Capítulo 18

Dutton,

domingo, 4 de febrero, 4:45 horas

Luke encontró el bar Jock's Raw de Arcadia sin problemas. Sus luces de neón indicaban el camino desde la carretera principal. El sheriff Corchran observaba cómo introducían a Ashley en la ambulancia.

– ¿Cómo está? -preguntó Luke.

– En estado de shock. Por la temperatura corporal, los paramédicos creen que ha estado en el agua unos veinticinco minutos. Jock ha oído que algo chocaba con su casa flotante; ha sacado a la chica del agua y me ha llamado. Yo he reconocido el nombre por el aviso del sistema AMBER que han lanzado esta noche. Está bastante lúcida. Tuvo que luchar mucho para escapar.

– Gracias. -Luke entró en la parte trasera de la ambulancia-. Ashley, ¿me oyes?

– Sí -consiguió responder ella a pesar de que le castañeteaban los dientes.

– Soy el agente Papadopoulos. ¿Están vivas las demás chicas?

– No lo sé, pero creo que sí.

– ¿Dónde están?

– En una casa, una casa vieja, con tablas en las ventanas.

– ¿Hay algún embarcadero cerca?

– No.

– Tenemos que llevarla al hospital -dijo uno de los paramédicos-. O viene con nosotros o baja de la ambulancia.

– ¿A dónde la llevan? -preguntó Susannah, de pie frente a las puertas abiertas.

– Al hospital de Mansfield. Es el que está más cerca -respondió el paramédico.

– Luke, quédate con ella y nos encontraremos allí -dijo Susannah-. Yo llevaré tu coche.

Luke le arrojó las llaves y luego miró a Corchran, que se apostaba tras él.

– Hoy le han disparado dos veces. No la pierdas de vista.

Susannah retrocedió para que la ambulancia se pusiera en marcha. Miró a Corchran con la cabeza hecha un hervidero.

– ¿Dispone de algún trazado de las corrientes del río?

– Ya les he dado las coordenadas a los patrulleros. Si llevaba veinticinco minutos en el agua, debe de haber recorrido unos ochocientos metros. Han señalado en el mapa una zona del río que comprende un kilómetro y medio más o menos y han empezado buscar.

– Sheriff, ¿puede pedirle a alguien que me acompañe al hospital?

Él pareció sorprendido de la petición.

– ¿Usted no conduce?

– Sí, pero tengo que hacer unas cuantas búsquedas en el ordenador. Es posible que averigüe dónde están. El tiempo es primordial.

– Larkin -llamó-. La señorita necesita que la acompañes. Vamos.


Dentro de la ambulancia, Luke se inclinó sobre el rostro helado d Ashley.

– ¿Se ve la casa desde la carretera?

– No. He corrido mucho rato, por el bosque.

– Tiene heridas en los pies -dijo el paramédico.

– Descríbeme la casa, cariño.

– Es muy, muy vieja. Dentro está muy oscuro. Los tiradores de las puertas son muy antiguos -Por algún motivo, eso le hizo sonreír.

– ¿Y cómo es por fuera, Ashley?

– Es una casa normal. No se me ocurre nada en particular.

– ¿Cómo fuiste a parar allí?

– Primero por el río, en una barca. Me mareé. Luego nos llevaron en un remolque.

– ¿Un remolque? ¿De un camión?

– Era un remolque para caballos. Había hierba.

Luke arrugó la frente.

– ¿Tenía algo de especial el remolque?

– Era todo blanco. Lo arrastraba una camioneta, también blanca. Lo siento.

Luke le sonrió.

– No lo sientas. Has conseguido escapar con vida, y encontraremos a las demás.

– ¿Dónde está mi padre? Debe de estar muy preocupado.

– Está aquí. Descubrimos tu nombre grabado en el somier.

Ella se encogió de hombros y las lágrimas le arrasaron los ojos.

– Tenía mucho miedo.

– Pues lo has hecho muy bien, Ashley. ¿Cómo te raptaron?

– Fui una tonta. Conocí… Conocí a un chico, por internet. -Sus labios dibujaron una mueca y le castañetearon los dientes-. Jason.

– El famoso Jason -musitó Luke-. No has sido la única, Ashley.

Su mirada se ensombreció.

– A cinco nos metieron en el barco. A las demás… les dispararon.

– Ya lo sé. Las hemos encontrado. Ashley, ¿viste a quien te apresó?

– Dos mujeres, jóvenes. Una de unos treinta años; otra de unos veinte. Y un hombre, asqueroso.

– ¿Había un hombre? Descríbelo.

– Viejo. Asqueroso. Tanner.

– ¿Qué quiere decir «tanner»?

– Es su nombre. Tanner. -Se estaba durmiendo-. Y un vigilante. Creo que está muerto.

– Ashley, despiértate -le ordenó Luke, y ella se esforzó por obedecer-. ¿Qué decías del vigilante?

– Joven. Corpulento. Blanco. -Volvió a sonreír, aunque con debilidad-. Creo que lo he matado.

– Ashley, no te duermas -dijo Luke con dureza-. ¿A qué distancia está la casa?

Ella pestañeó; le pesaban los párpados.

– No lo sé. He nadado muy deprisa, pero el agua estaba muy fría.

Él le pasó una mano por el pelo, al que le faltaban pellizcos.

– Ashley, ¿qué te han hecho en el pelo?

– He sido yo -dijo, y apretó los dientes, que seguían castañeteándole.

– ¿Por qué?

– Por Haynes. Le gustan las rubias. No quería irme con él y por eso lo hice.

«Haynes.» Tenían un cliente. Los clientes solían llevar hasta los distribuidores, al menos en el mundo de la pornografía infantil. Así era como habían conseguido destapar algunas páginas web. «Sigue la pista del dinero.» Era una sentencia tan antigua como el propio mundo.

– O sea que Haynes no te quiso.

– No llegó a verme -musitó, en voz tan baja que Luke tuvo que acercarse más a sus labios-. Bobby me arrojó al hoyo, pero he salido. He quitado el cemento de los ladrillos hasta que…

No dijo nada más. Luke miró al paramédico.

– Está inconsciente. Lleva un gran trancazo por el agua fría. De no haber estado en tan buena forma, se le podría haber parado el corazón.


Dutton,

domingo, 4 de febrero, 5:20 horas

Susannah caminaba arriba y abajo, impaciente, cuando Luke salió de la unidad de urgencias.

– Dicen que se pondrá bien -anunció-. Esperará aquí a que llegue su padre.

Ella le tiró del brazo.

– Ya hablarán con él los médicos. Ven, vámonos.

– ¿Adónde?

– Buscando en internet, he encontrado la licencia matrimonial de Terri Styveson. Su nombre de soltera era Petrie. La dirección que aparece es la de la casa de su madre.

– La abuela de Bobby.

– Hace quince años el juzgado otorgó testamento cuando los Styveson fueron hallados muertos en su casa de Arkansas. Las autoridades dictaminaron que se había tratado de un robo con funestas consecuencias. Unos meses más tarde encontraron a la abuela de Barbara Jean muerta en la cama, mientras dormía. Barbara Jean heredó la casa. Es muy vieja, la construyeron en 1905. Se llama Ridgefield.

Él se quedó mirándola.

– No te he dejado sola más que media hora.

Ella sonrió con gesto triunfal.

– Chase va a enviar a un equipo. Corchran está más cerca, así que es posible que haya llegado ya. ¿Y bien? -preguntó ella-. ¿Qué esperas? ¿Una invitación formal?

Él la rodeó por los hombros y corrieron juntos hasta el coche. A Luke el corazón le aporreaba el pecho como un martillo.

– ¿Te he dicho que eres increíble?

– No, creo que no.

Él se echó a reír. Se sentía esperanzado por primera vez en muchos días.

– Pues eres increíble. Entra.

Ella sonreía cuando salieron del aparcamiento.

– Me gusta esto, creo que más incluso que los juicios. Es muy emocionante.

– Sí, si no llegas demasiado tarde -dijo, y se puso serio. Ella también se puso seria.

– Corchran tiene a unos cuantos pelotones de búsqueda rastreando con perros la zona cercana a donde la chica ha salido del agua; están buscando en un kilómetro y medio a la redonda pero la casa está a otro kilómetro y medio de distancia. No sé cómo ha conseguido nadar tan rápido.

– Es nadadora -explicó Luke-. Su padre le ha enseñado las medallas a Talia.

– Pues ha hecho la carrera de su vida -musitó Susannah.

– Esperemos ser igual de rápidos.

Llevaban diez minutos de camino cuando sonó el móvil de Luke.

– Papadopoulos.

– Soy Corchran. Seguro que estaban aquí, pero se han ido.

– Mierda -renegó Luke. «Demasiado tarde. He llegado demasiado tarde»-. ¿Qué habéis visto?

– Es una casa vieja. Le han prendido fuego antes de marcharse, pero hemos llegado a tiempo de impedir que quede toda destrozada. Ah, y en la parte trasera hay un vigilante muerto.

– ¿La chica lo ha matado? -preguntó Luke mientras su mente iba a cien por hora. «Demasiado tarde. Demasiado tarde.»

– Si no llevaba un rifle no. Tiene un buen agujero en el vientre. También tiene una profunda herida en el hombro y un chichón en la cabeza, del tamaño de un huevo de oca. Cerca del cadáver hemos encontrado un tirador de mármol cubierto de sangre.

Luke pensó en el amago de sonrisa de Ashley.

– Ashley debe de haberlo golpeado con él y lo habrá dejado inconsciente, y Bobby habrá preferido pegarle un tiro antes que dejarlo allí con vida. Si algo tiene de bueno es que es coherente. ¿Habéis visto la camioneta blanca y el remolque? -Había dado la orden de busca desde la ambulancia.

– Negativo. Hemos encontrado un monovolumen registrado a nombre de Garth Davis y un Volvo a nombre de su hermana Kate. Y también un LTD negro.

– Registrado a nombre de Darcy Williams -dijo Luke, apretando la mandíbula-. La matrícula es DRC119.

– Sí -confirmó Corchran-. Las placas estaban debajo de uno de los asientos delanteros. Pero no hay ninguna camioneta con un remolque.

– Haremos que todas las unidades salgan a buscarlos.

– Ya lo hemos hecho.

Luke cerró el móvil.

– Mierda. Estoy cansado de llegar siempre tarde.

Susannah estuvo un minuto entero sin decir nada.

– ¿Adónde habrán ido? -preguntó por fin-. Si esa era su base de operaciones, ¿adónde habrán ido?

– Tiene que haber dejado a los niños en alguna parte -dijo Luke-. Tal vez haya ido allí.

– Luke -dijo Susannah estirando el cuello-. Mira ahí delante. Ese vehículo acaba de incorporarse a la autopista. Podría ser una camioneta con un remolque.

Tenía razón. Luke aceleró y avisó por radio a todas las unidades que estuvieran cerca de la zona para que le hicieran de refuerzo.

– Está acelerando -dijo nervioso, y él también aceleró-. Baja la cabeza.

Susannah le obedeció y agachó la cabeza por debajo del cristal.

– ¿Qué están haciendo?

– Van igual de rápido. Quédate así.

– No soy imbécil, Luke -le espetó ella, ofendida.

No; era increíble.

– Ya lo sé.


– Nos ha visto -dijo Tanner, aferrando el volante con las manos-. No tendríamos que haber tomado la interestatal. Le dije que era demasiado peligroso.

– Cállate, Tanner. No estás ayudando nada. -Bobby miró por el retrovisor lateral-. Nos alcanza. O le disparamos o dejamos la camioneta y nos escapamos corriendo.

– Está demasiado cerca. Así no conseguiremos escapar. Dispárele. Ya.

Bobby notó el pánico en la voz de Tanner y sopesó las opciones y las probabilidades de éxito. «Saben lo de la camioneta y el remolque, pero no saben quién soy. Necesito tiempo.» Tiempo para escapar y empezar de nuevo. Al fin Bobby pensó en lo esencial, lo que no fallaba nunca. «¿Qué haría Charles?» Y el plan quedo decidido.

– Tanner, desvíate hacia esa área de servicio y párate en diagonal, bloqueando la carretera. Tú y yo saldremos de la camioneta y nos haremos con un coche. Para cuando hayan parado y vean qué hay dentro del remolque, nosotros volveremos a estar en la carretera, y tomaremos la siguiente salida.

Tanner asintió.

– Puede que funcione.

– Claro que funcionará. Confía en mí.


A Susannah se le estaba quedando el cuello agarrotado.

– ¿Qué hacen ahora?

– Lo mismo que la última vez que me lo has preguntado -respondió Luke entre dientes-. Van igual de rápido.

Susannah, sin incorporarse, se estiró hacia delante y tomó el pequeño revólver del tobillo de Luke.

– ¿Qué haces?

– Me armo. Y me quedo así -añadió antes de que él se lo repitiera.

– ¿Pero qué…? -masculló Luke-. Agárrate. -El coche se inclinó hacia la derecha-. Están saliendo a un área de servicio. Pase lo que pase, quédate así. Prométemelo.

– No seré estúpida -fue todo cuanto ella dijo.

Él soltó un improperio y tiró del freno de mano. Susannah oyó un chirrido de neumáticos frente a ellos cuando la camioneta también frenó. Antes de que se hubiera parado del todo, Luke había salido del coche y gritaba:

– ¡Policía! Todo el mundo al suelo. Todo el mundo al suelo. ¡Los de la camioneta, quietos!

Entonces se oyó un disparo. «Luke.» Susannah asió con fuerza el revólver, abrió la puerta y salió del coche, con la puerta como escudo. No vio a Luke por ninguna parte. Estuvo a punto de correr a buscarlo pero se detuvo frente al remolque.

Lo más importante eran las chicas.

Por delante del remolque volvió a oír un chirrido de neumáticos y luego a Luke, renegando. Él dio marcha atrás; tenía la mirada enfurecida.

– Bobby ha saltado de la camioneta y se ha llevado un coche -dijo-. Tú quédate aquí y espera los refuerzos. Muévete.

Susannah se apartó de su camino y le vio subirse a la acera para rodear la camioneta, que estaba cruzada en medio de la carretera. Volvió a centrar su atención en el remolque. El motor de la camioneta aún estaba en marcha. El remolque estaba cerrado con llave y una cadena rodeaba los tiradores. Se subió al parachoques trasero para mirar por la ventanilla sucia. Y exhaló de golpe todo el aire que había estado conteniendo.

«Dios mío.» Ashley había dicho que habían vendido una chica a un tal Haynes, así que Susannah esperaba encontrar allí a cuatro más, tres de las cinco que habían desaparecido de la nave y la hermana pequeña de Monica. Pero ante ella vio más del doble, todas atadas y amordazadas formando un pelotón. Golpeó el mugriento cristal con los nudillos.

– ¿Estáis heridas? -gritó.

Una de las chicas levantó la cabeza e, incluso a través de la suciedad que cubría el cristal, Susannah vio la desolación en sus ojos. Poco a poco ella negó con la cabeza. De repente se quedó quieta y asintió aún más despacio a la vez que las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas.

La cadena estaba cerrada con un candado, así que Susannah rodeó corriendo la cabina de la camioneta y se detuvo con una mueca ante lo que vio dentro.

– Joder -masculló.

En el asiento del conductor había los restos de un hombre. Su cabeza estaba casi completamente esparcida por la cabina. Con otra mueca, arrancó las llaves del contacto y las fue probando todas en la cerradura del candado hasta que este se abrió.

Con aire triunfal, tiró de la cadena que cerraba el remolque y oyó su sonido a medida que los eslabones caían sobre el parachoques y luego al suelo. Abrió las puertas y exhaló un suspiro al ver diez miradas aterradas que buscaban la suya.

– Hola -dijo sin aliento-. Soy Susannah. Ya estáis a salvo.


Autopista interestatal I-75,

domingo, 4 de febrero, 6:20 horas

Luke se dirigió al remolque a tiempo de ver a Susannah gritándole a un desvergonzado para que apagara la cámara de vídeo. Se encontraba de pie frente al desgraciado periodista, con los brazos en jarras; la pequeña luchadora estaba a punto para el combate contra el campeón. De no haber sido porque tenía los ánimos por los suelos, habría sonreído.

En la media hora que había tardado en volver, alguien había liberado a las chicas del remolque y ahora los agentes de policía las dirigían con delicadeza a las ambulancias de dos en dos.

Menudo triunfo. Y menuda tragedia. En la media hora que había tardado en volver, Bobby había acabado con una vida más. Y se había escapado. «Demasiado tarde. Demasiado tarde.»

– ¿Cómo ha podido hacer eso? -le estaba gritando Susannah al hombre de la cámara en el momento en que Luke se apeaba del coche-. Lleva a dos niñas en el coche; ¡a sus hijas! -prosiguió-. ¿Cómo se sentiría si un oportunista con ganas de hacerse rico difundiera las imágenes de sus hijas por la CNN? Deme la cinta. Démela ya -le espetó al verlo dispuesto a oponer resistencia.

El hombre sacó la cinta de la cámara y se marchó balbuciendo unas palabras de disculpa.

– Cabrón descerebrado -masculló ella con un hilo de voz.

Luke, desconcertado y necesitado de apoyo, le posó las manos en los hombros y ella dio un respingo.

– Chis -musitó, tanto para tranquilizarse él como para tranquilizarla a ella-. Soy yo.

Al verlo, ella relajó el semblante y en su rostro floreció una dulce sonrisa.

– Esta vez no has llegado tarde. -Pero se puso seria al ver que no sonreía-. ¿Qué ha pasado, Luke? ¿Por qué has tardado tanto? ¿Dónde está Bobby?

– Tomó un coche de los que estaban aparcados ahí al final. Tenía el motor en marcha y dentro había un chico dormido. No habían cerrado la puerta con el pestillo.

– Ya he visto que se ha llevado un coche, pero no sabía que tuviera un rehén.

– No lo tiene. Lo ha echado del vehículo yendo a cien por hora. Sabía que yo me detendría, y lo he hecho, por supuesto, pero el chico estaba muerto. Antes le había pegado un tiro.

Ella le estrechó el brazo con suavidad.

– Lo siento.

– Sí, yo también. -Miró hacia el final del área de descanso y vio a un hombre en el asiento trasero de un coche de policía-. Ahora tengo que decirle a ese hombre que su hijo no regresará.

– Que se ocupe otra persona. Chase llegará enseguida.

– No. Haré lo que tenga que hacer.

– Entonces te acompaño.

Él estuvo a punto de negarse. Pero, después de todo, le hacía falta un poco de apoyo.

– Gracias.

El hombre se apeó del coche cuando Luke se acercó, y al ver la expresión de este, su rostro perdió el color.

– No. -Negó con la cabeza-. No.

– Lo siento. La mujer que le ha robado el coche le ha disparado a su hijo. No ha sobrevivido.

El hombre dio un paso atrás y en su rostro la incredulidad se mezcló con el horror.

– Íbamos a Six Flags. Era su cumpleaños… Cumplía catorce años, sólo catorce años…

– Lo siento muchísimo -dijo Luke con el corazón tan encogido que no estaba seguro de poder resistirlo-. ¿Puedo avisar a alguien por usted?

– A mi mujer. Tengo que llamar a mi mujer. -Pasmado, aturdido, se quedó frente a él con el móvil en la mano-. Está en casa, con el bebé. Esto la va a matar.

El agente que había estado aguardando con él tomó el móvil de su mano con suavidad.

– Ya me encargo yo, agente Papadopoulos. Vuelva con las otras víctimas.

El hombre tenía los hombros abatidos y el sonido de sus sollozos atenazó las entrañas de Luke.

Ahora un nuevo rostro se añadiría a los muchos que lo obsesionaban.

La pequeña mano de Susannah se posó en su espalda, al principio con vacilación, después con más fuerza.

– Has salvado a diez chicas, Luke -susurró-. A diez.

– A ese hombre sólo le importa su hijo, y no hemos llegado a tiempo de salvarlo.

– No hagas eso -dijo; el apremio confería fortaleza a su voz-. No te atrevas a hacerte eso a ti mismo. -Lo aferró por el brazo y le obligó a darse media vuelta-. En la furgoneta había diez chicas que habrían acabado prostituidas y muertas. Ahora podrán volver a casa. Deja de pensar en la víctima que no has salvado y empieza a contar a las otras diez.

Él asintió. Tenía razón.

– Tienes razón.

– Pues claro; tengo muchas razones. -Ella entornó la mirada llena de intención-. Ahora vuelve al coche. Tienes que regresar a Atlanta, reunirte con tu equipo y pensar en cómo detener a Barbara Jean Davis. Luego podrás arrojarla al infierno y tirar la llave.

Él echó a andar; Susannah lo rodeaba por la cintura.

– Estoy muy cansado.

– Ya lo sé -dijo ella, de nuevo con voz dulce-. Deja que conduzca yo. Tú duerme.

Mientras andaban, él se inclinó hasta posar la mejilla sobre la cabeza de ella.

– Gracias.

– De nada. Creo que te debía una; ahora estamos en paz.

– ¿Seguiremos siendo rivales? -preguntó él muy serio.

– No. Creo que tú necesitas a alguien tanto como yo.

– ¿Ahora te das cuenta? -musitó él.

Ella se abrazó con más fuerza a su cintura.

– No seas engreído, agente Papadopoulos.


Autopista interestatal I-75,

domingo, 4 de febrero, 6:45 horas

Por fin Bobby exhaló un suspiro tranquilizador. Se había deshecho del coche del área de descanso y ahora conducía uno nuevo; lo había robado en un aparcamiento, lejos de la autopista. «Y ahora ¿qué? Y ahora ¿qué?»

«Tanner está muerto.» Le había resultado mucho más difícil de lo que creía apretar el gatillo. «Estoy sola, completamente sola.» Tenía a Charles, pero él nunca había sido… de la familia.

«Tanner sí que era de la familia.» Y ahora estaba muerto. La cuestión era que no habría podido correr lo suficiente. Ya lo sabía cuando le dijo que confiara en ella. A Tanner le horrorizaba la idea de ir a la cárcel, y además era demasiado mayor para llegar a salir de ella. Él lo habría preferido así.

«Y ahora ¿qué?» Susannah Vartanian. Era el único cabo que le quedaba por cortar. Estaba allí con Papadopoulos; lo había echado todo a perder. «Ha arruinado mi negocio. Mi vida.» Ahora Charles obtendría lo que deseaba. Por algún motivo, siempre había odiado a Susannah, más incluso que Bobby.

«Podría haberla matado hace tiempo.» Pero el hecho de retrasarlo hacía que Charles se sintiera molesto, y ese era el único modo que Bobby tenía de controlarlo; si no, siempre era al revés.

«Muy bien, Charles. Estás a punto de conseguir lo que quieres. La mataré para ti y luego desapareceré.»


Atlanta,

domingo, 4 de febrero, 8:40 horas

Todos se encontraban de nuevo sentados alrededor de la mesa de reuniones, y una mezcla de euforia, agotamiento y desesperación enrarecía el ambiente de la sala. Estaban Ed y Chloe, Pete y Nancy, Hank, Talia y Mary McCrady. A petición de Luke, Susannah los acompañaba. Su rápida mente los había llevado hasta las chicas; merecía estar presente a la hora de las medallas.

– Todavía no hemos terminado -dijo Pete cuando Chase acabó de hablar-. Bobby aún anda suelta.

– Tenemos a las chicas, y vivas -repuso Chase-. No sólo a las de la nave sino también a Genie Cassidy y a seis más a quienes habían inducido a marcharse de casa. Y eso es mucho decir.

– También hemos encontrado cajas llenas de archivos en la camioneta de Bobby -dijo Luke-. Muestran muchas transacciones económicas entre ella y sus clientes. Aparecen los nombres y las direcciones. Con eso podremos demandar a un montón de depravados que compraban a niñas para convertirlas en esclavas sexuales.

La sonrisa de Chase traslucía cierta amargura.

– Hemos informado al FBI de los lugares en los que están los prostíbulos de carretera. Los hay desde Carolina del Norte hasta Florida. Ahora los agentes del GBI están llevando a cabo una redada en diez casas para rescatar a las chicas a las que Bobby ha vendido más recientemente, incluida la que Darryl Haynes se llevó el viernes por la noche.

Ed abrió los ojos como platos.

– ¿El que se ha presentado a senador del estado con un programa basado en los valores familiares?

– El mismísimo -respondió Chase con mala cara.

– Haynes quería a una rubia -explicó Luke-. Y una rubia nos ha ayudado a derrotarlo. Todo ha cambiado gracias a que Ashley Csorka se ha escapado.

– ¿Cómo está? -preguntó Talia.

– Sentada y hablando con su padre -dijo Luke con una sonrisa-. El hombre nos da las gracias y desea que quien trató de vender a su hija reciba en la cárcel el mismo trato que ella.

– Esta mañana hay muchas cosas de las que podemos sentirnos orgullosos. Todos lo habéis hecho muy bien -prosiguió Chase, poniéndose serio-. Granville mató a cinco chicas en la nave, pero Monica nos ha explicado que cumplía órdenes de Kate, alias «Rocky», y que Kate dijo que a ella se lo había ordenado Bobby. Cuando la encontremos, podremos imputarle esos cinco homicidios además de los diez que ha causado con sus propias manos. Si a eso le añadimos los intentos de asesinato de Ryan Beardsley Monica Cassidy…

– Y el secuestro de Dios sabe cuántas menores, la prostitución en los clubes de carretera y la pornografía infantil del catálogo que hemos encontrado… -añadió Luke.

– Le esperan un millón de años entre rejas -terminó Chase.

Chloe se quedó pensativa.

– Espera, ¿cómo que diez? También mató a Rocky, quiero decir, a Kate, y a Jennifer Ohman, la enfermera.

– Y a la hermana de la enfermera -añadió Susannah.

– Muy bien -asintió Chloe-. Eso suma tres más. Cuatro, con Helen Granville.

– Seis, con Chili Pepper y su novia -dijo Nancy.

– El chico del área de descanso y Tanner, el hombre que conducía la camioneta, son el séptimo y el octavo -intervino Luke, y miró a Pete-. Y Zach Granger el noveno.

– Joder. Lo siento, Pete -dijo Chloe, enfadada consigo misma por haberlo olvidado.

– No pasa nada -respondió Pete, lleno de rabia-. Tenemos que pillar a esa zorra y hacérselo pagar.

– El décimo es el vigilante a quien Corchran encontró muerto detrás de la casa -terminó Luke.

– Si contamos a Darcy, solo le falta un homicidio para completar la docena -dijo Susannah con frialdad.

– Y contaremos a Darcy -dijo Chase en voz baja-. Lo siento, Susannah. Además, todavía hay cuatro personas desaparecidas: el juez Borenson, el padre de Monica Cassidy y los dos hijos de Bobby.

Todo el mundo guardó silencio. Al fin Luke suspiró.

– Espero que Bobby no les haya hecho daño a sus propios hijos, pero sólo con ver lo que ha hecho hoy con el chico de la autopista… Es capaz de cualquier cosa.

– ¿Qué sabemos de ella? -preguntó Mary McCrady-. Según el perfil psicológico, es tan inteligente como despiadada; un monstruo. Pero me gustaría poder ayudaros un poco más.

– El hombre que conducía la camioneta era Roger Tanner, de sesenta y ocho años -explicó Luke-. Había cuatro órdenes de detención abiertas contra él desde los años ochenta, por agresión, robo y dos cargos por asesinato.

– ¿Qué relación tenía con Barbara Jean Davis? -preguntó Mary.

– Los asesinados fueron los padres de Bobby -dijo Susannah-. El pastor Styveson y su esposa, Terri. Los mataron a golpes en la rectoría de la pequeña iglesia de Arkansas de la que el señor Styveson era el pastor.

– Tanner se encargaba del mantenimiento de la iglesia -explicó Luke. Habían puesto en orden la información durante el camino de vuelta. Luke estaba demasiado nervioso para dormir y acabó pasándose la mayor parte del viaje hablando con el Departamento de Policía de Arkansas mientras Susannah buscaba información en los archivos públicos-. Encontraron sus huellas en la casa, lo cual no resultaba extraño siendo el encargado del mantenimiento. Pero entonces descubrieron los cargos pendientes.

– Todo el mundo dio por sentado que había sido él -prosiguió Susannah-, puesto que no había ningún otro sospechoso y ni señales de que hubieran forzado la puerta. Además, tenía la llave de la rectoría. Bobby no resultó herida, a pesar de que le contó a la policía que había forcejeado con el hombre.

Luke se encogió de hombros.

– La policía local cree que su historia no cuadraba con las pruebas, pero no tenían nada para poder inculparla. Ahora, sabiendo que estaba compinchada con Tanner, tiene sentido pensar que ya entonces lo estuvieran. Después del entierro de los padres, Tanner desapareció y nadie volvió a verlo más. A Bobby la enviaron a Carolina del Sur, a casa de la hermana de su madre.

– ¿Y cómo acabó en Dutton? -preguntó Nancy.

– Quién sabe. Puede que supiera quién era su verdadero padre y obligara a su tía a llevarla allí de nuevo. Puede que su tía culpara a la madre de Susannah de haber expulsado de allí a los Styveson y utilizara a la chica para avergonzarla. Tal vez nunca sepamos la verdad.

– Yo nunca había oído nada del asesinato de los padres de Bobby ni de que fuera la hija del anterior pastor -dijo Susannah-. Esas cosas suelen ventilarse en ciudades pequeñas como Dutton, pero nadie dijo nunca ni una palabra. Ni siquiera Angie Delacroix sabía que Bobby era hija de los Styveson. En la escuela la llamaban Barbara Jean Brown; tomó el apellido de su tía Ida Mae Brown. Y ese era el apellido de casada de la tía, o sea que nadie la relacionaba con la esposa de Styveson. Por algún motivo, su tía guardaba muy bien los secretos de Bobby.

– La tía se marchó de Dutton poco después de que Bobby se casara con Garth Davis -explicó Pete-. Y ahí es donde se le pierde la pista. No hay rastro de que trabajara en ningún sitio, ni de que dispusiera de tarjetas de crédito, ni de que utilizara ningún servicio.

– Puede que Bobby también la matara -apuntó Talia.

– Pero ¿dónde están los niños? -preguntó Mary-. ¿Quién se ha encargado de ellos mientras ella ha andado ocupada regentando los prostíbulos de carretera y vendiendo jovencitas a los hombres ricos?

– Los Davis tenían una niñera -dijo Pete-. Es inmigrante, probablemente ilegal. No habla muy bien inglés. He hablado con ella para tratar de averiguar el paradero de la tía. Trabajaba todos los días laborables de nueve a cinco. Dice que Bobby salía de casa todos los días para ocuparse de su estudio de interiorismo. A veces le pedían que se quedara a trabajar por las noches si Bobby tenía una reunión con algún cliente y Garth no estaba en casa. Parece haberse ocupado bien de los niños, y si es que tenía alguna idea de en qué estaba metida Bobby, lo disimula muy bien.

– Los únicos parientes que tiene son el tío de Garth, Rob Davis, y la familia de él -dijo Chase.

– Le he preguntado a Rob Davis si la habían visto -dijo Pete-. No he registrado la casa.

– Pero ¿es posible que Rob estuviera escondiendo a los hijos de Garth? -preguntó Chloe-. Creía que se odiaban.

– Eso es lo que Kate nos dijo cuando vino el jueves por la noche. -Luke miró a Chase con mala cara. Acababa de encajar una de las piezas del puzle-. Kate nos llevó hasta Mack O'Brien.

Chase se frotó la frente.

– Han jugado con nosotros como si fuéramos una pelota barata.

– Kate debía de querer desviar nuestra atención de Garth y del resto del club, porque cuanto más cerca estuviera Daniel de descubrirlos, más nos acercaríamos también al negocio de la nave. Kate nos llevó hasta Mack para que ella y Bobby pudieran seguir guardando sus secretos. Ha jugado con nosotros.

– Kate también nos dijo que la esposa de Garth se había marchado con los niños después de que Mack O'Brien asesinara al hijo de Rob Davis -explicó Ed-. Joder.

– Creímos lo que nos dijo al pie de la letra -concluyó Luke.

– ¿Y cómo no ibais a hacerlo? -preguntó Susannah con razón-. No teníais ni idea de lo que se llevaba entre manos. Vamos, pedid una orden para registrar la casa de Rob Davis y buscad a los niños.

– Luego. Hace una hora he recibido un aviso por el móvil -anunció Chase-. Me ha llamado Kira Laneer, la amante de Garth, la que trabaja en el aeropuerto. Dice que sabe dónde está Bobby, que Garth conoce todos sus escondrijos. Es posible que sólo quiera darse publicidad, pero le pediré a alguien que lo compruebe de todos modos. Nancy, ¿por qué pones mala cara?

– Estaba pensando en Bobby. Decimos que ha matado a diez personas en dos días, pero para eso ha tenido que contar con ayuda.

– Tanner era un cómplice seguro -dijo Luke-. Ashley Csorka nos ha contado que es quien llevaba la Casa Ridgefield. Ella lo llama «el mayordomo asqueroso».

– No sé -vaciló Nancy-. A menos que fuera un forzudo, no podría haberle rebanado la garganta a Chili Pepper; el tipo es corpulento. Bueno, lo era.

– Puede que tenga algún otro lacayo -dijo Pete con aire adusto.

– Algún otro -musitó Susannah-. Ya saben, nos falta otra pieza del puzle. Estoy pensando en el thích. La conversación entre Simon y Toby Granville tuvo lugar cuando yo tenía once años. Entonces Bobby tenía doce, y aún vivía en Arkansas.

– Y Tanner también -observó Luke-. O sea que no podía ser él.

– «Yo era de alguien más» -citó Susannah en voz baja-. Hay alguien más.

– Hemos difundido hasta Manhattan el dibujo que la retratista hizo basándose en su descripción -dijo Chase-. En la fiscalía del distrito se encargarán de enseñárselo al asesino de Darcy. De momento nos centraremos en Bobby Davis y en sus dos hijos. Pete, ve a casa de Rob Davis y encuentra a los niños. Hank, Nancy y tú volveréis a registrar la casa de Davis. Talia, averigua todo lo que puedas sobre los amigos de Bobby, de ahora y de antes. Chloe, ¿cuánto tiempo más podemos retener a Garth?

– Mañana tiene que comparecer ante el juez.

– Haremos que lo sigan, por si está más implicado en esto de lo que creemos. ¿Ed?

– Hemos encontrado el cuerpo de Becky enterrado fuera de la nave, junto a la celda de Beardsley. La mataron de una paliza.

– O sea que tenemos un cadáver más. -Chase cerró los ojos un momento-. Consígueme una foto de Becky. Le pediré a los medios que nos ayuden a identificarla. Y… -Chase miró a Susannah-. Gretchen French ha organizado una rueda de prensa para las cuatro de la tarde.

– Sí. En el Gran Hotel. Ha planeado que todo el mundo esté de pie.

– Nos hará falta videovigilancia y equipos de seguridad, y también un detector de metales. Bobby podría ser lo bastante arrogante para regodearse con su momento de gloria.

– O dispararle otra vez a Susannah -apuntó Luke en voz baja.

Chase volvió a mirar a Susannah.

– ¿Adónde tiene previsto ir después?

– Al hospital -dijo ella-. Tengo que hablar con Daniel de unas cuantas cosas.

Una era lo de su padre, Luke estaba seguro. Otra debía de ser el motivo que Frank Loomis tuvo trece años atrás para falsificar pruebas.

– Yo la acompañaré. Aún tengo que averiguar quién alteró la solución intravenosa de Ryan Beardsley. Podría tratarse de ese «alguien» a quien estamos buscando.

– Muy bien. Id todos con cuidado -dijo Chase-. Y manteneos en contacto. A las dos y media volveremos a reunirnos aquí para ponernos al día antes de la rueda de prensa de Gretchen French. -Todo el mundo empezó a desfilar, pero Chase le hizo un gesto a Luke para que se quedara-. Luke, llevas una semana entera trabajando las veinticuatro horas del día -empezó Chase-. Has encontrado a las chicas.

– Bobby aún anda suelta -repuso Luke, pero Chase le indicó que se callara.

– Todos los agentes de mi departamento están buscándola.

– ¿Me estás retirando del caso? -preguntó Luke, y la ira empezó a hervir en su interior.

– Tranquilízate. No, no te retiraré del caso, pero precisamente porque quiero poder contar contigo, te quiero en condiciones. Ya le hemos cortado las alas a Bobby -prosiguió-. Es probable que necesite tiempo para reorganizarse. Mientras, vete a casa y carga las pilas. Y vuelve preparado para averiguar su paradero.

– Muy bien. En cuanto haya acompañado a Susannah a ver a Daniel, me marcharé a casa y me echaré a dormir.

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