Capítulo 14

Dutton,

sábado, 3 de febrero, 15:45 horas

Charles se quedó mirando el teléfono cuando este sonó por décima vez en una hora. Asquerosos periodistas. Todos querían una nueva versión de los disparos dirigidos a Kate Davis y Gretchen French. Como si él pensara decirles una sola palabra. No.

Esa llamada, sin embargo, sí que la contestaría, pensó al ver la pantalla de identificación de llamada.

– Paul. ¿Dónde estás?

– En Raleigh. Bobby ha perdido el control. He creído que debía saberlo.

En la voz de Paul se apreciaba cierta reticencia.

– ¿Qué hay en Raleigh? -preguntó Charles.

– El padre de la chica que se escapó de la nave. Rocky raptó a su hermana y lo preparó todo para que diera la impresión de que la chica había venido aquí, con su padre.

– O sea que Bobby está solventando los errores de Rocky. Eso es una muestra de responsabilidad.

– Eso es una muestra de que ha perdido el control -le espetó Paul-. El doctor Cassidy no tenía que morir.

– Me acercaré a Ridgefield y tendré una breve conversación con Bobby.

– Muy bien, porque yo estoy muy harto de tener que ir a por su «mejor alumno». Bobby cree que lo hago por dinero. He estado en un tris de soltar que yo sólo trabajo para usted, que todo esto es cosa suya y que le hago de chico de los recados porque usted me lo ha pedido. Estoy cansado de esto, Charles; lo digo en serio.

Paul siempre se volvía insidioso cuando estaba cansado, desde muy niño.

– Tú no eres mi alumno, Paul. Eres mi brazo derecho, así que relájate. Busca un hotel y duerme la siesta. Avísame cuando estés de vuelta en Atlanta.

– Muy bien. Pero devuelva a Bobby al redil. ¿Lo hará?

– Ya lo creo. -Hizo una pausa llena de intención-. Gracias.

Paul suspiró.

– De nada, señor. Siento haberle hablado en ese tono.

– Disculpas aceptadas. Descansa un poco. -Charles colgó. Estaba furioso por partida doble. Primero, Bobby había fallado al disparar a Susannah Vartanian, desde tan solo seis metros. «Y ahora malgasta recursos como Paul. Ya te enseñaré yo.» Había llegado el momento de reciclarse.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 16:00 horas

Monica tenía un párpado levantado. Era una sensación muy extraña la de ver el techo con un solo ojo. Entró la enfermera y Monica tuvo ganas de gritar.

Llevaba otra jeringuilla en la mano. Ya no tenía los ojos hinchados ni enrojecidos. Aun así, se la veía tensa. Le cerró el párpado.

– No voy a matarte -susurró junto a su oído-. Pero no puedo permitir que le cuentes nada de todo esto a la policía hasta que mi hijo esté fuera de peligro. Esta debería ser la última. -Monica notó la calidez del cuerpo de la enfermera cuando esta volvió a agacharse para susurrarle al oído-: Cuando se te pase el efecto, habré desaparecido. No te fíes de nadie; créeme. En este hospital hay otra persona que trabaja para los que te han agredido. Ayer quisieron matar a uno de los que se escaparon de la nave. El hombre.

Beardsley. Él las había ayudado a escapar de la nave. Bailey se lo había explicado mientras andaban por el bosque. Monica había oído a las enfermeras hablar por la mañana. Durante la noche habían tenido que llevárselo a cuidados intensivos, pero estuvo de suerte. Lo habían salvado y habían vuelto a trasladarlo a planta. Y le habían puesto vigilancia.

– En cuanto salgas de cuidados intensivos quedarás a su merced -prosiguió la enfermera-. Yo he tratado de mantenerte con vida todo el tiempo que he podido, pero mi hijo corre peligro. Lo siento; no puedo ayudarte más. Diría que puedes confiar en Susannah y en la enfermera Ella. Ahora tengo que marcharme.


Raleigh, carolina del Norte,

sábado, 3 de febrero, 16:15 horas

El agente especial Harry Grimes miró con cariño la oficina de la Agencia de Investigación de Carolina del Norte, en Raleigh. El año anterior lo habían trasladado a Charlotte y echaba de menos a los compañeros; en especial a su jefe, que tantas cosas le había enseñado.

Su antiguo jefe ocupaba un nuevo escritorio, ya que hacía poco que lo habían promocionado y ahora era el agente especial al cargo de la oficina. Harry llamó a la puerta y una sonrisa iluminó de inmediato el rostro de Steven Thatcher.

– Harry Grimes. ¿Cómo estás, joder? Entra, entra.

– Espero no interrumpir -dijo Harry mientras Steven rodeaba el escritorio y extendía la mano en señal de bienvenida.

– No, no. -Steven hizo una mueca-. Sólo es papeleo.

– Venía con el escritorio nuevo, ¿no?

– Sí. Pero ahora vuelvo a casa más temprano y Jenna está contenta, sobre todo porque estamos esperando otro bebé. -Steven señaló una silla-. ¿Qué tal por Charlotte?

Harry se sentó.

– Bien. No es como esto, pero se está bien.

Steven escrutó su rostro.

– No es una visita de cortesía, ¿verdad?

– Ojalá lo fuera. Esta mañana he recibido una llamada de una madre histérica. Su hija de catorce años ha desaparecido de su cama en plena noche.

Steven se puso serio.

– ¿La han raptado o se ha escapado?

– No hay señales de que hayan forzado la puerta. Al principio la policía local pensaba que se había escapado.

– ¿Pero no es así?

– No. En un primer momento había distintas versiones, pero ahora están de acuerdo.

– Ponme al corriente y dime cómo puedo ayudarte.

– La hermana mayor de la chica desapareció hace seis meses. En la lista del NCMEC aparece clasificada como adolescente de riesgo que se ha escapado por voluntad propia.

Sacó una fotografía de su maletín y se la tendió a Steven.

– Beatrice Monica Cassidy -leyó Steven.

– La llaman Monica. Su madre considera que tenían una relación normal. Discutían por la ropa, la hora de volver a casa, los estudios… Entonces un buen día, hace seis meses, Monica le dijo que iba a ver a una amiga y no regresó. La amiga acabó confesando que Monica le había pedido que mintiera porque tenía una cita con un chico, pero para entonces ya no hubo forma de seguirle la pista. Monica había desaparecido. Su madre insiste en que sería incapaz de escaparse de casa.

– Es lo que dicen todos los padres -respondió Steven en voz baja.

– Ya lo sé. Al parecer Monica se pasaba muchas horas delante del ordenador.

– Deja que lo adivine. ¿Chateando y hablando por mensajería instantánea?

– Cómo no. Su madre no fue capaz de recuperar ninguna de las conversaciones, y ahí es donde entro yo. El director de la escuela de Monica me pidió que preparara una presentación para la Oficina de Patentes y Marcas Comerciales de un software capaz de grabar las conversaciones de los chats y de mensajería instantánea. Si los padres lo instalan bien, sus hijos no se dan cuenta de que está. Me acompañaba un representante de una de las tiendas de informática de la ciudad, como siempre, para que los padres pudieran comprar el programa esa misma noche.

– Qué bien, Harry. Los padres suelen prever muchas cosas, pero a veces la vida les cambia los planes.

– Exacto. Esa noche la señora Cassidy asistió a la reunión y compró el programa porque tiene una hija más joven, Eugenie Marie. La llaman Genie.

– Y esta mañana Genie ha desaparecido.

– La señora Cassidy ha llamado a todas sus amigas y luego a la policía. Ellos han ido a su casa y han redactado un informe. Luego la mujer se ha conectado a internet y ha leído las conversaciones de Genie. Ha estado chateando con un tal Jason que dice ser un estudiante universitario.

– ¿Crees que la ha raptado un pederasta?

– Sí. Las amigas de Monica dicen que ella también había conocido por internet a un estudiante universitario llamado Jason.

Steven pestañeó.

– Demasiada casualidad.

– Lo mismo he pensado yo.

– ¿Decía en el chat si Genie pensaba encontrarse con Jason y, si es así, dónde?

– No. Ayer y hoy no han estado en contacto por internet. De todos modos el programa hace que aparezcan huecos cuando los chicos envían mensajes por el móvil, aunque sólo copia las conversaciones del ordenador. Me daba tanta pena esa mujer, Steven, que he ido a la estación de autobuses y he empezado a preguntarle a la gente. Dicen que esta noche han visto un chico con una sudadera de la escuela de Genie comprando un billete para Raleigh. Por eso he venido.

– ¿Qué haces metido en este caso, Harry? -preguntó Steven con voz cautelosa.

Harry sonrió con gesto irónico.

– No soy ningún pirata, Steven. Me lo han asignado oficialmente. La señora Cassidy vive en una zona rural, a unos cincuenta kilómetros de Charlotte. El equipo de la policía local es pequeño y nos han pedido que los relevemos en cuanto la señora Cassidy ha puesto en evidencia el paralelismo relativo a Jason. Mi jefe me ha asignado el caso porque estaba en ello desde el principio.

– ¿Y por qué Raleigh?

– Porque es donde vive su padre. El hombre no ha respondido a mis llamadas y he decidido desplazarme hasta aquí. No está en su casa, y su coche tampoco.

– Puede que simplemente haya salido, Harry.

– Es médico. Hoy no ha aparecido por el hospital y sus compañeros dicen que nunca había faltado. Es tan formal que raya en la obsesión.

– ¿Tienes una orden para registrar la casa?

– La están firmando mientras hablamos. ¿Vienes conmigo?

Steven asintió con decisión.

– Dame mi abrigo.


Casa Ridgefield,

sábado, 3 de febrero, 16:55 horas

– ¿Dónde está Tanner? -preguntó Charles cuando Bobby tomó su abrigo.

«Volviendo de Savannah», pensó Bobby, pero Charles no tenía por qué enterarse de eso.

– Lo he enviado a hacer un recado. -Bobby se sentó ante su escritorio sin más explicación-. ¿Y bien?

Charles la siguió y se acomodó en una silla.

– Podrían haberte cogido.

Bobby sonrió.

– Ya lo sé. Eso es lo más divertido.

– ¿De dónde has sacado ese vestido tan horrendo?

– Era de mi abuela. Me dijiste que me estaba comportando como una viejecita asustada, así que me he vestido en consonancia.

– Pero has fallado -dijo, y Bobby arqueó una ceja.

– Al contrario. Yo nunca fallo. Ya sabes que me enseño a disparar un francotirador del ejército.

– Sí, ya lo sé -dijo Charles en tono irritado-. Estuve presente en todas las sesiones. Eran insoportables.

– Entonces tú más que nadie sabes lo bien que se me da. Donde pongo el ojo, pongo la bala.

Charles la miró perplejo.

– ¿Querías herir a Gretchen French?

– ¿Gretchen French? -Bobby rió por lo bajo-. Eso aún hace que sea más divertido.

– ¿No lo sabías? -preguntó con incredulidad.

– No. Tenía pensado disparar a la persona más cercana a Susannah Vartanian en cuanto Rocky apretara el gatillo. Tenía la esperanza de que fuera el agente Papadopoulos, pero lo de Gretchen French es mucho mejor dadas las circunstancias.

– ¿Y qué ha pasado con la bala de Rocky?

– Era un cartucho de fogueo. No quería que disparara a nadie; era una pésima tiradora. Pero ella tenía que creer que sí. Tenía que creer que iba a matar a Susannah Vartanian. Ha apretado el gatillo y ha muerto creyendo que me obedecía.

– Ha muerto creyendo que había fallado.

– Aún mejor. Me ha obedecido y ha fallado. No merecía otra cosa.

– Muy bien -dijo medio a regañadientes-. ¿Qué más harás? Me refiero a Susannah Vartanian.

– Me ocuparé de ella poco a poco. Cuando termine, se quedará más sola de lo que yo estuve nunca. Le dará miedo arrimarse incluso a un árbol, por si lo derriban a tiros. Cuando al final decida matarla, me pedirá que sea rápido.

– Entonces, ¿cuándo volverás a atacarla?

Bobby pensó en la llamada que había recibido de su topo del GBI unos minutos antes de que llegara Charles. La información la había sacado de quicio. Pero Bobby decidió que a falta de pan, buenas eran tortas. Y Charles las hacía buenísimas.

– Dentro de una hora. Me gustaría pedirte el coche. El negro, con la matrícula DRC.

– ¿Qué piensas hacer?

– Quiero darle una lección a un subordinado incorregible. La enfermera ha llamado al GBI para delatarme.

– O sea que sigues solventando los errores de Rocky.

Ante su tono reprobatorio Bobby arrugó la frente.

– ¿Qué quieres decir?

– Tienes que atar un montón de cabos sueltos, pero hay otras formas de hacerlo. Matar a mucha gente de golpe es como llevar luces de neón. Yo te he enseñado a hacer mejor las cosas.

– Ya lo sé. El poder de la invisibilidad. Pero así mato dos pájaros de un tiro. Le advierto de que no es prudente desobedecerme y vuelvo a atacar a Susannah Vartanian. Ya verás. Confía en mí.

Charles lo sopesó.

– Si es así, te presto el coche.


Atlanta,

sábado, 3 de febrero, 16:55 horas

– Luke, despiértate. Despiértate.

Luke levantó la cabeza de golpe. Se había quedado dormido encima del escritorio.

– Dios -masculló.

Leigh se encontraba de pie a su lado con expresión preocupada.

– Son casi las cinco. El equipo ya se dirige a la sala de reuniones. -Le tendió una taza de café-. A ver ese pulso.

Se tomó la mitad de un trago.

– Gracias, Leigh. ¿Ha ocurrido algo mientras dormía?

– No. Hoy hemos recibido muchas menos llamadas que ayer por la noche. No ha ocurrido nada importante, de momento.

– ¿Has encontrado algún barco con los números que Daniel ha recordado?

– Muchos. Pero he reducido la lista, teniendo en cuenta que en el barco sólo cabían cinco chicas. -Le entregó una hoja de papel-. Acabo de terminar. Aquí tienes.

– Buen trabajo, Leigh. De verdad te agradezco todo el tiempo del fin de semana que has dedicado. Con suerte, esto terminará pronto. -Luke se paso las manos por la cara y noto la barba incipiente-. Tengo que afeitarme, quizá así me sienta un poco mas persona. Dile a Chase que llegaré en cinco minutos.

Cinco minutos más tarde ocupo una silla entre Chase y Ed y miró alrededor de la mesa. Pete y Nancy estaban presentes, igual que Chloe y Nate. Talia Scott había regresado de Ellijay, y tanto ella corno la psicóloga Mary McCrady parecían más frescas que el resto.

– ¿Empezamos Chase? -preguntó Luke.

– Sí. Germanio sigue buscando a Helen Granville, o sea que solo faltabas tú.

Luke se irguió en la silla.

– Hemos identificado a Kasey Knight, una de las chicas muertas, y es posible que también hayamos conseguido identificar a una de las desaparecidas, Ashley Csorka. Su padre está en camino desde Florida con muestras de ADN.

– He pedido resultados urgentes de las muestras de orina que tomamos de los colchones de la nave -explicó Ed-. Empezaré a analizar las muestras que traiga el padre y para mañana tendremos la identidad.

– Bien -dijo Chase-. ¿Qué más?

– Daniel vio parte de la matrícula del barco cuando este salía -explicó Luke-. Leigh ha acotado la lista de propietarios.

Chase tomó la lista.

– La comprobaremos. ¿Algo más?

– Lo que Nate y yo hemos encontrado. -Señaló a Nate.

– Hemos descubierto catálogos de venta de chicas. La empresa se llama Carne Americana Joven de Primera Calidad y el logo es una esvástica -explicó Nate-. He encontrado las fotos de tres de las chicas muertas. Kasey Knight no aparece en ninguno.

– ¿A cuántas has encontrado en total? -preguntó Luke.

– Solo a las tres que hemos visto juntos. ¿Por qué?

– Porque Kasey llevaba dos años desaparecida. Todos los catálogos de las tres publicaciones son como mucho de hace un ano.

– ¿Y? -presionó Chase.

– Que Kasey no estaba en el negocio de Carne Americana Joven -dedujo Nate-. Pero aun así se encontraba en la nave.

– Una pieza más del puzle -dijo Luke, y Chase suspiró.

– Parece uno de esos en que todas las piezas son del mismo color -gruñó-. ¿Podremos seguir la pista a alguna de las fotos de los discos duros de Mansfield?

– Tenemos en ello a otro miembro del ICAC -explicó Nate-, pero en dos mil quinientos gigas caben muchas fotos.

– Las que más me interesan son las que Mansfield tomó en secreto -dijo Luke-. Como no están retocadas, es posible que encontremos algo útil.

Nate asintió.

– Pero están borrosas, o sea que la cosa será lenta. Si no me necesitáis para nada más, sigo.

– ¿Ed? -llamó Chase, cuando Nate hubo cerrado la puerta tras de sí.

– Ah, mucho material -respondió Ed-. Es estupendo para confundirnos y desconcertarnos un poco más. -Depositó dos bolsas de plástico sobre la mesa. En cada una había una pistola-. Esta -dijo, palpando un arma- la tenía Kate en la mano. La otra la hemos encontrado en el suelo. -Se levantó y dibujó un triángulo en la pizarra-. Kate estaba de pie aquí, encima del triángulo. Aquí -dijo señalando el vértice izquierdo- es donde hemos encontrado la segunda pistola. Es una semiautomática con silenciador. En el vértice inferior es donde estaba la señorita French.

– Lo que viene a continuación es lo que más me gusta -dijo Chase con ironía.

– La posta que ha herido en el brazo a Gretchen French estaba por aquí. -Ed señaló una zona lejos del triángulo, hacia la de recha-. ¿Me seguís?

Luke arrugó la frente.

– ¿Cómo es posible? A menos que rebotara, es imposible que la haya disparado Kate.

– La bala que ha herido a Gretchen French no procedía de la pistola de Kate. Venía de aquí. -Ed señalo el lugar en el que habían encontrado la semiautomática.

– Entonces, a Gretchen le han disparado con la semiautomática -preguntó Nancy.

– No -prosiguió Ed-. Había tres pistolas, la de Kate, la semiautomática y una tercera que no hemos encontrado. La tercera es la que le ha disparado a Gretchen y la semiautomática ha disparado a Kate. Pero Kate Davis no ha disparado a nadie.

Pete sacudió la cabeza.

– Me duele la cabeza.

– Bienvenido al club -exclamó Chase-. Los de balística dicen que es posible que lo que disparara Kate fuera una bala de fogueo.

Chloe pestañeó.

– ¿Por qué?

– ¿Quién le ha disparado a Gretchen? -preguntó Talia Scott.

– Aún no se sabe -respondió Ed-. Vamos a revisar el vídeo de esa zona, pero en cuanto se ha oído el primer disparo la gente ha empezado a correr por todas partes.

– Entonces, si Kate no le ha disparado a Gretchen -empezó Luke-, ¿qué ha querido decir con «he fallado»?

– Hemos conseguido buenas imágenes de Kate gracias a la cámara de videovigilancia -explicó Ed-. Al darnos cuenta de que la suya era una bala de fogueo, hemos rebobinado y hemos vuelto a mirar la cinta. No ha apuntado a Gretchen ni a Susannah; apuntaba hacia aquí. -Señaló la zona donde habían encontrado la semiautomática-. Ha apuntado a quien le ha disparado a ella.

– Y por si eso no es bastante interesante, hay una cosa más. -Chase deslizó una fotografía sobre la mesa-. Es la foto de la autopsia de Kate.

Todos ahogaron sendos gritos.

– Tiene el estigma -observó Chase-. Joder.

– Creo que necesitamos un poco más de información sobre Kate Davis -dijo Luke-. Ha llegado el momento de hacer otra visita al alcalde Garth. ¿Me acompañas, Chloe?

– Claro. ¿Sabemos algo de su esposa?

– La orden de busca de su Chrysler no ha surtido efecto -dijo Pete-, pero está en movimiento. Aquí tengo los resultados del rastreo de su móvil. Ha telefoneado al móvil de Kate Davis unas cuantas veces todos los días desde que se marchó el jueves. Va hacia el oeste. Hoy está en Reno. La última llamada la ha hecho hoy a las dos y ha durado cinco minutos.

Luke se mostró extrañado.

– ¿A las dos? A esa hora Kate ya había muerto.

– Ya lo sé -dijo Pete-. ¿Llevaba algún teléfono móvil encima?

– No -respondió Chase-. Pero alguien ha respondido a la llamada, o puede que haya saltado el contestador. Haremos que nos transfieran el número a uno de nosotros. Chloe, ¿crees que es posible?

– Sí, pero me hará falta un poco de tiempo. Creo que conozco a un juez que me ayudará a acelerar el asunto.

– Gracias -dijo Chase-. Pete, ¿tiene la esposa de Garth familia en el oeste del país?

– No. Tiene una tía que vivía en Dutton, pero los vecinos dicen que cuando ella se casó con Garth, la tía se mudó. Nadie tiene la nueva dirección. Sigo buscando.

– ¿Has hablado con Angie Delacroix? -preguntó Luke-. La peluquera. Susannah dice que se entera de todo lo que pasa en la ciudad.

– No, pero lo haré. -Pete se pasó la mano por la calva, tratando de quitar hierro al asunto-. Necesito un corte de pelo.

Todos sonrieron, aunque con tristeza.

– He investigado las tarjetas de crédito de la señora Davis -prosiguió Pete-. Ha efectuado movimientos en todos los lugares desde los que ha llamado. He avisado a la policía local de las ciudades en las que ha parado y me mandarán las grabaciones de seguridad de los establecimientos en los que ha utilizado las tarjetas. Al menos podemos tratar de descubrir si ha cambiado de vehículo. Quienquiera que tenga el teléfono de Kate debe de haberle dicho que Kate ha muerto. Me temo que eso aún hará que se esconda más.

– Puede que la peluquera sepa con quién más tiene contacto -apuntó Chase-. ¿Nancy?

– Llevo todo el día buscando a Chili Pepper, el incendiario -dijo Nancy-. Sus padres dicen que llevan años sin verlo porque es un inútil y un cabrón. Los vecinos confirman su versión. He descubierto dónde vive su novia; la chica niega saber de sus fechorías. Dice que le apodan Chili porque es un calenturiento. -Hizo una mueca-. La cosa es de muy mal gusto; os lo aseguro.

– Qué encanto de tío -bromeó Chloe-. ¿Algo de lo que no pueda prescindir? ¿Alguna adicción?

– Sí. En casa de su novia hemos encontrado jeringuillas. Le he pedido que me dejara entrar en el baño y he metido la nariz en el botiquín. Ya lo sé -soltó Nancy cuando Chloe la miró indignada-. He visto una botella de insulina con el nombre de Clive Pepper.

– ¿Cómo se llama la novia? -preguntó Chloe sacudiendo la cabeza.

– Lulu Jenkins -respondió Nancy-. No he tocado nada.

– Ya -respondió Chloe, molesta-. Pero si lo encontramos, será gracias a una ilegalidad.

– ¿Y quién va a decírselo? -preguntó Nancy, exasperada-. ¿Tú?

Chloe se volvió hacia Chase con mala cara.

– Tu gente hará que me impongan una sanción.

– Cálmate. Nancy, no vuelvas a hacer eso. Chloe, Nancy no volverá a hacerlo.

– O sea que es diabético -observó Luke-. Tiene que dejarse ver a menudo para conseguir insulina.

– Estupendo -exclamó Chase-. Ed, ¿habéis examinado la zona de la nave con el radar?

«Becky», pensó Luke. El nombre que Beardsley les oyó pronunciar al enterrarla.

– No. Tenían que venir a las tres pero yo entonces estaba en el escenario del crimen -se excusó Ed-. Lo siento, Chase; ya se ha hecho de noche, así que lo dejaremos para primera hora de la mañana.

– He buscado refuerzos -anunció Chase-. Cuatro agentes más.

– ¿Cuándo empiezan? -preguntó Luke.

– Alguno ya ha empezado. Uno ha localizado a Isaac Gamble, el enfermero cuya tarjeta identificativa indica que estuvo cerca de Beardsley anoche, a la hora en que le inyectaron algo en la bolsa intravenosa. Él dice que estuvo en un bar, y tanto el dueño del establecimiento como la grabación de seguridad lo confirman.

– O sea que fue otra persona quien intentó matar a Beardsley -dedujo Pete.

– Eso parece. Dos de los nuevos agentes están visionando la grabación del cementerio para tratar de descubrir quién ha disparado.

La psicóloga Mary McCrady se inclinó hacia delante.

– ¿Y por qué han tirado la pistola?

– Han cometido un error -dijo Ed-, o bien quien ha disparado no quería que lo cogieran con ella.

Mary se encogió de hombros.

– Es posible que tengas razón. Pero si pensamos en la coordinación que hace falta para organizar todo eso… Si Kate Davis ha disparado una bala de fogueo, quien ha disparado la otra pistola ha tenido que esperar el momento exacto para dispararle a Gretchen French. Y tenía que saber de antemano que Kate iba a disparar. No parece obra de alguien que ha cometido un error tirando la pistola. Creo que quería que la encontráramos.

– Juego psicológico -musitó Luke-. Está jugando con nosotros.

– Eso creo -convino Mary-. ¿Sabía Kate Davis que su pistola contenía balas de fogueo?

– Solo una era de fogueo -dijo Ed-. El resto eran de verdad.

– El puzle con todas las piezas del mismo color -comentó Chase-. Tienes razón, Mary. Si Kate quería matar a Gretchen antes de que pudiera hacer público lo de las violaciones, no habría cargado ninguna bala de fogueo. Si lo que quería era asustarla, todas las balas habrían sido de fogueo. Y si quería disparar a otra persona, nos falta una de las piezas del puzle.

– Quienquiera que fuera su objetivo sabía que Kate aparecería en el cementerio con una pistola -observó Luke-. Y fue muy preparado.

Llamaron a la puerta y Leigh asomó la cabeza.

– Chase, Germanio está al teléfono, desde Savannah. Dice que es urgente.

Chase conectó el altavoz.

– Hank, estamos todos. ¿Qué pasa?

– He encontrado a Helen Granville -dijo Germanio-. Está muerta.

Chase cerró los ojos.

– ¿Cómo ha sido?

– Se ha ahorcado. He encontrado la casa de su hermana, pero la policía ya había llegado. La hermana ha encontrado a la señora Granville colgada de una viga del dormitorio.

– ¿Has avisado al forense de la oficina de Savannah? -preguntó Chase.

– Está de camino. La hermana de Helen Granville dice que llegó anoche y que estaba muy asustada. Ella hoy tenía que ir a trabajar. Cuando ha regresado a casa, Helen estaba muerta.

– ¿Ha dicho que diera la impresión de querer suicidarse? -preguntó Luke.

– No; sólo que estaba «muy asustada». La hermana está bastante afectada. Quizá pueda averiguar algo más cuando se tranquilice.

– Mantenme informado. -Chase colgó y exhaló un suspiro-. Menudo día. Acabemos la reunión; todos necesitamos dormir. Talia, ¿qué has encontrado en Ellijay?

– Los perros no han podido seguir el rastro. Debieron de llevarse a Borenson en coche. -Miró a Luke-. La científica no ha encontrado nada en el bulldog. ¿Quieres quedártelo tú?

– ¿Yo? -Luke respondió extrañado-. ¿Por qué yo?

– Porque si no se lo llevarán a la perrera. Me lo quedaría yo, pero ya tengo cuatro perros y mi compañero de piso no quiere más.

– Mi último perro se lo regalé a Daniel -dijo Luke-. No puedo adoptar otro.

Ella se encogió de hombros.

– Es una perrita muy cariñosa. Espero que alguien la saque de la perrera.

Nadie hizo el más mínimo movimiento y Luke suspiró.

– Ya me la quedo yo.

Talia sonrió.

– Lo sabía.

– A condición de que mañana me acompañes a Poplar Bluff -dijo Luke-. Tengo que interrogar a unas adolescentes que hace dos años no quisieron hablar cuando Kasey Knight desapareció. A ti se te da mejor que a mí hablar con las chicas.

– Muy bien -convino Talia-. Iré. Pero tienes que traerme comida de tu madre.

– Espera -terció Nancy-. ¿Has dicho Poplar Bluff?

– Sí -confirmó Luke-. Está a unas dos horas de aquí, hacia el sur.

Nancy se sacó una lista del bolsillo.

– Es uno de los lugares que aparecen señalados en el mapa de Mansfield.

Chase se estiró para mirar.

– ¿Qué otras ciudades están en la lista?

Nancy levantó la cabeza.

– Panama City, en Florida -dijo.

– Ashley Csorka -musitó Luke, y Nancy asintió.

– Es la lista de objetivos de Mansfield -dijo-. De los lugares donde fue a buscar a las chicas.

– Podemos cruzarla con las últimas entradas de la base de datos de niños desaparecidos -sugirió Luke con energía renovada-. Y con las fotografías del catálogo. Esa lista es de oro.

– Tenemos que averiguar si Mansfield las raptaba o sólo las atraía -dijo Talia-. Y si las atraía, cómo. Cuando sepamos cómo conseguían hacerse con ellas, es posible que lleguemos hasta Rocky.

– Y que encontremos a las que faltan -concluyó Luke.

– Buen trabajo, chicos -dijo Chase-. Vámonos a descansar un rato. Les pediré a los taquígrafos que se encarguen de cruzar la lista con la base de datos de niños desaparecidos durante la noche. Cuando sepamos los nombres podremos empezar a informar a los padres. Volveremos a reunirnos aquí mañana a las ocho.

Todos se habían puesto en pie cuando Leigh volvió a abrir la puerta con cara de apuro.

– Han llamado a Luke por la línea de emergencias. Parece que una mujer tiene información sobre la chica que está en cuidados intensivos.

Luke se levantó de golpe y miró a Chase.

– No hemos hablado de ella a la prensa. ¿Sigue al teléfono, Leigh?

– No. Quiere que estés delante del hospital dentro de veinte minutos. Solo.

– Me voy. Pero el señor Csorka tiene que llegar a las seis.

– Ya me quedo yo -se ofreció Talia-. Hablaré con él y llevaré las muestras de ADN al laboratorio.

– Gracias -dijo Chase-. El resto marchaos a dormir. Si pasa algo, os avisaré.

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