Susannah obedeció aliviada, y contuvo la respiración al oír detenerse un coche. «Luke. Por favor, que sea Luke.» Bobby también lo había oído y, aguzando la vista, se acercó con sigilo a la ventana.

– Mierda -masculló-. Tenemos compañía. ¿Quién es?

Susannah decidió no moverse del sitio, pero gritó cuando Bobby la agarró por el pelo y la arrastró hasta la ventana. Hank Germanio se acercaba en silencio a la casa, con el arma en la mano.

– No lo sé -mintió sin esfuerzo-. No lo he visto nunca.

– Menuda mosquita muerta -susurró Bobby-. Por suerte, Leigh Smithson también me hablo de él. Es Hank Germanio, más bien impulsivo, el típico que actúa en solitario. Ve. -La empujó hasta la parte superior de la escalera-. Pídele ayuda.

– No -se negó Susannah-. No pienso hacer entrar a nadie más. Si quieres, mátame.

– Claro que lo hare, cuando termines de abrir todas las cajas fuertes. De momento me encargaré uno por uno de los tipos del GBI. -Bobby la arrastro hasta situarla frente a ella en el borde del último escalón y le puso la pistola en la sien. Luego gritó a todo pulmón-: ¡Socorro! ¡Tiene una pistola! Dios mío, tiene una pistola y va a matar a Susannah!

A través de la cristalera de la puerta de entrada Susannah vio a Germanio. El hombre levantó la cabeza y la vio de pie en la escalera. Vaciló.

Susannah le gritó:

– ¡No entre! ¡Es una trampa!

Pero era demasiado tarde. Germanio cruzó la puerta de entrada. Con toda su sangre fría, Bobby apretó el gatillo y la cabeza de Germanio… estalló en pedazos. Ya estaba muerto antes de que su cuerpo cayera al suelo.

El horror y la estupefacción dieron paso a la furia.

– ¡Asquerosa! -gritó Susannah-. ¡Vete al carajo! -Lanzó los brazos hacia un lado y, con las esposas, tiró tan fuerte como pudo del brazo herido de Bobby. Ella dio un alarido de dolor y Susannah siguió tirando hasta conseguir desequilibrarla. Cuando cayó al suelo, Susannah se volvió y se arrojó sobre la mujer; y, aunque era menuda, ambas bajaron rodando la escalera.

Forcejearon. Bobby agarró a Susannah por el pelo y la arrastró hacia sí. Ella tenía el pelo demasiado corto para que Susannah pudiera hacer lo mismo. No tenía donde aferrarse, así que empezó a dar patadas y trató de escabullirse escalera arriba, pero Bobby le asió la pierna y tiró de ella.

«¿Dónde está la pistola?» ¿La seguía teniendo Bobby? «No. Si la tuviera, ya me habría disparado.» Susannah le dio una patada con la otra pierna para poder volverse a mirar atrás, por si veía la pistola. Las dos se fijaron en ella a la vez. Estaba en el escalón de abajo del todo. «Es imposible. No conseguiré alcanzarla antes que ella. Me matará.»

Bobby la soltó y se arrastró hasta donde estaba el arma. Mientras Susannah, casi sin respiración, se escabulló hacia arriba. «Escápate. Escápate.»


Dutton,

lunes, 5 de febrero, 13:50 horas

Casi habían llegado. Luke apartó de sí la ira y se centró en Susannah y Talia. Ambas habían caído en manos de Bobby. Primero se encargaría de ella y luego mataría a Charles Grant, lo encontraría se escondiera donde se escondiese. No había regresado a su casa, así que andaba suelto por ahí.

Luke pisó el acelerador y dio un respingo al oír sonar el móvil.

– Papadopoulos.

– Luke, soy Chase. ¿Dónde estás?

– A dos minutos de casa de los Vartanian. ¿Dónde está Paul Houston?

– Se dirigía a Dutton pero se ha desviado.

Luke reconoció la ruta que Chase le indicaba.

– Es el camino que Corchran nos recomendó que tomáramos para evitar el tráfico, solo que en sentido opuesto. Viene hacia aquí. ¿Para qué? ¿Para ayudar a Bobby?

– A Bobby no, a Charles. Conecta el altavoz para que Pete también me oiga. Al Landers ha ido a la cárcel para hablar con Michael Ellis. Le ha enseñado una foto de Susannah y el hombre se ha venido abajo. Paul Houston es el hijo de Ellis. Houston y Charles Grant mataron a Darcy; no fue Michael Ellis.

Luke arrugó la frente.

– ¿Su hijo? ¿Ellis se prestó como cabeza de turco para salvar a su hijo? ¿Por qué?

– ¿Y por qué Houston le tendió una trampa a su padre? -terció Pete.

– Como compensación. Ellis estuvo en Vietnam, en un campo de prisioneros, y Charles Grant también.

Luke sacudió la cabeza.

– No; lo he comprobado. Charles Grant no ha estado en el ejército.

– Porque entonces se llamaba Ray Kraemer. Era un francotirador, lo capturaron en el año 67, conoció a Ellis y los dos se escaparon juntos. Ellis estaba desesperado por volver a casa. Su novia había tenido un hijo suyo pero iba a darlo en adopción. El niño era Paul. Ellis y Kraemer se estaban quedando sin comida y Ellis decidió dispararle a Kraemer para largarse con los restos. Pensaba dejarlo morir en la selva.

– Qué hijo de puta -musitó Luke-. Es obvio que Kraemer no murió. ¿Qué más pasó?

– Ellis dice que dieciocho años después Kraemer reapareció en Dutton, pero que se hacía llamar Charles Grant. Eligió Dutton porque era la ciudad adonde la madre del hijo de Ellis se había trasladado después de dar a luz. La madre de Paul es Angie Delacroix. Ahora forma parte de la banda de Grant.

Luke ahogó un grito de asombro.

– Dios mío. -Su rápida mente pensó en todo lo que Angie les había dicho-. Pero Angie nos contó la verdad. Las pruebas de ADN demuestran que Loomis era el padre de Susannah y la información sobre los orígenes de Bobby también es cierta. ¿Por qué querría ayudarnos a encontrar a Bobby? Ella también trabaja para Charles.

– Eso aún no lo sé. He ordenado que fueran a buscarla, pero no quiere hablar. Sin embargo, Ellis ha contado muchas cosas cuando Al Landers le ha dicho que sabíamos que Paul era policía. Dice que de algún modo Kraemer logró localizar a Paul cuando el chico tenía ocho años. Se convirtió en su profesor gracias a unas clases particulares que impartía, le lavó el cerebro hablándole mal de sus padres biológicos y adoptivos y el chico, con diez años, se fue a vivir con él. Parece que lo ha estado manipulando toda la vida. Ellis cree que Paul le será fiel a Charles hasta la muerte.

– Entonces, ¿por qué Ellis se declaró culpable del asesinato de Darcy? -quiso saber Pete.

– Para proteger a Angie y a Paul. Charles le amenazó con obligar a Paul a matar a Angie si no lo hacía.

– Esa es la venganza de Charles -dijo Luke-. Hacerse suyo al hijo de Ellis y utilizarlo en su contra mientras él permanece encerrado en Sing-Sing. Se declaró culpable de la muerte de Darcy, pero en realidad está pagando por lo que le hizo a Charles cuarenta años atrás.

– Exacto -concluyó Chase-. Estoy a veinte minutos de la ciudad, siguiendo a Houston. Lleva puesta la luz para evitar el tráfico, o sea que aún no sabe que estamos sobre su pista. He enviado hacia ahí a la mayoría de los agentes del cementerio. Espéralos.

Luke dobló la esquina y sus pensamientos se concentraron de inmediato en Susannah. «Que esté viva. Que no sea demasiado tarde.»

– Estamos llegando a casa de los Vartanian. -Tres coches de la poli de Arcadia y una ambulancia se acercaban despacio en sentido contrario y Luke le dio mentalmente las gracias al sheriff Corchran-. Tenemos refuerzos. Vamos a entrar.

Chase dio un resoplido.

– Tened cuidado. Buena suerte.

– Gracias. -Luke estaba aminorando la marcha para darles instrucciones a los refuerzos cuando oyó el disparo-. Ha sido dentro de la casa. -«Susannah.» Pisó el acelerador y enfiló a toda pastilla el camino de entrada, y los neumáticos chirriaron cuando frenó junto al coche de Germanio. Con el corazón en un puño, echó a correr. Pete lo siguió.

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