Dutton,
domingo, 4 de febrero, 9:00 horas
Bobby cerró de golpe el teléfono. Su topo del GBI creía que su relación había terminado, sólo porque ella había perdido un poco de terreno. Pero los secretos seguían siendo una valiosa moneda de cambio, sobre todo dada la situación. «Saben quién soy.» Eso significaba que tenía que andarse con más cuidado.
Soltó una risita. «Kira Laneer cree que sabe dónde estoy.» Pero no debía ignorar el hecho de que Garth supiera más cosas de las que ella creía. Su marido no era estúpido, Bobby no pensaba jugársela con Kira Laneer.
Marcó el número de Paul.
– Te necesito.
– No lo creo, tesoro. Estoy viendo la televisión y tú estás más que acabada. Susannah Vartanian aparecía muy favorecida en las imágenes del informativo, robándote el inventario en las narices.
La furia hirvió en su interior.
– No te hagas el listo. Tengo un trabajito para ti. -Le dio la dirección de Kira Laneer-. Que no le duela. Después de todo, me ha evitado unos cuantos manoseos de Garth. -Bobby odiaba a Garth, detestaba que la tocara. Había parido a los dos mocosos y con eso había cumplido sus obligaciones como esposa de Davis. Los chicos también le habían sido de utilidad a la hora de representar su papel de ama de casa de clase media, y se había portado bien con ellos. Daba muy buen resultado tener una tapadera de mujer sana y sonriente-. Mata a Kira Laneer antes de que le cuente al GBI lo que sabe de mí.
– Bobby, me pides demasiado -se quejó Paul-. No puedes seguir matando a esa gente.
– Haz lo que te digo o llamaré a la policía y les hablaré de ti. -Era la primera vez que amenazaba con hacerlo, la primera vez que había tenido esa necesidad. Temblorosa, colgó el teléfono. Esa tarde las víctimas de Garth iban a reunirse con la prensa. Susannah estaría allí. «Y yo también.» Valía la pena saber que el GBI había aumentado las medidas de seguridad, aunque eso complicaba un poco más las cosas. Pero Bobby sabía cómo solventar el problema. «Susannah, ha llegado tu hora.»
Dutton,
domingo, 4 de febrero, 9:03 horas
– Ya se lo advertí -le dijo Paul a Charles, cerrando el móvil-. Está fuera de control.
Charles llenó las tazas de café.
– Podría cumplir su amenaza y yo te necesito donde estás. Te necesito en la policía.
Paul apretó la mandíbula.
– No hablará si la mata antes. O déjeme que la mate yo.
Charles arqueó las cejas.
– Aún no he terminado con ella.
– No pienso matar a la amante de Garth.
Charles lo miró con aire sereno por encima de la taza de café.
– Sí; sí que lo harás.
A Paul le centellearon los ojos.
– En realidad, no tenemos ni idea de lo que sabe Laneer.
– Conversaciones privadas -musitó Charles-. No sabemos lo que Garth puede haberle contado, y aquí soy yo quien elige dónde y cuándo divulgar las cosas. -Entornó los ojos, y se alegró de ver que Paul se erguía en su asiento-. Quiero a Bobby en la rueda de prensa de esta tarde.
– ¿Por qué? -preguntó Paul, petulante; lo era desde pequeño.
– Porque Susannah también estará allí. Bobby no podrá resistirse.
– Por eso quería que la chinchara con lo del inventario. Charles señaló el plato de Paul con su tenedor.
– Cómete los huevos, hijo. Se están enfriando. Luego ve a ver a Kira Laneer. Puedes llevarte mi coche.
Paul se dispuso a comerse el desayuno.
– Deje que Bobby haga su sucio trabajo por una vez.
– No quiero que Bobby vaya por allí y haga su sucio trabajo -respondió Charles con acritud-. Tal como está, la descubrirán, y entonces me perdería el espectáculo de las cuatro.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 9:30 horas
Susannah, insegura, se detuvo frente a la puerta de la habitación de Daniel. La última vez que lo había visto estaba en cuidados intensivos y ella se había echado a llorar a su lado.
Ahora se sentía extraña. Él estaba acostado con los ojos cerrados y Alex leía una revista mientras le hacía compañía.
– ¿Cómo está? -preguntó a Alex con un susurro.
– Bien -respondió Daniel. Abrió aquellos ojos azules que podían resultar glaciales, cálidos o tristes. En ese momento eran cálidos-. Te he visto en las noticias. Has encontrado a las chicas. Felicidades.
– Gracias. -Susannah se sentó en el borde de la silla, aunque tenía ganas de salir corriendo. Luke se apostaba a su lado, con las manos sobre sus hombros. Ella cruzó las manos sobre su regazo con cierto remilgo-. Escucha, Daniel, tengo que decirte varias cosas que te sorprenderán mucho.
Luke le frotó los hombros con suavidad.
– Lo estás poniendo más difícil. Díselo y ya está.
La mirada con que Daniel le obsequió a Luke daba auténtico miedo.
– ¿Qué pasa? -preguntó con voz cautelosa.
– Relájate -respondió Luke con naturalidad y un deje de ironía-. No la he tocado.
«Todavía.» Susannah notó la palabra suspendida en el aire sus mejillas se encendieron, no de vergüenza ni de miedo, sino de deseo. «Todavía.» Era un gesto provocativo. Muy provocativo. Pensó en la caja escondida en su habitación. «Todavía.» Anunciaba lo mucho que estaba por llegar. Pero ese no era el momento, pensó mientras se preparaba para darle a Daniel las noticias que serían un bálsamo y un tormento a la vez.
– Se trata de Frank Loomis -balbució.
– ¿Qué pasa? -preguntó Daniel con voz tensa, y guardó silencio.
– Esta mañana hemos hablado con Angie Delacroix porque necesitábamos información y nos ha obsequiado con más de la que esperábamos. Parece que Frank Loomis y ella eran amantes desde hacía años, pero él nunca quiso casarse con ella porque amaba a otra mujer. A mamá.
Daniel pestañeó y sus labios se abrieron con sorpresa.
– ¿A mamá? ¿A nuestra madre?
– Sí. Y ella le correspondía; al menos lo hizo una vez. -Tomó aire y lo soltó-. Arthur Vartanian no era mi padre. Soy hija de Frank Loomis.
Daniel fue hundiéndose poco a poco en la cama. Miró a Susannah y luego a Luke.
– ¿Estáis seguros?
– Le he entregado a Ed una muestra de ADN antes de venir -dijo ella-. Mañana lo sabremos.
– Pero eso hace que todo cuadre -explicó Luke, y estrechó los hombros de Susannah durante un instante.
Susannah vaciló; luego asió la mano de Daniel.
– Angie nos ha dicho que hace trece años Simon hizo algo tan horrible que Frank no pudo encubrirlo. Dice que mamá le pidió que se ocupara de ello y Frank lo hizo. Por mamá.
– Por eso Frank falsificó las pruebas y encerró a Gary Fulmore -musitó Daniel-. Y por eso desapareció toda la semana. Dijo que necesitaba espacio. Estaba apenado por su muerte.
Susannah se quedó callada un momento para dejar que su hermano pensara, reflexionara. Y reconoció el momento en que llegó a la conclusión a la que ella la estupefacción no le había permitido llegar en casa de Angie. Abrió los ojos como platos y fijó la mirada en ella; una mirada intensa y horrorizada.
– O sea que mamá lo sabía -susurró con voz áspera-. Sabía que Simon estaba implicado en el asesinato de la hermana de Alex. Dios mío, Suze. Lo sabía.
– Si no en el asesinato -empezó Susannah en tono suave-, al menos en la violación.
– Anoche lo pensé -dijo Luke en voz baja, y Susannah se volvió a mirarlo.
– ¿Por qué no me dijiste nada?
– Te sentías muy herida. Imaginé que llegarías a la conclusión tú sola cuando estuvieras preparada para aceptarlo.
Ella sostuvo la mirada unos cuantos segundos más, conmovida. Luego se irguió y volvió a mirar a Daniel.
– Daniel, hay más.
Él se quedó mirándola, muy pálido.
– ¿Más?
– Sí. Ed encontró un pelo en el despacho de la nave, donde te dispararon. El… El ADN es muy parecido al tuyo; cuadra con el de un hermanastro, hijo del mismo padre. -Se había escudado en su papel de fiscal y se limitaba a describirle los hechos. Así era más fácil-. Tienes una hermanastra. Otra, quiero decir. Es la mujer de Garth Davis, Barbara Jean. La llaman Bobby.
Alex abrió los ojos como platos.
– La otra persona a quien Granville nombró antes de morir.
Daniel abrió y cerró la boca varias veces.
– ¿Estáis seguros?
– Sí -dijo Luke-. Tu padre tuvo una aventura con la mujer del anterior pastor. Barbara Jean fue el resultado.
– Y… es mala, Daniel -dijo Susannah-. Muy mala. Ha matado a once personas y ordenó que mataran a cinco de las chicas. También ha matado a Kate Davis.
La respiración de Daniel era superficial y agitada.
– Pero ¿por qué? ¿Por qué ha matado a Kate?
– ¿Recuerdas que te pregunté por Rocky? -terció Luke-. Pensábamos que era un hombre, pero era Kate Davis, la hermana de Garth. Kate colaboraba con Granville y Bobby Davis.
Daniel parecía perdido.
– Pero Kate vino a vernos, nos dijo que quien había matado a las mujeres de Dutton le había hecho llegar cartas amenazándola de muerte. Nos dijo que Garth tenía miedo de hablar porque años atrás Jared O'Brien había abierto la boca sobre el club y lo habían asesinado. Descubrimos a Mack O'Brien porque ella vino a vernos. ¿Estaba jugando con nosotros?
– Como si fuéramos una pelota barata -dijo Luke con retintín-. Chase y yo también nos hemos cabreado mucho.
– Tienes que tener cuidado -le apremió Susannah-. Bobby aún anda suelta por ahí.
– Por eso tengo un vigilante en la puerta -dedujo Daniel-. Dios mío, esto es…
– Ya lo sé -musitó Susannah-. Es de locos.
– Me alegro de que me lo hayas contado. -Daniel se pasó los dedos por el pelo-. Esto hace que muchas preguntas tengan respuesta. Las respuestas no me gustan, pero, tal como tú dices, las cosas son así. Tienes que mudarte a una casa de incógnito, Suze. Por tu propio bien.
Ella ya había pensado en ello y había rechazado la idea.
– ¿Cuánto tiempo, Daniel?
Él entornó los ojos ante su tono.
– Hasta que la detengan.
– ¿Y si tardan varias semanas? O meses. ¿Y si no la encuentran? He perdido trece años de mi vida por culpa de Simon, Granville y Bobby. No quiero perder más tiempo.
– Podrías perder la vida -dijo Daniel con rabia.
– Tomaré todas las precauciones necesarias.
Él daba la impresión de querer oponerse.
– ¿Llevarás al menos un chaleco antibalas?
Ella ya había decidido hacerlo.
– Sí; eso sí. Ahora voy a ver a Monica Cassidy y luego me iré a dormir. Me espera una tarde muy ajetreada.
Había llegado a la puerta cuando él volvió a hablar, en voz baja.
– Suze, prométeme que no te arriesgarás como hiciste en el juicio de Rublonsky.
Ella se volvió con los ojos como platos.
– ¿Cómo te has enterado de eso?
Los ojos azules de Daniel emitieron un centelleo.
– Estoy al corriente de todos tus casos, desde que empezaste a trabajar en la oficina del fiscal del distrito. Los he seguido todos.
Susannah sintió crecer la emoción en su interior y atorarle la garganta.
– Pero…
– Te dejé allí porque pensé que así te mantenía a salvo. No podía probar los turbios asuntos de papá y no quería arrastrarte a la ruina conmigo. No tenía ni idea de que ya… -Su voz se quebró y dejó de hablar hasta que volvió a sentirse capaz de hacerlo-. Sé que te graduaste con la segunda nota más alta en la universidad. Sé cuándo empezaste a trabajar como estudiante en prácticas en la oficina del fiscal del distrito. He leído todos los fallos de todos los juicios en los que has participado.
– No lo sabía -dijo ella, desolada-. Creía que no te importaba.
– Nunca has dejado de importarme -susurró él con voz áspera-. Nunca. Ni un solo minuto. -Le brillaba la mirada, intensa, y Susannah no pudo apartar la suya-. Prométemelo -dijo él con vehemencia-. Prométeme que no volverás a hacer lo mismo que en el caso Rublonsky.
A ella se le humedecieron los ojos y pestañeó con fuerza.
– Te lo prometo. Tengo que irme.
– Yo la protegeré -le oyó decir a Luke mientras ella se dirigía al ascensor.
Luke la alcanzó frente al ascensor.
– ¿Qué pasó en el caso Rublonsky?
Ella no se volvió a mirarlo.
– Una estudiante universitaria fue violada y asesinada por varios miembros de la mafia rusa y yo concerté una entrevista con un informador que conocía nombres, fechas… Y que tenía pruebas. No quiso venir a nuestra oficina y me encontré con él en un almacén. Lo siguieron y le dispararon a un palmo de mí.
– ¿Conseguiste la información?
– No, pero la policía detuvo al hombre que había disparado y él acabó delatando al resto.
– ¿Qué le pasó al informador?
– Murió -dijo, aún con gran pesar. Y culpabilidad.
– Tú no sabías lo que iba a ocurrir.
Ella no dijo nada, y entonces oyó el gran suspiro de él.
– ¿O sí?
– Lo… imaginaba.
Las puertas del ascensor se abrieron. Ella entró pero él se quedó quieto, mirándola. Las puertas empezaron a cerrarse y entonces él entró de un salto y la asió por la barbilla obligándola a mirarlo.
– Te prestaste a hacer de cebo -exclamó con aspereza. Ella se encogió de hombros.
– No fue tan dramático. Me preocupaba que pudiera ocurrir algo, y le pedí a la policía que me acompañara para protegernos a los dos. Él era una mala persona, Luke. Jugaba a dos bandas en un juego peligroso. Ya había delatado antes a la mafia.
– Te prestaste a hacer de cebo -repitió él-. Podrían haberte disparado a ti.
Ella volvió a quedarse callada y él soltó un reniego entre dientes.
– Te dispararon, joder.
Una de las comisuras de los labios de ella se curvó hacia arriba.
– Llevaba un chaleco. Aun así me sorprendió lo que duele -añadió quitándole importancia al asunto-. Me salió un morado enorme.
Él cerró los ojos y se puso pálido.
– Madre de Dios.
– Tengo que reconocer que yo también me asusté -dijo-. Pero ganamos el caso. Conseguimos que se hiciera justicia para la chica asesinada y el veredicto incluyó doce cargos más.
Las puertas se abrieron y él la tomó por el brazo y la guió hasta la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos. Antes de que pudiera pronunciar una sola palabra de protesta, él le había cubierto los labios con los suyos en un beso lleno de pasión, misterio y… miedo. Tenía miedo, por ella. De pronto interrumpió el beso; tenía la respiración agitada.
– No volverás a hacerlo -dijo, y la rodeó con los brazos para abrazarla contra su pecho. Su corazón latía con fuerza y ella le acarició la espalda para tranquilizarlo.
– Muy bien -susurró-. Te lo prometo. -Le estampó un beso en la mejilla, oscurecida por la barba incipiente-. Parece que al fin estoy rehaciendo mi vida, Luke. No la arriesgaré tan tontamente. Ahora déjame, tengo que ver a Monica antes de que me caiga de puro agotamiento.
Él la soltó y la besó con más suavidad.
– Me alegro -musitó.
– ¿De qué? ¿De que esté agotada?
– No. De que estés rehaciendo tu vida. Y de formar parte de ella.
Susannah arqueó las cejas en un gesto que pretendía ser liviano a pesar de tener el pulso acelerado.
– Estás dando cosas por sentadas y no tienes pruebas, agente Papadopoulos.
Él posó las puntas de los dedos entre sus senos y todos los músculos de su cuerpo se tensaron de golpe.
– Tienes el corazón acelerado. O está a punto de darte un infarto, y en tal caso me alegro de que estemos en el hospital, o te gusto. -Él arqueó las cejas-. Porque soy muy simpático.
A ella se le escapaba la risa.
– Y también irresistible a más no poder.
Él le sonrió.
– Sabía que tarde o temprano lo acabarías reconociendo. Es parte de mi malvado plan para hacer que me acabes necesitando. -Su sonrisa se desvaneció, solo un poco-. ¿Da resultado?
Su acelerado corazón pareció detenerse.
– Mucho, mucho -susurró ella. Él la besó en la frente.
– Bien. Vamos a ver a Monica.
La madre de Monica estaba sentada a su lado cuando autorizaron a Luke y Susannah a entrar por la vigilada puerta de la unidad de cuidados intensivos. La mujer se levantó y se dirigió hacia ellos.
– ¿Cómo podré agradecerles lo que han hecho?
Susannah le pasó la mano por el brazo.
– No tiene que agradecernos nada.
– No sabe lo de su padre. Por favor, no se lo digan; todavía no.
– Lo comprendemos. ¿Se sabe algo? -preguntó Luke en voz baja, aunque sabía que no había noticias. Desde que liberaron a Genie Cassidy, no había dejado de mantener contacto con el agente Harry Grimes, de Carolina del Norte. No había rastro del doctor Cassidy y la cosa no pintaba bien.
– Todavía no -musitó la señora Cassidy-. Todo esto es una pesadilla.
– Ya lo sabemos -dijo Susannah-. ¿Cómo está Genie?
– Durmiendo en la habitación de Monie. Nunca más las perderé de vista.
– Lo entiendo -dijo Luke-. Le han quitado el tubo de la respiración asistida y tiene mejor aspecto.
– Sí. Cuando se supo que la habían drogado le hicieron muchas pruebas y llegaron a la conclusión de que podía respirar por sí misma. Me ha preguntado por ustedes dos.
Monica señaló a su hermana, dormida en una silla.
– Gracias -susurró.
– Te acaban de quitar el tubo -dijo Susannah con una sonrisa-. No deberías hablar.
– Tengo que hablar -dijo Monica con voz áspera-. Necesito oírme. Tenía miedo de no volver a hacerlo.
– Supongo que es normal. -Le acarició la mejilla-. ¿Cómo estás?
– Mejor que antes pero aún me siento doloridísima. -Monica exhaló un suspiro para descansar-. Tengo que decírselo. Me preguntó por Angel, y también por Becky. Eran primas. Las secuestraron al mismo tiempo.
Luke se agachó junto a la cama y se situó a la altura de Monica.
– ¿Estás segura?
– Sí. Becky y yo éramos amigas. El médico la mató. Siempre intentaba escaparse. Hablábamos… por el suelo; hicimos un agujero.
Igual que Beardsley y Bailey.
– ¿Cuándo la mató?
– El día antes de traer al pastor. La mató de una paliza, como castigo ejemplar.
– ¿Por qué? -quiso saber Luke.
– El médico no podía con ella. La había torturado. -Las lágrimas le arrasaron los ojos y empezaron a resbalarle por las mejillas-. Se la llevó a su despacho, hizo que se arrodillara. La tuvo así horas enteras. Le tapó la cabeza para que no viera, le apuntó con una pistola y le dijo que le dispararía. Entonces la agredió. -Miró a Susannah-. Ya sabe, igual que Simon hizo con usted.
Susannah enjugó las lágrimas de las mejillas de Monica con la mano trémula.
– Ya sé.
– Ahora todo ha terminado -dijo la señora Cassidy-. Estás a salvo.
Monica negó con la cabeza.
– Esto no termina nunca, lo tengo en la cabeza y lo veo una y otra vez. -Apartó la mirada-. Cuando ella murió, hizo lo mismo conmigo.
– Lo siento, Monica -musitó Luke.
Ella no levantó la cabeza.
– No es culpa suya. -Recobró la compostura y se volvió a mirarlo; ahora sus ojos denotaban serenidad-. Una vez el médico le pidió a alguien que lo ayudara a doblegarme. Estaba tan enfadada que no le obedecía.
– ¿Era Bobby? -preguntó Luke.
– Era un hombre, de eso estoy segura. El doctor lo llamó «señor» y le dijo que tenía prisioneros rebeldes. -Parecía confundida-. Entonces le preguntó qué haría el VG. Yo no lo entendí.
Luke sí que lo entendió. «VG. Vietcong.» La historia los llevaba de nuevo al thích budista, un tratamiento vietnamita.
– O sea que Granville y su thích seguían siendo uña y carne, después de tantos años -musitó-. Monica, ¿qué dijo el hombre?
– Se puso como loco, le pegó al médico. Le dijo que nunca más volviera a mencionar eso. Entonces le dijo que tenía que destruirme, convertirme en un animal; hacerme olvidar que era humana. Pero no pudieron -añadió con orgullo.
– Eres muy fuerte -dijo Luke, mirándola directamente a los ojos-. No lo olvides nunca.
Ella asintió con cansancio.
– Dijo que conocía a Angel y que no consiguió que se hiciera justicia con ella.
«Ayer, cuando creíamos que no nos oía.»
– Es cierto. ¿Te explicó Becky cómo fueron a parar a la nave?
– Fue cosa de su padrastro. Las vendió a Mansfield. Eran demasiado mayores para la página web y ya tenía a otras chicas, las hermanas de Becky. Por eso siempre intentaba escaparse, para sacarlas a ellas de allí.
– ¿Sabes sus apellidos? ¿El de Becky y el de su padrastro?
– Snyder. Los dos se llaman igual. Vivían en Atlanta. -Entornó los ojos-. 1425 de Candera.
Luke se quedó sin respiración.
– ¿Cuánto tiempo vivieron allí?
– Seis meses quizá. No lo sé.
– ¿Cómo sabía su padrastro que Mansfield querría comprarlas? -preguntó Susannah.
– Por los prostíbulos de carretera. -Empezó a resollar y la enfermera Ella entró con mala cara.
– Tienen que marcharse. Esta paciente no debería hablar.
– Esperen -los detuvo Monica-. El padrastro de Becky conoció a Mansfield en un prostíbulo de carretera. Allí le vendió a Angel y a otra chica. Creo que la tercera era su vecina. No estoy segura.
– Es todo -dijo la enfermera Ella-. Déjenla descansar. Vuelvan más tarde, por favor.
– Lo has hecho muy bien, chica -la alabó Luke-. Descansa un poco. Voy al 1425 de Candera, a ver si encuentro al padrastro de Becky. Tengo que arrojarlo al infierno.
Monica le asió la mano.
– Salve a las hermanas de Becky, por favor. Murió por ellas.
– Haré todo lo que pueda.
Atlanta,
domingo, 4 de febrero, 12:15 horas
Luke aparcó frente a una galería de tiro. No hizo el menor movimiento por entrar; se limitó a permanecer sentado ante el volante con la mirada fija al frente. Susannah notaba la gran rabia contenida que albergaba en su interior desde que habían salido del lóbrego edificio de pisos que correspondía al número 1425 de Candera con las manos vacías. El padrastro de Becky y sus hermanas ya no vivían allí. Nadie sabía adónde habían ido, o por lo menos eso era lo que decían todos los vecinos.
– ¿Qué hacemos aquí? -preguntó Susannah al fin.
– Es la galería de mi hermano Leo. Es… a donde suelo venir.
– Cuando la ira te desborda y te reconcome hasta que no puedes pensar en nada más.
Él se volvió a mirarla; sus ojos eran más negros que la noche.
– La primera vez que te vi, supe que lo entenderías.
– Yo siento la misma rabia en mi interior.
– Eso también lo sabía.
– Luke, no es culpa tuya. -Le posó la mano en el brazo, pero él la apartó.
– Ahora no -le advirtió-. Te haría daño.
– No, no me lo harías. Tú no eres de esa clase de hombres. -Él no dijo nada y ella suspiró-. Entra y dispárale a algo o llévame a tu casa para que pueda irme a dormir.
Él apartó la mirada.
– No puedo llevarte a mi casa; todavía no.
– ¿Por qué no? -preguntó ella.
– Porque te deseo -dijo él con voz grave.
Un escalofrío, profundo y lleno de misterio, recorrió la espalda de Susannah.
– Podría decirte que no.
Él volvió a mirarla y ella notó el pecho tenso y el aire contenido en los pulmones.
– Pero no lo harás -repuso él-. Porque en estos momentos soy lo que deseas. Soy peligroso y estoy fuera de control, y eso significa que la situación la controlas tú. Igual que la controlabas cada vez que ibas a una sucia habitación de hotel a hacértelo con un extraño.
Ella pensó en él; pensó en sí misma. Y apartó de sí la rabia.
– ¿Y qué?
– Que no te juzgo por lo que hacías porque comprendo esa necesidad de control, sólo que no quiero estar contigo de esa forma. Cuando te acuestes conmigo, quiero que lo hagas porque me deseas a mí, no a la persona que soy ahora mismo.
– El yin y el yang -dijo ella en voz baja-. La oscuridad y la luz. Luke, tú eres esas dos personas. Y si me acuesto contigo será porque te deseo entero, no solo al hombre amable. -Se apeó del coche-. Ven, vamos a disparar.
Se encontró en la puerta con un hombre igual que Luke aunque más joven.
– Tú debes de ser Leo. Yo soy Susannah.
– Ya lo sé. Entra. -Leo miró a Luke, sentado en el coche-. ¿Vuelve a estar amargado?
– Ha tenido unos días muy duros. -Susannah señaló las armas expuestas-. ¿Puedo?
– ¿Has disparado alguna vez?
– Sí. Déjame esa. -Señaló una semiautomática de nueve milímetros que había tras el cristal. Sabía por experiencia que era la mejor para sus pequeñas manos.
– Buena elección. Vamos.
Cuando hubo terminado la primera ronda, Leo la miró impresionado. Ella miró el objetivo de cartón cuya cabeza era un puro destrozo.
– ¿Otra vez?
– Claro. -La miró cargar el arma-. ¿Dónde aprendiste a disparar?
– Un policía me debía un favor y me enseñó. Me pareció de lo más relajante.
– A mí también me lo parece -dijo él-. ¿Llevas armas?
– En Nueva York sí. Hace un año tuve un desagradable incidente con una bala y después de eso saqué un permiso de armas. Pero no me he traído la pistola. Ojalá lo hubiera hecho.
– Ya veo. ¿Qué le ha pasado a Luke?
– Ha tenido que seguir el rastro a unas chicas que han sido captadas por una red de pederastas que opera por internet. Ha encontrado el piso, pero hacía tiempo que se habían llevado a las niñas de allí.
– Últimamente se pasa toda la vida con eso -repuso Leo con tristeza, y ella asintió.
– Se exige demasiado -dijo-. Antes o después, acabará explotando.
– Le pasa de vez en cuando. Llega al límite, explota y viene aquí para desahogarse. Luego vuelve a casa más que compuesto, como si le hubieran puesto cola de contacto. -Sonrió-. Es lo que hace la familia.
Ella sintió un intenso anhelo y no intentó disimularlo.
– Qué suerte tenéis.
– Ya lo sé -dijo él, y señaló el blanco-. Hazlo otra vez. Dentro de la sala.
La primera vez había sido un calentamiento, no se había implicado. Ahora, en cambio, estaba pensando en la rueda de prensa que le esperaba al cabo de unas horas, y el objetivo adquirió personalidad.
– Buena puntería -dijo Leo con una mueca cuando hubo terminado.
Al objetivo le había desaparecido toda la región pélvica.
– Es Garth Davis.
Por fin Luke se había unido a ellos.
– Entonces tienes una puntería buenísima -comentó con ironía.
Leo le lanzó las llaves a Luke.
– Cuando terminéis, cierra. Le he prometido a mamá que pasaría a arreglarle la lavadora antes de comer. Susannah, estás invitada, claro.
– Esta semana no -dijo Luke-. Tiene que dormir.
Susannah observó el dolor en los ojos de Luke. Necesitaba cola de contacto.
– A veces he dormido menos horas justo antes de un juicio. Dile a tu madre que allí estaré -le dijo a Leo-. Gracias.
Leo se despidió con un gesto de la mano mientras se marchaba y Luke se apoyó en la pared, fuera del alcance de Susannah.
– Chase ha llamado mientras estaba en el coche. Pete ha encontrado a los hijos de Bobby en casa de Rob Davis. Kate los dejó allí hace unos días y le pidió a Rob que no dijera nada. Los niños están bien.
Ella suspiró aliviada.
– Qué bien, buenas noticias. Ya las necesitábamos.
– Es cierto. Vamos, te llevaré a mi casa para que puedas dormir.
– No, vamos a casa de tu madre. -Se acercó con cuidado-. ¿Estás a salvo?
Él se sonrojó, avergonzado.
– Sí.
– Vamos, Luke, para ya. Tienes genio, como casi todo el mundo, sólo que el tuyo responde a un motivo de mayor peso. ¿Y qué? Lo controlas bien.
La mirada de él se encendió.
– ¿Y si un día no me controlo? ¿Y si la ira me desborda y acabo haciéndole daño a alguien? -Apartó la mirada-. ¿Y si te hago daño a ti? -terminó con un hilo de voz.
– ¿Te preocupaba eso cuando estabas con otras mujeres?
– No. Nunca les permitía quedarse suficiente tiempo a mi lado. Ninguna significaba nada especial.
– Entonces, tú tampoco has estado nunca con nadie, excepto con la mujer de turno a la que te llevabas a la cama para no despertarte solo a las tres de la madrugada, ¿no?
Él parecía disgustado consigo mismo.
– Más o menos así es.
Ella le tiró de la barbilla hasta que la miró a los ojos.
– ¿Estas tratando de asustarme, Luke?
– Puede ser. No. Joder. -Suspiró-. Tú no eres la única insegura.
Ella empezaba a comprenderlo.
– ¿Y qué hacemos? -susurró.
Él la atrajo hacia sí con suavidad.
– Vamos a casa de mi madre. Creo que tiene cordero.
Dutton,
domingo, 4 de febrero, 12:30 horas
– Mierda, eso duele -se quejó Paul.
– No seas niño -se burló Charles-. Casi no te he tocado.
– Joder. Llevo veinte años en la policía y como mucho me he hecho un rasguño.
– Es una herida superficial -dijo Charles, aunque era algo más serio que eso-. He visto cosas mucho peores.
«Las he padecido.» Había tenido que aprender a curar heridas de la forma más dura.
– Y tiene las cicatrices que lo demuestran. Ya lo sé, ya lo sé -masculló Paul.
Charles arqueó las cejas.
– ¿Cómo dices?
Paul bajó los ojos al suelo.
– Nada. Lo siento.
– Ya me parecía a mí -dijo Charles, satisfecho-. Te daré unos cuantos puntos y quedarás como nuevo.
– No me habría pasado si hubiera atado a su perro -musitó Paul, y volvió a hacer una mueca cuando Charles le pinchó con la aguja-. Lo siento.
Charles volvió a pincharle.
– Señor -añadió Paul en tono más respetuoso.
– Muy bien. No tienes por qué estar celoso, Paul. Bobby me resulta útil. Tú representas más que eso. -Sonó el timbre y Charles arrugó la frente-. Si es otro periodista… que no te vean.
La persona en cuestión era periodista, pero de la ciudad.
– Marianne Woolf. ¿En qué puedo ayudarte, querida? -Marianne levantó la cabeza y Charles pestañeó-. Entra -dijo con voz melosa. Cerró la puerta y asió a Bobby por la barbilla-. ¿Pero qué estás haciendo?
– Ver si con este disfraz puedo engañar a la gente. Contigo ha funcionado, o sea que no tendré problemas esta tarde para entrar y salir del Gran Hotel durante la conferencia de prensa de Gretchen French.
Charles retrocedió y la miró mejor.
– ¿De dónde has sacado la peluca?
– De la cabeza de Marianne. Su pelo no es de verdad, pero nadie lo sabe excepto Angie Delacroix y yo.
– Pero si todos los jueves iba a la peluquería.
– Pura vanidad. Está prácticamente calva. Pero sus tetas sí que son de verdad. -Bobby se dio unas palmadas en un pecho-. Un sujetador con relleno. Los hombres estarán tan ocupados mirando esto que no me verán la cara.
– ¿Dónde está Marianne?
– Dentro del maletero de su coche, inconsciente. Necesitaba su acreditación.
– ¿Quién te ha maquillado? -quiso saber Charles.
– Yo misma. Es esencial para una puta de lujo saber maquillarse. No he comido nada desde anoche y me muero d… -Se abrió paso para entrar pero se detuvo en seco cuando llegó a la cocina. Se quedó mirando a Paul y luego se volvió hacia Charles-. ¿Qué coño pasa aquí? No lo entiendo.
– ¿Qué te extraña? ¿Que nos conozcamos? -dijo Paul malhumorado-. ¿O que me hayan disparado por culpa de tus recaditos?
Bobby recobró enseguida la compostura y alzó la barbilla.
– ¿Ha muerto Kira Laneer?
– Claro. Le he disparado a la cabeza.
– Entonces con lo que cobres podrás comprarte muchas vendas. -Se volvió hacia Charles-. ¿Por qué está aquí?
– Porque es mío.
Ella negó con la cabeza.
– No. Paul trabaja para mí.
– Tú le pagas -dijo Charles-, pero siempre ha sido mío. Nunca te ha pertenecido.
La mirada de Bobby se encendió.
– Yo lo encontré. Yo lo formé.
– Él te encontró a ti porque yo le pedí que lo hiciera. Nunca ha sido tuyo, ni Rocky tampoco, ni nadie. Excepto Tanner, y lo has matado.
Bobby retrocedió un paso y la ira tiñó sus mejillas de un rojo intenso.
– Venía a despedirme, pero ahora te diré todo lo que siempre he querido decirte. Te odio, viejo. Por mí pueden irse a la mierda tu control y tus juegos psicológicos. Y tú también puedes irte a la mierda.
Paul se puso en pie, pero Charles levantó la mano.
– Déjala. Ha fracasado de todas las formas imaginables. Incluso ha perdido la herencia que le corresponde porque ahora todo el mundo sabe quién es. Nunca tendrás la casa de la colina, ni llevarás el apellido de la familia. Ahora todo es de Susannah. -Miró a Bobby a los ojos-. Tú no tienes nada. Ni siquiera orgullo.
– Tengo mucho orgullo, viejo. Espero que el tuyo te aplaste. -Cerró de golpe la puerta tras de sí y los cristales de la vidriera se agitaron.
– Estupendo -musitó Paul con ironía.
– Pues, de hecho, sí. Ahora irá a la rueda de prensa.
– Y allí habrá vigilancia. Si lleva una pistola, la descubrirán.
– Eso hace más interesante el reto, chico. Se pondrá a la altura de las circunstancias.
– Está decayendo por momentos. ¿De verdad quiere que entre en una sala llena de gente con una pistola?
Charles sonrió.
– Sí.
– No saldrá viva de allí.
La sonrisa de Charles se amplió.
– Ya lo sé.